Capítulo 2
Año 2, día 197
Desde El Búnker hasta la costa hay dos días de marcha, pero me he tomado un par de días más para reconocer el terreno por el que voy, a ver qué encuentro. Hay comida, si la sabes buscar. Lo que me lleva a pensar que si los del barco pirata se tienen que internar tanto para robar unos míseros tomates, sólo pueden hacerlo por ganas de tocar los huevones o por ser tan inútiles como los del Búnker para procurarse alimento. Cosas de los rebaños.
No había estado por esta zona antes, pero todas se parecen bastante. Es increíble en qué poco tiempo nuestros más soberbios logros se vienen abajo por falta de mantenimiento, es un fenómeno fascinante. Por ejemplo, ya se han caído varios puentes metálicos por la corrosión, y un factor importante en ello son los excrementos de los pájaros. Algunas carreteras ya son intransitables: los ciclos de frío y calor han agrietado el asfalto, que se rellena con hierbajos que al convertirse en arbustos lo van disgregando aún más, y lo acaban por destrozar. La hiedra ya cubre las de derechasdas de muchas casas, la hierbas silvestres crecen donde quieren, la humedad ha podrido vigas y de cuando en cuando se escucha el estruendo de un techo que colapsa. Tanto esfuerzo para dominar la naturaleza, y en unas décadas apenas quedará algo reconocible.
Me gusta disfrutar de este proceso. Tanto como me cabrean los esfuerzos por revertirlo.
Los animales salvajes a veces suponen un peligro. Durante el Mad Max, yo fui uno de los que asaltaron los zoológicos y abrieron todas las jaulas, oficialmente porque nos daba pena que esos bichos murieran en esas condiciones. Pero qué shishi, ahora ya puedo sincerarme, lo hice por añadir un poco más de salsa al ambiente. En cualquier caso, los más peligrosos son los perros que, asilvestrados, hambrientos y en manadas, no dudan en atacar lo que se les pone a tiro, incluidos sus antiguos amos. Para protegerse de ellos, los errantes tenemos que llevar siempre silbatos de ultrasonidos. Las pistolas de bengalas también van muy bien, pero son más escasas.
Al principio los errantes también éramos un peligro para nosotros mismos. Pero ahora que ya quedamos menos, nos solemos tolerar, con algunas excepciones. Yo se la tengo jurada al amaciervos. Y además, anda cerca. Acabo de ver un perro muerto, con el ojo ciego reventado. Sólo alguien como él sería capaz de hacer algo así, apiolar un animal para ***árselo en vez de comérselo. En estos tiempos es un desperdicio intolerable, más aún teniendo las comunidades para desahogar tus pulsiones sensuales. A fin de cuentas, montártelo con un tipo del Búnker no debe ser tan diferente.
Ayer me crucé con otro errante, don Pako. Alguien, en su día, pensó que si habíamos abierto las jaulas de los zoológicos no había motivo para no hacer lo mismo con los psiquiátricos. Don Pako engaña mucho: a primera vista es un despojo decrépito que se tiene que apoyar en un bastón para poder caminar. Pero no hay que subestimar la fuerza de un loco, y menos aún si tiene la agresividad de éste. Siempre que hablo con él empuño la pistola de bengalas dentro del bolsillo, algo me dice que a éste los ultrasonidos no le harían nada. Además, está medio sordo.
- ¿Qué pasa, viejo, cómo te va?
- ¿Viejo? Vieja, su querida progenitora, señorito, la más apergaminada, del camposanto, jajajaja. Cuídela bien Destroyo no se encuentre, con que un día, el amaciervos la ha desenterrado, jajajajaja.
En su línea.
- ¿Sabes cómo te reconocí la primera vez, don Pako? Por la forma en que colocas las comas al hablar. Y por las caritas, pones las mismas que ponías en el foro.
- A, mamarla cabrón. ¿Tienes algo para trocar o no,?
- Tenía un bocadillo de carne, pero se lo dí a un necesitado. Pero para tí, espera... - busqué en la mochila - Aquí. Ritalina y litio. ¿Qué te parece?
Sus ojillos legañosos se abrieron de par en par. Más caritas.
- palos Destroyo con eso, como que podría estar, con mujeres, y, ser consciente de lo que hago.
- Sí, tiene que ser triste en estos tiempos echar un polvo y no acordarse después del ataque, ¿eh? Bueno, pues aquí hay para varios meses, supongo, no lo sé, tú eres el experto en farmacia. Ahora bien, ¿qué tienes tú a cambio?
- Eeeeh... Yesca, y *******nal. Y, el manual del anarquista, en papel. ¿Hace?
- Fail. El manual me lo conozco de memoria, y lo otro te lo puedes meter por el ojo ciego.- pensé por un momento - Oye, tú vienes de la costa, ¿no? ¿Qué me puedes decir del barco pirata? ¿Cómo andan de tías?
- ¿Tías? Unas pilinguis frígidas, querrá decir, señor, mío, que no saben valorar ni la experiencia ni las buenas artes amatorias ni, el buen vino. Han tenido a Eros a su lado, y lo han dejado, marchar.- Curioso que de esto sí se acuerde.- Está fondeado, a unos cien metros de la playa. Yo que usted no perdería el tiempo allí. La mitad de ellos tienen el escorbuto y la otra mitad está con cagalera por unos tomates medio podridos que han comido, los muy patanes, y, entre una cosa y otra, aquello apesta como una letrina, jajaja. Mire, también, tengo una botella de Marqués de Riscal. Y unos monguis.
Tras comprobar que el precinto de la botella está intacto, acepté el trato. Las setas se las daré a probar a alguien primero, por si acaso.
- De acuerdo. ¿Y a dónde vas ahora, don Pako? Espero que no vayas al Búnker, no vas a sacar gran cosa con el coronel orate ese que tienen por jefe. Sobre todo porque en realidad no manda él.
- Ja. Eso, es para menesterosos, yo, tengo más categoría y, con lo del barco, ya he tenido bastante. Le voy a hacer una visita a mi amiga la Condesa Blanche, que a uno, le van más las mujeres de carácter.
- ¿Blanche? Anda, tómate la medicación, abuelo. Blanche no tenía ninguna intención de sobrevivir al Mad Max. Le parecía algo
vulgar. Lo del castillo de la Blanche no son más que leyendas asustaviejas.
- Asustaviejas, no, asustamaricones. El castillo existe, Destroyo, está en un bosque, junto a un acantilado donde, rompen las olas, a unos diez días de camino al norte. Pero sólo acepta a hombres de verdad, anarquistas libertarios, y ateos, a los demás les mutila los genitales, jajajaja. Cuando madure un poco, señor Destroyo, pásese por ahí. Hale, adios. Ah, por cierto, como le auguro, que no se va a comer un colín en el bajel de bañera ese, aquí le dejo estas fotos, para desahogarse, regalo de la casa. Ahora sí, pelmazo, a cascarla.
Y se alejó, renqueante y peligroso, apoyado en su bastón. Eché un vistazo al obsequio de despedida: eran viejas fotos de accidentes, autopsias y cadáveres mutilados. Nada sorprendente en su caso. Lo que ya me dio un poco más de repelús fue comprobar que estaban plastificadas a base de lechezos. Y bastante más cuando las tiré al suelo y un par de ellas se me quedaron adheridas a la mano. Al final las pude dejar pegadas en el cartel de los restos de una guardería, antes de lavarme las manos en un arroyo de agua de color durante media hora por lo menos.
No es que le dé mucho valor a las palabras de alguien como don Pako, pero el panorama que me ha pintado con lo del barco no deja de ser desalentador. Si no fuera por las ideas que me bullen por el cráneo, pondría rumbo a la comarca de Facilísimo. Puestos a perseguir mitos, mejor un mito agradable a la vista, ¿no?
Ya veo el mar. Y efectivamente, hay un barco a poca distancia de la orilla. O algo parecido.