Ochoa
Madmaxista
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Muchos estadounidenses han comenzando a darse cuenta de que los judíos desempeñaron un rol determinante arrastrando a su país en la Segunda Guerra Mundial y algunos se sienten incómodos ante esa realidad, aunque debe ser reconocida. Para demostrar ese papel del liderazgo ejercido por los judíos se pueden enumerar los siguientes hechos:
Se pueden establecer las fechas exactas y los nombres de los implicados. Es bien conocido entre los historiadores que Roosevelt dependió en exceso del apoyo judío durante su mandato. Un grupo de amigos judíos ricos contribuyeron a financiar su campaña para ser designado candidato: Henry Morgenthau Jr., Herbert Lehman, Jesse Straus y Laurence Steinhardt. Cuando aseguraron su nominación, la campaña de Roosevelt fue esencialmente dirigida por otro judío: Bernard Baruch. Así, una vez despejado el camino a la presidencia, la administración Roosevelt albergó al mayor número de judíos nunca visto antes en la Casa Blanca. De hecho, los judíos tuvieron una preponderancia desconocida hasta entonces en la historia de EE.UU.
Nos centraremos únicamente en los cinco más destacados. Estos judíos fueron tan prominentes que eran popularmente conocidos en la época como “los judíos de Roosevelt” y tenían el mayor peso a la hora de la toma de decisiones en la administración. Se trataba de Louis Brandeis, Felix Frankfurter, Henry Mongenthau, Sam Rosenman y Ben Cohen. Louis Brandeis era entonces miembro de la Corte Suprema de justicia, habiendo sido designado para el cargo por su amigo Woodrow Wilson en 1916. Brandeis había estado reuniéndose con Roosevelt para discutir asuntos políticos incluso antes de la elección de éste en 1932, y le envió un cianotipo para el New Deal en 1938. Brandeis fue el primero en hacer un llamamiento al presidente en representación de los judíos influyentes. Dado que la involucración de un juez de la Corte Suprema en la administración del gobierno sería vista como reprobable, Brandeis normalmente actuaba a través de intermediarios como Frankfurter y Cohen para enviar mensajes al presidente.
Frankfurter era particularmente importante en el día a día de la presidencia. Para 1933 se había convertido probablemente en el asesor más influyente de Roosevelt. Tenía tanto poder que el general Hugh Johnson lo calificó como “el individuo más influyente de los Estados Unidos, infiltrando a sus chicos en oscuras posiciones clave en cada departamento vital”. Estando Europa al borde de la guerra, fue Frankfurter quien intercedió para que se produjesen una serie de correspondencias secretas entre Roosevelt y Churchill en un momento especialmente delicado. Posteriormente, en enero de 1939, Frankfurter recibiría la nominación para la Corte Suprema por parte de Roosevelt.
Morgenthau también tenía una relación especialmente estrecha con el presidente. Tanto que Roosevelt lo convirtió en el segundo judío en unirse jamás a un gabinete presidencial. Fue designado secretario del Tesoro a inicios de 1934, ocupando el cargo hasta el final de la guerra. Rosenman, por su parte, era el judío que escribía los discursos de Roosevelt y fue uno de sus principales asesores. Así es que muchas de las incendiarias declaraciones de Roosevelt antes y durante la guerra se originaron en el cerebro de Rosenman.
Benjamin Cohen, abogado, fue uno de los primeros diseñadores del New Deal y Roosevelt prestaba atención a lo que decía; pues actuaba como emisario tanto de Brandeis, como de Frankfurter. Cohen se convirtió en el principal arquitecto y ejecutor del plan de guerra Destructores por Bases desde mediados hasta finales de 1940. Fue él quien ingenió un plan mediante el cual los EE.UU. prestarían cincuenta buques de guerra a Gran Bretaña cuando aquel país ya estaba estaba metido de lleno en la contienda y en desesperada necesidad de asistencia a cambio de ciertas bases que poseían a lo largo de la costa atlántica americana y las Antillas. Este acuerdo violaba flagrantemente las Leyes de Neutralidad en aquellos años, pero Cohen lanzó una serie de afirmaciones indemostrables acerca de la defensa nacional para obtener su aprobación y no fue otro que su correligionario Frankfurter quien convenció a Roosevelt para lo firmara mediante un acuerdo ejecutivo simple, sin necesidad de obtener la ratificación del congreso.
Naturalmente, los alemanes interpretaron esto como un auténtico acto de guerra por parte de unos EE.UU. supuestamente neutrales. Esta subrepticia jugada por parte de estos dos judíos que habían creado una red dentro y fuera de la administración Roosevelt fue determinante a la hora de llevar a Hitler a firmar un pacto de mutua defensa con Japón el 27 de septiembre de 1940. A su vez, fue la firma de este acuerdo lo que empujó a Alemania a declarar la guerra a EE.UU. tras el ataque a Pearl Harbor.
De manera que un abogado judío -Cohen- quería meter ilegalmente a EE.UU. en bases estratégicas y su correligionario Frankfurter, de la Corte Suprema, selló su aprobación. Esta provocación colocó a Alemania en una posición en la que respondió firmando un acuerdo de mutua defensa con Japón que finalmente desembocaría en una declaración de guerra tras el ataque a Pearl Harbor. De no haber sido por la acción de estos dos judíos, esta provocación no habría ocurrido. De hecho, si ninguno de esos judíos hubiesen ocupado sus cargos, los EE.UU. nunca habrían entrado en la guerra. Y esos sólo eran los cinco judíos en la cúspide. Había muchos otros operando de modo soterrado en puestos influyentes.
Bernard Baruch, además de asesor de finanzas, era un destacado intermediario entre Roosevelt y Churchill. También operó internacionalmente asesorando financieramente tanto a Roosevelt como a Churchill. Otros judíos que rodeaban a Roosevelt incluían a Jerome Frank, consejero personal del presidente junto al también judío David Niles. James Warburg, hijo del banquero Paul Warburg, era otro asesor financiero. Eugene Black fue nombrado presidente de la Reserva Federal y Jesse Straus embajador en Francia; mientras que su primo, Nathan Straus, dirigió la agencia estadounidense de vivienda (USHA) del New Deal. Herbert Feis, por su parte, era asesor económico del Departamento de Estado. Cuando se examina detalladamente la influencia judía en la administración Roosevelt resulta abrumadora. Sería justo catalogarla directamente como una administración judía.
No se trataría simplemente de hacer una lista de judíos relevantes, sino también de analizar el poder que ejercían controlando el gobierno. Aquéllos que alegan la amplia presencia de gentiles en la administración y que no por una serie de nombres se puede responsabilizar a los judíos pierden de vista lo esencial, que es la enorme influencia que éstos tenían, no sólo su desproporcionada representación. El tras*curso de los acontecimientos es una prueba definitiva de la masiva y extensa influencia judía en implicar a los EE.UU. en la guerra. Los principales historiadores lo saben, pero no lo discuten en detalle sin arriesgar sus carreras bajo acusaciones de antisemitismo.
Así, mientras esos judíos hacían sonar tambores de guerra, el pueblo estadounidense mayoritariamente quería evitar entrar en el conflicto. Este es un hecho indiscutible. Entre el 80 y el 90% de los ciudadanos de EE.UU., según los sondeos y análisis realizados por Gallup en aquella época, se oponían a cualquier tipo de implicación de su país en la guerra. Una encuesta publicada en 1938 lanzaba la pregunta: “Si se produjera en Europa una guerra como la anterior, ¿debería participar EE.UU.?”. Una vez más un 95% respondió “no”. Estos porcentajes se mantuvieron muy altos hasta el ataque a Pearl Harbor.
Los medios de comunicación de la época controlados por judíos bombardearon al público con propaganda bélica e hicieron todo lo que pudieron para demonizar y vilipendiar a Hitler. Ya en 1933, el ‘New York Times’, de propiedad judía, estaba inventando historias horribles sobre Alemania para inocular la aversión en la mente de los ciudadanos. Por supuesto, para los alemanes los medios de comunicación estadounidenses equivalían a medios de comunicación judíos y sabían que éstos divulgarían mentiras. En un comunicado, el embajador alemán en Washington, Hans Luther, señaló que EE.UU. tenía “la maquinaria más potente de propaganda judía del planeta”. Este comentario era debido al dominio judío sobre Hollywood y al hecho de que los principales diarios estadounidenses, como el ‘New York Times’ o el ‘Washington Post’ estuvieran en manos judías. La visión de Luther era compartida por los líderes alemanes. Goebbels, por ejemplo, escribió lo siguiente en su diario el 24 de abril de 1942: “Me han entregado unas estadísticas acerca del número de judíos en la radio, el cine y la prensa americanas. El porcentaje es realmente espantoso. Los judíos controlan el 100% de la industria del cine americano y entre el 90 y el 95% de la prensa y la radio”.
En octubre de 1937 Roosevelt dio su infame Discurso de Cuarentena. Aquí tenemos uno de los primeros indicadores, aunque indirecto, de que anticipa un momento en el que EE.UU. entraría en conflicto con Alemania y sutilmente preparaba a los estadounidenses para la guerra. El peligro que entrañaba Hitler se sobredimensionó y la neutralidad fue desdeñada. Se realizaron afirmaciones sin sentido y declaraciones viciadas, siempre en el nombre de la paz. “Si Hitler prevalece, que nadie se imagine que América escapará. Que este hemisferio occidental no será atacado”. “Estamos determinados a mantenernos fuera de la guerra”, dijo Roosevelt. “Aún así, no podemos confiarnos sobre los efectos desastrosos de la guerra y los peligros que entraña”. Sin desaprovechar ninguna hipérbole, añadió que “si Alemania inicia una guerra, la tormenta se desatará hasta que cada flor de cultura sea pisoteada y todos los seres humanos sean barridos en una vasto caos”. Resulta difícil interpretarlo, excepto como un indicio de que la vía de la confrontación bélica ya había sido tomada y que el largo proceso había comenzado para persuadir a un público reticente.
En aquel momento, grupos de presión judíos alrededor del mundo, especialmente en EE.UU. y Gran Bretaña, comenzaron a apremiar para que se tomaran acciones militares en favor de sus asediados correligionarios en Alemania y, una vez más, derrocar un régimen al que odiaban; sin importar si los alemanes podrían tener alguna legitimidad en sus reclamaciones. Tal como hoy los judíos utilizan sus redes internacionales para agitar conflictos e incluso cancelar públicamente a quienes alzan la voz contra ellos, hicieron lo mismo entonces.
Una de las primeras señales de esto surge a comienzos de 1938 por parte del embajador polaco en EE.UU., Jerzy Potocki. Informó a Varsovia acerca de sus observaciones del escenario político en los siguientes términos: “La presión de los judíos sobre el presidente Roosevelt y sobre el Departamento de Estado es cada vez más poderosa. (…) Los judíos son ahora mismo los líderes en crear una psicosis bélica que sumergiría el mundo entero en la guerra y acarrearía una catástrofe general. Esta maniobra es cada día más evidente. (…) en su definición de los estados democráticos, los judíos también han provocado un auténtico caos: han entremezclado la idea democracia y comunismo y sobre todo han alzado la enseña del repruebo acérrimo contra el nazismo. Este repruebo se ha convertido en un frenesí. Se propaga por todas partes y por todos los medios: en los teatros, en el cine y en la prensa. Los alemanes son retratados como una nación viviendo bajo la arrogancia de Hitler, que quiere conquistar el mundo entero y arrastrar a toda la humanidad en un océano de sangre. En conversaciones con miembros de la prensa judíos me he manifestado repetidamente en contra de la visión inexorable y convencida de que la guerra es inevitable. Esta ****ría internacional utiliza todos los medios de propaganda para oponerse a cualquier tendencia hacia algún tipo de consolidación y entendimiento entre las naciones. Así, de este modo, está creciendo aquí lenta pero progresivamente la convicción en el pueblo americano de que los alemanes y sus satélites, en la forma de fascismo, son enemigos que deben ser sometidos por el mundo democrático”.
Otra prueba de la presión de los judíos por meter a EE.UU. en la guerra es una carta escrita por el senador Hiram Johnson a su hijo aquel mismo año. En la misiva, los bandos pro y anti belicistas quedan definidos: “todos los judíos están de un lado, salvajemente entusiastas por el presidente y deseando luchar hasta el último americano. Pero todo el mundo está asustado. Confieso que me encojo ante la posibilidad de ofender a los judíos”. Por su parte, Bernard Baruch ciertamente estaba espoleando la guerra. Hablando con el general George Marshall dijo: “vamos a darle una paliza a ese tipo, Hitler. No va a salirse con la suya.”. Uno inevitablemente se pregunta cómo Baruch podía saber eso ya en 1938. De hecho, no es un ningún misterio. Evidentemente Churchill así se lo dijo. Robert Sherwood relata en su libro ‘Roosevelt y Hopkins’ que Churchill, siendo aún Primer Lord del Almirantazgo, le dijo esto a Baruch: “La guerra llegará muy pronto. Nosotros estaremos en ella y vosotros, los Estados Unidos, también lo estaréis. Tú, Baruch, dirigirás el espectáculo allí, pero yo estaré aquí entre las líneas”. Esta es una afirmación asombrosa. ¿Cómo podía Churchill saber algo así en 1938? ¿Qué podía haber convencido a Churchill de que la guerra era inevitable y de que los judíos en EE.UU. dirigirían el espectáculo? ¿Acaso la Kristallnacht, tal vez? ¿Fue aquella la última gota para la ****ría internacional?
Al parecer Lord Beaverbook así lo creía. En una carta a Frank Gannett en diciembre de 1938 hizo esta llamativa afirmación: “Los judíos van tras el primer ministro Chamberlain. Ha sido terriblemente acosado por ellos. Todos los judíos están en su contra. Ellos han alcanzado una gran posición en la prensa aquí en el Reino Unido. Me siento inquieto. Los judíos podrían conducirnos a la guerra y su influencia política nos está llevando en esa dirección”. Beaverbook era un destacado ejecutivo de los medios y también político. Estaba bien posicionado para hacer tales afirmaciones.
Un militar estadounidense también estaba empezando a hablar públicamente acerca de la perniciosa influencia judía. El general George Moseley fue testigo de la presión que los judíos ejercían preparando otra guerra mundial y en un discurso en Filadelfia dijo: “la guerra que ahora se propone es con el propósito de establecer la hegemonía judía a lo largo del mundo”. Más tarde testificaría ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses, el primero de junio, argumentando que los judíos en EE.UU. estaban aliados con un estado judío global, por lo que se debería vetar su acceso a cargos públicos y negárseles el derecho a votar. Señaló a organizaciones como el Comité Judío Estadounidense, el Congreso Judío Estadounidense, el Comité Obrero Judío y B’nai B’rith como los instigadores de la guerra en favor de la ****ría internacional. Dijo: “los judíos deben darse cuenta de que los 120.000 millones de personas que componen la nación americana no van a ser gobernados por los judíos en general o en parte”. La declaración de Moseley fue, por supuesto, borrada del registro.
Otro testimonio de mediados de 1939 proviene de Joseph Kennedy, padre de John Fitzgerald Kennedy, que en aquel momento era embajador en Gran Bretaña. Kennedy expresó su preocupación a sus colegas en Londres acerca de la injerencia judía por llevar a su país a la guerra. Afirmó: “los judíos están dirigiendo los Estados Unidos, y la política demócrata de los Estados Unidos es un producto judío”. Un mes más tarde, el embajador británico en Alemania, Neville Henderson, confirmaba que “la actitud hostil en Gran Bretaña es obra de los judíos”. Aquí vemos de nuevo un paralelismo en el accionar de los judíos a ambos lados del Atlántico. Esto sería consistente con el papel desempeñado por Baruch como confidente tanto de Roosevelt como de Churchill.
De manera que tenemos a algunos de los más prominentes funcionarios estadounidenses advirtiéndose los unos a los otros acerca de la presión judía para entrar en la guerra. Los medios de comunicación judíos también comenzaron a ser aún más agresivos en aquel momento y las principales cabeceras fomentaban abiertamente la intervención estadounidense.
- Había una desproporcionada, extensa e influyente presencia judía en la administración Roosevelt que inclinó la toma de decisiones en una determinada dirección a la hora de desplegar el poderío militar estadounidense.
- La ciudadanía estadounidense no deseaba intervenir en la guerra.
- Los influyentes judíos de Estados Unidos ansiaban entrar la guerra.
- Roosevelt solapadamente se plegó a las demandas de guerra de los judíos influyentes.
- Los judíos que controlaban los medios de comunicación estadounidenses promovieron y forzaron el apoyo a la guerra.
- EE.UU. fue arrastrada a la guerra bajo falsos pretextos en favor de los judíos.
Se pueden establecer las fechas exactas y los nombres de los implicados. Es bien conocido entre los historiadores que Roosevelt dependió en exceso del apoyo judío durante su mandato. Un grupo de amigos judíos ricos contribuyeron a financiar su campaña para ser designado candidato: Henry Morgenthau Jr., Herbert Lehman, Jesse Straus y Laurence Steinhardt. Cuando aseguraron su nominación, la campaña de Roosevelt fue esencialmente dirigida por otro judío: Bernard Baruch. Así, una vez despejado el camino a la presidencia, la administración Roosevelt albergó al mayor número de judíos nunca visto antes en la Casa Blanca. De hecho, los judíos tuvieron una preponderancia desconocida hasta entonces en la historia de EE.UU.
Nos centraremos únicamente en los cinco más destacados. Estos judíos fueron tan prominentes que eran popularmente conocidos en la época como “los judíos de Roosevelt” y tenían el mayor peso a la hora de la toma de decisiones en la administración. Se trataba de Louis Brandeis, Felix Frankfurter, Henry Mongenthau, Sam Rosenman y Ben Cohen. Louis Brandeis era entonces miembro de la Corte Suprema de justicia, habiendo sido designado para el cargo por su amigo Woodrow Wilson en 1916. Brandeis había estado reuniéndose con Roosevelt para discutir asuntos políticos incluso antes de la elección de éste en 1932, y le envió un cianotipo para el New Deal en 1938. Brandeis fue el primero en hacer un llamamiento al presidente en representación de los judíos influyentes. Dado que la involucración de un juez de la Corte Suprema en la administración del gobierno sería vista como reprobable, Brandeis normalmente actuaba a través de intermediarios como Frankfurter y Cohen para enviar mensajes al presidente.
Frankfurter era particularmente importante en el día a día de la presidencia. Para 1933 se había convertido probablemente en el asesor más influyente de Roosevelt. Tenía tanto poder que el general Hugh Johnson lo calificó como “el individuo más influyente de los Estados Unidos, infiltrando a sus chicos en oscuras posiciones clave en cada departamento vital”. Estando Europa al borde de la guerra, fue Frankfurter quien intercedió para que se produjesen una serie de correspondencias secretas entre Roosevelt y Churchill en un momento especialmente delicado. Posteriormente, en enero de 1939, Frankfurter recibiría la nominación para la Corte Suprema por parte de Roosevelt.
Morgenthau también tenía una relación especialmente estrecha con el presidente. Tanto que Roosevelt lo convirtió en el segundo judío en unirse jamás a un gabinete presidencial. Fue designado secretario del Tesoro a inicios de 1934, ocupando el cargo hasta el final de la guerra. Rosenman, por su parte, era el judío que escribía los discursos de Roosevelt y fue uno de sus principales asesores. Así es que muchas de las incendiarias declaraciones de Roosevelt antes y durante la guerra se originaron en el cerebro de Rosenman.
Benjamin Cohen, abogado, fue uno de los primeros diseñadores del New Deal y Roosevelt prestaba atención a lo que decía; pues actuaba como emisario tanto de Brandeis, como de Frankfurter. Cohen se convirtió en el principal arquitecto y ejecutor del plan de guerra Destructores por Bases desde mediados hasta finales de 1940. Fue él quien ingenió un plan mediante el cual los EE.UU. prestarían cincuenta buques de guerra a Gran Bretaña cuando aquel país ya estaba estaba metido de lleno en la contienda y en desesperada necesidad de asistencia a cambio de ciertas bases que poseían a lo largo de la costa atlántica americana y las Antillas. Este acuerdo violaba flagrantemente las Leyes de Neutralidad en aquellos años, pero Cohen lanzó una serie de afirmaciones indemostrables acerca de la defensa nacional para obtener su aprobación y no fue otro que su correligionario Frankfurter quien convenció a Roosevelt para lo firmara mediante un acuerdo ejecutivo simple, sin necesidad de obtener la ratificación del congreso.
Naturalmente, los alemanes interpretaron esto como un auténtico acto de guerra por parte de unos EE.UU. supuestamente neutrales. Esta subrepticia jugada por parte de estos dos judíos que habían creado una red dentro y fuera de la administración Roosevelt fue determinante a la hora de llevar a Hitler a firmar un pacto de mutua defensa con Japón el 27 de septiembre de 1940. A su vez, fue la firma de este acuerdo lo que empujó a Alemania a declarar la guerra a EE.UU. tras el ataque a Pearl Harbor.
De manera que un abogado judío -Cohen- quería meter ilegalmente a EE.UU. en bases estratégicas y su correligionario Frankfurter, de la Corte Suprema, selló su aprobación. Esta provocación colocó a Alemania en una posición en la que respondió firmando un acuerdo de mutua defensa con Japón que finalmente desembocaría en una declaración de guerra tras el ataque a Pearl Harbor. De no haber sido por la acción de estos dos judíos, esta provocación no habría ocurrido. De hecho, si ninguno de esos judíos hubiesen ocupado sus cargos, los EE.UU. nunca habrían entrado en la guerra. Y esos sólo eran los cinco judíos en la cúspide. Había muchos otros operando de modo soterrado en puestos influyentes.
Bernard Baruch, además de asesor de finanzas, era un destacado intermediario entre Roosevelt y Churchill. También operó internacionalmente asesorando financieramente tanto a Roosevelt como a Churchill. Otros judíos que rodeaban a Roosevelt incluían a Jerome Frank, consejero personal del presidente junto al también judío David Niles. James Warburg, hijo del banquero Paul Warburg, era otro asesor financiero. Eugene Black fue nombrado presidente de la Reserva Federal y Jesse Straus embajador en Francia; mientras que su primo, Nathan Straus, dirigió la agencia estadounidense de vivienda (USHA) del New Deal. Herbert Feis, por su parte, era asesor económico del Departamento de Estado. Cuando se examina detalladamente la influencia judía en la administración Roosevelt resulta abrumadora. Sería justo catalogarla directamente como una administración judía.
No se trataría simplemente de hacer una lista de judíos relevantes, sino también de analizar el poder que ejercían controlando el gobierno. Aquéllos que alegan la amplia presencia de gentiles en la administración y que no por una serie de nombres se puede responsabilizar a los judíos pierden de vista lo esencial, que es la enorme influencia que éstos tenían, no sólo su desproporcionada representación. El tras*curso de los acontecimientos es una prueba definitiva de la masiva y extensa influencia judía en implicar a los EE.UU. en la guerra. Los principales historiadores lo saben, pero no lo discuten en detalle sin arriesgar sus carreras bajo acusaciones de antisemitismo.
Así, mientras esos judíos hacían sonar tambores de guerra, el pueblo estadounidense mayoritariamente quería evitar entrar en el conflicto. Este es un hecho indiscutible. Entre el 80 y el 90% de los ciudadanos de EE.UU., según los sondeos y análisis realizados por Gallup en aquella época, se oponían a cualquier tipo de implicación de su país en la guerra. Una encuesta publicada en 1938 lanzaba la pregunta: “Si se produjera en Europa una guerra como la anterior, ¿debería participar EE.UU.?”. Una vez más un 95% respondió “no”. Estos porcentajes se mantuvieron muy altos hasta el ataque a Pearl Harbor.
Los medios de comunicación de la época controlados por judíos bombardearon al público con propaganda bélica e hicieron todo lo que pudieron para demonizar y vilipendiar a Hitler. Ya en 1933, el ‘New York Times’, de propiedad judía, estaba inventando historias horribles sobre Alemania para inocular la aversión en la mente de los ciudadanos. Por supuesto, para los alemanes los medios de comunicación estadounidenses equivalían a medios de comunicación judíos y sabían que éstos divulgarían mentiras. En un comunicado, el embajador alemán en Washington, Hans Luther, señaló que EE.UU. tenía “la maquinaria más potente de propaganda judía del planeta”. Este comentario era debido al dominio judío sobre Hollywood y al hecho de que los principales diarios estadounidenses, como el ‘New York Times’ o el ‘Washington Post’ estuvieran en manos judías. La visión de Luther era compartida por los líderes alemanes. Goebbels, por ejemplo, escribió lo siguiente en su diario el 24 de abril de 1942: “Me han entregado unas estadísticas acerca del número de judíos en la radio, el cine y la prensa americanas. El porcentaje es realmente espantoso. Los judíos controlan el 100% de la industria del cine americano y entre el 90 y el 95% de la prensa y la radio”.
En octubre de 1937 Roosevelt dio su infame Discurso de Cuarentena. Aquí tenemos uno de los primeros indicadores, aunque indirecto, de que anticipa un momento en el que EE.UU. entraría en conflicto con Alemania y sutilmente preparaba a los estadounidenses para la guerra. El peligro que entrañaba Hitler se sobredimensionó y la neutralidad fue desdeñada. Se realizaron afirmaciones sin sentido y declaraciones viciadas, siempre en el nombre de la paz. “Si Hitler prevalece, que nadie se imagine que América escapará. Que este hemisferio occidental no será atacado”. “Estamos determinados a mantenernos fuera de la guerra”, dijo Roosevelt. “Aún así, no podemos confiarnos sobre los efectos desastrosos de la guerra y los peligros que entraña”. Sin desaprovechar ninguna hipérbole, añadió que “si Alemania inicia una guerra, la tormenta se desatará hasta que cada flor de cultura sea pisoteada y todos los seres humanos sean barridos en una vasto caos”. Resulta difícil interpretarlo, excepto como un indicio de que la vía de la confrontación bélica ya había sido tomada y que el largo proceso había comenzado para persuadir a un público reticente.
En aquel momento, grupos de presión judíos alrededor del mundo, especialmente en EE.UU. y Gran Bretaña, comenzaron a apremiar para que se tomaran acciones militares en favor de sus asediados correligionarios en Alemania y, una vez más, derrocar un régimen al que odiaban; sin importar si los alemanes podrían tener alguna legitimidad en sus reclamaciones. Tal como hoy los judíos utilizan sus redes internacionales para agitar conflictos e incluso cancelar públicamente a quienes alzan la voz contra ellos, hicieron lo mismo entonces.
Una de las primeras señales de esto surge a comienzos de 1938 por parte del embajador polaco en EE.UU., Jerzy Potocki. Informó a Varsovia acerca de sus observaciones del escenario político en los siguientes términos: “La presión de los judíos sobre el presidente Roosevelt y sobre el Departamento de Estado es cada vez más poderosa. (…) Los judíos son ahora mismo los líderes en crear una psicosis bélica que sumergiría el mundo entero en la guerra y acarrearía una catástrofe general. Esta maniobra es cada día más evidente. (…) en su definición de los estados democráticos, los judíos también han provocado un auténtico caos: han entremezclado la idea democracia y comunismo y sobre todo han alzado la enseña del repruebo acérrimo contra el nazismo. Este repruebo se ha convertido en un frenesí. Se propaga por todas partes y por todos los medios: en los teatros, en el cine y en la prensa. Los alemanes son retratados como una nación viviendo bajo la arrogancia de Hitler, que quiere conquistar el mundo entero y arrastrar a toda la humanidad en un océano de sangre. En conversaciones con miembros de la prensa judíos me he manifestado repetidamente en contra de la visión inexorable y convencida de que la guerra es inevitable. Esta ****ría internacional utiliza todos los medios de propaganda para oponerse a cualquier tendencia hacia algún tipo de consolidación y entendimiento entre las naciones. Así, de este modo, está creciendo aquí lenta pero progresivamente la convicción en el pueblo americano de que los alemanes y sus satélites, en la forma de fascismo, son enemigos que deben ser sometidos por el mundo democrático”.
Otra prueba de la presión de los judíos por meter a EE.UU. en la guerra es una carta escrita por el senador Hiram Johnson a su hijo aquel mismo año. En la misiva, los bandos pro y anti belicistas quedan definidos: “todos los judíos están de un lado, salvajemente entusiastas por el presidente y deseando luchar hasta el último americano. Pero todo el mundo está asustado. Confieso que me encojo ante la posibilidad de ofender a los judíos”. Por su parte, Bernard Baruch ciertamente estaba espoleando la guerra. Hablando con el general George Marshall dijo: “vamos a darle una paliza a ese tipo, Hitler. No va a salirse con la suya.”. Uno inevitablemente se pregunta cómo Baruch podía saber eso ya en 1938. De hecho, no es un ningún misterio. Evidentemente Churchill así se lo dijo. Robert Sherwood relata en su libro ‘Roosevelt y Hopkins’ que Churchill, siendo aún Primer Lord del Almirantazgo, le dijo esto a Baruch: “La guerra llegará muy pronto. Nosotros estaremos en ella y vosotros, los Estados Unidos, también lo estaréis. Tú, Baruch, dirigirás el espectáculo allí, pero yo estaré aquí entre las líneas”. Esta es una afirmación asombrosa. ¿Cómo podía Churchill saber algo así en 1938? ¿Qué podía haber convencido a Churchill de que la guerra era inevitable y de que los judíos en EE.UU. dirigirían el espectáculo? ¿Acaso la Kristallnacht, tal vez? ¿Fue aquella la última gota para la ****ría internacional?
Al parecer Lord Beaverbook así lo creía. En una carta a Frank Gannett en diciembre de 1938 hizo esta llamativa afirmación: “Los judíos van tras el primer ministro Chamberlain. Ha sido terriblemente acosado por ellos. Todos los judíos están en su contra. Ellos han alcanzado una gran posición en la prensa aquí en el Reino Unido. Me siento inquieto. Los judíos podrían conducirnos a la guerra y su influencia política nos está llevando en esa dirección”. Beaverbook era un destacado ejecutivo de los medios y también político. Estaba bien posicionado para hacer tales afirmaciones.
Un militar estadounidense también estaba empezando a hablar públicamente acerca de la perniciosa influencia judía. El general George Moseley fue testigo de la presión que los judíos ejercían preparando otra guerra mundial y en un discurso en Filadelfia dijo: “la guerra que ahora se propone es con el propósito de establecer la hegemonía judía a lo largo del mundo”. Más tarde testificaría ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses, el primero de junio, argumentando que los judíos en EE.UU. estaban aliados con un estado judío global, por lo que se debería vetar su acceso a cargos públicos y negárseles el derecho a votar. Señaló a organizaciones como el Comité Judío Estadounidense, el Congreso Judío Estadounidense, el Comité Obrero Judío y B’nai B’rith como los instigadores de la guerra en favor de la ****ría internacional. Dijo: “los judíos deben darse cuenta de que los 120.000 millones de personas que componen la nación americana no van a ser gobernados por los judíos en general o en parte”. La declaración de Moseley fue, por supuesto, borrada del registro.
Otro testimonio de mediados de 1939 proviene de Joseph Kennedy, padre de John Fitzgerald Kennedy, que en aquel momento era embajador en Gran Bretaña. Kennedy expresó su preocupación a sus colegas en Londres acerca de la injerencia judía por llevar a su país a la guerra. Afirmó: “los judíos están dirigiendo los Estados Unidos, y la política demócrata de los Estados Unidos es un producto judío”. Un mes más tarde, el embajador británico en Alemania, Neville Henderson, confirmaba que “la actitud hostil en Gran Bretaña es obra de los judíos”. Aquí vemos de nuevo un paralelismo en el accionar de los judíos a ambos lados del Atlántico. Esto sería consistente con el papel desempeñado por Baruch como confidente tanto de Roosevelt como de Churchill.
De manera que tenemos a algunos de los más prominentes funcionarios estadounidenses advirtiéndose los unos a los otros acerca de la presión judía para entrar en la guerra. Los medios de comunicación judíos también comenzaron a ser aún más agresivos en aquel momento y las principales cabeceras fomentaban abiertamente la intervención estadounidense.