"los judíos de roosevelt" arrastraron a ee.uu. a la segunda guerra mundial

Ochoa

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Muchos estadounidenses han comenzando a darse cuenta de que los judíos desempeñaron un rol determinante arrastrando a su país en la Segunda Guerra Mundial y algunos se sienten incómodos ante esa realidad, aunque debe ser reconocida. Para demostrar ese papel del liderazgo ejercido por los judíos se pueden enumerar los siguientes hechos:

  • Había una desproporcionada, extensa e influyente presencia judía en la administración Roosevelt que inclinó la toma de decisiones en una determinada dirección a la hora de desplegar el poderío militar estadounidense.
  • La ciudadanía estadounidense no deseaba intervenir en la guerra.
  • Los influyentes judíos de Estados Unidos ansiaban entrar la guerra.
  • Roosevelt solapadamente se plegó a las demandas de guerra de los judíos influyentes.
  • Los judíos que controlaban los medios de comunicación estadounidenses promovieron y forzaron el apoyo a la guerra.
  • EE.UU. fue arrastrada a la guerra bajo falsos pretextos en favor de los judíos.

Se pueden establecer las fechas exactas y los nombres de los implicados. Es bien conocido entre los historiadores que Roosevelt dependió en exceso del apoyo judío durante su mandato. Un grupo de amigos judíos ricos contribuyeron a financiar su campaña para ser designado candidato: Henry Morgenthau Jr., Herbert Lehman, Jesse Straus y Laurence Steinhardt. Cuando aseguraron su nominación, la campaña de Roosevelt fue esencialmente dirigida por otro judío: Bernard Baruch. Así, una vez despejado el camino a la presidencia, la administración Roosevelt albergó al mayor número de judíos nunca visto antes en la Casa Blanca. De hecho, los judíos tuvieron una preponderancia desconocida hasta entonces en la historia de EE.UU.

Nos centraremos únicamente en los cinco más destacados. Estos judíos fueron tan prominentes que eran popularmente conocidos en la época como “los judíos de Roosevelt” y tenían el mayor peso a la hora de la toma de decisiones en la administración. Se trataba de Louis Brandeis, Felix Frankfurter, Henry Mongenthau, Sam Rosenman y Ben Cohen. Louis Brandeis era entonces miembro de la Corte Suprema de justicia, habiendo sido designado para el cargo por su amigo Woodrow Wilson en 1916. Brandeis había estado reuniéndose con Roosevelt para discutir asuntos políticos incluso antes de la elección de éste en 1932, y le envió un cianotipo para el New Deal en 1938. Brandeis fue el primero en hacer un llamamiento al presidente en representación de los judíos influyentes. Dado que la involucración de un juez de la Corte Suprema en la administración del gobierno sería vista como reprobable, Brandeis normalmente actuaba a través de intermediarios como Frankfurter y Cohen para enviar mensajes al presidente.

Frankfurter era particularmente importante en el día a día de la presidencia. Para 1933 se había convertido probablemente en el asesor más influyente de Roosevelt. Tenía tanto poder que el general Hugh Johnson lo calificó como “el individuo más influyente de los Estados Unidos, infiltrando a sus chicos en oscuras posiciones clave en cada departamento vital”. Estando Europa al borde de la guerra, fue Frankfurter quien intercedió para que se produjesen una serie de correspondencias secretas entre Roosevelt y Churchill en un momento especialmente delicado. Posteriormente, en enero de 1939, Frankfurter recibiría la nominación para la Corte Suprema por parte de Roosevelt.

Morgenthau también tenía una relación especialmente estrecha con el presidente. Tanto que Roosevelt lo convirtió en el segundo judío en unirse jamás a un gabinete presidencial. Fue designado secretario del Tesoro a inicios de 1934, ocupando el cargo hasta el final de la guerra. Rosenman, por su parte, era el judío que escribía los discursos de Roosevelt y fue uno de sus principales asesores. Así es que muchas de las incendiarias declaraciones de Roosevelt antes y durante la guerra se originaron en el cerebro de Rosenman.

Benjamin Cohen, abogado, fue uno de los primeros diseñadores del New Deal y Roosevelt prestaba atención a lo que decía; pues actuaba como emisario tanto de Brandeis, como de Frankfurter. Cohen se convirtió en el principal arquitecto y ejecutor del plan de guerra Destructores por Bases desde mediados hasta finales de 1940. Fue él quien ingenió un plan mediante el cual los EE.UU. prestarían cincuenta buques de guerra a Gran Bretaña cuando aquel país ya estaba estaba metido de lleno en la contienda y en desesperada necesidad de asistencia a cambio de ciertas bases que poseían a lo largo de la costa atlántica americana y las Antillas. Este acuerdo violaba flagrantemente las Leyes de Neutralidad en aquellos años, pero Cohen lanzó una serie de afirmaciones indemostrables acerca de la defensa nacional para obtener su aprobación y no fue otro que su correligionario Frankfurter quien convenció a Roosevelt para lo firmara mediante un acuerdo ejecutivo simple, sin necesidad de obtener la ratificación del congreso.

Naturalmente, los alemanes interpretaron esto como un auténtico acto de guerra por parte de unos EE.UU. supuestamente neutrales. Esta subrepticia jugada por parte de estos dos judíos que habían creado una red dentro y fuera de la administración Roosevelt fue determinante a la hora de llevar a Hitler a firmar un pacto de mutua defensa con Japón el 27 de septiembre de 1940. A su vez, fue la firma de este acuerdo lo que empujó a Alemania a declarar la guerra a EE.UU. tras el ataque a Pearl Harbor.

De manera que un abogado judío -Cohen- quería meter ilegalmente a EE.UU. en bases estratégicas y su correligionario Frankfurter, de la Corte Suprema, selló su aprobación. Esta provocación colocó a Alemania en una posición en la que respondió firmando un acuerdo de mutua defensa con Japón que finalmente desembocaría en una declaración de guerra tras el ataque a Pearl Harbor. De no haber sido por la acción de estos dos judíos, esta provocación no habría ocurrido. De hecho, si ninguno de esos judíos hubiesen ocupado sus cargos, los EE.UU. nunca habrían entrado en la guerra. Y esos sólo eran los cinco judíos en la cúspide. Había muchos otros operando de modo soterrado en puestos influyentes.

Bernard Baruch, además de asesor de finanzas, era un destacado intermediario entre Roosevelt y Churchill. También operó internacionalmente asesorando financieramente tanto a Roosevelt como a Churchill. Otros judíos que rodeaban a Roosevelt incluían a Jerome Frank, consejero personal del presidente junto al también judío David Niles. James Warburg, hijo del banquero Paul Warburg, era otro asesor financiero. Eugene Black fue nombrado presidente de la Reserva Federal y Jesse Straus embajador en Francia; mientras que su primo, Nathan Straus, dirigió la agencia estadounidense de vivienda (USHA) del New Deal. Herbert Feis, por su parte, era asesor económico del Departamento de Estado. Cuando se examina detalladamente la influencia judía en la administración Roosevelt resulta abrumadora. Sería justo catalogarla directamente como una administración judía.

No se trataría simplemente de hacer una lista de judíos relevantes, sino también de analizar el poder que ejercían controlando el gobierno. Aquéllos que alegan la amplia presencia de gentiles en la administración y que no por una serie de nombres se puede responsabilizar a los judíos pierden de vista lo esencial, que es la enorme influencia que éstos tenían, no sólo su desproporcionada representación. El tras*curso de los acontecimientos es una prueba definitiva de la masiva y extensa influencia judía en implicar a los EE.UU. en la guerra. Los principales historiadores lo saben, pero no lo discuten en detalle sin arriesgar sus carreras bajo acusaciones de antisemitismo.

Así, mientras esos judíos hacían sonar tambores de guerra, el pueblo estadounidense mayoritariamente quería evitar entrar en el conflicto. Este es un hecho indiscutible. Entre el 80 y el 90% de los ciudadanos de EE.UU., según los sondeos y análisis realizados por Gallup en aquella época, se oponían a cualquier tipo de implicación de su país en la guerra. Una encuesta publicada en 1938 lanzaba la pregunta: “Si se produjera en Europa una guerra como la anterior, ¿debería participar EE.UU.?”. Una vez más un 95% respondió “no”. Estos porcentajes se mantuvieron muy altos hasta el ataque a Pearl Harbor.

Los medios de comunicación de la época controlados por judíos bombardearon al público con propaganda bélica e hicieron todo lo que pudieron para demonizar y vilipendiar a Hitler. Ya en 1933, el ‘New York Times’, de propiedad judía, estaba inventando historias horribles sobre Alemania para inocular la aversión en la mente de los ciudadanos. Por supuesto, para los alemanes los medios de comunicación estadounidenses equivalían a medios de comunicación judíos y sabían que éstos divulgarían mentiras. En un comunicado, el embajador alemán en Washington, Hans Luther, señaló que EE.UU. tenía “la maquinaria más potente de propaganda judía del planeta”. Este comentario era debido al dominio judío sobre Hollywood y al hecho de que los principales diarios estadounidenses, como el ‘New York Times’ o el ‘Washington Post’ estuvieran en manos judías. La visión de Luther era compartida por los líderes alemanes. Goebbels, por ejemplo, escribió lo siguiente en su diario el 24 de abril de 1942: “Me han entregado unas estadísticas acerca del número de judíos en la radio, el cine y la prensa americanas. El porcentaje es realmente espantoso. Los judíos controlan el 100% de la industria del cine americano y entre el 90 y el 95% de la prensa y la radio”.

En octubre de 1937 Roosevelt dio su infame Discurso de Cuarentena. Aquí tenemos uno de los primeros indicadores, aunque indirecto, de que anticipa un momento en el que EE.UU. entraría en conflicto con Alemania y sutilmente preparaba a los estadounidenses para la guerra. El peligro que entrañaba Hitler se sobredimensionó y la neutralidad fue desdeñada. Se realizaron afirmaciones sin sentido y declaraciones viciadas, siempre en el nombre de la paz. “Si Hitler prevalece, que nadie se imagine que América escapará. Que este hemisferio occidental no será atacado”. “Estamos determinados a mantenernos fuera de la guerra”, dijo Roosevelt. “Aún así, no podemos confiarnos sobre los efectos desastrosos de la guerra y los peligros que entraña”. Sin desaprovechar ninguna hipérbole, añadió que “si Alemania inicia una guerra, la tormenta se desatará hasta que cada flor de cultura sea pisoteada y todos los seres humanos sean barridos en una vasto caos”. Resulta difícil interpretarlo, excepto como un indicio de que la vía de la confrontación bélica ya había sido tomada y que el largo proceso había comenzado para persuadir a un público reticente.

En aquel momento, grupos de presión judíos alrededor del mundo, especialmente en EE.UU. y Gran Bretaña, comenzaron a apremiar para que se tomaran acciones militares en favor de sus asediados correligionarios en Alemania y, una vez más, derrocar un régimen al que odiaban; sin importar si los alemanes podrían tener alguna legitimidad en sus reclamaciones. Tal como hoy los judíos utilizan sus redes internacionales para agitar conflictos e incluso cancelar públicamente a quienes alzan la voz contra ellos, hicieron lo mismo entonces.

Una de las primeras señales de esto surge a comienzos de 1938 por parte del embajador polaco en EE.UU., Jerzy Potocki. Informó a Varsovia acerca de sus observaciones del escenario político en los siguientes términos: “La presión de los judíos sobre el presidente Roosevelt y sobre el Departamento de Estado es cada vez más poderosa. (…) Los judíos son ahora mismo los líderes en crear una psicosis bélica que sumergiría el mundo entero en la guerra y acarrearía una catástrofe general. Esta maniobra es cada día más evidente. (…) en su definición de los estados democráticos, los judíos también han provocado un auténtico caos: han entremezclado la idea democracia y comunismo y sobre todo han alzado la enseña del repruebo acérrimo contra el nazismo. Este repruebo se ha convertido en un frenesí. Se propaga por todas partes y por todos los medios: en los teatros, en el cine y en la prensa. Los alemanes son retratados como una nación viviendo bajo la arrogancia de Hitler, que quiere conquistar el mundo entero y arrastrar a toda la humanidad en un océano de sangre. En conversaciones con miembros de la prensa judíos me he manifestado repetidamente en contra de la visión inexorable y convencida de que la guerra es inevitable. Esta ****ría internacional utiliza todos los medios de propaganda para oponerse a cualquier tendencia hacia algún tipo de consolidación y entendimiento entre las naciones. Así, de este modo, está creciendo aquí lenta pero progresivamente la convicción en el pueblo americano de que los alemanes y sus satélites, en la forma de fascismo, son enemigos que deben ser sometidos por el mundo democrático”.

Otra prueba de la presión de los judíos por meter a EE.UU. en la guerra es una carta escrita por el senador Hiram Johnson a su hijo aquel mismo año. En la misiva, los bandos pro y anti belicistas quedan definidos: “todos los judíos están de un lado, salvajemente entusiastas por el presidente y deseando luchar hasta el último americano. Pero todo el mundo está asustado. Confieso que me encojo ante la posibilidad de ofender a los judíos”. Por su parte, Bernard Baruch ciertamente estaba espoleando la guerra. Hablando con el general George Marshall dijo: “vamos a darle una paliza a ese tipo, Hitler. No va a salirse con la suya.”. Uno inevitablemente se pregunta cómo Baruch podía saber eso ya en 1938. De hecho, no es un ningún misterio. Evidentemente Churchill así se lo dijo. Robert Sherwood relata en su libro ‘Roosevelt y Hopkins’ que Churchill, siendo aún Primer Lord del Almirantazgo, le dijo esto a Baruch: “La guerra llegará muy pronto. Nosotros estaremos en ella y vosotros, los Estados Unidos, también lo estaréis. Tú, Baruch, dirigirás el espectáculo allí, pero yo estaré aquí entre las líneas”. Esta es una afirmación asombrosa. ¿Cómo podía Churchill saber algo así en 1938? ¿Qué podía haber convencido a Churchill de que la guerra era inevitable y de que los judíos en EE.UU. dirigirían el espectáculo? ¿Acaso la Kristallnacht, tal vez? ¿Fue aquella la última gota para la ****ría internacional?

Al parecer Lord Beaverbook así lo creía. En una carta a Frank Gannett en diciembre de 1938 hizo esta llamativa afirmación: “Los judíos van tras el primer ministro Chamberlain. Ha sido terriblemente acosado por ellos. Todos los judíos están en su contra. Ellos han alcanzado una gran posición en la prensa aquí en el Reino Unido. Me siento inquieto. Los judíos podrían conducirnos a la guerra y su influencia política nos está llevando en esa dirección”. Beaverbook era un destacado ejecutivo de los medios y también político. Estaba bien posicionado para hacer tales afirmaciones.

Un militar estadounidense también estaba empezando a hablar públicamente acerca de la perniciosa influencia judía. El general George Moseley fue testigo de la presión que los judíos ejercían preparando otra guerra mundial y en un discurso en Filadelfia dijo: “la guerra que ahora se propone es con el propósito de establecer la hegemonía judía a lo largo del mundo”. Más tarde testificaría ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses, el primero de junio, argumentando que los judíos en EE.UU. estaban aliados con un estado judío global, por lo que se debería vetar su acceso a cargos públicos y negárseles el derecho a votar. Señaló a organizaciones como el Comité Judío Estadounidense, el Congreso Judío Estadounidense, el Comité Obrero Judío y B’nai B’rith como los instigadores de la guerra en favor de la ****ría internacional. Dijo: “los judíos deben darse cuenta de que los 120.000 millones de personas que componen la nación americana no van a ser gobernados por los judíos en general o en parte”. La declaración de Moseley fue, por supuesto, borrada del registro.

Otro testimonio de mediados de 1939 proviene de Joseph Kennedy, padre de John Fitzgerald Kennedy, que en aquel momento era embajador en Gran Bretaña. Kennedy expresó su preocupación a sus colegas en Londres acerca de la injerencia judía por llevar a su país a la guerra. Afirmó: “los judíos están dirigiendo los Estados Unidos, y la política demócrata de los Estados Unidos es un producto judío”. Un mes más tarde, el embajador británico en Alemania, Neville Henderson, confirmaba que “la actitud hostil en Gran Bretaña es obra de los judíos”. Aquí vemos de nuevo un paralelismo en el accionar de los judíos a ambos lados del Atlántico. Esto sería consistente con el papel desempeñado por Baruch como confidente tanto de Roosevelt como de Churchill.

De manera que tenemos a algunos de los más prominentes funcionarios estadounidenses advirtiéndose los unos a los otros acerca de la presión judía para entrar en la guerra. Los medios de comunicación judíos también comenzaron a ser aún más agresivos en aquel momento y las principales cabeceras fomentaban abiertamente la intervención estadounidense.
 
La industria cinematográfica también jugó un papel relevante en meter a EE.UU. en la guerra. Esfuerzos tempranos como ‘Hitler - Beast of Berlin’ salieron a la luz en 1939 y abrieron el camino a una profusa serie de películas de aprobación judía a lo largo de los siguientes tres años. En 1940, los judíos de Hollywood produjeron películas muy gráficas y de gran impacto como ‘Escape’ y ‘The Mortal Storm’. El 2 de mayo, los principales dueños de los estudios Jack y Harry Warner, cuyos verdaderos nombres eran Jacob y Hirsz Wonskolaser, escribieron una carta a Roosevelt asegurándole que ellos harían “todo lo que esté en nuestro poder en la industria cinematográfica para mostrar al público americano lo beneficioso de la causa por la que los pueblos libres de Europa están realizando tales tremendos sacrificios”. Reparemos en ello. Dos magnates de la industria de Hollywood estaban en correspondencia directa con el presidente de EE.UU. haciéndole saber que usarían sus películas para promover la guerra.

Para 1941 más directores y productores de cine judíos estaban haciendo películas pro-bélicas. Era tan notorio que el movimiento favorable a la neutralidad de aquel momento, llamado America First, advirtió de que esta propaganda beligerante se estaba generalizando y difundía mentiras en sus películas para provocar que los estadounidenses desearan entrar en la guerra. En agosto de ese mismo año, cuatro meses antes de Pearl Harbor, el senador Gerald Nye también advirtió acerca de esta guerra de propaganda judía de Hollywood, arguyendo que “estos estudios de cine se han convertido en los más gigantescos ingenios de propaganda que existen para despertar la fiebre de la guerra en América y llevar esta nación a su destrucción”. Para aquel momento ya se habían estrenado casi tres docenas de grandes producciones pro-bélicas. Finalmente, más de sesenta películas explícitamente belicistas fueron producidas junto a docenas de films corrientes que incorporaban sutiles mensajes a favor de la guerra introducidos por los guionistas judíos de Hollywood.

La propaganda judía arrastrando a los EE.UU. a la guerra centró la atención de Charles Lindbergh, quien dijo: “el mayor peligro que los judíos representan para este país yace en su gran posesión e influencia sobre el cine, nuestra prensa, nuestra radio y nuestro gobierno”. En agosto de 1941, fue el lobby judío el que presionó al Congreso para que aprobara la Ley de Préstamo y Arriendo, que permitía a EE.UU. enviar armamento y suministros militares al Reino Unido. De manera que eran los judíos poderosos e influyentes quienes dirigían a un público estadounidense pacifista hacia la guerra para destruir al odiado régimen nacionalsocialista.

No hay ninguna duda de que los judíos británicos estaban promoviendo que los EE.UU. entraran en la guerra y de que estaban teniendo éxito. El dirigente sionista Jaim Weizmann lo confiesa con orgullo en una carta dirigida a Churchill: “hay solo un gran grupo étnico en América que está dispuesto a alzarse con cada hombre por Gran Bretaña y por una política de completa ayuda para ella: los cinco millones de judíos. Desde el secretario Morgenthau, el gobernador Lehman, el juez Frankfurter hasta el más simple de los trabajadores o comerciantes judíos. Son conscientes de lo que toda esta lucha contra Alemania implica. Ha sido repetidamente reconocido por estadistas británicos que fueron los judíos quienes, en la última guerra mundial, efectivamente ayudaron a inclinar la balanza en América a favor de Gran Bretaña. Estuvieron dispuestos a hacerlo y podrían volverlo a hacer”. Aquí tenemos la confesión más explícita por parte del propio líder sionista.

De modo que, los judíos estadounidenses, en complicidad con sus correligionarios británicos, sostenían la llave de la guerra. Estaban dispuestos a hacerlo virtualmente bajo el comando de la ****ría internacional, inclinar la balanza de nuevo y llevar a los EE.UU. a otra guerra que los estadounidenses deseaban desesperadamente evitar. Y no solo los judíos más poderosos e influyentes, sino incluso los judíos corrientes. Todos ellos hicieron su parte como un colectivo único. Cinco millones de judíos estadounidenses determinados a meter a EE.UU. en la guerra, ya estuviera la ciudadanía a favor o no.

A pesar de toda esta propaganda de guerra, aún el 80% de los estadounidenses rechazaban la intervención. Los judíos de Roosevelt estaban cada vez más desesperados. Llegados a ese punto, sólo un ataque directo a suelo estadounidense podría alterar la opinión pública. Roosevelt había estado hostigando a los alemanes desde hacía dos años, pero ellos rechazaban responder. ¿Qué hacer? Hay evidencias de que el ataque a Pearl Harbor fue efectivamente un evento de falsa bandera. Aunque no condujeron directamente el ataque, la administración Roosevelt hizo lo posible para provocar y después permitir que los japoneses atacasen para simular conmoción una vez ocurriera.

He aquí algunos elementos clave sobre cómo la administración en EE.UU. permitió tal ataque. El más temprano indicio de que se estaba trazando un plan de ataque similar es de octubre de 1940, en el memorando de McCollum. El comandante Arthur McCollum era director de la Oficina Naval de Inteligencia en el Pacífico Sur cuando remitió una carta de cinco páginas a dos de sus superiores. El memorando dibuja un escenario en el que unos neutrales EE.UU. están rodeados por naciones hostiles a través de ambos océanos y destaca que Alemania e Italia han sellado recientemente una alianza militar con Japón dirigida contra los EE.UU. Este era un pacto de defensa mutua, de manera que un ataque contra Japón sería considerado por Alemania por defecto como un acto de guerra.

Esto llevó a la administración Roosevelt a elegir entre dos vías para arrastrar a EE.UU. a la guerra: un ataque por parte de Alemania o un ataque por parte de Japón. Alemania estaba evitando escrupulosamente el conflicto, pero tal vez Japón podría ser provocado. Esto fue claramente entendido entre el estamento militar. Como explica McCollum: “no se cree que en el presente estado de la opinión pública el gobierno de EE.UU. sea capaz de declarar la guerra a Japón sin provocar más agitación. Y es vagamente posible que una acción vigorosa por nuestra parte pudiera conducir a los japoneses a modificar su actitud”. Interesante lenguaje que esencialmente significa que Japón no quería realmente la guerra tampoco, pero tal vez podríamos provocarles los suficiente para que lancen un primer ataque. El memorando concluye con una sorprendente aseveración: “Si por estos medios Japón pudiera ser conducido a cometer un abierto acto de guerra, mucho mejor”. El plan difícilmente podría estar más claro.

El 19 de agosto de 1941, el propio Churchill confirmó que la administración Roosevelt estaba decidida a que debían entrar en la guerra: “Se está haciendo todo para forzar un incidente. El presidente ha dejado claro que él buscará un incidente que pueda justificar que América abra las hostilidades”. De manera que aquí tenemos una admisión del propio Churchill de que era de hecho el plan de Roosevelt buscar e incluso provocar un incidente que asegurara la entrada de EE.UU. en la guerra, sin tener en cuenta lo que quería el 80% de sus ciudadanos.

El 25 de noviembre de 1941, tan solo doce días antes del ataque, Roosevelt convocó una reunión del gabinete de guerra en la Casa Blanca. El secretario de Guerra Henry Stimson escribió lo siguiente en su diario: “Roosevelt sacó a colación el evento en el que nosotros seríamos susceptibles de ser atacados. Tal vez el próximo lunes, 1 de diciembre. Como los japoneses son conocidos por lanzar sus ataques sin previo aviso, la cuestión era cómo debíamos maniobrarles hasta la posición de lanzar el primer disparo sin permitir demasiado peligro para nosotros mismos. Era una proposición difícil”.

Una vez más está claro y es explícito que se permitiría que sucediera un ataque. Ocho años después, el secretario de prensa del presidente, Jonathan Daniels, recordó los hechos de aquellos días: “Hubo una advertencia masiva antes de Pearl Harbor. De hecho, los avisos habían sido claros durante muchos meses antes de Pearl Harbor. La creciente amenaza era conocida y aceptada. Por supuesto, incluso los senadores pueden ahora leerlo con precisa claridad. La hora y el lugar. Las advertencias que nosotros poseíamos. El golpe fue más duro de lo que Roosevelt habría deseado”.

En 1989, un ex capitán de la inteligencia naval australiana de noventa años llamado Eric Nave salió a la luz con un sorprendente testimonio sobre cómo también los británicos tenían conocimiento previo detallado del ataque. Las decodificaciones de Nave de los comandos de batalla japoneses dejaban clara su intención de atacar y esto fue expresado varios días antes de que el asalto a la base tuviera lugar. Sus revelaciones son pruebas de que Churchill y probablemente Roosevelt permitieron el ataque para seguir adelante sin oposición, como excusa para llevar a EE.UU. a la Segunda Guerra Mundial. Nave afirmó: “nosotros nunca albergamos ninguna duda sobre el propio Pearl Harbor. Aquello jamás debió ocurrir. Lo sabíamos días, incluso una semana antes”. Nave murió en 1993 quedando su historia sin reconocimiento.

Así que estos son los testimonios de algunos de los más altos oficiales, incluido el propio Churchill, de que el plan de ataque a Pearl Harbor era conocido con anterioridad y permitieron que ocurriese. La administración judía de Roosevelt logró lo que tanto ansiaba y los EE.UU. fueron arrastrados a la guerra. La vasta mayoría de los estadounidenses no querían la guerra, pero los judíos hicieron todo lo posible por forzarla de todas maneras. Para resumir lo expuesto aquí:

  • Había una extensa e influyente presencia judía en la administración Roosevelt.
  • Estos judíos querían la guerra aunque los estadounidenses estuvieran en contra.
  • Los judíos utilizaron su control sobre los medios estadounidenses y el gobierno para arrastrar a EE.UU. a la guerra en contra de la voluntad popular.
  • Los EE.UU. entraron en la guerra bajo falsos pretextos en favor de los judíos.
  • Esto es suficiente para afirmar que, en efecto, los judíos actuaron en EE.UU. como la quinta columna de un estado supranacional coordinándose con otros judíos en Europa.
  • Fueron los judíos quienes arrastraron a EE.UU. a la guerra. Si no hubiese sido por la posición de poder e influencia que ocupaban en el gobierno y en los medios, no habrían muerto estadounidenses en aquella guerra.


* Extractos del libro ‘The Jewish Hand in the World Wars’ de Thomas Dalton.
 
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Mientras tanto, en el mundo real, quienes arrastraron a los EEUU a la guerra fueron los japoneses y Hitler, que son quienes se la declararon.

Jajajajajjajjajajajajjajajajja

Si es que no son más fulastres porque no estudian para ello.

Si el estulto de Jirler no les hubiera declarado la guerra a lo mejor no hubiera terminado como un churrasco.
 
Y pilotaban los aviones que bombardearon Pearl Harbor el 7 de Diciembre de 1941.

Y no olvidemos su argumento estrella: Que Roosevelt arrastró a EEUU a la 2GM porque conocía de antemano el ataque de Pearl Harbor y permitió el ataque para arrastrar a EEUU a la Guerra.

Porque claro, si Roosevelt hubiera llamado a los japoneses y les hubiera dicho: "oye, sé que nos vais a atacar mañana en Pearl Harbor", eso hubiera provocado que los japoneses suspendieran toda su planificación de mas de medio año para lanzar la campaña de expansión por el Pacífico, y hubieran abortado también la otra media docena de objetivos que atacaron ese mismo día, incluyendo la oleada turística de Filipinas con media docena de desembarcos.

Para nada eso hubiera provocado que los japoneses simplemente abortaran el ataque de Pearl Harbor y siguieran atacando en el resto de lugares.
 
Mientras tanto, en el mundo real, quienes arrastraron a los EEUU a la guerra fueron los japoneses y Hitler, que son quienes se la declararon.
En fin, yo puedo reducir tu tocho con simplemente racionalizar que la segunda guerra mundial fue causa y consecuencia de la mala manera que resolvieron y administaron la paz , los ganadores de la primera guerra mundial.
Que conste
 
En la Iª fue el hundimiento del Lusitania el detonante.

El hundimiento del crucero de lujo en plena Guerra Mundial que cambió la historia​

Crucero, LusitaniaHundimiento del Lusitania.
Nacho Atanes

El 7 de mayo de cada año se celebra la efeméride, el aniversario del hundimiento de un barco de lujo que cambió la historia. No hablamos del Titanic, archiconocido en todo el mundo, si no del RMS Lusitania, un crucero que en su camino de recorrido habitual, entre Estados Unidos y Reino Unido, quedó atrapado en 1915, en plena I Guerra Mundial, y fue torpedeado por las fuerzas alemanas a la altura del faro de Old Head of Kinsale, en Irlanda.

Parece ser que fue una falsa bandera
Paradojicamente el pecio fue DINAMITADO despues, se supone que para borrar las pruebas...
 
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Cuando te enteres de quienes eran el juez, jurado y ejecutor de los juicios de Nuremberg alucinas.
Juicios en los que los testigos y acusados iban torturados (estos últimos llevaban meses metidos en una celda de la que no salían 10 minutos al día, antes de declarar les recordaban de que iba el asunto amigablemente, los primeros eran amenazados sobre consecuencias directas a sus familias) y a la defensa no se le dio forma de prepararse (no se les daba acceso a documentos oficiales y apenas podían hablar con los acusados, estaba todo pensado) mientras la acusación tuvo meses.
No estoy completamente de acuerdo con tu post, pero coincidimos en que la historia de los últimos 150 años está completamente inventada.
 
Como ya han escrito, fue Hitler quien en su infinita estupidez declaró la guerra a EEUU. No tenían suficiente con los rusos según parece.
 
Como ya han escrito, fue Hitler quien en su infinita estupidez declaró la guerra a EEUU. No tenían suficiente con los rusos según parece.

Creyó, erróneamente, que los japoneses le corresponderían declarando la guerra a la URSS. Además el consenso general entre los alemanes y los angloamericanos en 1941 era que el colapso de la URSS era inminente. Hay que intentar ponerse en la piel de alguien que estuviese viviendo aquellos días en directo. La frutada es que llegó 1942 , la URSS no colapsó y entonces los alemanes se quedaron en plan ¿y ahora que hacemos?
 
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