Sobre Miguel Ángel Blanco: No me alegré por su fin porque ni siquiera le tengo repruebo a nivel personal. No tenía ni fruta idea de quién era hasta que lo secuestraron y por lo que sé no había llegado a hacer mucho mal en política.
Entiendo perfectamente que sus allegados, sus amigos, su partido y sus simpatizantes ideológicos, y los que defienden a las instituciones del Régimen, lo lloren y le hagan homenajes y tal. Y no entro a valorarlo como persona, porque no lo conocí nunca. Es posible que a nivel personal fuera buen tío y todo eso. Ahí no entro. Hasta entiendo el dolor de su familia si me pongo a ello. No es especialmente difícil: Si la extrema derecha me matara a un familiar también me dolería y me pasaría la vida clamando por la venganza más brutal, como suelen hacer los familiares de víctimas. Hasta ahí mi (poca) empatía llega.
Voy a admitir que su fin fue injusta por varias razones. En el contexto de una ocupación, un concejal no pinta una fruta cosa y tiene más bien poca culpa. Se hizo depender su vida o su fin del capricho del Gobierno. No se decidió eliminarle como represalia por algo que hubiera hecho, sino como puro chantaje.
Entiendo y respeto que los suyos le hagan homenajes: Todo el mundo tiene el derecho a llorar a sus muertos, incluso a honrar a quienes murieron defendiendo ideales que uno comparte: tratar de impedírselo sería una bajeza.
Sin embargo, Miguel Ángel Blanco NO era de los míos. Defendía ideales que DESPRECIO. Militaba en un partido político que es clarísimamente una cueva de granujas y Enemigos del Pueblo, (a la vista está). Defendía unas instituciones que considero ilegítimas, de un Estado que creo firmemente que es una aberración. El hecho de que alguien lo haya apiolado no le convierte en otra cosa. Por eso estoy en contra de que la izquierda homenajee a víctimas derechistas, porque no se debe homenajear a un enemigo le pase lo que le pase.
A mí que se muera un enemigo no me causa pena ninguna, se muera como se muera. Ya se muera de viejo, se hostie con la moto en plan Cifuentes, lo tumbe una enfermedad, se suicide, se caiga por el balcón o se lo cargue alguien. En ningún caso.
Que me alegre o no de la fin de un enemigo político depende básicamente de si le tuve o no en vida especial inquina personal (aparte del repruebo genérico a la gente de derechas) por alguna razón. A quien no se la tenía (como a MAB) sus desgracias me dan absolutamente igual. A quien sí se la tenía (como a la japuta de la Thatcher) pues me alegra el día la palme como la palme.