Lo que nunca le contarán ni Liberales ni Marxistas

De Elea

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es un texto un poco largo, escrito en 1939, pero tan actual en su momento como hoy mismo. les puedo asegurar que el tiempo que les lleve el leerlo no será tiempo perdido.

El dinero y el sistema de precios

Por C. H. Douglas

Discurso dado en Oslo el 14 de Febrero de 1935, ante Su Majestad el Rey de Noruega, Su Excelencia el Ministro Británico, el Presidente y Miembros del Oslo Merchants Club.


Vuestra Majestad, Sr. Presidente, Miembros e Invitados del Handelsstands Forening, Oslo:

Permítanme en primer lugar darles las gracias por su muy amable recibimiento esta noche y al mismo tiempo aprovechar la oportunidad de darles las gracias a Noruega, en lo que he podido conocerla, por la excepcionalmente amable recepción que me ha dado.

Si algo pudiera añadir al sentido de la responsabilidad que tengo en hablar delante de tan distinguida audiencia, sería la necesidad de corresponder a la amabilidad no diciéndoles a ustedes nada en lo que, en cualquier caso, tampoco crea yo mismo.

Ahora bien, existe, por supuesto, en el mundo una gran cantidad de discusión en relación a lo que llamaremos la crisis, los asuntos del desempleo, la depresión económica y otros nombres que damos a nuestra presente situación. Yo mismo siento, habiendo estado en estrecho contacto con este asunto durante los pasados catorce o quince años, que una gran cantidad de malentendido que rodea a las varias proposiciones hechas para tratar de solucionar la crisis surge a raíz de una falta de familiaridad con el sistema existente, y más en particular con el sistema monetario bajo el cual vivimos actualmente. Estoy seguro de que las objeciones presentadas a ciertas proposiciones correctivas son objeciones honestas, pero también creo que están basadas no tanto en algo que se encuentre dentro de esas proposiciones, sino más bien en un sincero malentendido acerca de lo que realmente ocurre en el mundo actualmente. Por tanto les invito a que sean pacientes conmigo mientras yo me vaya desplazando sobre ciertas características de la situación existente así como sobre los malentendidos que están conectados con ella.

Se suele decir que allí donde se reúnan seis economistas habrá siete opiniones distintas. Ésta es, en cierta forma, la situación, creo yo, a lo largo de todo el mundo. La única alternativa que nos impulsaría a no estar de acuerdo en que esto es así sería asumir que nueve de cada diez personas es deshonesta, una asunción que ciertamente no estoy dispuesto a aceptar. La situación se complica debido a un largo número de frases que se habrán escuchado en inglés en aquellos felices días ya pasados; aquéllas en las que se decía, digamos como ejemplo, que el Sr. Jones estaba “haciendo dinero”. El Sr. Jones resultaba ser un zapatero o un cervecero, o algo de eso por el estilo, o un fabricante de coches de motor.

Cómo se hace el dinero

Ahora bien, lo primero que pienso yo que tenemos que reconocer de manera incontestable es quién hace el dinero, en el sentido literal de la palabra. En Gran Bretaña, por ejemplo, existe un Director de la Casa de la Moneda [Master of His Majesty´s Mint], que hace monedas acuñadas de metal y, tras una larga y honorable carrera, generalmente recibe o se le pone un poco de cinta roja. El caballero que levanta una pequeña fábrica por sí mismo y hace en ella monedas falsificadas o estampa muy delicadamente firmas en pedazos de papel especial; el que hace eso, está “haciendo” dinero, pero obtiene como recompensa quince años de prisión. Existe un tercero que, en relación a esta materia, aparece mucho menos advertido y mucho más reservado, y éste es el banquero, y es él, en el sentido literal de la palabra, el que hace alrededor del 90 por ciento del dinero existente que usamos. Cuando digo que “lo hace” yo quiero dar a entender exactamente lo que estoy diciendo: él lo hace exactamente del mismo modo como el ladrillero hace ladrillos, y no en el sentido de un Sr. Jones que hace dinero; el Sr. Jones únicamente lo recibe de cualquier otro, pero en cambio el banquero lo hace. El método mediante el cual el banquero hace el dinero es ingenioso, y consiste muy básicamente en contabilidad.

No hay, pienso yo, realmente ninguna discusión en los círculos bien informados acerca de este asunto mismo. Los Presidentes de algunos de los más grandes bancos ingleses todavía niegan que los banqueros hacen el dinero en el sentido que yo he querido dar a entender, pero no creo que nadie les preste mucha atención. La Enciclopedia Británica, que es aceptada por la mayoría de la gente como una autoridad imparcialmente sana y de confianza, declara que “los banqueros crean los medios de pago de la nada”. El Presidente del Midland Bank, el Justamente Honorable Reginald McKenna, estableció el asunto de la manera más breve y concisa que pienso yo que pueda hacerse cuando dijo que todo préstamo bancario crea un depósito, y la devolución de todo préstamo bancario destruye un depósito; la compra de un título financiero por un banco crea un depósito y la venta de un título financiero por un banco destruye un depósito. Ahí tienen pues, de la manera más concisa posible, una innegable declaración acerca de dónde proviene el dinero.

Todas las tras*acciones de dinero en Gran Bretaña de cualquier tipo, a excepción del 0,7 de un uno por ciento (o, lo que es lo mismo, alrededor del 99 por ciento de ellas) descansan en el sistema bancario y dicho dinero es considerado por el sistema bancario como de su propiedad. Esto es innegable ya que el sistema bancario presta este dinero (no lo regala), situación la cual es aceptada por cualquiera como prueba suficiente de título de propiedad.

En contraposición a esto, se tiene al fabricante de riqueza real, entendiendo por riqueza real las cosas que el dinero puede comprar, ropa, casas, coches de motor; aquellas cosas que hacen elevar el estándar de vida físico, y que bordan o adornan nuestra civilización. Nos damos cuenta, supongo, sin que tengamos que enfatizarlo demasiado, de que la posesión del dinero es un título sobre la riqueza real: algunos de nosotros que no hayamos ahondado en estas materias en ningún momento seguiremos hipnotizados pensando que el dinero es riqueza real. Estoy seguro de que ante una audiencia de este calibre no resultará necesario enfatizar esta idea: el dinero no es riqueza real.

Ahora bien, la economía clásica se fundamenta incuestionablemente, en mi opinión, en una economía “de trueque”, y es aquí donde la economía clásica se separa de lo que estamos empezando a denominar la economía nueva y, en mi opinión, real.

El dinero ahora como medio de distribución

La economía clásica funciona sobre la asunción de que la naturaleza del dinero es la de un medio de cambio. Esa idea procede de una situación que fue, hablando en sentido amplio en todo caso, verdadera quizá hace 200 años. Consistía en asumir que en cierta forma u otra, desde el más elevado al más bajo todo el mundo trabajaba, y que todos ellos intercambiaban o trocaban los frutos de su trabajo con cualquier otro por medio del dinero, en la medida en que fuera utilizado. La idea era que se tenía un constante intercambio de bienes y servicio entre, digamos, A, B y C; y todo el conjunto de la economía clásica realmente se basa sobre esta idea, de que nosotros somos todos productores y consumidores en el sentido económico, y de que la función del dinero es la de intercambiar entre nosotros los bienes y servicios que cada uno de nosotros produce.

Con independencia de lo verdadero que esto haya podido ser en un tiempo en el pasado, resulta, en efecto, evidentemente falso hoy en día. El sistema de producción económico moderno no es un sistema de producción individual ni de intercambio de producción entre individuos. Es cada vez más y más la reunión sintética, en un fondo común, de riqueza consistente en bienes y servicios que, en su mayor parte, se deben al uso de energía, de procesos científicos modernos y de todo tipo de organizaciones y cualesquiera otras contribuciones constitutivas que se les pueda ocurrir a ustedes.

El problema no está en intercambiar las contribuciones constitutivas de cada uno de nosotros que aportamos a ese fondo común, ya que de hecho nuestra contribución a ese fondo común, en el sentido ordinario de las cosas económicas tangibles, va siendo cada vez más y más pequeña. La imagen correcta de este sistema actualmente es la de un número de operadores que están tocando las teclas y que, tocando esas teclas, resulta que cada vez menos y menos operadores se hacen necesarios para poder producir todo lo que necesitamos.

Por medio de la energía del sol, (la energía petrolífera, la energía de vapor y así sucesivamente consisten, en última instancia, en lo que generalmente se conoce como energía solar), la llamada maldición de Adán está siendo tras*ferida desde las espaldas del hombre a las máquinas, de forma tal que un pequeño número de personas operando sobre esta máquina de “producción” industrial pueda producir todo lo que se necesite para el uso de la población. Y el problema no radica en el intercambio entre las personas de la población, a las que cada vez se les necesita menos y menos para pulsar teclas, sino que radica en la posibilidad de extraer o sacar riqueza de este fondo central a través de lo que podríamos visualizar como un sistema de tickets.

Y el sistema monetario moderno está de hecho perdiendo casi diariamente su aspecto (con independencia de lo mucho que pudiera haber tenido de verdad en otro tiempo) de medio de cambio, y se está convirtiendo más y más en un sistema de tickets mediante el cual la gente, aunque no esté intercambiando su producción, sí pueda extraer o sacar riqueza de ese fondo central.

Creo que es eso en el fondo lo que constituye la escisión fundamental, digámoslo así, entre mi punto de vista (y la de aquéllos que piensan como yo), y la de la escuela de economía clásica.

El sistema de precios no se autorregula

Ahora bien, en aquel tiempo en que resultaba verdadero que el dinero fuera un medio de cambio y que todo el mundo estuviera más o menos empleado en un sistema productivo, asimismo resultaba obviamente cierto que el sistema de precios era lo que se denomina autoliquidable. Debo pedirles que me permitan desarrollar esto un poco más, pues es completamente vital. Resulta perfectamente obvio que si yo hago un par de zapatos y cargo 10 Coronas por ellos, la cantidad que uno ha dado por esos zapatos se ha, en cierto sentido, distribuido; esa cantidad me ha venido a mí como individuo y soy capaz de gastar esas 10 Coronas en la compra de cosas por valor de 10 Coronas, digamos cuero por valor de 5 Coronas y pan por valor de 5 Coronas.

El hecho de que el sistema es autoliquidable, de que seguirá funcionando más o menos indefinidamente es evidente; y esto es lo que asumen los economistas clásicos, algo a lo que ellos se adhieren enérgicamente por razones que quisiera tocar a continuación.

No es exagerado decir que todo el conjunto del sistema económico y financiero en su forma presente se mantiene o cae en función de la aserción de que el sistema de precios presente es autoliquidable, es decir, que no importa el precio que se cargue en un artículo pues siempre habrá suficiente dinero distribuido a través de la producción de ése o de otros artículos para poder comprar ese artículo y, por tanto, no hay nada inherente en el sistema, en lo que al sistema de precios se refiere, que impida que el proceso pueda continuar indefinidamente.

Ahora no voy a entrar en las pruebas analíticas del hecho que muestra que esa creencia no es cierta, aunque existen pruebas fuertes a este respecto, sino que les voy a pedir que consideren las más que indisputables pruebas inductivas. Les pediré que consideren qué es lo que ustedes ven en el mundo que les pueda conducir a asumir que el sistema de precios no es autoliquidable.

Existe, por supuesto, esa de alguna forma tan manida frase, la paradoja de la “Pobreza en medio de la Abundancia”.

En su conferencia aquí en Oslo el otro día, el Deán de Canterbury habló sobre las enormes cantidades de valiosos comestibles, producciones y así sucesivamente, para las cuales existen en todas partes una gran demanda y para las cuales no existe poder adquisitivo. Existen muchos ejemplos de ese tipo. Algunos de ellos son menos obvios que el de la mera brutal destrucción de productos. El hecho de que la mitad de las fábricas están semiempleadas y de que las granjas están decreciendo su producción, de que en América la oferta de algodón está siendo restringida en consideración a la, así llamada, sobreproducción; estos hechos, digo, sugerirían por sí mismos que no hay suficiente poder adquisitivo para comprar los bienes que están a la venta, a los precios a los que están puestos a la venta.

Pero lo que dicen los economistas clásicos es que hay tiempos en que esas situaciones existen, pero que esos tiempos son solamente temporales. Hay tiempos a los que llamamos depresión; pero también es igual de cierto, dicen ellos, que en tiempos de auge hay más dinero del que se necesita para la adquisición de los bienes, igual que en tiempos de depresión hay menos dinero, y que en términos de media el sistema es perfectamente automático y autoliquidable.

El formidable incremento en la Deuda

Ahora bien, existe una prueba que pienso que está por encima de cualquier discusión, y ésta es la cuestión del aumento de la deuda. Debe, pienso yo, ser bastante obvio a cualquiera que si el mundo, tomado en su conjunto, está consistentemente incurriendo cada vez más y más en deuda, entonces es porque no está, como diría el hombre de negocios ordinario, en condiciones de pagar sus deudas, y si no está en condiciones de pagar sus deudas resulta bastante obvio que el sistema de precios le demanda o exige más poder adquisitivo del que hay disponible. El público está pagando todo lo que puede, y está comprando lo que puede de la producción total. La imposibilidad de pagar más está forzando, por tanto, a la destrucción de una parte de la misma y al mismo tiempo está apilando deuda, lo que significa que, para ser autoliquidable, el público adquirente o comprador debería pagar una cantidad mayor de la que de hecho está pagando.

Si yo como individuo necesito, digamos, bienes al año por valor de 10.000 Coronas y, mientras adquiero esos bienes al año por valor de 10.000 Coronas incurro en una deuda por la cantidad de 10.000 Coronas al año, entonces resulta bastante obvio que el precio real que yo debería estar pagando al sistema podría continuar para siempre en 10.000 Coronas y pagar adicionalmente las 10.000 Coronas tomadas prestadas. Si uno está continuamente creando deuda uno no está en condiciones de pagar sus deudas. El precio real que se le está pidiendo a uno pagar por las cosas que usa en su vida diaria es lo que uno paga de hecho, más lo que el sistema dice que uno debería pagar; y eso de más que uno debería pagar es la deuda.

En el año 1694 el Banco de Inglaterra se constituyó en Gran Bretaña, y siento mucho decir que existen graves sospechas de que el Banco de Inglaterra tiene bastante que ver con la presente situación, y que el sistema que desgraciadamente fue inaugurado al tiempo de la fundación del Banco de Inglaterra tiene probablemente mucho más que ver con la presente crisis que cualquier otro factor singular.

En el siglo XVII, es decir, en el siglo en el que el Banco de Inglaterra fue fundado, la deuda mundial ya resultaba importante para el siglo XVII.

Hacia el final del siglo XVIII la deuda mundial se había incrementado en un 466 por ciento, y hacia el final del siglo XIX la deuda mundial, pública y privada, se había incrementado en un 12.000 por ciento; y de acuerdo con ciertos cálculos muy exactos que han sido llevados a cabo por un profesor altamente irreprochable de ingeniería industrial de la universidad de Columbia, Profesor Rautenstrauch, tomando el año de 1800 como origen y tomando como unidad cien años, la deuda mundial se está incrementando ahora a la cuarta potencia de la unidad de tiempo, es decir, no se está incrementando en sentido directo a medida que avanza el tiempo, tampoco se está incrementando al cuadrado de la unidad de tiempo ni tampoco al cubo de la unidad de tiempo, sino ¡a la cuarta potencia de la unidad de tiempo!

Y esto ocurre aún a pesar de todas las numerosas anulaciones de deuda, de las cancelaciones de deuda que tienen lugar con cada bancarrota, y de otros métodos usados para borrar deudas y comenzar de nuevo. Esto es para mi mente, y para cualquiera que quiera apreciar cuál es su verdadero significado, una prueba indisputable de que el presente sistema de precios financiero no solamente no es autoliquidable, sino que es decrecientemente autoliquidable.

A su vez también sabemos, de hecho, que en esos tiempos de auge a los que se refieren los economistas como prueba de que el sistema es autoliquidable el ritmo de crecimiento de la deuda es mayor que en tiempos de depresión. Por lo que en realidad, aún en tiempos de auge, no hay justificación para decir que en cualquier tiempo del ciclo económico el sistema de precios es autoliquidable.

Ahora esa materia es de mucha importancia, en efecto. Cuando estuve en Australia el pasado año en una corta visita a la mayor parte de los Estados Australianos, uno podía entrar en cualquier banco en Australia y recibir por valor de 4 Coronas unos libros muy bien encuadernados hechos para probar que cualquier cosa de las que he dicho sobre este asunto no tenía ningún sentido. Los argumentos usados para enfatizar la teoría de la autoliquidación eran, algunos de ellos, tan infantiles y absurdos que fueron retirados rápidamente. Por supuesto uno podría preguntarse, ¿por qué esta resistencia a la idea de que el sistema de precios no es autoliquidable? Y si puede probarse, como de hecho puede probarse, que no es autoliquidable, ¿por qué no se acepta el hecho y actuar sobre él? La respuesta es doble.

La primera razón es que, si fuera cierto que siempre hay suficiente poder adquisitivo existente para comprar los bienes, entonces también debería ser cierto que los pobres son pobres porque los ricos son ricos, y de ahí se sigue que el método correcto para solucionar la presente situación sería gravar fiscalmente a los ricos para que el dinero fuera dado a los pobres.

Ahora bien, no estoy familiarizado ni debería, por supuesto, tomarme la libertad de comentar sobre las finanzas públicas de Noruega, pero, en lo que a Gran Bretaña concierne en el mundo de las llamadas deudas nacionales, préstamos de guerra, fondos consolidados y cosas de ese estilo, si uno investiga los hechos concernientes a la propiedad de estas deudas mundiales y préstamos de guerra uno encontrará que se encuentran preponderantemente en posesión de grandes instituciones financieras. Uno obtiene en seguida aquí una muy buena razón de negocios para grandes cantidades de gravámenes fiscales si la mitad de las mismas van para el pago de préstamos nacionales que están en posesión de grandes instituciones financieras. Ésta, como una proposición de negocios ordinaria, es obvia. Resulta todavía más obvia cuando uno se da cuenta de que estas deudas realmente fueron creadas en primera instancia por instituciones financieras, mediante el préstamo de ese dinero a los gobiernos, y mediante la recepción a cambio de grandes bloques de títulos financieros que las instituciones financieras reciben por nada.

Cómo paga el banco por el oro

Puede que ésa sea una declaración algo sorprendente, pero uno puede entenderlo mejor si se fija la vista en las compras de oro por parte del Banco de Inglaterra. El Banco de Inglaterra acude al mercado de lingotes y compra lo que se denomina oro por valor de un millón de libras. Toma el oro y firma un cheque contra sí mismo. Ese cheque fundamentalmente (al margen del coste del mantenimiento de empleados, etc…) cuesta exactamente el papel y la tinta con la que se ha firmado.

Esto se acepta como pago por las personas que venden el oro, no porque represente el valor del oro sino porque, cuando ese cheque se ingresa en cualquier otra cuenta bancaria en el país, se puede hacer uso de él como pago a cambio de bienes y servicios suministrados por el resto del país de forma tal que, en lo que al Banco de Inglaterra se refiere, equivale simplemente a la redacción de cifras en un pedazo de papel.

Esto es igual de cierto en lo que se refiere a la creación de la deuda nacional, y el proceso no es en manera alguna diferente. El Banco de Inglaterra obtiene el oro, pero el sistema industrial realmente hace los pagos en bienes y servicios.

En el caso de las deudas nacionales, los bancos obtienen los títulos financieros y el país produce la riqueza sobre la cual aquéllos constituyen un título o derecho. Además de esto se tiene el hecho de que siempre hay un déficit de poder adquisitivo disponible. Este déficit o deficiencia debe ser compensado en mayor o menor medida, para que así el proceso pueda seguir continuando, y el ajuste o cobertura de este déficit mediante la creación de préstamos es, por supuesto, el principal negocio o cometido del sistema bancario. Se trata del cometido mediante el cual, al final, todo el conjunto de cada una de las instituciones del país (me estoy esforzando en usar las frases de la manera más conservadora) matemáticamente pasa a estar bajo el control de las instituciones financieras. Esto es así, en tanto que ellos son los únicos que tienen la posibilidad de compensar o cubrir estos déficits o deficiencias en el poder adquisitivo que tarde o temprano deben aparecer en cada una de las relaciones comerciales.

El monopolio del crédito

Ésta es la situación existente al tiempo presente en una cierta considerable medida, ya que si he conseguido dejarlo claro (y me doy cuenta de que el cuadro no es uno que sea fácil de dibujar y debe ser particularmente difícil de aprehender cuando uno lo escucha en una lengua extranjera), podrán darse cuenta de que la situación presenta dos lados. Y resulta altamente difícil decir, en efecto, cuál de los dos es más importante.

Presenta en primer lugar un lado de carácter técnico, en donde nos encontramos con un sistema que está operando malamente y que, bajo las presentes condiciones, deberá continuar operando aún de manera peor.

A su vez, en segundo lugar, nos encontramos con un enorme interés creado que se encuentra en posesión del más poderoso monopolio que en toda la historia del mundo jamás se haya conocido, esto es, el monopolio de la creación de dinero y del comercio o negocio en dinero, en comparación con el cual cualquier otro monopolio raya la insignificancia, y que está determinado a usar toda arma cualquiera para retener este monopolio.

En el mundo moderno resulta posible arreglárselas sin necesidad de prácticamente casi cualquier cosa material. Resulta posible arreglárselas prescindiendo de la pimienta, es posible arreglárselas prescindiendo de un considerable número de cosas, pero es prácticamente imposible para ninguno de nosotros arreglárselas durante veinticuatro horas sin dinero, o sin “crédito” que lleve adjunta la creencia de que tendremos dinero disponible tarde o temprano. El monopolio del control del sistema monetario es el gran predominante y principal monopolio del mundo tal y como éste es hecho funcionar en la actualidad. Y, en caso de que se considere que esto solamente presenta un lado económico o matemático, sin embargo hay que decir que también presenta un lado que penetra de lleno en la más alta política. Dejo en seguida ya este lado político al que, sin embargo, sí quería yo al menos referirlo o dejar constancia de él.

¿Me permiten conducirles al evidente lado matemático o mecánico del asunto? Para decirlo de la manera más breve, la esencia del defecto en este sistema monetario y de precios bajo el cual operamos actualmente radica en que dicho sistema no puede, sin la ayuda de los bancos, liquidar los “costes” a medida que éstos se producen. Dicho de otra manera, se encuentra bajo la inevitable necesidad de apilar deuda a un ritmo cada vez más creciente. El remedio perfectamente simple para esta situación sería crear dinero al ritmo en que la deuda se crea. Y tomando la muy sencilla declaración del Sr. McKenna de que todo préstamo crea un depósito, resultará bastante obvio que, si se crea dinero aún incluso al ritmo astronómico en que las deudas se están creando, entonces se podrá aplicar ese dinero así creado a la liquidación de la deuda, y tanto ese dinero como la deuda quedarán fuera de la existencia al mismo tiempo. En ese sentido el proceso podría convertirse, como no lo ha sido durante muchos cientos de años en el pasado, en un proceso autoliquidable que podría llevarse a cabo indefinidamente.

Definición de Inflación

Ahora bien, existen dos vías por las que el poder adquisitivo puede ser incrementado. En Noruega creo que, en un sentido no muy lejano al que procede de Rusia como de Alemania, la idea de lo que se denomina inflación es una que podría muy fácilmente suscitarles grandes terrores a ustedes. Esta palabra inflación es una de las que siempre son pregonadas por los banqueros y por aquéllos cuyos intereses están unidos a los banqueros., siempre que se insinúa cualquier cuestión acerca de la modificación del sistema. Es una especie de bogey-bogey, que desgraciadamente en seguida aterroriza a todo el mundo, y ha habido buenas razones para que se aterrorizaran.

Lo primero que tiene que saber uno es la verdadera definición de inflación. La inflación no es un incremento de poder adquisitivo, sino un incremento en el número o cantidad de símbolos monetarios, ya sean en forma de papel o de cualquier otro tipo, acompañado de un incremento en el precio, de tal forma que tanto el lado del dinero-para-gastar, en cifras, se eleva, como el lado de los precios también, en cifras, se eleva. Ésta es la verdadera inflación. Es simplemente una multiplicación de cifras sin que altere la relación entre el dinero-para-gastar y el precio y, por supuesto, es un impuesto sobre los ahorros. Un incremento en el dinero-para-gastar no es inflación a menos que ese incremento suba los precios.

Por otro lado, con una cantidad dada de dinero-para-gastar, un total dado de símbolos monetarios, y una caída en los precios habrá, en consecuencia, un incremento en el poder adquisitivo. Uno puede obtener un incremento del poder adquisitivo mediante uno de los dos métodos. Uno puede o bien mantener los precios constantes y subir la cantidad de símbolos monetarios, asumiendo que pueda ser posible hacerlo, o bien uno puede mantener constante los símbolos monetarios y bajar los precios; o, por supuesto, uno puede hacer ambos o los dos al mismo tiempo.

Ahora bien, hablando en sentido amplio, el objetivo al que apuntamos en el Movimiento del Crédito Social consiste, en primer lugar, simplemente en un incremento en el poder adquisitivo de manera tal que el sistema monetario se convierta en autoliquidable. Y, en segundo lugar, apuntamos a atender o dar cuenta de esa condición, que solamente insinué al principio de mi charla, de que cada vez menos y menos operadores son necesarios para explotar o usar las máquinas de la producción industrial.

Aquí en Noruega, como en cualquier otro lugar, estáis familiarizados con el cuadro de la presente crisis considerándolo como una crisis de desempleo. Ahora bien, ésa es una frase de la misma naturaleza que la de “El Sr. Jones está haciendo dinero”. Presenta un cuadro ilusorio o engañoso de lo que está ocurriendo. Tenéis que reconocer que algunos de los mejores cerebros (científicos o de otro tipo) se han estado esforzando durante 180 años o más en poner al mundo fuera de la producción laboral; la palabra producción constituye en sí misma un mal uso terminológico: no hay, para ser exactos, una tal cosa llamada producción.

La ley de la conservación de la energía y la materia prohíbe el uso de la palabra producción en ningún sentido exacto en esa conexión. Lo que verdaderamente uno hace es cambiar materia respecto de una forma en la que no es útil para los seres humanos en una forma en que sea útil, y esa tras*formación siempre requiere de energía.

Hasta hace 150 años atrás proporcionábamos esa energía mediante la consumición de tantos alimentos como pudiéramos obtener y mediante el empleo de la energía de los músculos de nuestros brazos. Cuando se hizo la primera máquina de vapor aquel proceso quedó obsoleto. La energía que se requiere para esta tras*formación de materia de una forma en otra se suministra ahora a partir del sol tanto directamente como en forma de energía hidráulica, moviendo las turbinas de agua, dínamos, motores de talleres, etcétera.

Permítanme darles un ejemplo de mi propia experiencia. En 1921 el coche americano Buick, con el cual ustedes están muy familiarizados en Oslo, pienso yo, necesitaba de 1.100 horas-hombre para producirlo en las fábricas Buick. En 1931, diez años después, un coche mucho mejor con muchos grandes refinamientos necesitaba de 90 horas-hombre para producirlo. La bajada en el número de horas-hombre de producción en diez años fue de más del 80 por ciento y, si bien éste puede considerarse como un ejemplo extremo, sin embargo cosas similares están ocurriendo en todas partes.

Un amigo mío, constructor de aeronaves, al acercarse a esta materia desde un ángulo totalmente distinto, me dijo que si continuábamos por el mismo camino en Gran Bretaña como en el que estábamos ahora, para 1940 deberíamos tener 8.000.000 de parados. Se dice que hay 12.000.000 de gente empleable en Gran Bretaña, y sin embargo todos los bienes que se necesitan podrían producirse con sólo aproximadamente 3.000.000 de gente. Esa situación, el resultado del esfuerzo que se ha estado haciendo en todas partes por nuestros mejores cerebros durante 50 años, es motejado siempre como un problema de paro, ¡como si fuera una catástrofe!

El que sea una catástrofe o un magnífico logro depende puramente de cómo lo consideremos, ya que en la medida en que la gente demande de nosotros que resolvamos el problema del paro esforzándonos en incrementar el problema del paro no llegaremos a ninguna parte.

Desde nuestro punto de vista, el punto de vista de aquéllos que comparten mis opiniones, decimos que esto constituye un magnífico logro. El, así llamado, problema del paro es realmente un problema de ocio, y la única cosa que me diferencia a mí de los parados, es que sucede que yo soy lo suficientemente afortunado de tener una cierta cantidad de poder adquisitivo, mientras que los desafortunados parados no lo tienen.

El problema realmente es un problema, en primer lugar, de distribución de poder adquisitivo a aquéllos a los que no se les necesita, y que se les irá necesitando de manera decreciente, en el sistema industrial, y en segundo lugar, de asegurarse de que el total de poder adquisitivo distribuido sea siempre suficiente para pagar por todos los bienes y servicio a la venta. Para satisfacer o cumplir estas condiciones hemos puesto delante un número de propuestas tentativas, ninguna de las cuales, en todo lo que pueda suponer para mí mismo alguna responsabilidad, se ha afirmado que tengan que ser definitivas, rígidas o inmutables. Son simplemente sugerencias basadas en un análisis del punto de vista que les he presentado esta noche.

El asunto de un dividendo nacional

Creemos que las más apremiantes necesidades del momento podrían ser satisfechas por medio de lo que llamamos un Dividendo Nacional. Éste sería suministrado mediante el sistema bancario de creación de nuevo dinero con el fin de crear nuevo dinero para toda la población. Permítanme enfatizar el hecho de que esto no tiene nada que ver con una recaudación por impuestos, ya que en mi opinión la reducción de los impuestos, la rápida y drástica reducción de los impuestos, es vitalmente importante.

La distribución, por medio de dividendos, de una cierta cantidad de poder adquisitivo, suficiente en todo caso para conseguir un cierto estándar de dignidad, de salud y de decencia, es el primer deseo de la situación.

No se sugiere, por supuesto, que al principio, ni posiblemente tampoco durante algún tiempo posterior, tal dividendo deba ser tan grande que, en caso de haber trabajo disponible, el trabajador pudiera rechazar trabajar; pero la emisión de un Dividendo Nacional sería un reconocimiento del hecho de que, si no hay trabajo disponible, él tiene derecho a un ingreso suficiente para su dignidad y subsistencia por derecho y no como un “subsidio de paro”. Éste es el primer aspecto de la materia.

Por supuesto, se aduce, y puede ser cierto, que si uno hace eso en un grado considerable cualquiera sin tomar ninguna otra medida ulterior, entonces habría una subida de los precios. En todo caso tendría lugar en aquéllas cosas que entran dentro de la gama de compras de la gente que recibiría dicho dividendo como su único medio de subsistencia. Pero nosotros proponemos que se haga una emisión de crédito adicional y complementaria con el propósito de rebajar los precios. Hoy a menudo se dice que eso no se puede hacer; que aunque uno puede hacer cualquier cosa con máquinas, electricidad y todos los maravillosos inventos del mundo moderno ¡debemos rendirnos ante un sistema de tickets!

Subsidios para reducir precios

Pero, dejando ese aspecto de la materia por el momento, yo mismo debería replicar que no sólo el hombre puede hacerlo, sino que además ya se ha hecho y se está haciendo ahora en la actualidad.

En lo que a Gran Bretaña se refiere, entre 1920 y la actualidad, o hasta hace un año o dos, prácticamente cualquier negocio en Gran Bretaña estaba perdiendo dinero. Los balances de los negocios comerciales al final de la guerra [Nota mía. Se refiere, claro está, a la I Guerra Mundial] reflejaban saldos positivos o acreedores muy grandes, los cuales cambiaron, hacia digamos 1930, a balances con saldos negativos o deudores muy cuantiosos, compuestos o representados por grandes descubiertos con el banco, unidos a la afectación hipotecaria de sus activos en diversas formas.

Ahora bien, eso significaba que su producción había sido vendida por debajo de su coste. Y la diferencia entre el coste y el verdadero precio de la producción ha sido satisfecha mediante la creación de crédito, en primer lugar y antes de nada a partir de las reservas de crédito de las empresas hasta que éstas quedaron exhaustas, y posteriormente a partir de la creación de descubiertos o sobregiros sobre los bancos.

No estoy sugiriendo en ningún momento que este proceso pueda continuar para siempre. Lo que estoy diciendo es que tuvo lugar durante ese periodo, no sólo sin que hubiera ninguna subida de precios sino además con una continua bajada de precios: el nivel de precios cayó continuadamente, y en la parte final, precipitadamente, entre 1920 y 1930. Al mismo tiempo subsidia al sistema de sueldos y salarios. Esto se ha hecho y se está haciendo actualmente.

En una forma más abierta y descarada estamos afirmando en Gran Bretaña que prácticamente toda compañía naviera en el mundo es subvencionada, para que así los precios para el pasaje y los servicios de carga de mercancías puedan hacerse a un precio tan bajo que nosotros no podamos competir, y que la única forma en que podemos competir es aplicar una subvención en ayuda de una reducción de precios. Ahora bien, esto es lo que el Movimiento del Crédito Social propone hacer si surge alguna cuestión acerca del carácter dificultoso de mantener los precios bajos.

Proponemos aplicar una cierta proporción del dinero total creado a una reducción de los precios. El público, de esta forma, pagará una parte del precio de sus propios bolsillos en la forma habitual, y otra parte del precio se pagará de varias formas a través de la creación de crédito nacional. El efecto será una caída en el nivel de precios, mientras que al mismo tiempo el productor y el empresario no estarán perdiendo dinero. Ellos disfrutarán del dividendo y del incremento en el comercio que se deriva de la capacidad para cargar precios más bajos. Ellos no perderán dinero como ocurriría si tuvieran que bajar los precios sin la ayuda proveniente de la creación del crédito nacional. De esta forma creemos que será posible a la vez y al mismo tiempo incrementar el poder adquisitivo y rebajar los precios mientras se impide cualquier cosa que tenga ver con la esencia de lo que se denomina inflación.

Esto cubre en principio prácticamente todo lo que teníamos que proponer. Cualquier forma aritmética, mecánica o matemática es solamente una cuestión de coger y poner a un número de hombres competentes alrededor de una mesa para elaborar y pulir los detalles. La gran dificultad, por supuesto, es que resulta extraordinariamente difícil ejercer la suficiente presión para influir sobre este monopolio del crédito de carácter mundial. Ahí radica la dificultad práctica.

Si pudiera hacerse, creo que nadie saldría perdiendo.

Yo mismo no soy, por ejemplo, un defensor de la nacionalización de los bancos. Creo que éste es, de nuevo, uno de esos conceptos erróneos o malentendidos tan comunes en relación a estas materias, ya que la nacionalización de los bancos es solamente un cambio administrativo: no significa un cambio en la política a seguir; y no se puede esperar que un mero cambio administrativo vaya a producir resultado alguno de ningún tipo en relación a esta materia. Un cambio en la política monetaria puede hacerse sin necesidad de interferir en la administración o propiedad del más mínimo banco en el mundo; y si se pudiera hacer comprender o meter en las cabezas de las relativamente pocas personas que controlan estas enormes instituciones financieras que ellos no perderían nada a excepción del poder, que ellos perderán ese poder de todas formas, no les voy a molestar más con lo que quizás constituye un aspecto aún mayor y más importante de este asunto, ya que gracias a la amabilidad de una de las organizaciones que ustedes tienen en Noruega voy a hablar sobre ello mañana; pero en un examen de esa única frase “el monopolio del crédito”, ustedes encontrarán en todo caso los inicios de la solución, no sólo del problema social, sino también del más grande de todos los problemas de la sociedad.


El dinero y el sistema de precios (discurso de C. H. Douglas)
 
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Qué tal novatos? Estudiando 1° de economía en tiempos de zozobra? Hasta que no salgáis a la calle no entenderéis una cosa. De Elea, Sin ser Marxistas puedes leer a Marx para entender mejor porque keynes no funciono y porqué el capitalismo se acaba muriendo matando.
 
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