Y Catalina Coromina, hija de Oristá, Osona, 1824, que fundó las Hermanas Josefinas de la Caridad; Miguela Grau, de San Martín de Provençals, 1837, fundadora de las Hermanas de la Doctrina Cristiana; María Güell, de Valls, 1848, fundadora de las Misioneras Hijas del Corazón de María; Ana María Janer, de Cervera, 1800, fundadora las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgel; el notable y belicoso obispo de esta última diócesis, José Caixal, colaborador íntimo del P. Claret en sus misiones, nacido en Vilosell, las Garrigues, en 1803; el cardenal Vives y Tutó, de San Andrés de Llavaneres, en el Maresme, 1854, martillo del modernismo e íntimo colaborador de San Pío X; Ana Ravell, de Arenys de Mar, 1819, fundadora de las Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción; el jesuita José Mach, Barcelona, 1810, uno de los misioneros apostólicos más destacados en una tierra en la que tanto abundaban; Lutgarda Mas, Barcelona, 1830, fundadora de las Mercedarias Misioneras de Barcelona; Primitiva Munsuñer, Figueras, 1850, fundadora de las Franciscanas de San Antonio; Enriqueta Rodón, Barcelona, 1863, de dificilísima vida en su juventud, fundadora, fuera de Cataluña de las Franciscanas del Buen Consejo; el benedictino José María Benito Serra, obispo de Daulia, fundador de las Oblatas del Santísimo Redentor y declarado carlista, nacido en Mataró en 1810; el genial poeta Jacinto Verdaguer hijo de Folgueroles, en Osona, 1845, cuyos extravíos exorcistas y excesos en sus generosidades eran animados por un inmenso amor a Jesucristo y a su Santísima progenitora, por lo que, si faltó sería mucho más por obcecación de entendimiento que por decisión de la voluntad y, fuere lo que fuere, quien obsequió a la Virgen con el Virolai, no iba a ser desatendido por ella en el cielo; el dominico Francisco Xarrié, de Barcelona, 1792, campeón en la lucha intelectual contra el liberalismo; José Xifré, hijo de Vich, colaborador indispensable del P. Claret en la fundación y, tras su fin, en la dirección del Instituto que el santo fundara; Dorotea de Chopitea, que aunque nacida en Chile, en 1816, llegó de niña a Barcelona y que pondría su fortuna al servicio de la Iglesia y de la caridad y en quien Salesianos, Salesianas, Hijas de la Caridad y Hermanos de las Escuelas Cristianas, sobre todo, encontraron la protectora de todas sus empresas; Carmen Sojo de Anguera, nacida en Reus en 1856, sierva de Dios, que dirigida espiritualmente por el cardenal Casañas, vivió santamente en el mundo hasta morir con fama de santidad universalmente reconocida en Barcelona …
¿No os parece impresionante esta enumeración? Pues podríamos añadir bastantes más nombres a esta larguísima lista de lo que Cataluña aportó en el siglo XIX a la Iglesia de España. Y daros cuenta que en todos estos nombres no hay ningún liberal. Ni ningún catalanista. Carlistas, bastantes de militancia, de simpatía la inmensa mayoría. Los demás, simplemente apolíticos.
¿No creéis que con toda razón puedo llamar a esta tierra bendita, tierra de santos? Pero al mismo tiempo que nacía y se plantaba santidad germinaban y crecían los frutos envenenados que el liberalismo plantó a lo largo de todo el siglo XIX, desde la oleada turística francesa y las Cortes de Cádiz hasta la Revolución de 1868, el krausismo y la posterior Institución Libre de Enseñanza. La Semana Trágica, en 1909, fue un aviso con las iglesias ardiendo en Barcelona. Y junto a la planta del marxismo y el anarquismo crecía otra exótica, la del nacionalismo. Y así como a las primeras no hubo católico que las regara no faltaron cuidadores, incluso sacerdotales, a la última. Pensando, sin duda, que sus frutos iban a ser católicos. Y cuando vieron que no, estaban tan comprometidos con su cuidado, que prefirieron el nacionalismo a la religión.
Pero antes de referirme a esto dejadme continuar con la Cataluña de los santos. De los santos del siglo XX. De los de ayer mismo. De aquellos que algunos de los que hoy me oís habéis incluso conocido.
Mucho silencio, mucha zancadilla, mucha vergüenza. Dejadme que no profundice en ello pues son miserias de mi Santa progenitora Iglesia y me duele hasta recordarlas. Se rompió el silencio, se impidieron las zancadillas y desapareció la vergüenza. Los santos, los innumerables santos de la España de 1936, y muy particularmente de la Cataluña de 1936, no están subiendo al cielo, que allí estaban desde el día mismo de su martirio, muy cerca de Jesús, sino que están subiendo oficialmente a los altares. Al reconocimiento público de sus heroicas virtudes por la Iglesia. Pese a quien pese, duela a quien duela. Para gloria de aquellos santos, sí, pero también para gloria de aquella Iglesia en cuyo amor fueron bautizados, crecieron y fueron asesinados. Y para gloria de aquella Patria que cosechó en un año más santos, muchísimos más santos, que todos los de la historia de España juntos.
Y todos aceptando la fin por Cristo, el pasaporte directo al cielo, sin una sola protesta, sin una sola cobardía, sin una sola apostasía. Los santos de Cataluña del siglo XX. Los innumerables santos catalanes del siglo XX. No podemos olvidar un humilde y desconocido hermano de las Escuelas Cristianas, Jaime Hilario Barbal y Cosat, nacido en Enviny, Pallars Sobirà, en 1898, y asesinado cuando aun no había cumplido los cuarenta años. Fue el primer catalán santo de la Cruzada de 1936, yo prefiero decir que fue el primer español, nacido en Cataluña, mártir en la Cruzada de 1936.