Capítulo 11 [2]
No sé cuánto tiempo he estado sin sentido antes de volver en mí. Trato de hacer un recuento de daños. No parece que tengo nada roto, aunque sí contusiones por todas partes. Sólo pienso en salir de aquí cagando leches, y conseguir un arma como sea. Abraham no está. Me arrastro hacia lo que queda de la salida. Por todas partes se escuchan disparos y gritos. Oigo claramente la voz de Rita gritando no se qué sobre sus semillas.
El exterior del cuartel es un campo de batalla. Acabo de ver a varios piratas persiguiendo a Mercadona Man, que corre llevando el filete en su platano erecta. Poco después, en dirección contraria, un par de monjas corren levantándose los hábitos entre feroces alaridos precedidas por un katiusko imberbe. Todos se están matando con todos. Un errante asoma la cabeza desde la puerta de un contenedor, y un segundo después ya no hay cabeza. Tengo que arriesgarme.
La tormenta añade su toque dramático a este diorama del Bosco animado, está lloviendo con fuerza y el suelo es un lodazal. Esto es como el mundo de antes, pero en pequeñito. O como el foro. Me dirijo arrastrándome por el fango hacia el contenedor por donde asoma el cuerpo del errante. En varias ocasiones me he tenido que hacer el muerto. Tardo una eternidad en llegar. Cuando me introduzco dentro reviso el cuerpo, tiene una Glock que no la quiero para nada, y una ballesta. ¡Esto sí que sí, shishi! Hay un carcaj con varias saetas metálicas, ligeras. Un errante pijo. No es el modelo de ballesta que mejor se me adapta, pero no tengo otra cosa. Cuando estoy a punto de marcharme, oigo algo en el fondo del contenedor, en la oscuridad. Parecen gemidos y sollozos. Cargo a toda prisa un virote y hablo a la negrura.
- Tú, el del fondo, ¿quién eres?
- No me haga nada, por favor, yo no sabía... que esto iba a acabar así...
- ¡Te he preguntado que quién eres, jorobar!
- Yo... soy querido líder... y...
No tengo nada contra él. ¡Pero qué shishi, hombre, me voy a dar el gustazo, y así pruebo la ballesta! Disparo a ciegas, y de las tinieblas me llega el sonido del proyectil que traspasa carne y se hunde en el metal del contenedor. Hay unos sonidos borboteantes y luego el silencio. Parece que va bien. Hala, ya me he cargado a un líder de comunidad.
Salgo del contenedor como un hombre nuevo, sólo para encontrarme de frente con parte del grupo de Geld. En cuanto me ve, me dice:
- Hombre, señor Garmendia, no esperaba verle por aquí de nuevo. El caso es que no recuerdo dónde hemos dejado su recom
Se le abre un boquete monumental en el pecho y todos nos tiramos al suelo, al tiempo que se abalanzan sobre nosotros unas cucarachas gigantes con velo, ululando y disparando como posesas, comandadas por Lamar. Entre un cruce de disparos, nos retiramos detrás de un grupo de contenedores, lívidos de espanto. Por detrás nuestro veo a varios piratas matándose con un grupo de capitalistas. Akashilla se mueve como un gremlin puesto, y acaba de rebanar con su sable el cráneo de Hugolp; antes de que caiga al suelo le da un patadón que lo manda por encima de la empalizada. Me ha parecido ver que aún tiene los ojos gente de izquierdas. Por delante nuestro se escuchan de entre el grupo de monjas unos rugidos que reconozco al instante, y me meo encima de puro miedo. Sor Lorena se abalanza de un salto sobre un pilinguinreloaded que ha quedado rezagado por una herida en una pierna, y la pareja entra volando en el contenedor de donde he salido. De dentro salen los alaridos del pobre pilinguin mezclados con ruidos guturales que revelan la verdadera esencia de la feminidad. Qué fin más cruel. Si al menos hubiera sido una rusa...
Lamar nos grita desde el otro lado de un contenedor.
- A ver, os propongo un trato. Os dejamos ir si nos entregáis al errante ése que va con vosotros. Destroyo, ¿me oyes? ¡Te vas a acordar de habernos rechazado, cabrón!
- Ya verás guapoooooo... -apuntilla la voz etílica de sor pardoazo, seguida de un eructo.
Los rusillos me miran alarmados, entre ellos el lechoncito de gafitas redondas parece volverse histérico.
- ¿Qué? ¿O sea, que tú eres...? ¡¡Eres Poliorcetes, me gusta la fruta!!
No le veo ni amartillar su ametralladora, estoy corriendo presa de pánico hacia no sé dónde. Llueven disparos a mi alrededor, que se hunden en el suelo y rebotan en los contenedores. Al doblar la esquina de uno de ellos casi me estampo contra la espalda de un armario humano. Es Abraham. Una explosión a mis espaldas nos baña de trozos de barro, y una pata de palo me golpea la cabeza mientras el puñetero ogro se gira para verme. Sin pensarlo le suelto un rodillazo en los huevones que lo dobla por la mitad, pero no me puedo parar a rematarlo, con todos los que vienen detrás mío, así que sigo corriendo. Por lo menos hasta que me encuentro en un pasillo sin salida que forman tres barracones de chapa ondulada. Me giro espantado y a diez metros de mí aparece Saquetas, cubierto en barro, con cortes en la cara y el cristal de una gafa rota. Sonríe como un maníaco.
- Ya tenía yo ganas de que llegase este momento, Poliorcetes. ¿Qué, te acuerdas por fin de aquella cita de Herzl?
- Y dale. ¡Que no soy Pol...!
- ¡¡IIIIIIIIIIHHH!! ¡Éste ni me lo tocas, lactante! ¡Es mío! -Akashilla ha aparecido detrás de Saquetas con dos sables y literalmente lo deshace en cinco segundos. Efectivamente, todavía tiene los ojos gente de izquierdas de insecticida. Y las encías parecen sangrarle más que nunca -¿Qué has hecho con Práxedes, poco agraciado? ¡Te dije que te ibas a acordar!
Por detrás suyo, Abraham le coge de la cabeza y la estampa contra un barracón.
- Aparta, preciosa, esto es cosa de hombres -masculla con determinación homicida mientras camina con las piernas arqueadas por el dolor de bemoles. Intento cargar la ballesta, pero no me va a dar tiempo. Cuando lo tengo a cinco metros, sin embargo, Akashilla le salta por detrás, le arranca media oreja de un mordisco y le araña toda la cara. Cuando aún estoy decidiendo lo que voy a hacer, terminator en faralaes se une a la pelea, lanzándose sobre Akashilla.
- ¡Guarrraaaaaa! ¡Deha a mi Abrahá que te saco los oho!
Pelea de gatas en el barro. Abraham se zafa de ellas como puede, con la cara hecha un poema, mientras yo paso a su lado corriendo como una exhalación. Ahora hay una batalla entre los capitalistas y las monjas, saltan cuerpos por todas partes. Mercadona Man va detrás de las monjas pidiendo a gritos que lo amen, pero no parecen hacerle ni puñetero caso, debe ser porque aún está comprometido con su filete. He visto a Lorena violando al puñeterodirector, estrangulandolo hasta que se le ha puesto tiesa. Demasiado horrible para mi sensibilidad, tengo que salir de aquí.
Me tropiezo y caigo rodando varios metros hasta el centro de un enorme cráter donde debieron impactar varios cohetes. Estoy machacado, me duele un costado y el pantalón me aprieta los bemoles. La tormenta está descargando con toda su furia. Cargo un virote en la ballesta por si acaso...
Algo butal me golpea en la espalda y caigo hacia alante, pierdo la ballesta. Al darme la vuelta veo la silueta del Punisher recortada contra el cielo. Me fijo en que la calavera de su camiseta es rosa fosforescente.
- Maldito cabrón, estarás contento de la que has hecho, ¿eh? -empieza a apuntarme con su Magnum.
Pues no. La verdad es que todo esto habría acabado ocurriendo también sin mi ayuda, yo sólo he sido un actor secundario en toda esta historia. Lo más que hice fue poner en camino hacia aquí a los katiuskos, pero habrían localizado el Búnker por sí mismos antes o después. Obviamente, no tiene mucho sentido explicárselo, así que le digo lo primero que se me ocurre.
- Calzonazos, pídele a Rita que te ayude.
- ¡Huy, lo que me ha dicho! -aúlla, y se lanza sobre mí.
Me llevo dos abrazos que me hunden algo en el costillar. Yo le he tirado una piedra a bocajarro que le ha roto la nariz, y mientras se lleva las manos a la cara aprovecho para lanzarle un golpe al estómago, pero esto no parece hacerle nada. Él me da una parada en el muslo, que me hace caer al suelo presa de un dolor inhumano. Se lanza sobre mí y me hunde las manos en el cuello. No puedo quitarlas, pero al menos consigo agarrar su dedo meñique, y lo tuerzo hacia atrás hasta que se lo parto. Abraham lanza un grito, suelta las manos un momento y aprovecho para separarme un poco y recuperar el resuello antes de lanzarme otra vez hacia él, loco de furia homicida.
Pero este cabrón es peor que un monstruo de final de nivel, jorobar, parece inmune a los abrazos y las patadas, sólo he hecho algo de mella al pegarle un mordisco que me ha llenado la boca de sabor a sangre. Llevamos no sé cuántos minutos de lucha a fin en el cráter, estamos cubiertos de barro y sangre. Finalmente me ha dado tal patadón que me ha lanzado a varios metros, he notado crujir algo en mi pie derecho al caer, y me disloco un hombro. Creo que nunca he sentido tanto dolor como al lanzarle una piedra desde mi posición, que le impacta en la cabeza y lo echa hacia atrás.
Me arrastro como puedo hasta la ballesta, que está a varios metros de mí. Abraham está haciendo lo propio para llegar a su Magnum. Como tengo un brazo inutilizado, cargarla va a ser una operación complicada, y me fallan las fuerzas. Sólo encuentro un virote, así que no puedo fallar o estoy muerto. El tensado, apoyando la culata contra mi pecho, es un auténtico suplicio, y lo hago sin quitar ojo a los progresos de Abraham. Es una carrera de lisiados en la que el segundo la palma. Finalmente consigo tensarla, y coloco el virote con mano temblorosa. Abraham ya ha llegado hasta su pistola. Busco una posición para el disparo. Ya estoy listo, cabrón, te he ganado por un segundo. Con el brazo tembloroso apunto a su cabeza e intento tranquilizarme. Ya está casi
Hay un fogonazo de luz azul pálido a mi derecha. Un segundo más tarde, otro delante mío, a varios kilómetros. Es como si hubieran encendido unos focos gigantescos, columnas de luz que se pierden entre las nubes.
Y otro. Y otro más. Y uno, que nos baña de azul a todo el campo de batalla. No comprendo. Miro a Abraham y veo en su cara la misma confusión que él debe ver en la mía. Se ha hecho el silencio, ya no se oyen tiros, hasta los heridos parece que han dejado de gritar. ¿Pero qué es esto?
Y de repente las nubes se van abriendo, y vemos descender lentamente sobre nosotros unas naves espaciales circulares, inmensas, posiblemente de cientos de metros de diámetro.
Se me cae la ballesta al suelo, como la mandíbula. Sólo el dolor de mis heridas me dice que esto no es una alucinación. En este momento tengo un destello en la cabeza, un momento de revelación final: ¡Jesús lo Dijo!
El único sonido que se escucha es el de la lluvia y un leve zumbido, como el motor de un ascensor lejano, mientras uno de esos monstruos desciende despacio justo sobre nuestras cabezas. De repente se oye una voz amplificada, una voz profunda y majestuosa que se dirige a todos nosotros en nuestro idioma, si bien con acento extraño, como canario:
- Humanos. Detened vuestra lucha, por favor, pues el día y la hora han llegado. Sabed que la Confederación Galáctica ha llegado para ofreceros la salvación de vuestra especie, y llevaros a todos los que así lo deseéis, para comenzar con nosotros una era dorada de luz y esplendor, lejos del infierno de este planeta de reptilianos. Ya no tienen sentido vuestras guerras ni vuestro dolor, dejad vuestro repruebo atrás y venid con nosotros.
A duras penas aparto la vista de la nave y me fijo en la gente que puedo ver desde donde estoy. Todos ellos están como yo, preguntándose si esto no será una broma de mal gusto o un agente tóxico en el aire.
De la nave que está sobre nosotros desciende una especie de plataforma separándose del casco, como si fuera el portón trastero de un avión de carga, y queda a veinte metros del suelo, justo por encima de Abraham. La tengo delante, puedo ver cómo da a un pasillo luminoso sin detalles aparentes. Y por él aparece una figura humanoide, pero enorme, a lo mejor de dos metros y medio, de piel dorada, ropa ceñida, cabello largo blanco y semblante regio y sereno. Habla con voz suave y lo bastante potente como para que lo oiga sin problemas.
- Te saludamos, Destroyo.
¡¡¡¿QUÉ?!!! Me fijo en Abraham, que está mirándome con cara de incredulidad alternativamente a mí y a la plataforma que tiene sobre su cabeza, sin poder ver al ser que hay en ella.
- ¿E... es a mí?
- No te sorprendas, Destroyo -su voz tiene algo relajante-, pues conocemos tu nombre. Soy el comandante supremo de la flota de este sector, Ahstar Sheran -pues ahora que lo dice, sí, se parece al que salía en los videos de Youtube-, y vengo a anunciaros la buena nueva. Los días de sufrimiento de la humanidad han terminado por fin. Ah, alguien nos habló muy bien de ti -y gira su cabeza a su izquierda, al interior del pasillo. Por él aparece Jesús lo Dijo, como a cámara lenta, esta vez radiante e inmaculado en una túnica blanca y una cinta dorada ciñéndole el pelo. Me sonríe con amor sideral.
- Hola de nuevo, hermano. Ya te dije que volveríamos a vernos otra vez en las naves de la Confederación. No olvidé que me ofreciste de comer en aquella playa unos hongos muy buenos -Dios mío, ¡los monguis de Don Pako! ¿Pero esto qué es?- Y no soy el único que ha hablado de tus cualidades humanas. Hay alguien más con nosotros que quiere darte la bienvenida, amigo -y se gira hacia el interior haciendo una seña, como invitando a salir alguien. Una figura emerge lentamente de la luz.
No.
No, por favor. NO. Por favor...
El amaciervos, ataviado con la misma indumentaria que Jesús lo Dijo, se coloca a la derecha del comandante supremo. No tiene mugre, y resulta que es blanco. La misma sonrisa a cámara lenta.
- Hola, Destroyo. Quería agradecerte que me hicieras ver lo equivocado de mi actitud hacia los demás seres, vivos o no. En el momento decisivo, cuando estaba a punto de ser devorado por los perros, apareció mi hermano galáctico -hace un gesto hacia Jesús lo Dijo- y me salvó. Él salvó mi cuerpo, sí, pero tú salvaste mi alma. Y por ello te perdono la forma en que lo hiciste, y te conmino a que tomes mi mano y te unas a nosotros. Te quiero.
- Todos te queremos, Destroyo -dicen a la vez Jesús y Ashtar Sheran. Y los tres me tienden su mano derecha con sonrisa beatífica. Si ahora se pusieran a bailar una muñeira tampoco resultaría incongruente.
Vuelvo a mirar a mi alrededor, entre punzadas de dolor de mi cuello. Ha aparecido mucha gente sobre el borde del cráter, y todo el mundo mira a los latinitos de las galaxias y a mí con cara de alucinados. Mi mente aún coordina, está lúcida. Esto no es una pesadilla, es real. Puedo ver los jadeos de Abraham, el tembleque de su mano empuñando la pistola, el agua resbalando por un trozo de chapa, una mosca que pasa junto a mi cara. Vuelvo a mirar a Abraham, que me observa desconcertado, no se está enterando de la fiesta. Otra vez a la plataforma. De nuevo a Abraham. Y así varias veces, en un momento congelado que parece no acabar nunca.
Pero sobre todo puedo ver al amaciervos a la diestra del Padre, ofreciéndome la redención y el perdón. Y tomo mi decisión final.
Con toda la rapidez y fuerzas que me quedan recojo la ballesta del suelo. Apunto al amaciervos y mascullo entre dientes y sangre mis últimas palabras en este mundo:
- ¡Pues a mí me parece usted un augusto! -y aprieto el gatillo.
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Juro que apunté al amaciervos. Os lo juro.
El virote le entra a Ashtar Sheran por un ojo y le sale por la parte de atrás del cráneo, rebota en el techo del luminoso pasillo dejando una mancha roja, y se pierde en el interior de la nave con un siniestro clin-clin-clin. Todo lo demás ocurre en cámara lenta.
Ashtar Sheran, con el ojo sano poniéndosele en blanco y la mano aún tendida, se inclina un poco hacia atrás, luego hacia adelante, dobla las rodillas, y cae por la plataforma mientras sus dos pichurris van mutando su sonrisa divina en una mueca de espanto.
Abraham ve cómo de la plataforma emerge una silueta enorme que cae directamente sobre él. Aún le da tiempo de un último grito antes de que doscientos kilos de carne alienígena le caigan encima desde veinte metros. El impacto es tan brutal que vuelan cascotes, barro y trozos orgánicos en todas direcciones.
Esto es como la señal para recuperar la velocidad normal, el pistoletazo de salida para la histeria colectiva.
- ¡¡IIIIIIIIIIIHH!!! -es el grito que se escucha dondequiera que mires. Todos los que se estaban matando unos minutos antes corren presas del pánico más atávico en todas direcciones, como pollos sin cabeza o como las cucarachas del sótano cuando enciendes la luz. En la plataforma los gritos son los mismos, pero más agudos. Los dos santones se tiran de los pelos, se arañan la cara, caen de rodillas, todo a la vez.
Ya está, pienso. Ahora nos fríen. La ballesta se me resbala de la mano, recaigo sobre el barro y me quedo mirando a la nave sin comprender lo que he hecho, mientras las fuerzas me abandonan.
Al cabo de unos momentos eternos, el sonido de motor de ascensor se intensifica y la nave empieza a elevarse lentamente, ganando velocidad poco a poco. De nuevo resuena la voz del principio, majestuosa y serena, pero más potente, para que todos la oigamos bien.
- Atención, humanos. Hemos venido a salvaros de la autoextinción, a llevaros con nosotros a la luz dorada de las estrellas. En lugar de agradecérnoslo y regocijaros por la dicha, habéis apiolado a nuestro Comandante Supremo. No tomaremos represalias, pues la Federación Galáctica es pacífica -y dicho esto el tono cambia a otro mucho más acorde con la situación-. ¡Pero ahora os va a salvar vuestra querida progenitora, personajes de cosa! ¡Ahí os pudráis con los reptilianos, macho cabríoes! Les tiendes la mano y mira lo que te hacen. Y para eso tantos años orbitando por aquí, ¡jorobar, qué ardor de estomago de especie! ¡Hijos de frutaaaaa!
La nave ya está a unos doscientos metros.
- ¡Y estos dos, a tomar por ojo ciego con ellos, que nos llenan de bacterias!
Y se ve cómo de la plataforma, que está cerrándose, caen las figuras de Jesús y el amaciervos en medio de atroces alaridos, hasta que impactan como dos obuses a unos treinta metros de donde estoy.
En el último momento antes de sumergirme en la oscuridad, me da tiempo a pensar. jorobar, Destroyo, querías liarla parda, ¿eh? Pues te llevas el premio rellenito: has condenado a la humanidad.