A mí me convocaron, dos veces. Las dos veces lo que hice fue ir, el primero, esperar a que llegaran los demás. Cuando dijeron que faltaba un vocal, simplemente, me eché para atrás y me puse cerca de la puerta. Preguntaron por los suplentes, pero no hay legislación al respecto de no contestar (imagino o, así pensé para mi descargo) que habría mudos que no pudieran decir que eran suplentes.
Ante tal situación, tomaron al primero que llegó. Yo, me retiré sin decir nada. Ningún problema legal, aunque sí algún problema por mi natural honradez y preocuparme por la suerte del pringado al que pillaron -primer votante que tuvieran a tiro-. Afortunadamente, para mí, fue un vecino que, incluso, me comentaba que tuvo suerte aquel día, pues de otra manera, no hubiera podido salir de casa según su mujer... y así, veía mundo... según me dijo. Casi estuve por decirle que me devolviera el puesto, pero, pensé... no tengo derecho a quitarle su infierno.
Me fui, satisfecho por haber contribuído a la fiesta de la democracia y, por tanto, me fui a celebrarlo a los bares cercanos, en donde coincidimos muchos de la fiesta de la democracia, votaran o no o sí (en blanco o poniendo en la papeleta algún insulto o verdad, que puede ser compatible).
Recuerdo aquel día, incluso hoy, pasados cuarenta años... aunque sigan diciendo lo de fiesta de la democracia... No, no era así, no es así. Es, simplemente, y cada vez más, el lugar o día en el que eliges a tus verdugos, en el caso de votar, o en el lugar en los que no eres capaz ni de decir quiénes son, en el caso de no hacerlo.