Mi experiencia con LSD en Holanda. [Tocho]

Markkus

Madmaxista
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Tercios Viejos de Infantería Española.
Sucedió ya hace algún tiempo pero de todas formas me gustaría compartir las primeras partes. :D


Aclaración a modo de preámbulo.

Inicialmente mi intención no era otra que redactar un pequeño texto con una breve pero detallada síntesis de la rica experiencia interior que previsiblemenete provocaría la ingesta de LSD. Tal propósito se ha visto frustrado como consecuencia de una evidente minusvaloración por mi parte de los poderosos efectos derivados de su consumo y las sobrevenidas indelebles consecuencias. Tal es así que concluido el dionisíaco éxtasis de mi experiencia, heme aquí, movilizado por las fuerza del espíritu para guardar un minucioso registro escrito de vivencias que, por su naturaleza, pertenecen a una esfera poco sujeta a dejarse atrapar por los dominios de lenguaje humano. En respeto a la privacidad, permítaseme la licencia de omitir en la narración hechos y detalles cuya incumbencia sólo concierne a sus portadores.



I​


De acuerdo a la sistematización socialmente imperante del tiempo era viernes, día décimo del corriente mes. Lo que para mí no significaba sino que me encontraba frente al final del oscuro túnel semanal que divide el tiempo en dos categorías, a saber: horas laborables y horas de ocio. Necio y técnico eufemismo éste que no contribuía sino a enajenar la realidad para ocultarnos en qué momentos somos libres y en cuáles esclavos. La esclavitud consciente es una crisis constante como consecuencia de una irresoluta contradicción entre lo que hacemos y lo que nos gustaría hacer. Un puente tendido entre nuestra posición, y aquella que deseamos alcanzar; más aún, el puente simboliza aquello que ya somos y aquello que nos gustaría ser. El camino hacia la consecución de nuestros deseos se haya plagado de mortíferas trampas que con discurrir del tiempo ponen a prueba nuestra inquebrantable voluntad, amenazando de tal modo nuestra esencia interior con el fallecimiento de la misma en manos del conformismo. El vil y cómodo conformismo confeccionado en pulcras y caras prendas cosidas por la aguja hipócrita que adorna nuestro gigante y despiadado ego. El mío en aquellos instantes se encontraba pendiente del reloj instalado en la centralidad de la pared derecha del taller en el que trabajaba. Tenía ganas de largarme, de descansar y de abordar la tarde con el más jovial ánimo que tengo y que procuro racionalizar, para vivir aquellas ocasiones especiales de acuerdo a los principios que rigen la existencia del hombre-poeta. La suerte está de mi lado: con su frecuencia semanal de cada viernes, el horario estipulado de salida del tajo se produce dos horas antes de la habitual.

Ya me estaba relamiendo, y no era para menos: aquella tarde bien podía producirse un terremoto o acaso el mísmismo diluvio que nuestro grupo se encontraría presto a contemplar la catástrofe puestos hasta el ojo ciego de lo que nos gusta y entretiene, siendo esta vez introducida una nueva variante: LSD.

Cansado, tras dos decenas de horas sin dormir y con un apetito voraz apenas irrefrenable llego al parking de la empresa. El poco agraciado sol holandés foguea sus calurosos rayos. Le extrañaba; y es que es en días como estos en los que apetece más que nunca degustar un buen verde disfrutando del placer que la conducción brinda. Tras más de media hora de tiempo muerto entre atascos, aunque jovialmente vivo a causa del cannabis, llego a Rotterdam con más hambre aún. Decido entonces parar cerca de un KFC dispuesto a inundar mis intestinos de la deliciosa y grasienta comida que sirven. Luego del manjar, decido efectuar dos estratégicas paradas más. La primera tiene lugar en un supermercado local, pues necesito proveerme de bebida y algo de comida. La segunda y crucial tiene lugar en el coffe cercano a mi apartamento; allí pertrecho mi mochila de ochenta euros en cannabis: amnesia, royal y dos abultadas piedras de hachís afgano. Con los deberes hechos sólo me resta retirarme a mi cueva con el propósito de descansar por varias horas.



II​

La alarma, programada para sonar a las ocho de la tarde cumple su cometido. Me despierta e instintivamente compruebo que, efectivamente, los míos están ya preparados: me sondean sobre a qué hora llegar. Les contesto que en medio hora estaré disponible. Alex, el ruso, me informa que ya está provisto el leitmotiv de nuestra reunión. Le digo que bien, que de querida progenitora y que se venga rápido que todo está preparado. Decido preparar el camino al viaje por medio de más cannabis; su suculento aroma envuelve el cuarto de baño y es que para mí es costumbre acompañar el tradicional placer del aseo personal con el del cannabis.

Apenas había concluido el ritual de la higiene cannábica cuando cruza mis tímpanos el sonido del telefonillo anunciado la llegada del primer compañero de viaje. Estoy impaciente, y lo sé. Sintiendo cómo los nervios ante lo desconocido agitan mi sistema nervioso, intento atemperar mi espíritu rememorando fugazmente lo que han sido mis veintisiete años de existencia. En los momentos vividos, y en los que quedan por vivir. En lo aprendido y en lo que queda por aprender. En el camino recorrido y en el que queda por recorrer. Y sobre todo, por el venidero viaje. Tiro de Becquer -compañero no sólo de nacionalidad sino de espíritu- para recitar mentalmente algunos versos grabados ya en mi conciencia:



Hoy como ayer, mañana como hoy,
¡y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
y andar... andar.​


Y es que los primeros destellos de la que es una inédita experiencia empiezan a estimular mi curiosidad y expectación. Con Paco de Lucia en el compact de fondo, empiezan a llegar en breves intervalos los camaradas. Alex, el bohemio ruso, es el primero de todos. Le siguen, Daen, el músico; Carlo, el estudiante de Arte; Freddy el bohemio loco; y Annemijn, la dulce e inquieta joven mujer cuya pasión por la filosofía sólo se ve contrastada por la grave sexualidad que nos incita a querer poseerla. Ella lo sabe, y creo que juega con sus femeninos encantos a sabiendas del respeto que suviril estampa nos produce. Ahmed, que es de ascendencia jovenlandés y siempre portador de un espíritu agitado se retrasa, nos dice que está ocupado y que se pasará más tarde advirtiéndonos burlescamente de que dejemos algo para él.

Tras las amistosas salutaciones y una breve charla decidimos entrar en materia a la mayor brevedad. No hace falta expresarlo, pues todos lo sabemos. Quizá porque nos conocemos bien; o quizá porque en el ambiente flota la impresión conjunta de la impaciencia, de los nervios y de la expectación. En un sentido estricto, esta no es una reunión de amigos: es una reunión de viajeros que quieren acometer con la odisea de lo desconocido, más allá de los umbrales de la conciencia consciente. El regusto a libros de psicología y literatura underground es latente. Leemos los mismos libros, nos extasiamos con el mismo arte y lo hacemos bajo un método muy similar. Son estas amistades que escapan a los vagos y pasajeros intereses materiales, y por tanto circunstanciales; son amistades gravadas por la pertenencia a un espíritu común que ensambla historias individuales tan dispares como nuestra procedencia. !Ah! La humanidad. Cicerón supo definir con la habitual sabiduría clásica la razón de estos encuentros entre iguales: Si fuera la utilidad la que aglutinara las amistades, cuando desapareciera ésta se disolverían; pero como lo naturaleza no puede cambiar, los amigos verdaderos son eternos

Tomando asiento en los sofás ubicados alrededor de la mesa del comedor, confirmamos el protocolo: nos quedaremos recluidos en mi apartamento por lo menos hasta la tarde del día siguiente; uno de nosotros, escogido por azar, se abstendrá de probar el ácido si bien podrá fumar y beber a su gusto; a lo largo del viaje intentaremos intervenir colectivamente a través de medios de expresión exclusivamente artísticos, a saber, música, filosofía, pintura, cine o psicología. Si alguno se encuentra mal debe hacerlo saber con prontitud. Freddy lanza la pregunta: ¿estáis todos seguros? ahora es el momento de continuar, o si es preciso de retirarse. Nadie discrepa, ergo continuamos.

Luego de informarnos de los cometidos realizados para hallar el mejor éxtasis de Holanda, Alex procede a repartir las dosis. Sobra decir que a estas alturas ya conocíamos de manera teórica qué nos podía ofrecer el LSD. Como supe posteriormente, algunos habían incluso interrogado a sus padres -viejos provos, producto nacional hippie- sobre la materia; otros nos bastábamos con haber leído desde edades tempranas a los precursores del inconformismo y la búsqueda de nuevas vías. La fascinación que la literatura beat puede producir en espíritus jóvenes, rebeldes y con sangre contestataria sólo puede ser sublimada con la sabiduría y perspectivas que los pilares de la madurez aportan a la agitación nerviosa de espíritus iconoclastas.

Estábamos cerca del gran momento. Nos hallábamos con una dosis individual en la mano y con dos joints pasando de mano en mano. Cruzábanse nuestras miradas denotando una voluntad de querer conocer el estado mental del resto. Por mi parte, estaba sereno dentro de ciertos límites; afanándome por liberarme de mi carácter con el propósito de una óptima desconexión del ego. Fue en esas cuando un veloz impulso nervioso, apenas traducido al campo de la conciencia llevóme a pedirle a Alex que me diera otra dosis. Sin proferir palabra, pero interrogándome visualmente, le expliqué que iba a tomar una dosis y media, que sólo hay una primera vez. Alex cedió; sucediéndose pocos instantes después el punto de partida de aquel genuino viaje.

Para entonces ya habíamos cambiado de melodías; la guitarra flamenca de Paco de Lucia había dejado de sonar para abrir paso a L. A. Woman. Morrison y su banda nos conducían a través de las constantes exhalaciones del aromático quemar del hachís. Empezaba a notar cómo mis sentidos, profundamente agudizados por el cannabis empezaban a desplazarse entre el órgano de Manzarek, las risas que se sucedían y los gente de izquierdas ojos de Annemijn. Cada uno se entretenía por su cuenta. Freddy escuchaba música. Alex, con su concentración habitual releía a Blake. Carlo y yo discutíamos acerca de qué música escoger para los primeros momentos efectivos del viaje. Y Daen por su parte encendió la televisión para entretenerse con un documental del National Geographic. De vez en cuando yo ojeaba el reloj en un vano intento por pretender acelerar el paso del tiempo.



III​

El momento llegó aproximadamente treinta y cinco minutos después de que el ácido se deshiciera en mi boca. Empecé a notar cómo la intensidad de los sonidos aumentaba, al tiempo que mi plano visual se difuminaba ligeramente. Dejé entonces de prestar consciente atención a lo que sucedía a mi alrededor para concentrarme en la música. Proféticamente, el blues de Morrison inundaba mi cabeza de su melodía.



Keep your eyes on the road,
Your hands upon the wheel.
Keep your eyes on the road
Your hands upon the wheel.​


Cada nota, cada acorde y cada palabra hallaba su consecuente reacción en mi interior contribuyendo a agitar con su ritmo mi cuerpo y mente. En los venideros momentos la intensidad de mis percepciones aumentó. El suelo se movía como si de un terremoto se tratase, el eco de los sonidos se esparcía por toda la estancia y las luces del techo aumentaron súbitamente de intensidad. Supe entonces que el viaje había comenzado, haciéndolo saber.

- Tíos, estoy despegando. Estoy despegando, jorobar. Esto sube, sí, jorobar.


La euforia colectiva se instaló de forma definitiva. Tal vez fuera debido a la abundancia de cannabis consumido; acaso se tratara de un contagio masivo el hecho es que con el tras*curso de, calculo apenas media docena de minutos todos excepto el guía, Freddy, nos encontrábamos en trance poseídos por el ácido. Comenzamos a reír, entre bromas. Annemijn continuó mi interpretación, haciendo saber que ella también estaba despegando. Alguno coló la gracia de que él era Andreas Lubitz, que por favor nos retiráramos al baño. Freddy, sólo colocado por el cannabis empezó a leernos a Blake. Su pasión en el recite de los versos imprimía a la situación una estampa profundamente mágica, acaso de chaman invocando a los espíritus. Lo cierto es que podía empezar a visualizar mentalmente escenas evocadas por los poderosos versos. Cada rima tenía su contraparte en una escena mental. Ora un soleado campo de maíz cubierto por un azulado cielo, ora la roja sombra de la pasión materializada en carne.

El tiempo se sucedía, apenas dejándose medir; los efectos eran cada vez más intensos. Fue entonces cuando, confieso empecé a acojonarme. En mi mente no cesaban de sucederse pensamientos e imágenes que no podía controlar. Acudían a mi nociones de hechos pretéritos observados desde el exterior. Eran poderosamente expresivos de quién era yo y en qué ocupaba mi tiempo. La incomodidad de tal escena residía en que quien estaba al mando no podía definirse como la construcción psicología que supone el yo. Empezaba a temer un mal viaje. Pensé que me había pasado con la dosis y que estaba frente a las puertas del infierno. No había una salida a la sucesión de pensamientos para concentrarme en el presente. Pensé entonces en todo lo que había leído respecto a este momento. Pensé en mis estudios de psicología, en Jung y en Cooper. Traté de crear una conexión mental que me remitiera a la llave que abre el mundo del subconsciente. Estaba buscando una aguja en una habitación poseída por la oscuridad. Mi cabeza iba por separado. Temiendo no encontrar salida me retiré al baño con el propósito de refrescarme. En cuanto me levante advertí gravemente que el viaje iba más en serio de lo teóricamente concebido. La habitación daba vueltas, la atmósfera acústica provocada por la música era electrizante, hasta el punto de ser lo único que podía escuchar. De camino al baño, el pasillo adquirió un aspecto laberíntico. La puerta de acceso al mismo se tornaba lejana, inasible. Cerré los ojos y haciendo acopio de fuerzas trace el recorrido que mentalmente se hallaba grabado. Ya en la estancia las luces mutaban de tonalidad y posición. El espejo reflejaba un rostro henchido de desesperación por lo aciago de las circunstancias. Abrí el grifo, quedándome embobado con el discurrir del agua. La percepción es confusa, visualmente no se corresponde al tacto que produce en mis manos. Ignoro cuánto tiempo estuve sumergiendo mi rostro en el agua, para entonces la medición del mismo me había abandonado. Hallábame ahora en un estado gozoso. No sentía nada, sólo tranquilidad y una leve euforia canalizada mentalmente en repetir mentalmente, una y otra vez, la melodía del blues.

Fue Freddy quien, preocupado por mi larga ausencia, me rescató de aquel inmóvil estado. Siquiera ahora, con los recuerdos todavía remotamente frescos soy incapaz de hallas las palabras adecuadas para definir cuál era a la sazón mi estado. Puedo decir que había recobrado el jovial ánimo con que me propuse enfrentar el viaje. Trato de asociar el inicial malestar del viaje a la falta de experiencia; entiéndase, carecía de todo patrón para ajustar mi conducta a las nuevas circunstancias. Estaba a merced de fuerzas subyacentes cuyo contenido debía integrar en mí. Ignoro el método, pero lo cierto es que lo logré. Si bien la celeridad de pensamientos seguía sucediéndose, la diferencia oscilaba entre el interés que podían suscitarme y lo profundo que quisiese ir.

Mi visión se había trocado: ya no veía con los mismos ojos ni escuchaba con las misma orejas. Sentía una profunda y rebosante energía; entendí, de forma intuitiva que debía canalizarla a través de mi inteligencia. Busqué a Annemijn, nuestra particular Lou Salomé; contemplé su estampa más bella que nunca. Sus rubios cabellos desplegábanse tras su cabeza para fundirse en una sucinta coleta. Su luminoso rostro, alcanzaba la más hermosa perfección en sus dos fogosos zafiros. Y sus cejas eran picos, cuya cumbre no era sino su despejada y diminuta frente. Su melosa voz, me tras*mitía serenidad; eran sus palabras suaves olas que mecían una agitada embarcación, deseosa de navegar turbulentos mares. Era ella un eminente arquetipo de feminidad. Por leves instantes conseguí intelectualizar mi instintiva reacción: quería protegerla, cuidarla. Aquella magna sensación, de fisiología profundamente animal más envueltas en las prendas del raciocinio me fascinó. Ella, en cuanto que mujer infundía en mí un atávico respeto. A mi mente acudía el rostro de Atenea, desnuda, mujer y Diosa. Recordé que Nietzsche asociaba a la mujer a la Verdad. Le pedí que me hablara de Nietzsche.

-Ann, ¿cuándo matamos a Dios?

Annemijn comenzó a narrarme los puntos claves de la filosofía nietzscheana; filosofía ya conocida por mí pero cuya narración durante el viaje inspirábame imágenes vivamente gráficas. Sus palabras eran un poderoso caudal cuyas aguas desembocaban en mi interior. Todo cuanto había leído desde mis quince años comenzaba a cobrar forma, tonalidad y rostro. Expresiones vivas, cuya danza en torno al fuego de la música subían en intensidad y volumen. Dejé entonces de prestarle atención para seguir a mi guía interior. Confié en su voluntad para dejarme llevar por las visiones. Conceptos nietzscheanos como voluntad de poder, eterno retorno, o apolíneo y dionisíaco cobraban un pleno sentido; vigorosa, ruda, férrea, tal era su composición. Entiéndase esto: había comprobado -¡y de qué modo- cuál es la diferencia cualitativa entre la simple aprehensión intelectual y la honda sensación cognitiva que produce la filosofía nietzscheana al erigirse en una totalidad integradora de uno mismo. No lo podía creer. Era hermoso. Hablaba de tú a tú con Nietzsche. Sabía que ahora estaba a su nivel, y tal como el alemán dijera a propósito de sus encuentros con Napoléon:estábamos entre iguales. Poco después se produjo la visión más hermoso que conservo del viaje. Me encontraba en una azotea, solo y provisto de una larga gabardina francesa. Los colores de todo cuanto vi eran exclusivamente dos: el blanco y el neցro. A mi alrededor se erigía un insoslayable abismo. Nada podía ver. Súbitamente comenzaron a aparecer personas. Se movían en el interior del azotea desapareciendo en el abismo. Las más tras*itaban a paso rápido, con prisa. Las menos aguardaban cercanas a mí, con inaudito sosiego. Poco después accedí a él: al Superhombre. El contenido de aquel ser, lejano y oscuro se reveló en una blanquecina luz que dirigíase hacia mí. No rehuí su contacto. Le acogí. Ese fue el fin de la visión.


IV​


¿Qué es la jovenlandesal? La jovenlandesal católica, cuyo núcleo descansa en el dualismo ontológico platónico se funda sobre la perversión de los instintos. Sobre la negación de la vida. Sólo negando y despreciando los avatares de esta vida terrenal, pueden recogerse los podridos frutos de la jovenlandesal de esclavos. Ésta encuentra su expresión en el debilitamiento de los instintos naturales y su expresión de vida más noble: la voluntad de poder. El cristianismo precisa para saciar su sed metafísica de hordas de animales inútiles, enfermos, extraídos de su condición natural.

El Superhombre en camino, portador de un espíritu libre sabedor de sus virtudes no puede por más tiempo mantenerse tras*misor de la jovenlandesal de esclavos. Su catarsis renovadora comienza en el principio de desvalorizar todos sus valores. El superhombre debe desandar el camino desaprendiendo lo aprendido pues precisa de unos nuevos ojos. Es en este punto crucial donde debe ya saber qué cumbres desea alcanzar. A tal efecto precisa de una jovenlandesal, una jovenlandesal subjetiva e intransferible de definición aristocrática. El superhombre debe sublimar sus instintos para tras*formas sus pasiones en sus virtudes. La sublimación de su instinto gregario significa aproximarse y fundirse con su esencia interior a modo deindividualización. De ella debe extraer su potencia y fuerza, su incólume motivación devenida del sacrificio y autodisciplina. El control precede a la armonía. El Superhombre ya ha apiolado a Dios; lejos de anhelar su sustitución destruye su misma figura en pos de la natural cosecha de las virtudes y valores humanos.

La jovenlandesal es un espejismo. La jovenlandesal es una estratificación arbitraria y falsa de hechos. Su función es moldear a la masa de acuerdo a un mismo patrón: la homogeneización igual de personas desiguales. Es una abstracción inexistentes que desprecia lo concreto. La jovenlandesal, léase grandes ideas, son el opio del pueblo. Son causas ciegas en las que depositarse a uno mismo. Son objetos externos que alejan el potencial del objeto interno. La jovenlandesal es una mentira útil. El ser humano se ha aferrado a ella por miedo a descubrirse a sí mismo.

¿Qué es la voluntad de poder? La voluntad involuntaria de éxito; el medio hacia la superación y el desarrollo. Es la fuerza que quiere expandirse para abarcar aquello que precisa. Lo cierto es que los ejemplares masculinos con una constitución genética privilegia, como consecuencia de la maduración en virtudes de cualidades genéticamente legadas por sus antepasados presentan un modus vivendi fascinante. Han aprehendido que el hombre es una hoja en blanco a rellenar; un puente hacia metas lejanas. Esto se traduce en la aprehensión de que tú mismo dispones de la voluntad y capacidad para influir en tu entorno y contexto; pudiendo así hacer factible que las dinámicas existenciales que enturbian su bienestar espiritual -léase realización de uno mismo- sean neutralizadas. En esto punto las enseñanzas budistas demuestran cuán lejos se encuentran de la décadenceoccidental: Buda dice: conviértete en tu propio guía, en tu propio maestro. Se trata de hallar en uno mismo -objeto interno- la fortaleza y determinación necesarias para atravesar una larga y dura travesía evitando recurrir a ayuda externa -objeto externo- que, no sólo no ayudará a proseguir la andadura sino que la detendrá.

El Superhombre encuentra su definición en el amor a la vida y no en su negación. El superhombre acoge la vida con todo lo que ella ofrece sin engañarse u ocultarse los aspectos tradicionalmente menos favorecedores de la misma; tal es la premisa del buen vivir. El Superhombre camina entre el dolor y el sufrimiento forjando su carácter al ritmo de los compases de la vida. La valía de sus nuevos ojos le conducen a no engañarse entre cuál es la realidad, y cuál debería ser. El constante devenir de la vida es su expresión mas genuina. El Superhombre no se aferra a valores, ideas o sentimientos inmutables. El Superhombre ha logrado descifrar su esencia y la ama. Las expresiones emocionales e intelectuales de la vida cumplen su función, a cuya fin no se debe escapar. No es ausencia lo que provoca dolor, sino su necesidad y ausencia. Debe amarse el caos y la destrucción como expresiones regeneradoras.

Cruzado este umbral el Superhombre reparará en que no necesita una mujer para vivir; no precisa de la compañía femenina para alcanzar un estadio de felicidad. Entiéndase bien eso de precisar. Pues existe una sutil diferencia entre nuestra insoslayable programación biológica, la cual de acuerdo a sus instintos primarios nos incita al aparejamiento y/o la copula con ejemplares femeninos, y el hecho de estar inexorablemente obligado a compartir nuestra existencia o acaso retazos de la misma con una mujer. Desde esta nueva posición se entenderá bien que ese objeto sensible y carnoso, que esa mujercita frágil y voluptuosa no puede jugar sino el papel de acompañante: de momentos, de emociones, de sensaciones y por supuesto de placer. Nada más. Su función se limita a aportar entretenimiento, juego y diversión. Y con los años, nuevos guerreros. Conquistada la independencia emocional el Superhombre comprende que la mujer es, al decir de Nietzsche, un poderoso pájaro poseedor de múltiples virtudes pero ninguna lo suficientemente trascendente para él como como para pretender contenerla al reducido y dependiente espacio emocional que ofrece una jaula. Para ella y para él mismo.

El crecimiento personal es el objetivo marcado; los medios para su consecución son la herramienta individualmente escogida.
 
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Tanta historia por un puñetero tripi?

jorobar, si yo os contara....
Descarao, yo me he comido cartones como para que se arropen 20 indigentes , si quieres flipar de verdad , un buen extracto de salvia, de los tripis tengo vagos recuerdos, de la salvia no me voy a olvidar en la vida.
 
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