Manuel Crespo, el general español que más batallas dirigió (antes de caer en el olvido)

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Historia: Manuel Crespo, el general español que más batallas dirigió (antes de caer en el olvido). Noticias de Alma, Corazón, Vida


En un tranquilo pueblo de Cuenca, Minglanilla, en un cuidado aparcadero de almas, hay un silencioso nicho en el que un próximo ciprés alberga un nido de inidentificables pajarillos y la memoria de un enjuto hombre uniformado que recorrió más campos de batalla que ningún otro general en la historia del triste arte de la guerra. La esforzada y asimétrica coral del canto de las aves en su vegetal e imponente albergue se mezcla con el tañido de las campanas de un iglesia próxima y con los ecos de las más de cien batallas y asedios con toda su secuela de horrores en la que este ilustre soldado tuvo que emplearse a fondo.

Hubo un tiempo en el que un visionario con métodos expeditivos y una ambición desmedida practicaba el innoble deporte de invadir sin más la tranquila convivencia de cualquier vecino que asomara la cabeza por encima de la tapia del imperio en expansión que un grande con métodos equivocados había diseñado para ilustrar por decreto las mentes descarriadas de aquellos que para él solo tenían categoría de mentecatos. Se llamaba este ilustre perillán, perseguidor compulsivo de incautas féminas, calzador de discretas alzas, y paciente predilecto de los matasanos de la época por su inveterada costumbre de apretarse más vino del que podía digerir, Napoleón Bonaparte.
Varias sublevaciones contra los invasores se estaban coordinando para asestar a aquellos osados su merecido.

Marcaba el calendario el año de 1808 cuando en la Península entraron como un torrente 60.000 soldados procedentes del otro lado del Pirineo dispuestos a ilustrar a golpe de bayoneta a un país castigado por más de trescientos años de guerra continuados en todos los escenarios del ancho mundo. La fatiga comenzaba a hacer mella y lo de Trafalgar había sido antes de ayer. También el cabreo contra aquellos que no tocaron la puerta como es debido para ejercer la práctica primera de la diplomacia iba in crescendo.
Los estirados generales franceses, con una larga experiencia bélica en el escenario europeo, subestimaron a un pueblo español en horas bajas. En primer lugar, la orografía no era la apropiada para los impecables y brillantes movimientos de tropas a los que tenían acostumbrados a sus rivales y, además, actuaba en contra de sus entrenadas tropas, ya que pocas posibilidades de ejecución táctica se podían dar entre los vigilantes bosques y traicioneros desfiladeros que en número ingente pueblan la península. Además, el conjunto de la población se había puesto de acuerdo en dejar las diferencias de patio de corrala aparte y varias sublevaciones contra los invasores se estaban coordinando para asestar a aquellos osados su merecido. A todo esto había que añadir que los desmanes de los mal venidos habían rebasado lo tolerable y el cabreo de los lugareños estaba más que justificado.
Crespo entra en acción

Varias veces apresado por los franceses y otras tantas dado a la fuga –especialidad cum laude de este excepcional soldado–, el General Crespo, que en su época de cadete ya había experimentado el amargo sabor de la derrota en Sagunto contra un mariscal de la talla de Suchet, había llegado a la conclusión de que contra un enemigo de esa envergadura había que practicar formas de guerra asimétrica e imaginativas .Y se puso manos a la obra…
El resto de la campaña, y hasta que Napoleón decidió invadir Rusia, este visionario general se aplicó a fondo en crear un molesto coro de guerrilleros que infiltrados en el Maestrazgo y el Bajo Aragón causaban severos problemas a la logística francesa. Cortocircuitar las comunicaciones de los galos era su tarjeta de presentación y su mayor habilidad.
Cuando se asoma a la madurez –veintidós años tenía la criatura–, ya teniente y con la paz firmada con nuestros vecinos, el pérfido Fernando VII que ya estaba de vuelta a las andadas, lo envía a hacer las Américas contra un insurgente y crecido Simón Bolívar. Allá no solo tendría que hacer frente a las acuciantes necesidades de municionamiento y vituallas impuestas por una activa milicia bolivariana, sino que la voracidad de una naturaleza indómita y desconocida le obligó a cambiar sus tácticas e incluso la estrategia de conjunto. El 14 de febrero de 1818, una insostenible situación puso a prueba sus extraordinarias dotes de liderazgo.

Un Bolivar generoso y conocedor del prestigio de aquel soldado le daría una puerta de salida hacia Cuba
En precariedad de medios y con el lastre de una población civil que huía aterrorizada ante el empuje de los levantiscos locales, una noche cerrada decidió retirarse de la ciudad de Calabozo en las proximidades de Caracas. Bolívar, atento a las habilidades de quien tenía enfrente y sin menospreciar a Morillo, general al mando, y a Crespo y su probada experiencia en combate, les daría caza a mitad de camino con una caballería descansada. Crespo, en una manifiesta inferioridad numérica, lograría infligir una severa derrota al líder venezolano.
La frágil situación del ejército español en aquellos pagos sería rubricada en los llanos de Carabobo el 24 de julio del año 1821. La inasistencia desde la península, la falta de recursos y la guerra defensiva llevada a cabo en aquel país habían proporcionado a Bolívar una iniciativa sostenida. Tras esta durísima batalla en la que casi seria aniquilado el ejército peninsular, un Crespo resucitado una vez más lograría salvar a más de seiscientos de los suyos en una defensa épica a la bayoneta y en sucesivas formaciones en cuadro. Solo fueron conscientes de las proporciones de la tragedia cuando llegaron al amparo de Puerto Cabello.

Capturado finalmente en Maracaibo, un Bolívar generoso y conocedor del prestigio de aquel soldado, le daría una puerta de salida hacia Cuba. El que había sido un caballero con sus adversarios encontraría en el líder venezolano una interpretación de reciprocidad acorde a su leyenda.
Retrato de Simón Bolivar de Rita Matilde de la Peñuela.Retrato de Simón Bolivar de Rita Matilde de la Peñuela.
Un conflicto entre hermanos
Entre tanto, en España, el siglo XIX sería un tiempo de conflictos, para variar. En las postrimerías del reinado del inolvidable Fernando VII y ya entrado el año 1830, la cuarta esposa del rey y sobrina del crápula regio, María Cristina de Borbón, quedaría preñada de la ligera de cascos y futura Isabel II. Fernando VII promulgaría la Pragmática Sanción, una normativa que abolía la Ley Sálica de 1713 y que permitía que su futura hija pudiera reinar.

Pero este rey –por llamarlo de alguna manera–, que parecía que por fin había hecho algo con sentido común (la promulgación de la Pragmática Sanción que abolía la Ley Sálica de 1713), a su fin en 1833, dividiría España en dos partes. Los carlistas, que apoyaban las aspiraciones del pretendiente Carlos María Isidro, y los liberales o isabelinos, que estaban a fin con la reina. De esta manera se gestó la Primera Guerra Carlista, un conflicto más entre hermanos en esta ensangrentada tierra, que duraría siete años y que daría lugar a otros dos enfrentamientos más. Así estaban las cosas cuando Manuel Crespo, ya coronel, regresaría desde Cuba en el año 1837 en pleno ***ón y se metería de lleno en la melée.

Crespo y otros muchos como él fueron caballerosos y generosos en la derrota de sus adversarios, independientemente de sus éxitos en las batallas
Aunque en estas líneas es farragoso relatar la enorme cantidad de victorias que Crespo cuajó a lo largo y ancho del suelo patrio, sí cabe destacar que siempre fue un hombre justo dentro de las limitaciones propias de un uniformado en tiempos de guerra y contra hermanos en armas. Cuando el Carlismo iba quedando reducido a la mínima expresión y solo sus partidas actuaban en el medio rural al sur de Castilla y en el Maestrazgo, los acontecimientos se precipitaron, y el 29 de agosto de 1839 en Guipúzcoa se produciría el Abrazo de Vergara entre los generales Baldomero Espartero y Rafael Maroto. Aun todavía, el empecinado Don Carlos prolongaría por un año más aquella sangría correteando con algunos afines por pueblos y aldeas y dejando más huérfanos y viudas por si hubieran sido pocos hasta el momento.

El teniente general Manuel Crespo de Cebrián falleció el 6 de agosto de 1869 a la edad de 76 años en Minglanilla (Cuenca), ya cansado de tanto trajín. En el más de centenar de acciones de guerra en las que participó, jamás tuvo un rasguño. ¿Un hombre especial? Es más que probable.
Es esencial recordar a este tipo de personajes olvidados por la Historia, ya que Crespo y otros muchos como él fueron caballerosos y generosos en la derrota de sus adversarios, independientemente de sus éxitos como profesionales en el campo de batalla. Otros, no lo fueron tanto.
 
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