Paulina Rodríguez tiene 28 años y dos carreras universitarias, Periodismo y Turismo. Sin embargo, su vida laboral se reduce a un rosario de contratos de prácticas por los que nunca ha llegado a cobrar más de 350 euros al mes. Se ha quedado muy lejos de ser una mileurista pese que a que, como ella reconoce, siempre ha ejercido «las mismas funciones que el resto de los empleados» en cada puesto de trabajo.
Agobiada por la situación laboral, hace un año optó por continuar formándose y decidió estudiar un master en la capital de España. «Cuando la beca se me acabó tuve que volver a casa de mis padres, el punto de partida. Madrid era demasiado caro para sentarme a esperar», lamenta. Desde ese momento han pasado más de siete meses mirando páginas de empleo a diario. «En ese tiempo no he recibido ni una llamada de ninguna empresa», asegura Paulina, para quien la única salida que le queda ahora es una nueva beca, en este caso de lectorado, que la llevará fuera de su país, en concreto a Rumanía. El mundo al revés: una española que emigra al país del que proceden tantos emigrantes en España.
«La verdad es que nunca me había imaginado viviendo en un lugar tan alejado del mío, pero es la única opción de futuro que por ahora se me plantea. Es eso o nada». La fuga de cerebros es más que un mito. De hecho, el número de demandantes de empleo para trabajar fuera de España se ha duplicado en los dos últimos años. La España del «Vente a Alemania Pepe» regresa con fuerza. La generación perdida la terminarán ganando otros.