Bueno, todos conocemos a periodistas que escriben en periódicos contrarios al marxismo cultural como Gaceta o Actuall. Pero hoy me gustaría recopilar aquellos periodistas que, a pesar de escribir en los mass media y medios progres, son contrarios al discurso del marxismo cultural y el progresismo
Es decir, gente que discuta la ideología del orden establecido desde uno de sus medios. Por ello hago este hilo para que todos colaboremos poniendo periodistas que escriban en ABC, La Razón, El Mundo, El País, El Español... pero que a su vez vayan en contra de la ideología progre de estos medios. Grandes disidentes que nos extraña que todavía no les hayan despedido.... y a poder ser, artículos suyos escritos en esos medios progres.
Bueno, os orientó yo dándoos 3 ejemplos de disidentes antiprogres que escriben en mass media prigres. Sánchez Dragó y Arcadi Espada (Inmundo) y John Carlin (PIS) y pongo un artículo de cada uno para ilustrar, per podría poner casi cualquier artículo de estos tres grandes y también serviría como ejemplo de lo mismo. Pongo estos tres, cómo podría poner otros muchos, como por ejemplo Cristian Campos del diario ultraprogre El Español. Pero este hilo también es para que participéis y aportéis vosotros.
Efecto Trump | Opinion Home | EL MUNDO
La reacción
FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
29/01/2017 02:53
No es magro consuelo del columnista, que tan a menudo se equivoca, el de acertar a veces en sus diagnósticos o en sus pronósticos.
Quien esto firma es uno de los pocos que hoy puede alardear de ello en lo concerniente a Trump. Aposté por él, lo elogié y anuncié, no sin la cautela a la que me constreñía la aborregada unanimidad del griterío desencadenado en su contra, que quizá ganase. Así fue.
En la madrugada del 9 de noviembre exhalé un suspiro de alivio, me reí de la cara de estupor de quienes comentaban en la tele las cifras del escrutinio acoquinados en el burladero de la corrección política y me froté las manos ante el vendaval que se avecinaba.
A los defensores de la bruja Hillary, que tanto había hecho para que su rival la derrotase -si yo fuese Trump le enviaría un pavo relleno de cuchufletas el Día de Acción de Gracias-, sólo les quedaba el paño de lágrimas de dar por supuesto que el nuevo presidente era un bravucón incapaz de mantener el tipo.
Pura pataleta, como la de todos esos semovientes que no saben perder y largan sapos y culebrinas de patética protesta en las calles del país y en los dorados recintos de los virtuosos de la ceja. Tan ojipláticos deben de andar ahora, apenas una semana después de la toma de posesión, como los sparrings de los boxeadores fulleros.
Resulta que el supuesto augusto de pelo de zanahoria es un hombre de palabra decidido a no decir nunca diego donde dijo digo. ¡Por fin, tras las dos legislaturas huecas del siniestro Obama, un político que mantiene todas y cada una de sus promesas electorales -de amenazas las tildan con su habitual cinismo quienes presumen de ser más demócratas que nadie, pero no acatan el veredicto de las urnas- y que lo hace, además, a la velocidad de Fittipaldi!
Dije hace un par de semanas en esta misma columna que el 8 de noviembre terminó la Edad Contemporánea y comenzó otra a la que aún no hemos puesto nombre. Al tiempo, borreguitos, y prepárense para lo peor, según ustedes, que posiblemente parecerá lo mejor a quienes al hilo de este año -franceses, holandeses, austríacos, alemanes, italianos y, en definitiva, europeos todos- correrán el albur de las elecciones. Formidable va a ser el mecanismo de repercusión y de tracción originado por el ejemplo del Brexit y la victoria de Trump.
De cuanto éste ha dicho me quedo con la frase de que una nación sin fronteras no es una nación. ¿Algo que objetar? Bye, bye, Europa. Que te vaya bonito.
El negocio del sesso
ARCADI ESPADA
El sábado pasado se celebró en Madrid una absurda manifestación contra la violencia que llaman de género. Sería de esperar que pronto se celebraran otras contra el cáncer de próstata o el suicidio. Los crímenes de pareja forman parte de una obstinada violencia privada cuyas raíces son casi insondables. Como en todas las formas de violencia, el sesso masculino destaca en su papel de agresor, y como en todas las formas de violencia, la civilización va introduciendo lentas pero sustanciales rebajas. España es un país azotado por esa forma de crimen a niveles de tipo medio, lejanos de las altas cifras que alcanzan, por ejemplo, la mayoría de las sociedades nórdicas, caracterizadas desde hace tiempo por niveles mucho mayores de igualdad sensual.
Las manifestantes de Madrid pretenden hacer de esa violencia una causa política. Para que su objetivo tuviera algún sentido deberían demostrar, sin embargo, que esos crímenes son desatendidos por la instituciones. Por la política, por las leyes, por los jueces, por la policía e incluso por los medios. No parece que, salvo errores aislados, sea el caso de España. Y si no tuviera un lado da repelúsnte, me gustaría comparar la atención institucional y social que reciben los crímenes de pareja respecto de los accidentes laborales o el suicidio.
La ausencia de una desatención institucional obliga a las manifestantes a elevar la abstracción de su protesta. Es lo que insinuó con palabra indigente y provocadora la alcaldesa Colau en la propia manifestación: "Si esto le pasara a los hombres...". Si esto le pasara a los hombres (que por cierto: les pasa, aunque sea en un grado menor) sucedería exactamente lo mismo. O quizá sucedería algo aún peor. Lo que sucede, por ejemplo, con el suicidio: donde los hombres mueren mucho más que las mujeres sin que hasta ahora consten, al menos en España, programas de atención sexualmente específica.
El crimen de pareja no es un crimen político que implique organizaciones y colectivos, ni es un crimen de sexos. Es un crimen de individuos, cuyo tratamiento y persecución ha de corresponder a sus características. La desvergonzada instrumentalización de estos crímenes que hacen las mujeres de izquierdas solo tiene como objetivo identificarlos con las prácticas o al menos con la ideología de los hombres de derechas. Es decir, y dicho con toda la brutalidad que merecen: su única intención real es la de hacer negocio con el crimen.
John Carlin
El estudiante eunuco | Internacional | EL PAÍS
El estudiante eunuco
Hace unos días hubo un debate en la BBC entre el presidente del consejo de estudiantes de una universidad británica y un señor mayor que escribe columnas para The Times de Londres. El tema era la libertad de expresión. ¿Quién estaba en contra? ¿El columnista del Times, cuyo dueño es el reaccionario Rupert Murdoch? No. El líder estudiantil.
Algo raro está ocurriendo en las universidades de Reino Unido, y en las de Estados Unidos también. El estudiante que hablaba en la BBC es síntoma de una tendencia represiva en un sector de la sociedad donde uno suponía que se daba un alto valor al principio del pensamiento libre.
El motivo del debate entre el joven y el periodista, que por edad podría haber sido su abuelo, había sido una petición firmada por 3.000 estudiantes de la Universidad de Cardiff exigiendo que a Germaine Greer, antiguo icono de la revolución feminista, se le prohibiese dar una conferencia en su campus. Greer, como algunos o algunas recordarán, es la autora del influyente y provocador libro La mujer eunuco, publicado en 1970. El libro, tan irreverente como iconoclasta, exhortaba a las mujeres a desencadenarse de los estereotipos represivos de antaño.
El problema de los estudiantes de Cardiff con Greer, que hoy tiene 76 años, es que la consideran una “misógina”. Lo cual, a primera vista, es como llamar a Martin Luther King racista. ¿Cómo se explica? De la siguiente manera. Greer escribió un texto en 2009 en el que argumentó que a las tras*exuales no se les podía considerar mujeres. Tal afirmación fue considerada lo suficientemente ofensiva como para declararla persona non grata en el campus. Greer se rindió, pero no sin antes declarar en la radio: “Solo porque te cortas la platano y te pones un vestido no significa que te conviertas en mujer”.
El tema aquí no es si Greer tiene razón o no. El tema es que la censura de personas cuyas ideas no confluyen con las nuevas percepciones de lo que es o no aceptable se está extendiendo por las universidades anglosajonas. Algunos ejemplos.
La semana pasada un profesor de la universidad de Yale, en Estados Unidos, fue rodeado por un grupo de estudiantes que le gritaron, entre otros improperios, “¡cállate la fruta boca!”. Su pecado: haber aconsejado a sus alumnos que si veían a alguien vistiendo un disfraz de Halloween “ofensivo” que no les hicieran ningún caso.
A finales de septiembre, la Universidad de Warwick, en Inglaterra, canceló una conferencia de una mujer nacida en Irán llamada Maryam Namazie. Esta es una marxista conocida por su virulento desprecio por la religión, empezando por la suya de nacimiento, el islam. La universidad explicó que su comparecencia en el campus incitaría “el repruebo”.
Y un ejemplo más entre miles: una profesora de Derecho en la Universidad de Harvard escribió un artículo el año pasado lamentando la presión que recibía del cuerpo estudiantil para que no diera clases sobre cómo la ley responde a casos de violación. La profesora, Jeannie Suk, comparó esta actitud con intentar enseñar cirugía a un estudiante de medicina sin exponerle a la angustia de ver sangre.
Según Suk, los organismos estudiantiles estaban en contra de clases sobre la ley y la violencia sensual porque temían que la experiencia podría resultar “traumática”. Y aquí, aparentemente, está el grano de la cuestión. Explicaba el líder universitario que habló en la BBC que el objetivo de la censura era siempre dar prioridad a “la seguridad” de los universitarios. Un reciente artículo escrito por dos académicos en la revista estadounidense The Atlantic profundizó en el tema. Explicó que para los que se apuntan a esta nueva corriente la meta final era proteger “el bienestar emocional” de los estudiantes, convirtiendo los campus en “lugares seguros” donde “jóvenes adultos están protegidos contra palabras e ideas que les hagan sentirse incómodos”. “Se está creando una cultura”, agregaba el artículo, “en la que todo el mundo debe pensar dos veces antes de abrir la boca”.
Alguien que ha optado por no abrir la boca nunca más en foros estudiantiles es el famoso cómico estadounidense Chris Rock, que ha construido una brillante carrera a base de ridiculizar tabúes raciales, sensuales y políticos. Rock, que es neցro, dijo en una entrevista reciente que ya no comparece en las universidades porque son “demasiado conservadoras”. Su principal preocupación, estimó, es “no ofender nunca a nadie”.
¿A qué se debe tanta susceptibilidad entre los estudiantes del mundo anglosajón? En parte tendrá que ver con la presión conformista ejercida por la policía religiosa de las redes sociales, el miedo a la crucifixión verbal que padecerá cualquiera que discrepe de la ortodoxia de la manada. Pero, como también sugiere el artículo de la revista The Atlantic, la juventud de hoy, especialmente la que ha tenido la suerte de ir a la universidad, pertenece a una generación mimada. Es verdad que hoy los jóvenes lo tienen difícil para conseguir trabajo pero, al menos en los países ricos de Occidente, sus padres tuvieron la mejor y más pacífica calidad de vida que ha conocido la especie humana. Estos afortunados padres se han esforzado de una manera nunca vista para no herir los sentimientos de sus hijos, para protegerles de lo feo, lo duro y lo difícil de la vida.
La consecuencia ha sido la aparición de una generación de adolescentes y veinteañeros psicológicamente delicados que detectan ofensas donde sus padres —y más aún los padres de los padres, que vivieron guerras— no se las hubieran imaginado. Antes, cuando el columnista del Times era joven, los estudiantes censuraban a los que llamaban fascistas. Para bien o para mal, lo hacían a partir de un proceso de razonamiento político. Los militantes universitarios anglosajones de hoy censuran sobre la base de lo que sienten. Practicantes de una especie de fascismo lite, ellos son los que mandarán dentro de no mucho tiempo. Si la cosa no cambia, uno tiembla por la democracia.
Es decir, gente que discuta la ideología del orden establecido desde uno de sus medios. Por ello hago este hilo para que todos colaboremos poniendo periodistas que escriban en ABC, La Razón, El Mundo, El País, El Español... pero que a su vez vayan en contra de la ideología progre de estos medios. Grandes disidentes que nos extraña que todavía no les hayan despedido.... y a poder ser, artículos suyos escritos en esos medios progres.
Bueno, os orientó yo dándoos 3 ejemplos de disidentes antiprogres que escriben en mass media prigres. Sánchez Dragó y Arcadi Espada (Inmundo) y John Carlin (PIS) y pongo un artículo de cada uno para ilustrar, per podría poner casi cualquier artículo de estos tres grandes y también serviría como ejemplo de lo mismo. Pongo estos tres, cómo podría poner otros muchos, como por ejemplo Cristian Campos del diario ultraprogre El Español. Pero este hilo también es para que participéis y aportéis vosotros.
Efecto Trump | Opinion Home | EL MUNDO
La reacción
FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
29/01/2017 02:53
No es magro consuelo del columnista, que tan a menudo se equivoca, el de acertar a veces en sus diagnósticos o en sus pronósticos.
Quien esto firma es uno de los pocos que hoy puede alardear de ello en lo concerniente a Trump. Aposté por él, lo elogié y anuncié, no sin la cautela a la que me constreñía la aborregada unanimidad del griterío desencadenado en su contra, que quizá ganase. Así fue.
En la madrugada del 9 de noviembre exhalé un suspiro de alivio, me reí de la cara de estupor de quienes comentaban en la tele las cifras del escrutinio acoquinados en el burladero de la corrección política y me froté las manos ante el vendaval que se avecinaba.
A los defensores de la bruja Hillary, que tanto había hecho para que su rival la derrotase -si yo fuese Trump le enviaría un pavo relleno de cuchufletas el Día de Acción de Gracias-, sólo les quedaba el paño de lágrimas de dar por supuesto que el nuevo presidente era un bravucón incapaz de mantener el tipo.
Pura pataleta, como la de todos esos semovientes que no saben perder y largan sapos y culebrinas de patética protesta en las calles del país y en los dorados recintos de los virtuosos de la ceja. Tan ojipláticos deben de andar ahora, apenas una semana después de la toma de posesión, como los sparrings de los boxeadores fulleros.
Resulta que el supuesto augusto de pelo de zanahoria es un hombre de palabra decidido a no decir nunca diego donde dijo digo. ¡Por fin, tras las dos legislaturas huecas del siniestro Obama, un político que mantiene todas y cada una de sus promesas electorales -de amenazas las tildan con su habitual cinismo quienes presumen de ser más demócratas que nadie, pero no acatan el veredicto de las urnas- y que lo hace, además, a la velocidad de Fittipaldi!
Dije hace un par de semanas en esta misma columna que el 8 de noviembre terminó la Edad Contemporánea y comenzó otra a la que aún no hemos puesto nombre. Al tiempo, borreguitos, y prepárense para lo peor, según ustedes, que posiblemente parecerá lo mejor a quienes al hilo de este año -franceses, holandeses, austríacos, alemanes, italianos y, en definitiva, europeos todos- correrán el albur de las elecciones. Formidable va a ser el mecanismo de repercusión y de tracción originado por el ejemplo del Brexit y la victoria de Trump.
De cuanto éste ha dicho me quedo con la frase de que una nación sin fronteras no es una nación. ¿Algo que objetar? Bye, bye, Europa. Que te vaya bonito.
El negocio del sesso
ARCADI ESPADA
El sábado pasado se celebró en Madrid una absurda manifestación contra la violencia que llaman de género. Sería de esperar que pronto se celebraran otras contra el cáncer de próstata o el suicidio. Los crímenes de pareja forman parte de una obstinada violencia privada cuyas raíces son casi insondables. Como en todas las formas de violencia, el sesso masculino destaca en su papel de agresor, y como en todas las formas de violencia, la civilización va introduciendo lentas pero sustanciales rebajas. España es un país azotado por esa forma de crimen a niveles de tipo medio, lejanos de las altas cifras que alcanzan, por ejemplo, la mayoría de las sociedades nórdicas, caracterizadas desde hace tiempo por niveles mucho mayores de igualdad sensual.
Las manifestantes de Madrid pretenden hacer de esa violencia una causa política. Para que su objetivo tuviera algún sentido deberían demostrar, sin embargo, que esos crímenes son desatendidos por la instituciones. Por la política, por las leyes, por los jueces, por la policía e incluso por los medios. No parece que, salvo errores aislados, sea el caso de España. Y si no tuviera un lado da repelúsnte, me gustaría comparar la atención institucional y social que reciben los crímenes de pareja respecto de los accidentes laborales o el suicidio.
La ausencia de una desatención institucional obliga a las manifestantes a elevar la abstracción de su protesta. Es lo que insinuó con palabra indigente y provocadora la alcaldesa Colau en la propia manifestación: "Si esto le pasara a los hombres...". Si esto le pasara a los hombres (que por cierto: les pasa, aunque sea en un grado menor) sucedería exactamente lo mismo. O quizá sucedería algo aún peor. Lo que sucede, por ejemplo, con el suicidio: donde los hombres mueren mucho más que las mujeres sin que hasta ahora consten, al menos en España, programas de atención sexualmente específica.
El crimen de pareja no es un crimen político que implique organizaciones y colectivos, ni es un crimen de sexos. Es un crimen de individuos, cuyo tratamiento y persecución ha de corresponder a sus características. La desvergonzada instrumentalización de estos crímenes que hacen las mujeres de izquierdas solo tiene como objetivo identificarlos con las prácticas o al menos con la ideología de los hombres de derechas. Es decir, y dicho con toda la brutalidad que merecen: su única intención real es la de hacer negocio con el crimen.
John Carlin
El estudiante eunuco | Internacional | EL PAÍS
El estudiante eunuco
Hace unos días hubo un debate en la BBC entre el presidente del consejo de estudiantes de una universidad británica y un señor mayor que escribe columnas para The Times de Londres. El tema era la libertad de expresión. ¿Quién estaba en contra? ¿El columnista del Times, cuyo dueño es el reaccionario Rupert Murdoch? No. El líder estudiantil.
Algo raro está ocurriendo en las universidades de Reino Unido, y en las de Estados Unidos también. El estudiante que hablaba en la BBC es síntoma de una tendencia represiva en un sector de la sociedad donde uno suponía que se daba un alto valor al principio del pensamiento libre.
El motivo del debate entre el joven y el periodista, que por edad podría haber sido su abuelo, había sido una petición firmada por 3.000 estudiantes de la Universidad de Cardiff exigiendo que a Germaine Greer, antiguo icono de la revolución feminista, se le prohibiese dar una conferencia en su campus. Greer, como algunos o algunas recordarán, es la autora del influyente y provocador libro La mujer eunuco, publicado en 1970. El libro, tan irreverente como iconoclasta, exhortaba a las mujeres a desencadenarse de los estereotipos represivos de antaño.
El problema de los estudiantes de Cardiff con Greer, que hoy tiene 76 años, es que la consideran una “misógina”. Lo cual, a primera vista, es como llamar a Martin Luther King racista. ¿Cómo se explica? De la siguiente manera. Greer escribió un texto en 2009 en el que argumentó que a las tras*exuales no se les podía considerar mujeres. Tal afirmación fue considerada lo suficientemente ofensiva como para declararla persona non grata en el campus. Greer se rindió, pero no sin antes declarar en la radio: “Solo porque te cortas la platano y te pones un vestido no significa que te conviertas en mujer”.
El tema aquí no es si Greer tiene razón o no. El tema es que la censura de personas cuyas ideas no confluyen con las nuevas percepciones de lo que es o no aceptable se está extendiendo por las universidades anglosajonas. Algunos ejemplos.
La semana pasada un profesor de la universidad de Yale, en Estados Unidos, fue rodeado por un grupo de estudiantes que le gritaron, entre otros improperios, “¡cállate la fruta boca!”. Su pecado: haber aconsejado a sus alumnos que si veían a alguien vistiendo un disfraz de Halloween “ofensivo” que no les hicieran ningún caso.
A finales de septiembre, la Universidad de Warwick, en Inglaterra, canceló una conferencia de una mujer nacida en Irán llamada Maryam Namazie. Esta es una marxista conocida por su virulento desprecio por la religión, empezando por la suya de nacimiento, el islam. La universidad explicó que su comparecencia en el campus incitaría “el repruebo”.
Y un ejemplo más entre miles: una profesora de Derecho en la Universidad de Harvard escribió un artículo el año pasado lamentando la presión que recibía del cuerpo estudiantil para que no diera clases sobre cómo la ley responde a casos de violación. La profesora, Jeannie Suk, comparó esta actitud con intentar enseñar cirugía a un estudiante de medicina sin exponerle a la angustia de ver sangre.
Según Suk, los organismos estudiantiles estaban en contra de clases sobre la ley y la violencia sensual porque temían que la experiencia podría resultar “traumática”. Y aquí, aparentemente, está el grano de la cuestión. Explicaba el líder universitario que habló en la BBC que el objetivo de la censura era siempre dar prioridad a “la seguridad” de los universitarios. Un reciente artículo escrito por dos académicos en la revista estadounidense The Atlantic profundizó en el tema. Explicó que para los que se apuntan a esta nueva corriente la meta final era proteger “el bienestar emocional” de los estudiantes, convirtiendo los campus en “lugares seguros” donde “jóvenes adultos están protegidos contra palabras e ideas que les hagan sentirse incómodos”. “Se está creando una cultura”, agregaba el artículo, “en la que todo el mundo debe pensar dos veces antes de abrir la boca”.
Alguien que ha optado por no abrir la boca nunca más en foros estudiantiles es el famoso cómico estadounidense Chris Rock, que ha construido una brillante carrera a base de ridiculizar tabúes raciales, sensuales y políticos. Rock, que es neցro, dijo en una entrevista reciente que ya no comparece en las universidades porque son “demasiado conservadoras”. Su principal preocupación, estimó, es “no ofender nunca a nadie”.
¿A qué se debe tanta susceptibilidad entre los estudiantes del mundo anglosajón? En parte tendrá que ver con la presión conformista ejercida por la policía religiosa de las redes sociales, el miedo a la crucifixión verbal que padecerá cualquiera que discrepe de la ortodoxia de la manada. Pero, como también sugiere el artículo de la revista The Atlantic, la juventud de hoy, especialmente la que ha tenido la suerte de ir a la universidad, pertenece a una generación mimada. Es verdad que hoy los jóvenes lo tienen difícil para conseguir trabajo pero, al menos en los países ricos de Occidente, sus padres tuvieron la mejor y más pacífica calidad de vida que ha conocido la especie humana. Estos afortunados padres se han esforzado de una manera nunca vista para no herir los sentimientos de sus hijos, para protegerles de lo feo, lo duro y lo difícil de la vida.
La consecuencia ha sido la aparición de una generación de adolescentes y veinteañeros psicológicamente delicados que detectan ofensas donde sus padres —y más aún los padres de los padres, que vivieron guerras— no se las hubieran imaginado. Antes, cuando el columnista del Times era joven, los estudiantes censuraban a los que llamaban fascistas. Para bien o para mal, lo hacían a partir de un proceso de razonamiento político. Los militantes universitarios anglosajones de hoy censuran sobre la base de lo que sienten. Practicantes de una especie de fascismo lite, ellos son los que mandarán dentro de no mucho tiempo. Si la cosa no cambia, uno tiembla por la democracia.
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