b. Indirecto o circunstancial: El ataque indirecto no se dirige abiertamente contra la persona sino contra las circunstancias en que se mueve: sus vínculos, sus relaciones, sus intereses, en una palabra, todo aquello que pueda poner de manifiesto los motivos que le empujan a sostener su punto de vista. Da por supuesto que, en general, somos más amigos de Platón que de la verdad. Es la forma de ataque que sufre quien pertenece a un grupo (político, religioso, cultural) no porque sus ideas sean poco apreciables, sino porque se supone que disfraza con argumentos los intereses de su grupo. La denuncia de supuestas conspiraciones de la oposición, que tanto gustan a algunos políticos, adoptan la forma de esta falacia:
Usted hace las preguntas para perjudicar al gobierno.
Detrás de todo esto hay una estrategia para hundir al Presidente.
Son tóntos útiles, manipulados por una potencia extranjera.
Se da por sentado que, aunque el oponente sea una bellísima persona, sus circunstancias le aconsejan ver las cosas de una manera determinada que le impide ser objetivo. No importa que sus razones lo sean. Aquí se trata de eludir las razones para, en su lugar, insinuar que el adversario habla por interés, que es sospechoso de parcialidad e incluso de mala fe, y, en consecuencia, que no se debe malgastar el tiempo rebatiéndole.
¡Claro, como a ti no te toca, te parece muy bien la reforma!
Se da por supuesto que la opinión es hija del interés y no se consideran sus posibles razones.
No puedes fiarte de ese estudio sobre el tabaco. Lo ha pagado la industria tabacalera.
Debéis guardaros de permitir a los dueños de los esclavos que intervengan en las leyes sobre la esclavitud.
Se sienta como premisa implícita que los esclavistas, al ser parte interesada, no serán fiables en la redacción de la ley, lo que es falaz, porque hasta un esclavista puede exponer buenos razonamientos sobre la esclavitud (al fin y al cabo es el que más sabe). Pero es que, además, aunque su participación fuera interesada, una medida benéfica no se puede rechazar por el simple hecho de que beneficie al proponente.
Un hombre de buenas costumbres puede albergar opiniones falsas y puede un malvado predicar la verdad aunque no crea en ella. Montaigne.[5]
Si el razonamiento es bueno, ¿qué importa quién lo presente o por qué? Una cosa es ser más escrupuloso y vigilante en el escrutinio de un argumento y otra dejarse influir en su evaluación por consideraciones extra-argumentales.
Una fuente puede ser parcial y tener razón. Su parcialidad debe movernos a desconfiar y, enseguida, a buscar datos adicionales, pero no nos autoriza a rechazar sus razones.
El acto mismo, si no es pernicioso, no se convierte en malo porque los motivos sean de los que miran al propio interés. Bentham.