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Madmaxista
La importancia de comer alimentos crudos - La Garbancita Ecológica
El uso del fuego y la cocción de los alimentos apare*ció hace algo menos de 400.000 años en la vida humana y modificó sustancialmente su posibilidad de supervi*vencia. En aquella época grandes extensiones de tierra estaban congeladas, el frío arreciaba y las posibilidades de recolección eran limitadas.
El descubrimiento del fuego como calorífico permitió a este ser humano sobrevivir a todas estas inclemencias y alentó su convivencia en grupo. En torno al fuego se gestó esta nueva vida y no en vano muchos investigadores hablan de este acontecimiento como un punto de inflexión. Lo fue, desde luego en muchos aspectos, algunos de los cuales tienen que ver claramente con un cambio drástico en la dieta y en nuestra manera de comer. Sin embargo, lo que en aquel momento supu*so la posibilidad de vivir, se ha convertido más tarde en un gran problema, porque ahora que disponemos de muchos recur*sos lo cocinamos todo, lo alteramos todo, lo modificamos todo, mejor dicho, nos lo preparan todo para “facilitarnos la vida” y vivimos en la inconsciencia de lo que signi*fica para nuestros cuerpos una dieta llena de tóxicos y con pocos o ningún crudo que nos ayuden a depurar.
Pero… ¿por qué cocinamos? Es obvio que en su momento ésto aportó una serie de beneficios:
Eliminación de tóxicos: la acción del calor genera un control sobre microor*ganismos nocivos, que básicamente están presentes en las carnes y los lácteos (salmo*nela, escherichia coli).
Mejora en la digestión: median*te la conversión de ciertas sustancias, que no resultan comestibles en estado original (cereales y legumbres), en sustancias pro*cesables. La cocción ayudó a desarrollar el concepto de alimentos fácilmente almace*nables.
Generación de sabor: las reac*ciones de los macronutrientes (proteínas, grasas y carbohidratos) generan nuevos compuestos que dotan al alimento original de diversas texturas (fritos, asados y cara*melizados), que los hacen más apetecibles y adictivos.
Preservación de los alimentos: la coc*ción de ciertos elementos perecederos permi*tió generar reservas en épocas de escasez.
Esto es así, pero estos pilares de la coc*ción tienen sus aspectos oscuros, porque hacen, en realidad, que ciertos alimentos que no son comestibles lo sean. Son pro*cedimientos útiles en épocas de hambru*na, pero nada recomendables frente a la disponibilidad de comida fresca y fisioló*gica.
Y aquí está el problema, porque segui*mos comiendo cocinado como hace miles de años pero con el añadido de que nues*tros alimentos están todos procesados a altísimas temperaturas, ingrediente por ingrediente, llenos de químicos y nosotros, además, los volvemos a cocinar en casa y a veces incluso los calentamos en el microon*das… , hemos evolucionado pero esencial*mente no hemos cambiado de hábitos, nos centramos en la supervivencia porque en nuestra memoria celular está escrito el mie*do a carecer, a no tener alimentos y por su*puesto, a morir… pero ¿acaso esta manera de alimentarnos nos ayuda en algo?
Lo que no sabemos es que gracias a la cocción se alteran las estructuras origina*les de los alimentos y se generan nuevos compuestos tóxicos. Los perjuicios en primer lugar tienen que ver con el cam*po energético vital, pasamos de comer sustancias vivas a muertas, se pierden vitaminas (sobre todo las que son ter*mosensibles), proteínas ( por efecto de la coagulación, agua ( a causa de la evapora*ción), alcalinidad ( la cocción acidifica los alimentos), sabores y aromas naturales y sobre todo se destruyen totalmente las enzimas alimentarias, lo que genera una total dependencia de las enzimas corpo*rales y un agotamiento de las mismas.
En resumen, podríamos decir que co*cinando alimentos perdemos nutrientes muy valiosos (enzimas, vitaminas, mi*nerales, ácidos grasos esenciales, agua biológica, antioxidantes), generamos tóxicos peligrosos (muchos a partir de los 100º), desvitalizamos la comida y enlen*tecemos la digestión. Lo curioso es que esto y otros añadidos de consideración son conocidos por la comunidad científi*ca que mira hacia otro lado y lo más tris*te es que en torno al alimento hay tantos intereses y somos tan vulnerables a la manipulación que todos acabamos cre*yendo lo que nos llega desde las grandes corporaciones que lo manejan todo.
En 1930 el médico ruso Paul Kouchakof realizó una investigación sobre millares de personas a las cuales analizaba la sangre tras la ingesta de distintos tipos de alimen*tos y en un estudio presentado en el primer Congreso de Microbiología, comunicó que tras la ingestión de alimentos cocinados se producía en todos los casos una leuco*citosis (respuesta del organismo ante una infección, intoxicación o envenenamiento). Ya en 1897 Rudolf Virchow (padre de la pa*tología celular) describió esta patología di*gestiva que no pudo asociar a nada puesto que se producía en todos los individuos. Y no es que sea una reacción fisiológica, sino que los leucocitos poseen una gran varie*dad de enzimas que permiten finalizar el proceso digestivo de hidrólisis de moléculas de gran tamaño y el cuerpo siempre hace lo mejor. Este fenómeno, bautizado con el nombre de leucocitosis post prandial, era independiente de la buena o mala mastica*ción, sin embargo Kouchakof constató que se agudizaba cuando los alimentos se coci*naban por encima de cierta temperatura y no se producía tras la ingestión de alimen*tos crudos. Cuanto mayor era la ingesta de alimentos crudos en la comida, menores eran los valores en la leucocitosis, lo que indica claramente que algunas macromo*léculas del alimento cocinado atraviesan la mucosa intestinal y provocan la respuesta inmunitaria. Con el tiempo esto desvita*liza el organismo y disminuye la capaci*dad defensiva, lo que nos hace sensibles a múltiples problemas de salud. Además, la carencia de enzimas no sólo impide que el proceso digestivo se realice correctamente sino que también repercute en la adecuada disponibilidad de los nutrientes.
Todo lo dicho no implica dejar total*mente de cocinar sino tener la conciencia de que nuestro organismo necesita alimentos crudos y de calidad, ecológicos, de nuestro entorno, con pocos márgenes temporales en la recolección, germinados, fermenta*dos, alimentos vivos, en definitiva.
No es comprensible que en colegios y hospitales se ingieran tantos alimentos cocinados y sin vitalidad, las enzimas son imprescindibles para el crecimiento salu*dable de los niños y para la recuperación de los enfermos y sólo están presentes en los alimentos crudos, ellas nos ayudan a di*gerirlos, por lo que no tenemos que recurrir a nuestro sistema de enzimas corporales. Comiendo menos alimentos procesados nuestro sistema corporal sufre menos desgaste y nos sentimos plenos de ener*gía y vigor. Seamos conscientes de que el alimento que comemos nos proporciona bienestar o malestar, enfermedad o salud y como vemos, no sólo es el alimento sino cómo procesamos ese alimento.
Un cambio de hábitos en la nutrición se hace necesario; no podemos pensar que el cuerpo es ajeno a todo nuestro descuido e inconsciencia, desde todos los ámbitos, esto debería ser posible. Hay muchísimos mecanismos adictivos aprovechados por la industria alimen*taria para sacar los máximos beneficios económicos y no podemos caer una y otra vez en la trampa de los sabores, de las texturas, de los colores. Todo lo que se vende a gran escala está totalmente modificado, tratado a altísimas tempe*raturas, lleno de sustancias tóxicas, can*cerígenas, mutagénicas, neurotóxicas y adictivas. Elijamos por tanto la salud y el bienestar llenando nuestra despensa de los alimentos que la naturaleza nos ofrece, comamos ecológico, crudo en lo posible, hagamos nuestros brotes y ger*minados, fermentemos, comamos vida para estar vivos.
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El uso del fuego y la cocción de los alimentos apare*ció hace algo menos de 400.000 años en la vida humana y modificó sustancialmente su posibilidad de supervi*vencia. En aquella época grandes extensiones de tierra estaban congeladas, el frío arreciaba y las posibilidades de recolección eran limitadas.
El descubrimiento del fuego como calorífico permitió a este ser humano sobrevivir a todas estas inclemencias y alentó su convivencia en grupo. En torno al fuego se gestó esta nueva vida y no en vano muchos investigadores hablan de este acontecimiento como un punto de inflexión. Lo fue, desde luego en muchos aspectos, algunos de los cuales tienen que ver claramente con un cambio drástico en la dieta y en nuestra manera de comer. Sin embargo, lo que en aquel momento supu*so la posibilidad de vivir, se ha convertido más tarde en un gran problema, porque ahora que disponemos de muchos recur*sos lo cocinamos todo, lo alteramos todo, lo modificamos todo, mejor dicho, nos lo preparan todo para “facilitarnos la vida” y vivimos en la inconsciencia de lo que signi*fica para nuestros cuerpos una dieta llena de tóxicos y con pocos o ningún crudo que nos ayuden a depurar.
Pero… ¿por qué cocinamos? Es obvio que en su momento ésto aportó una serie de beneficios:
Eliminación de tóxicos: la acción del calor genera un control sobre microor*ganismos nocivos, que básicamente están presentes en las carnes y los lácteos (salmo*nela, escherichia coli).
Mejora en la digestión: median*te la conversión de ciertas sustancias, que no resultan comestibles en estado original (cereales y legumbres), en sustancias pro*cesables. La cocción ayudó a desarrollar el concepto de alimentos fácilmente almace*nables.
Generación de sabor: las reac*ciones de los macronutrientes (proteínas, grasas y carbohidratos) generan nuevos compuestos que dotan al alimento original de diversas texturas (fritos, asados y cara*melizados), que los hacen más apetecibles y adictivos.
Preservación de los alimentos: la coc*ción de ciertos elementos perecederos permi*tió generar reservas en épocas de escasez.
Esto es así, pero estos pilares de la coc*ción tienen sus aspectos oscuros, porque hacen, en realidad, que ciertos alimentos que no son comestibles lo sean. Son pro*cedimientos útiles en épocas de hambru*na, pero nada recomendables frente a la disponibilidad de comida fresca y fisioló*gica.
Y aquí está el problema, porque segui*mos comiendo cocinado como hace miles de años pero con el añadido de que nues*tros alimentos están todos procesados a altísimas temperaturas, ingrediente por ingrediente, llenos de químicos y nosotros, además, los volvemos a cocinar en casa y a veces incluso los calentamos en el microon*das… , hemos evolucionado pero esencial*mente no hemos cambiado de hábitos, nos centramos en la supervivencia porque en nuestra memoria celular está escrito el mie*do a carecer, a no tener alimentos y por su*puesto, a morir… pero ¿acaso esta manera de alimentarnos nos ayuda en algo?
Lo que no sabemos es que gracias a la cocción se alteran las estructuras origina*les de los alimentos y se generan nuevos compuestos tóxicos. Los perjuicios en primer lugar tienen que ver con el cam*po energético vital, pasamos de comer sustancias vivas a muertas, se pierden vitaminas (sobre todo las que son ter*mosensibles), proteínas ( por efecto de la coagulación, agua ( a causa de la evapora*ción), alcalinidad ( la cocción acidifica los alimentos), sabores y aromas naturales y sobre todo se destruyen totalmente las enzimas alimentarias, lo que genera una total dependencia de las enzimas corpo*rales y un agotamiento de las mismas.
En resumen, podríamos decir que co*cinando alimentos perdemos nutrientes muy valiosos (enzimas, vitaminas, mi*nerales, ácidos grasos esenciales, agua biológica, antioxidantes), generamos tóxicos peligrosos (muchos a partir de los 100º), desvitalizamos la comida y enlen*tecemos la digestión. Lo curioso es que esto y otros añadidos de consideración son conocidos por la comunidad científi*ca que mira hacia otro lado y lo más tris*te es que en torno al alimento hay tantos intereses y somos tan vulnerables a la manipulación que todos acabamos cre*yendo lo que nos llega desde las grandes corporaciones que lo manejan todo.
En 1930 el médico ruso Paul Kouchakof realizó una investigación sobre millares de personas a las cuales analizaba la sangre tras la ingesta de distintos tipos de alimen*tos y en un estudio presentado en el primer Congreso de Microbiología, comunicó que tras la ingestión de alimentos cocinados se producía en todos los casos una leuco*citosis (respuesta del organismo ante una infección, intoxicación o envenenamiento). Ya en 1897 Rudolf Virchow (padre de la pa*tología celular) describió esta patología di*gestiva que no pudo asociar a nada puesto que se producía en todos los individuos. Y no es que sea una reacción fisiológica, sino que los leucocitos poseen una gran varie*dad de enzimas que permiten finalizar el proceso digestivo de hidrólisis de moléculas de gran tamaño y el cuerpo siempre hace lo mejor. Este fenómeno, bautizado con el nombre de leucocitosis post prandial, era independiente de la buena o mala mastica*ción, sin embargo Kouchakof constató que se agudizaba cuando los alimentos se coci*naban por encima de cierta temperatura y no se producía tras la ingestión de alimen*tos crudos. Cuanto mayor era la ingesta de alimentos crudos en la comida, menores eran los valores en la leucocitosis, lo que indica claramente que algunas macromo*léculas del alimento cocinado atraviesan la mucosa intestinal y provocan la respuesta inmunitaria. Con el tiempo esto desvita*liza el organismo y disminuye la capaci*dad defensiva, lo que nos hace sensibles a múltiples problemas de salud. Además, la carencia de enzimas no sólo impide que el proceso digestivo se realice correctamente sino que también repercute en la adecuada disponibilidad de los nutrientes.
Todo lo dicho no implica dejar total*mente de cocinar sino tener la conciencia de que nuestro organismo necesita alimentos crudos y de calidad, ecológicos, de nuestro entorno, con pocos márgenes temporales en la recolección, germinados, fermenta*dos, alimentos vivos, en definitiva.
No es comprensible que en colegios y hospitales se ingieran tantos alimentos cocinados y sin vitalidad, las enzimas son imprescindibles para el crecimiento salu*dable de los niños y para la recuperación de los enfermos y sólo están presentes en los alimentos crudos, ellas nos ayudan a di*gerirlos, por lo que no tenemos que recurrir a nuestro sistema de enzimas corporales. Comiendo menos alimentos procesados nuestro sistema corporal sufre menos desgaste y nos sentimos plenos de ener*gía y vigor. Seamos conscientes de que el alimento que comemos nos proporciona bienestar o malestar, enfermedad o salud y como vemos, no sólo es el alimento sino cómo procesamos ese alimento.
Un cambio de hábitos en la nutrición se hace necesario; no podemos pensar que el cuerpo es ajeno a todo nuestro descuido e inconsciencia, desde todos los ámbitos, esto debería ser posible. Hay muchísimos mecanismos adictivos aprovechados por la industria alimen*taria para sacar los máximos beneficios económicos y no podemos caer una y otra vez en la trampa de los sabores, de las texturas, de los colores. Todo lo que se vende a gran escala está totalmente modificado, tratado a altísimas tempe*raturas, lleno de sustancias tóxicas, can*cerígenas, mutagénicas, neurotóxicas y adictivas. Elijamos por tanto la salud y el bienestar llenando nuestra despensa de los alimentos que la naturaleza nos ofrece, comamos ecológico, crudo en lo posible, hagamos nuestros brotes y ger*minados, fermentemos, comamos vida para estar vivos.
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