Recuerdo que a principios de los años 70, una mujer loca de un pueblo de al lado del mío, se presentó a un concurso de canto en TVE. Llamaron al ayuntamiento y fueron a buscarla;
hoy la usarían, como hicieron con Verónica Forqué:
Tendría que haber sido un toque de atención para todos, pero pesó más el morbo y el ensañamiento. En las redes sociales, los insultos fueron injustos, lamentables y excesivos. “Estás de psiquiátrico, definitivamente”, comentaba uno. “Qué lástima que no te hubieras ido en la primera gala”, dijo otro. “Ojalá te echen porque es lo que te mereces”, aseguraba un tercero. “Recemos para que Verónica Forqué sea encerrada en un psiquiátrico”, pedía otro más.
Pura hipocresía
Comentarios como estos -podríamos añadir centenares más-, demuestran una vez más que vivimos en un momento, no ya de farándula y espectáculo, porque de eso ya llevamos años, seguramente décadas e incluso siglos, sino de linchamiento constante, del todo vale para asegurar la audiencia, los likes y el comentario en Twitter hecho con mala baba y rabia. Queremos lágrimas y dolor y sufrimiento en directo. Para eso lo vemos, deben pensar muchos. Para que nos entretengan y nos distraigan con sus miserias. Nunca nos paramos a pensar que hay personas detrás que están sufriendo. Es la absoluta hipocresía de una sociedad que asegura estar muy concienciada con la salud mental, pero que en cuanto tiene un caso en directo, público y notorio, en vez de ayudar contribuye al ensañamiento, al señalamiento, al ostracismo y al estigma.
Muchos pensarán que Verónica Forqué se prestó voluntariamente a ello, que ella fue la que accedió a salir en televisión. Muchos otros aún pensarán que, de vez en cuando, sonreía, por lo que nadie podría haber pensado que estaba tan grave. Pero es una excusa deplorable. Ella participó en un concurso, no estaba allí para que la lincharan usando sus problemas de salud mental. El espectáculo en que TVE ha incurrido permitiendo que una participante de uno de sus programas recibiera semejante hostigamiento, más sabiendo por lo que estaba pasando, es da repelúsnte. Indigno de una cadena pública que pagamos con los impuestos de todos. No todo vale ni debería valer"
Nadie parecía entender, o quería ver, que Verónica Forqué estaba viviendo un auténtico infierno, que estaba pidiendo ayuda a gritos. A pesar de que ella
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Era más que evidente; no tenía que estar ahí. Incluso su deterioro físico la llevaba a aparentar veinte años más: