Cirujano de hierro
Será en Octubre
Nadal Suau, Premio Anagrama de Ensayo
«Curar la piel» se asoma a las marcas de tinta para abrirse a otros temas como la necesidad compartida de memoria, la voluntad de permanencia o el anhelo de distinción, pero sobre todo el paso del tiempo.
Cuando Nadal Suau (Palma, 1980) dio por terminado Curar la piel: Ensayo en torno al tatuaje —premio Anagrama 2023— se dio cuenta de que en realidad había escrito un libro sobre el paso del tiempo. Más que una respuesta a la pregunta de por qué nos tatuamos, encontró las razones de su escritura que, dice, tienen que ver con darle vueltas a «cómo podemos habitar el tiempo sabiendo que todo lo que amamos desaparecerá, y que también nosotros desapareceremos». También, añade, con cómo, a pesar de eso, seguir escribiendo y seguir cargando de valor nuestras vidas, con «vivir como si fuéramos eternos sin dejar de lado la conciencia de que no lo somos»,
—Empezó a tatuarse relativamente tarde, a los 33. Al primero siempre se le da un valor trascendental y, tras romper la barrera, los demás vienen rodados.
—Nos acercamos a ellos con algunas capas de mitificación y por eso queremos que todo tenga un significado tan minucioso en los primeros tatuajes. Luego uno descubre que lo realmente importante de tatuarse es la decisión y el hecho, no tanto la figura, la imagen, que se escoge.
—¿Por qué esa necesidad de marcarse para siempre?
—Eso dice algo sobre una carencia que muchos notamos: una memoria un poco más perdurable. Habla de combatir un poco esta especie de constante obsolescencia de todo, desde los objetos hasta los vínculos, y toda la vida una de las grandes formas de combatir eso ha sido ir marcando los pasos vitales, los momentos importantes, mediante ritos, ritos que los fijas en la memoria.
—¿Qué ha pasado en estos últimos años para que hoy lo raro sea no tener ningún tatuaje?
—Las explicaciones son múltiples. Tiene que ver con que la contracultura se asocia a la idea de juventud, y fue por ahí por donde entró el tatuaje, pero también con los cambios socioestéticos; las figuras a admirar, como los músicos o los futbolistas, han ido construyéndose cada vez más de una forma irreverente, la corbata ha ido desapareciendo y ha asomado la tinta en la piel. Y luego, a medida que la sociedad se ha ido volviendo más veloz se nos ha ido exigiendo renunciar a la memoria y a la identidad propia en nombre de estar siempre tras*formándonos, y en la perdurabilidad del tatuaje hay una cierta reacción a esto.
—Quizá dentro de unos años lo revolucionario será tener la piel impoluta.
—Un tatuador mítico bromeaba con que llegaría un momento en el que habría una generación que, harta de ver tatuajes en la piel de sus padres y en el hombro de sus profesoras, decidiría dejar de hacérselos. Desde luego, el suflé bajará, puede que haya un momento de saturación y de toma de toma de conciencia de que de que tatuarse tampoco puede hacerse tan a la ligera. Lo que espero es que no desaparezca, que sea algo normalizado, que creo que estamos muy cerca.
—Estamos cerca de la normalización, pero mientras que un diseñador gráfico tatuado cotiza al alza, un notario con una calavera en el cuello provoca recelos.
—Todavía se asocia más a lo artístico y lo bohemio que a lo burocrático o lo riguroso, sí. Pero a mí me gustaría que no solo fuese una normalización estética, sino también de los valores asociados al tatuaje: el ritmo ritual, la autoconsciencia, la cercanía, la perdurabilidad. Las cosas cambian, pero podemos vertebrar nuestra identidad.
«Escritura y tatuaje tienen algo de desafío al ritmo que se nos impone hoy»
Suau expone en su ensayo que «la eternidad no es más que un sinónimo intrincado del ahora». «Si quiero que ahora sea eterno, un artista me lo inyecta bajo la piel (o lo vuelco en palabra escrita), desafiando la certeza de que la fin nos espera».
—También la escritura es una herramienta que utilizamos para fijar algo. ¿Qué otros puntos convergentes hay entre el tatuaje y la literatura?
—En ambos casos se encuentran lo individual y lo colectivo. Los tatuajes más arquetípicos, los iconos más esenciales del mundo del tatuaje, tienen mucho de apelación individual, pero en el fondo son símbolos básicos, muy primigenios, válidos y universales. Y a la buena literatura le ocurre algo parecido, lo privado se convierte en un mensaje capaz de apelar a muchos. Y luego, son dos cosas que van en contra del ritmo de constante aceleración de la época contemporánea. Tienen algo de desafío a la forma de experimentar el tiempo que nos impone nuestro tiempo. Esa voluntad de que el tatuaje se quede para siempre, que a mucha gente le parece provocadora o incluso ridícula, a mí precisamente me parece muy disruptiva.
—Pero hay gente —no poca— que termina borrándoselos.
—No tengo nada contra esas personas, solo faltaría, pero ciertamente hay algo que no entienden igual que yo del asunto, porque para mí tatuarte algo y después borrártelo significa que no te lo tatuaste de verdad. Tal y como yo lo entiendo, tatuarse implica el compromiso de que eso va a ser para siempre. Y si dentro de dos años no te gusta, pues te aguantas, ahí se va a quedar.
Nadal Suau, Premio Anagrama de Ensayo: «Lo realmente importante de tatuarse es la decisión de hacerlo, no el tatuaje»
«Curar la piel» se asoma a las marcas de tinta para abrirse a otros temas como la necesidad compartida de memoria, la voluntad de permanencia o el anhelo de distinción, pero sobre todo el paso del tiempo.
Cuando Nadal Suau (Palma, 1980) dio por terminado Curar la piel: Ensayo en torno al tatuaje —premio Anagrama 2023— se dio cuenta de que en realidad había escrito un libro sobre el paso del tiempo. Más que una respuesta a la pregunta de por qué nos tatuamos, encontró las razones de su escritura que, dice, tienen que ver con darle vueltas a «cómo podemos habitar el tiempo sabiendo que todo lo que amamos desaparecerá, y que también nosotros desapareceremos». También, añade, con cómo, a pesar de eso, seguir escribiendo y seguir cargando de valor nuestras vidas, con «vivir como si fuéramos eternos sin dejar de lado la conciencia de que no lo somos»,
—Empezó a tatuarse relativamente tarde, a los 33. Al primero siempre se le da un valor trascendental y, tras romper la barrera, los demás vienen rodados.
—Nos acercamos a ellos con algunas capas de mitificación y por eso queremos que todo tenga un significado tan minucioso en los primeros tatuajes. Luego uno descubre que lo realmente importante de tatuarse es la decisión y el hecho, no tanto la figura, la imagen, que se escoge.
—¿Por qué esa necesidad de marcarse para siempre?
—Eso dice algo sobre una carencia que muchos notamos: una memoria un poco más perdurable. Habla de combatir un poco esta especie de constante obsolescencia de todo, desde los objetos hasta los vínculos, y toda la vida una de las grandes formas de combatir eso ha sido ir marcando los pasos vitales, los momentos importantes, mediante ritos, ritos que los fijas en la memoria.
—¿Qué ha pasado en estos últimos años para que hoy lo raro sea no tener ningún tatuaje?
—Las explicaciones son múltiples. Tiene que ver con que la contracultura se asocia a la idea de juventud, y fue por ahí por donde entró el tatuaje, pero también con los cambios socioestéticos; las figuras a admirar, como los músicos o los futbolistas, han ido construyéndose cada vez más de una forma irreverente, la corbata ha ido desapareciendo y ha asomado la tinta en la piel. Y luego, a medida que la sociedad se ha ido volviendo más veloz se nos ha ido exigiendo renunciar a la memoria y a la identidad propia en nombre de estar siempre tras*formándonos, y en la perdurabilidad del tatuaje hay una cierta reacción a esto.
—Quizá dentro de unos años lo revolucionario será tener la piel impoluta.
—Un tatuador mítico bromeaba con que llegaría un momento en el que habría una generación que, harta de ver tatuajes en la piel de sus padres y en el hombro de sus profesoras, decidiría dejar de hacérselos. Desde luego, el suflé bajará, puede que haya un momento de saturación y de toma de toma de conciencia de que de que tatuarse tampoco puede hacerse tan a la ligera. Lo que espero es que no desaparezca, que sea algo normalizado, que creo que estamos muy cerca.
—Estamos cerca de la normalización, pero mientras que un diseñador gráfico tatuado cotiza al alza, un notario con una calavera en el cuello provoca recelos.
—Todavía se asocia más a lo artístico y lo bohemio que a lo burocrático o lo riguroso, sí. Pero a mí me gustaría que no solo fuese una normalización estética, sino también de los valores asociados al tatuaje: el ritmo ritual, la autoconsciencia, la cercanía, la perdurabilidad. Las cosas cambian, pero podemos vertebrar nuestra identidad.
«Escritura y tatuaje tienen algo de desafío al ritmo que se nos impone hoy»
Suau expone en su ensayo que «la eternidad no es más que un sinónimo intrincado del ahora». «Si quiero que ahora sea eterno, un artista me lo inyecta bajo la piel (o lo vuelco en palabra escrita), desafiando la certeza de que la fin nos espera».
—También la escritura es una herramienta que utilizamos para fijar algo. ¿Qué otros puntos convergentes hay entre el tatuaje y la literatura?
—En ambos casos se encuentran lo individual y lo colectivo. Los tatuajes más arquetípicos, los iconos más esenciales del mundo del tatuaje, tienen mucho de apelación individual, pero en el fondo son símbolos básicos, muy primigenios, válidos y universales. Y a la buena literatura le ocurre algo parecido, lo privado se convierte en un mensaje capaz de apelar a muchos. Y luego, son dos cosas que van en contra del ritmo de constante aceleración de la época contemporánea. Tienen algo de desafío a la forma de experimentar el tiempo que nos impone nuestro tiempo. Esa voluntad de que el tatuaje se quede para siempre, que a mucha gente le parece provocadora o incluso ridícula, a mí precisamente me parece muy disruptiva.
—Pero hay gente —no poca— que termina borrándoselos.
—No tengo nada contra esas personas, solo faltaría, pero ciertamente hay algo que no entienden igual que yo del asunto, porque para mí tatuarte algo y después borrártelo significa que no te lo tatuaste de verdad. Tal y como yo lo entiendo, tatuarse implica el compromiso de que eso va a ser para siempre. Y si dentro de dos años no te gusta, pues te aguantas, ahí se va a quedar.
Nadal Suau, Premio Anagrama de Ensayo: «Lo realmente importante de tatuarse es la decisión de hacerlo, no el tatuaje»