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Para que alguien tenga apariencia "jovenlandesa" no supone que el factor principal ni el único sea la piel bronceada, más bien tiene que ver con los rasgos faciales de ellos: labios gruesos, pelos rizados, narices anchas, forma y tonalidad de los ojos.
En el Mesolítico no llega la agricultura sino que es después, ya en pleno neolítico hacia el 4500 a.c en la península ibérica por pobladores venidos desde oriente con casi toda probabilidad. Teoría traída por el difusionismo pero que es prácticamente aceptada por la comunidad científica . Estos tipos no eran agricultores.
Eso es cierto, los pobladores del Mesolítico eran cazadores-recolectores, mientras que quienes trajeron la agricultura vinieron de Oriente Medio (de la zona próxima a Turquía) durante el Neolítico.
A ver, a mi en el cole público catalán en el que estudié me enseñaron que en la peninsula iberica solo habia cabras y conejos, menos al noreste, donde habitabamos nosotros, la raza superior catalana.
Un buen dia, un catalán iba andando por el Ebro y se cayó al rio. Salió como pudo pero en el lado contrario, en el de las cabras y conejos. Entonces, asustado le vino un retortijón por los nervios y ahí mismo expulsó un truño muy jrande y feo. Se lo quedó mirando un buen rato y dijo, Oh! que gran obra he creado, lo voy a llamar.... español!!, El cagarro tomó vida y se reprodujo, habitando la peninsula y robandonos los impuestos.
Y eso es verdad porque lo he estudiado en el cole, vale?
A ver, a mi en el cole público catalán en el que estudié me enseñaron que en la peninsula iberica solo habia cabras y conejos, menos al noreste, donde habitabamos nosotros, la raza superior catalana.
Un buen dia, un catalán iba andando por el Ebro y se cayó al rio. Salió como pudo pero en el lado contrario, en el de las cabras y conejos. Entonces, asustado le vino un retortijón por los nervios y ahí mismo expulsó un truño muy jrande y feo. Se lo quedó mirando un buen rato y dijo, Oh! que gran obra he creado, lo voy a llamar.... español!!, El cagarro tomó vida y se reprodujo, habitando la peninsula y robandonos los impuestos.
Y eso es verdad porque lo he estudiado en el cole, vale?
Reconstruir la vida en la península es una tarea apasionante. Podríamos convertir muchos lugares en grandes centros de investigación del pasado de la humanidad.
Por ejemplo Atapuerca
Durante miles de años fuimos nómadas y ahora estamos "encerrados" en fronteras. Curioso invento el de las fronteras. ienso:
En el Mesolítico no llega la agricultura sino que es después, ya en pleno neolítico hacia el 4500 a.c en la península ibérica por pobladores venidos desde oriente con casi toda probabilidad. Teoría traída por el difusionismo pero que es prácticamente aceptada por la comunidad científica . Estos tipos no eran agricultores.
Eso de que la Teoría del Difusionismo es prácticamente aceptada por la comunidad científica es una mentira y además muy subida de peso :
Me parece que en historia también hace falta una gran revisión de los conceptos que manejamos para poder entender de qué hablamos.
Para que me entiendan los que no hayan oído hablar de "difusionismo", lo que has dicho equivale a decir que "la existencia de un solo dios está prácticamente aceptada por la comunidad religiosa universal" . Tanto los "religiosos" que aceptan el monoteísmo, como los "científicos sociales" que explican el mundo mediante las teorías "difusionistas" son tan solo una versión de las teorías existentes, y además una versión muy anticuada de ver el problema. En el caso del monoteísmo, ya nadie duda de que es imposible una demostración empírica de la cuestión de dios. Los difusionistas hace tiempo que han sido olvidados porque ese modelo explicativo se ha demostrado que es insuficiente:
A mediados del XX los estudios sobre la aculturación y el modelo cultural reemplazaron a la difusión. El concepto de difusión desempeña sólo un papel secundario.
Recientemente se ha desarrollado la antropología teórica que trata de explicar los procesos contemporáneos de globalización cultural y corrientes de cultura tras*nacional (“antropología del lugar”). Intenta entender y explicar cómo las formas de cultura dominante son “impuestas, inventadas, trabajadas y tras*formadas”. Para ello, cada orientación etnográfica debe estudiar las interrelaciones de la cultura, el poder y el espacio en que se desarrolla.
A pesar de que el difusionismo tiene sus raíces en la antropología, la arqueología y la geografía cultural, la investigación moderna relacionada con el proceso de difusión se ha traspasado desde estas áreas a los estudios de economía agraria, educación, geografía económica, historia, ciencias políticas y sociología rural, disciplinas en las que (salvo en la historia) la investigación observa a las sociedades para dilucidar cómo pueden recibir influencias para innovar y predecir los resultados de estas intervenciones.
Suponer que un descubrimiento de realiza en un solo lugar y de ahí se difunde al resto, es una concepción muy ingenua de lo que significa el avance tecnológico y la importancia que la vida sociocultural de la comunidad tiene para que dicho progreso pueda tener lugar.
Claude Lèvi Strauss lo explica muy bien en este texto:
8 Azar y civilización
En los tratados de etnología —y no en pocos— se lee que el hombre debe el conocimiento del fuego al azar de un rayo o al incendio de una maleza; que el descubrimiento de un ave accidental- mente asada en esas condiciones, le reveló la cocción de los alimentos; que la invención de la cerámica resulta del olvido de una bolita de arcilla en la proximidad de un hogar. Se diría que en un prin- cipio, el hombre habría vivido en una especie de edad de oro tecnológica, donde las invenciones se cosechaban con la misma facilidad que las frutas o las flores. Al hombre moderno le serían reservadas las fatigas de la labor y las iluminaciones del genio.
Esta visión infantil proviene de una total ignorancia de la complejidad y diversidad de las opera- ciones implícitas en las técnicas más elementales. Para fabricar una herramienta tallada eficaz, no basta con golpear contra una piedra hasta que eso salga; nos hemos dado bien cuenta de ello el día que intentamos reproducir los principales tipos de herramientas prehistóricas. Entonces —observando la misma técnica que aún poseían los indígenas— descubrimos la complicación de los procedimientos indispensables que van a veces hasta la fabricación preliminar de verdaderos «aparatos de cortar»: martillos con contrapeso para controlar el impacto y su dirección, dispositivos amortiguadores para evitar que la vibración haga estallar en pedazos el resto del objeto.
Se necesita además un vasto conjunto de nociones sobre el origen local, los procedimientos de extracción, la resistencia y la estructura de los materiales utilizados, un entrenamiento muscular apropiado, el conocimiento de la «habilidad manual», etc. En una palabra, una verdadera «liturgia» que corresponde mutatis mutandi a los diversos capítulos de la metalurgia.
De igual manera, los incendios naturales pueden a veces quemar o asar, pero es muy difícil con- cebir (excepto los casos de fenómenos volcánicos cuya distribución geográfica es limitada) que ha- gan hervir o cocer al vapor. Ahora bien, estos métodos de cocción no son mucho menos universales que aquéllos, por lo tanto no hay razón para excluir el acto inventivo que ciertamente se ha requerido para los últimos métodos, cuando se quieren explicar los primeros.
La alfarería ofrece un excelente ejemplo porque una creencia muy extendida, mantiene que no hay nada más simple que horadar un terrón de arcilla y endurecerlo al fuego. Inténtelo. Primero hay que encontrar arcillas apropiadas para la cocción. Pero si para este fin se necesita un gran número de condiciones naturales, ninguna será suficiente porque ninguna arcilla sin mezclar con un cuerpo iner- te, elegido en función de sus características particulares, daría después de la cocción un recipiente utilizable. Hay que elaborar las técnicas de modelado que permiten realizar la hazaña de mantener en equilibrio durante un tiempo apreciable y de modificar a la vez, un cuerpo plástico que no se «tiene». En fin, hay que descubrir el combustible concreto, la forma del hogar, el tipo de calor y la duración de la cocción que permiten nacerlo sólido e impermeable, a través de todos los escollos, crujidos, desmoronamientos y deformaciones. Podríamos multiplicar los ejemplos.
Todas estas operaciones son demasiado numerosas y complejas para que el azar pueda tenerlo en cuenta. Cada una de ellas, tomada aisladamente, no significa nada. Sólo su combinación imaginada, deseada, procurada y experimentada puede producir el logro. El azar existe sin duda, pero no da nin- gún resultado por sí solo. Durante dos mil quinientos años más o menos, el mundo occidental ha co- nocido la existencia de la electricidad —descubierta sin duda por azar—, pero este azar hubiera que- dado estéril si no es por los esfuerzos intencionados y dirigidos por las hipótesis de los Amperio y los Faraday.
El azar no ha desempeñado un papel mayor en la invención del arco, el bumerang o la cerbatana, en el nacimiento de la agricultura y la ganadería, como en el descubrimiento de la penicilina —del que se dice por lo demás, que no ha estado ausente. Debemos por lo tanto distinguir con cuidado la tras*misión de la técnica de una generación a otra, hecha siempre con una facilidad relativa gracias a la observación y la práctica cotidiana, y a la creación o mejora de las técnicas en el seno de cada generación.
Estas técnicas siempre suponen el mismo poder imaginativo y los mismos es- fuerzos encaminados por parte de ciertos individuos, sea cual sea la técnica particular que hayamos visto. Las sociedades que llamamos primitivas son más ricas en Pasteur y Palissy que las otras.
Volveremos a encontrarnos con el azar y la posibilidad dentro de poco, pero en otro sitio y con otra función. No los utilizaremos para explicar con desgana el nacimiento de invenciones ya preparadas, sino para explicar un fenómeno que se sitúa en otro nivel de la realidad: a saber, que pese a una dosis de imaginación, de invención, de esfuerzo creador, que por supuesto, cabe suponer hay más o menos constante a lo largo de la historia de la humanidad, esta combinación no determina mutaciones culturales importantes excepto en determinados periodos o lugares, porque para llegar a este resultado, los factores puramente psicológicos no son suficientes: primero éstos deben encontrarse presentes, con una orientación similar y en un número suficiente de individuos para que el creador sea rápidamente confirmado por un público. Y esta condición depende a su vez de la reunión de un número considerable de otros factores de naturaleza histórica, económica y sociológica.
Para explicar las diferencias en el curso de las civilizaciones, tendríamos que recurrir a conjuntos de causas tan complejas y discontinuas que serían incognoscibles, bien por razones prácticas o incluso por razones teóricas como la aparición, imposible de evitar, de perturbaciones asociadas a las técnicas de observación.
Efectivamente, para desenredar una madeja de hebras tan numerosas como apretadas, lo menos que se podría hacer es someter a la sociedad considerada (y también el mundo que la rodea), a un estudio etnográfico global y de cada momento. Sin precisar siquiera la enormidad de la empresa, sabemos que los etnógrafos, que sin embargo trabajan a una escala infinitamente más reducida, están con frecuencia limitados en sus observaciones por cambios sutiles, cuya sola presencia es suficiente para introducirlos en el grupo humano objeto de su estudio. En las sociedades modernas, sabemos también que los polls de opinión pública, uno de los medios más eficaces de sondeo, modifican la orientación de esta opinión por el mismo hecho de su uso, que pone en juego en la población un factor de reflexión sobre ella misma ausente hasta ahora.
Esta situación justifica la introducción de la noción de probabilidad en las ciencias sociales, presente desde hace mucho ya en algunas ramas de la física o la termodinámica, por ejemplo. Volveremos a ello.
De momento bastará con recordar que la complejidad de los descubrimientos modernos, no resulta de una mayor frecuencia o mejor disponibilidad del genio de nuestros contemporáneos. Todo lo contrario, puesto que hemos reconocido que a través de los siglos, las generaciones, para progresar, sólo tenían necesidad de añadir un ahorro constante al capital legado por las generaciones anteriores. Las nueve décimas partes de nuestra riqueza se deben a ellas, e incluso más, si, al igual que nos hemos entretenido en hacerlo, evaluamos la fecha de aparición de los principales hallazgos con relación a aquella aproximada del comienzo de la civilización. De este modo constatamos que la agricultura nace en el curso de una fase reciente, correspondiente al 2 por 100 de este periodo; la metalurgia al 0,7 por 100; el alfabeto al 0,35 por 100; la física galilea al 0,035 por 100, y el darwinismo al 0,009 por 1001. La revolución científica e industrial de Occidente se inscribe toda ella en un periodo igual a una semi-milésima más o menos, de la vida pasada de la humanidad. Por lo tanto, hay que mostrarse prudente antes de afirmar que esta revolución está destinada a cambiar totalmente el sentido.
No es menos cierto —y es la expresión definitiva que creemos poder dar a nuestro problema—, que con el intercambio de invenciones técnicas (y de reflexión científica que las hace posibles), la civilización occidental parece más acumulativa que las otras. Que después de haber dispuesto del mismo capital neolítico inicial, ésta haya sabido aportar mejoras (escritura alfabética, aritmética y geometría), algunas de las cuales por lo demás, ha olvidado rápidamente, pero que tras un estancamiento, que en conjunto abarca dos mil o dos mil quinientos años (desde el primer milenio antes de la era cristiana hasta el siglo XVIII aproximadamente), la civilización se revela de repente como el germen de una revolución industrial que por su amplitud, su universalidad y por la importancia de sus consecuencias, sólo la revolución neolítica le había ofrecido un equivalente en otro tiempo.
Por consiguiente, dos veces en la historia y con un intervalo de cerca de dos mil años, la humanidad ha sabido acumular una multitud de invenciones orientadas en el mismo sentido. Y este número por un lado, y esta continuidad por otro, se han concentrado en un lapso de tiempo corto para que se operen grandes síntesis técnicas; síntesis que han supuesto cambios significativos en las relaciones que el hombre tiene con la naturaleza y que, a su vez, han hecho posible otros cambios. La imagen de una reacción en cadena provocada por cuerpos catalizadores, permite ilustrar este proceso que hasta ahora, se ha repetido dos veces y solamente dos, en la historia de la humanidad. ¿Cómo se ha producido esto?
En primer lugar, no hay que olvidar otras revoluciones que presentando los mismos caracteres acumulativos, han podido desarrollarse en otros lugares y en otros momentos, pero en ámbitos distintos de la actividad humana. Nosotros ya hemos explicado por qué nuestra propia revolución industrial, con la revolución neolítica (que le ha precedido en el tiempo, aunque se debe a las mismas preocupaciones), son las únicas que pueden parecemos tales revoluciones ya que nuestro sistema de referencia permite medirlas. Todos los demás cambios que ciertamente se han producido, aparecen únicamente de forma fragmentada, o profundamente deformados. Para el hombre occidental molerno no pueden tener sentido (en todo caso no todo el sentido); incluso para él pueden ser como si no existieran.
En segundo lugar, el ejemplo de la revolución neolítica (la única que el hombre occidental moderno consigue representarse con bastante claridad), debe inspirarle alguna modestia por la preeminencia que podría estar tentado a reivindicar en beneficio de una raza, una región o un país. La revolución industrial nace en Europa occidental, después aparece en Estados Unidos, después en Japón y en 1917 se acelera en la Unión Soviética; mañana sin duda surgirá en otro sitio. De la mitad de un siglo al otro, arde con un fuego más o menos vivo en uno u otro de sus centros. ¿Qué es de las cuestiones de prioridad, a escala de milenios y de las que nos enorgullecemos tanto? Hace mil o dos mil años aproximadamente, la revolución neolítica se desencadenó simultáneamente en la cuenca egea, Egipto, el Próximo Oriente, el valle del Indo y China. Después del empleo del carbón radiactivo para la determinación de periodos arqueológicos, sospechamos que el neolítico americano, más antiguo de lo que se creía hasta ahora, no ha debido comenzar mucho más tarde que en el Antiguo Mundo. Probablemente tres o cuatro pequeños valles podrían reclamar en este concurso una prioridad de varios siglos. ¿Qué sabemos hoy? Por otro lado, estamos ciertos de que la cues- tión de prioridad no tiene importancia, precisamente porque la simultaneidad en la aparición de los mismos cambios tecnológicos (seguidos de cerca por los cambios sociales), en territorios tan vastos y en regiones tan separadas, demuestran claramente que no se deben al genio de una raza o cultura, sino a condiciones tan generales que se sitúan fuera de la consciencia de los hombres. Luego estamos seguros de que si la revolución industrial no hubiera aparecido antes en Europa occidental y septentrional, se habría manifestado un día en cualquier otro punto del globo. Y si, como es probable, debe extenderse al conjunto de la tierra habitada, cada cultura introducirá tantas contribuciones particulares, que el historiador de futuros milenios considerará legítimamente fútil la cuestión de saber quién puede, por un siglo o dos, reclamar la prioridad para el conjunto.

Una vez expuesto esto, nos hace falta introducir una nueva limitación si no a la validez, por lo menos al rigor de la distinción entre historia estacionaria e historia acumulativa. No sólo esta distinción es relativa a nuestros intereses, como ya lo hemos señalado, sino que nunca consigue ser clara. En el caso de las invenciones técnicas, es bien cierto que ningún periodo y ninguna cultura son total- mente estacionarias. Todos los pueblos poseen y tras*forman, mejoran u olvidan técnicas lo bastante complejas como para permitirles dominar su medio, y sin las cuales habrían desaparecido hace mu- cho tiempo. La diferencia nunca se encuentra entre la historia acumulativa y la historia no acumulati- va; toda historia es acumulativa, con diferencias de gradación.
Sabemos, por ejemplo, que los antiguos chinos y los esquimales habían desarrollado mucho las técnicas mecánicas, y les ha faltado muy poco para llegar al punto en que «la reacción en cadena» se desata, determinando el paso de un tipo de civilización a otro. Ya conocemos el ejemplo de la pólvora: los chinos habían resuelto, técnicamente hablando, todos los problemas que creaba, excepto el de su uso a la vista de los resultados masivos. Los antiguos mejicanos no desconocían la rueda, como a menudo se dice; la conocían tan bien como para fabricar animales con ruedecillas para los niños. Les hubiera bastado un paso más para atribuirse el carro.
Así las cosas, el problema de la rareza relativa (para cada sistema de referencia) de culturas «más acumulativas» en relación con culturas «menos acumulativas», se reduce a un problema cono- cido que depende de un cálculo de probabilidades. Es el mismo problema que consiste en determinar la probabilidad relativa de una combinación compleja en relación con otras combinaciones del mis- mo tipo, pero de menos complejidad. En la ruleta por ejemplo, una serie de dos números consecutivos (7 y 8, 12 y 13, 30 y 31), es bastante frecuente; una de tres números es ya rara; una de cuatro lo es mucho más. Y de un número increíblemente elevado de intentos, sólo una vez quizá se realizará una serie de seis, siete u ocho números conforme al orden natural de los números. Si fijamos nuestra atención exclusivamente en series largas (por ejemplo si apostáramos a series de cinco números con- secutivos), las series más cortas serían para nosotros equivalentes a series no ordenadas; significa olvidar que ellas no se distinguen de las nuestras más que por el valor de una fracción, y que conside- radas desde otro ángulo, posiblemente presentan también grandes regularidades.
Llevemos más lejos aún nuestra comparación. Un jugador que tras*firiera todas sus ganancias a series cada vez más largas, podría desanimarse por no ver aparecer jamás en miles o millones de ve- ces la serie de nueve números consecutivos, y pensar que hubiera hecho mejor retirándose antes. No obstante, puede ocurrir que otro jugador, siguiendo la misma fórmula de apuesta aunque con series de otro tipo (por ejemplo, un cierto ritmo de alternancia entre rojo y neցro, o entre par e impar), ob- tuviera combinaciones significativas cuando el primer jugador no recogía más que desorden.
La humanidad no evoluciona en sentido único. Y si en un plano determinado parece estacionaria o hasta regresiva, no quiere decir que desde otro punto de vista, no sea la sede de importantes tras*formaciones.
Cuando nos interesamos por cierto tipo de progreso, reservamos el mérito a las culturas que lo realizan en mayor nivel, y nos quedamos indiferentes ante las otras. Por eso el progreso no es más que el máximo de los progresos en el sentido predeterminado por el gusto de cada uno.
Eso es porque los ibéricos del mesolítico descendían de los cromagnon, quienes a su vez son los antepasados de los "nórdicos", que desde el sur, repoblaron el norte de Europa durante la desglaciación. Esto da más consistencia a la idea de que los cromagnon eran de haplogrupos I, no de haplogrupos R1b como se creía hace unos años (los R1b llegaron durante el neolítico). La población más similar a los antiguos cromagnon serían los suecos modernos, no los vascos modernos como se decía hasta hace no mucho.
Bueno, los suecos modernos son una mezcla de esos cromañon del Mesolítico, y de otros pobladores llegados en el Neolítico. Y el componente genético de esos pobladores del Mesolítico, encontrado en dos muestras encontradas en La Braña en España, tiene su pico más alto entre los saami:
Y hablando de los saami, a pesar de ser el pueblo aborigen de Europa y el más parecido a aquellos cromañones de La Braña se les ha puteado todo lo que se ha podido: los suecos les impusieron el cristianismo luterano, les expropiaron tierras, los esterilizaban y ahora la OTAN anda haciendo pruebas de bombardeos en sus tierras. Los finlandeses también los consideraban inferiores y los trataban peor que al resto, al igual que los nazis, que cuando ocuparon sus tierras los usaron como mano de obra esclava y violaron a bastantes mujeres. Los gente de izquierdas también amaron a la comunidad saami rusa con la colectivización y la colonización con rusos y otros pueblos realojados allí.
Correcto, pero en Suecia tienden a predominar los linajes "cromagnones", que serían los I, frente a los neolíticos como el R1b, R1a, J, G, etc. La imagen (bastante estereotipada y exagerada) del sueco como alto, rubio, dolicocéfalo y de ojos azules, se refiere al tipo cromagnon. El haplogrupo paterno más común de los saami es el N1c. El único nexo que podría existir entre los saami y los antiguos cromagnones es el haplogrupo materno U5b.
Según los restos analizados de cromañones del Mesolítico en España, el grupo actual más similiar es el saami, seguidos a mucha distancia de finlandeses, rusos del norte y otros grupos de la zona.
Los únicos pueblos aborígenes de Europa son los cromagnon y los neandertales. Los cromagnon son los antepasados de las poblaciones germánicas y morfológicamente sus mayores similitudes craneales modernas se encuentran entre escandinavos e ingleses. Los neandertales dejaron herencia genética en toda Eurasia y probablemente los que tienen más "sangre neandertal" son grupos de Armenia, Kurdistán, Siria y los Balcanes.
Por pueblo aborígen me refiero al más parecido a los pobladores que habitaban Europa antes de las migraciones neolíticas, que son los saami al ser los más parecidos a los dos individuos encontrados en La Braña (que también tenían ascendencia neandertal, como todos los euroasiáticos).