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Madmaxista
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Líster: cuando el mejor general del Ejército Popular confesó los oscuros secretos de la República
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN EL MIÉRCOLES 04 DE NOVIEMBRE DE 2020 19:37
Manuel P. Villatoro
Corría el año 1978 cuando el general José Miguel Vega, entonces Jefe del Estado Mayor del Ejército, pero también antiguo oficial del bando Nacional, sorprendió a su audiencia al elogiar la «capacidad militar» de algunos oficiales de la Segunda República como Enrique Líster. Lo hizo durante un extenso discurso oficial en la Pascua Militar. Pero, en una España que todavía se hallaba en proceso de cambio y evolución, su aseveración causó estupor en los presentes. Europa Press recogió que el teniente general Carlos Iniesta Cano, uno de los protagonistas del avance sobre Madrid en la Guerra Civil española, se santiguó en su asiento «a la vista de todos». Eran otros tiempos…
La tesis de Vega contrasta de forma drástica con las palabras que el conocido Manuel Azaña escribió en su Cuaderno de La Pobleta allá por 1937, cuando la sublevación había saltado ya a la península y las unidades republicanas, milicias políticas en gran medida, eran dirigidas por una suerte de oficiales sin apenas formación militar, pero sí proclives a las doctrinas de tal o cual grupo. «En las grandes unidades [del Ejército republicano] hay por jefes supremos gente improvisada, sin conocimientos: El Campesino, Líster, Modesto, Cipriano Mera... que prestan buenos servicios, pero que no pueden remediar su incompetencia. El único que sabe leer un plano es el llamado Modesto. Los otros, además de no saber, creen no necesitarlo», dejó sobre blanco el presidente de la República.
¿Quién fue, entonces, Enrique Líster?, ¿un genio militar, un cantero gallego que no había hecho el servicio militar o un comisario político comunista al que la guerra no le atraía, pero que acabó convirtiéndose en un alto general? Según explica el doctor en historia Víctor Manuel Santidrián Arias en «Enrique Líster, un antimilitarista que llegó a general», la respuesta es que fue todo eso a la vez. Pero, además, representó a un tipo de oficial que la Segunda República encumbró durante nuestra guerra fratricida: el miliciano politizado hasta el extremo que consideraba que, a través de la creencia en la ideología, se podía obtener la victoria sin contar con militares de carrera. Un craso error que él mismo admitió en una entrevista concedida a la periodista Sheelagh Elwood en los años 70.
Encuentro, por cierto, en el que remarcó una y otra vez el «caos» que se sucedió en los primeros meses de la Guerra Civil, antes de la formación del Ejército Popular, cuando las milicias tomaron las calles y las fuerzas republicanas quedaron, de facto, deshechas: «Hubo una tremenda confusión, Había quien obedecía las órdenes y quien no las obedecía. Quien esperaba a que su partido o su organización se la confirmara. Había no solo un doble mando, sino triple o cuádruple, desde el momento en que sobre columnas y batallones mandaban formalmente los jefes militares, pero también los partidos, los sindicatos… Hubo todos esos meses de confusionismo, y de eso se aprovechó el enemigo para avanzar».
La entrevista, recogida primero en Diario 16 y, a la postre, en un libro recopilatorio llamado «Testigos de la historia. La Guerra Civil española», supone un documento de primera mano para entender, en primer lugar, los problemas internos que provocaron la caída de la Segunda República. Aunque también para comprender las diferencias políticas que existían entre los oficiales del Ejército Popular, los mordiscos internos que se propinaban unos y otros o, entre otras tantas cosas, la pésima interpretación de la contienda que se hizo desde el gobierno central. «No había una organización militar, había el caos. Había la conciencia y la disciplina de partido de cada uno. […] En ese primer período de la guerra todo saltó hecho pedazos».
El gobierno es culpable
Durante el encuentro, el que fuera jefe de la XI División (considerada como una de las mejores del Ejército Popular) y destacado mando durante las batallas de Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro insistió en que, gracias a su trabajo clandestino desde la Sanjurjada, sabía que se iba a suceder un golpe de Estado en 1936. Las fechas cuadran. En 1935, Líster ya había pasado por la Unión Soviética donde, por orden del Partido Comunista, había sido instruido en las artes del comisario político y del espionaje institucional.
Usando como base esos conocimientos montó una gigantesca red de información con «militares antifascistas» que le informaban «de lo que allí pasaba» y de las posibles conjuras contra el gobierno.
«Empezamos ese trabajo en 1932, desde el intento de golpe de Estado de Sanjurjo. […] Cuando regresé de la Unión Soviética se me encomendó impulsar este trabajo y conseguí establecer enlaces y células en las principales guarniciones. […] Todo esto lo hacíamos en la más absoluta clandestinidad, incluso después de las elecciones de febrero de 1936. El Gobierno republicano jamás hubiera permitido que tuviéramos contacto con este tipo de militares».
La pregunta era obligada para la periodista: ¿Por qué no avisaron al Gobierno de que se iba a suceder? Según explicó, porque no era su trabajo.
«Nosotros informábamos a la dirección del Partido Comunista, que continuamente criticaba la actividad de los fascistas: en las sesiones del Parlamento, en conversaciones con los ministros y en la prensa. Pero el Gobierno de Casares Quiroga no tomó ninguna medida eficaz contra la conspiración».
«La República se hundió el 18 de julio»
A pesar de que sabían gracias a sus contactos que una revuelta se cocía a fuego lento, Líster confirmó a la periodista que no hicieron nada por evitarlo. Un craso error que, en sus palabras, provocó la caída total del orden constitucional y del ejército tras el alzamiento. «Hay que tener en cuenta una cuestión que los historiadores, por lo general, no advierten: con la sublevación del 18 de julio, en España se hundió definitivamente la República de 1931, con todas sus fuerzas armadas y su seguridad». Con amargura, el general comunista recordó que, por el contrario, en el bando Nacional conservaron «la organización militar, la policía, sus fuerzas de 40.000 hombres marroquíes y gran parte del aparato estatal».
La Segunda República, sin embargo, «desapareció como tal» junto a sus «fuerzas armadas y de orden público». Y todo, según desveló horrorizado Líster, por culpa de los políticos de la época y de sus guerrillas internas.
«La República cayó víctima de sus propios errores. La República no había cumplido la misión que tenía que cumplir y que le daba la Constitución. Los políticos de los diferentes gobiernos republicanos no cumplieron lo que había en la Constitución. Dejaron intacto el ejército, con sus mandos fascistas; dejaron intacta la tierra en manos de los terratenientes; dejaron intacto el poder de la Iglesia. No tomaron ninguna medida de las que correspondían a una República de tipo burgués. Ellos tienen una tremenda responsabilidad en que se haya producido la sublevación».
Fue entonces cuando «todo se derrumbó» y surgió, según Líster, una nueva República. Una «democrática y popular» que «dio la tierra a los campesinos» y que «abrió las escuelas y universidades a los hijos de los trabajadores», pero que cometió errores severos como dinamitar los cimientos del ejército profesional. Algo que, a su vez, permitió que las tropas nacionales avanzaran hasta Madrid sin oposición alguna. «En ese momento, frente a unas fuerzas organizadas, mandadas por sus mandos naturales, no había unas fuerzas armadas por nuestra parte». Aquello condenó también al gobierno.
«Tuvimos un período en el que los que luchaban militarmente por nuestra parte eran soldados, oficiales, guardias de asalto, guardias civiles y algunos guardias nacionales, de carabineros, de milicianos. Estaban encuadrados en columnas, divisiones, batallones, pero no había realmente un ejército. El Ejército como tal, desapareció de la circulación. […]. En las fuerzas de orden público pasó lo mismo: todo se disolvió. Y se creó, repito, una mezcla de compañías, batallones y columnas».
Cada uno su guerra
Fue entonces cuando, en palabras de Líster, los partidos políticos organizaron sus milicias. Algunas, como el famoso Quinto Regimiento, que él mismo comandaba, sobre la base de antiguas unidades que habían hecho las veces de guardia pretoriana de los líderes locales durante la Segunda República. «En esa situación, el Quinto Regimiento apareció como la primera unidad militar verdadera. Tenía, desde todos los puntos de vista, una verdadera estructura militar». El problema, no obstante, es que cada uno de estos grupos respondía solo ante sus líderes ideológicos. De poco importaban el Ministerio de Guerra, el Estado Mayor. Había, en esencia, una doble, triple a cuádruple dirección.
«Todo eso llevó a una tremenda confusión. Había quien obedecía las órdenes y quien no las obedecía. Quien esperaba a que su partido o su organización se la confirmara. Había no solo un doble mando, sino triple o cuádruple, desde el momento en que sobre columnas y batallones mandaban formalmente los jefes militares, pero también los partidos, los sindicatos… Hubo todos esos meses de confusionismo, y de eso se aprovechó el enemigo para avanzar hacia Madrid».
En mitad de aquella bicefalia entre ejército y milicias, los líderes políticos con más capacidad de unir a un puñado de hombres bajo su mando gracias a su labia fueron los que dirigieron muchas unidades. Y Líster fue uno de ellos. En el cuartel de Infantería Wad-Ras número 1, por ejemplo, organizó una columna mixta con los miembros del partido y aquellos soldados que se ofrecieron a seguirle. Con ellos viajó hasta la Sierra de Guadarrama. «Se iba así. Los más audaces o de más prestigio cogían el mando, los soldados los elegían. A mí, por ejemplo, me eligieron teniente en una asamblea de mandos». De nada valía haber cursado una carrera militar. De hecho, en muchas ocasiones significaba ser expulsado, pues no había confianza en el ejército. Y el mismo caos se respiraba en el frente.
«Unas columnas se sostenían y otras se deshacían al chocar con el enemigo. En el primer período de la guerra estaban los que combatían de día y luego por la noche cogían los coches y volvían a Madrid. En Madrid estaban abiertas las tabernas, las casas de pilinguis. Al día siguiente, unos se iban otra vez al frente y otros se quedaban en Madrid».
Fuente: ABC
ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN EL MIÉRCOLES 04 DE NOVIEMBRE DE 2020 19:37
Manuel P. Villatoro
Corría el año 1978 cuando el general José Miguel Vega, entonces Jefe del Estado Mayor del Ejército, pero también antiguo oficial del bando Nacional, sorprendió a su audiencia al elogiar la «capacidad militar» de algunos oficiales de la Segunda República como Enrique Líster. Lo hizo durante un extenso discurso oficial en la Pascua Militar. Pero, en una España que todavía se hallaba en proceso de cambio y evolución, su aseveración causó estupor en los presentes. Europa Press recogió que el teniente general Carlos Iniesta Cano, uno de los protagonistas del avance sobre Madrid en la Guerra Civil española, se santiguó en su asiento «a la vista de todos». Eran otros tiempos…
La tesis de Vega contrasta de forma drástica con las palabras que el conocido Manuel Azaña escribió en su Cuaderno de La Pobleta allá por 1937, cuando la sublevación había saltado ya a la península y las unidades republicanas, milicias políticas en gran medida, eran dirigidas por una suerte de oficiales sin apenas formación militar, pero sí proclives a las doctrinas de tal o cual grupo. «En las grandes unidades [del Ejército republicano] hay por jefes supremos gente improvisada, sin conocimientos: El Campesino, Líster, Modesto, Cipriano Mera... que prestan buenos servicios, pero que no pueden remediar su incompetencia. El único que sabe leer un plano es el llamado Modesto. Los otros, además de no saber, creen no necesitarlo», dejó sobre blanco el presidente de la República.
¿Quién fue, entonces, Enrique Líster?, ¿un genio militar, un cantero gallego que no había hecho el servicio militar o un comisario político comunista al que la guerra no le atraía, pero que acabó convirtiéndose en un alto general? Según explica el doctor en historia Víctor Manuel Santidrián Arias en «Enrique Líster, un antimilitarista que llegó a general», la respuesta es que fue todo eso a la vez. Pero, además, representó a un tipo de oficial que la Segunda República encumbró durante nuestra guerra fratricida: el miliciano politizado hasta el extremo que consideraba que, a través de la creencia en la ideología, se podía obtener la victoria sin contar con militares de carrera. Un craso error que él mismo admitió en una entrevista concedida a la periodista Sheelagh Elwood en los años 70.
Encuentro, por cierto, en el que remarcó una y otra vez el «caos» que se sucedió en los primeros meses de la Guerra Civil, antes de la formación del Ejército Popular, cuando las milicias tomaron las calles y las fuerzas republicanas quedaron, de facto, deshechas: «Hubo una tremenda confusión, Había quien obedecía las órdenes y quien no las obedecía. Quien esperaba a que su partido o su organización se la confirmara. Había no solo un doble mando, sino triple o cuádruple, desde el momento en que sobre columnas y batallones mandaban formalmente los jefes militares, pero también los partidos, los sindicatos… Hubo todos esos meses de confusionismo, y de eso se aprovechó el enemigo para avanzar».
La entrevista, recogida primero en Diario 16 y, a la postre, en un libro recopilatorio llamado «Testigos de la historia. La Guerra Civil española», supone un documento de primera mano para entender, en primer lugar, los problemas internos que provocaron la caída de la Segunda República. Aunque también para comprender las diferencias políticas que existían entre los oficiales del Ejército Popular, los mordiscos internos que se propinaban unos y otros o, entre otras tantas cosas, la pésima interpretación de la contienda que se hizo desde el gobierno central. «No había una organización militar, había el caos. Había la conciencia y la disciplina de partido de cada uno. […] En ese primer período de la guerra todo saltó hecho pedazos».
El gobierno es culpable
Durante el encuentro, el que fuera jefe de la XI División (considerada como una de las mejores del Ejército Popular) y destacado mando durante las batallas de Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro insistió en que, gracias a su trabajo clandestino desde la Sanjurjada, sabía que se iba a suceder un golpe de Estado en 1936. Las fechas cuadran. En 1935, Líster ya había pasado por la Unión Soviética donde, por orden del Partido Comunista, había sido instruido en las artes del comisario político y del espionaje institucional.
Usando como base esos conocimientos montó una gigantesca red de información con «militares antifascistas» que le informaban «de lo que allí pasaba» y de las posibles conjuras contra el gobierno.
«Empezamos ese trabajo en 1932, desde el intento de golpe de Estado de Sanjurjo. […] Cuando regresé de la Unión Soviética se me encomendó impulsar este trabajo y conseguí establecer enlaces y células en las principales guarniciones. […] Todo esto lo hacíamos en la más absoluta clandestinidad, incluso después de las elecciones de febrero de 1936. El Gobierno republicano jamás hubiera permitido que tuviéramos contacto con este tipo de militares».
La pregunta era obligada para la periodista: ¿Por qué no avisaron al Gobierno de que se iba a suceder? Según explicó, porque no era su trabajo.
«Nosotros informábamos a la dirección del Partido Comunista, que continuamente criticaba la actividad de los fascistas: en las sesiones del Parlamento, en conversaciones con los ministros y en la prensa. Pero el Gobierno de Casares Quiroga no tomó ninguna medida eficaz contra la conspiración».
«La República se hundió el 18 de julio»
A pesar de que sabían gracias a sus contactos que una revuelta se cocía a fuego lento, Líster confirmó a la periodista que no hicieron nada por evitarlo. Un craso error que, en sus palabras, provocó la caída total del orden constitucional y del ejército tras el alzamiento. «Hay que tener en cuenta una cuestión que los historiadores, por lo general, no advierten: con la sublevación del 18 de julio, en España se hundió definitivamente la República de 1931, con todas sus fuerzas armadas y su seguridad». Con amargura, el general comunista recordó que, por el contrario, en el bando Nacional conservaron «la organización militar, la policía, sus fuerzas de 40.000 hombres marroquíes y gran parte del aparato estatal».
La Segunda República, sin embargo, «desapareció como tal» junto a sus «fuerzas armadas y de orden público». Y todo, según desveló horrorizado Líster, por culpa de los políticos de la época y de sus guerrillas internas.
«La República cayó víctima de sus propios errores. La República no había cumplido la misión que tenía que cumplir y que le daba la Constitución. Los políticos de los diferentes gobiernos republicanos no cumplieron lo que había en la Constitución. Dejaron intacto el ejército, con sus mandos fascistas; dejaron intacta la tierra en manos de los terratenientes; dejaron intacto el poder de la Iglesia. No tomaron ninguna medida de las que correspondían a una República de tipo burgués. Ellos tienen una tremenda responsabilidad en que se haya producido la sublevación».
Fue entonces cuando «todo se derrumbó» y surgió, según Líster, una nueva República. Una «democrática y popular» que «dio la tierra a los campesinos» y que «abrió las escuelas y universidades a los hijos de los trabajadores», pero que cometió errores severos como dinamitar los cimientos del ejército profesional. Algo que, a su vez, permitió que las tropas nacionales avanzaran hasta Madrid sin oposición alguna. «En ese momento, frente a unas fuerzas organizadas, mandadas por sus mandos naturales, no había unas fuerzas armadas por nuestra parte». Aquello condenó también al gobierno.
«Tuvimos un período en el que los que luchaban militarmente por nuestra parte eran soldados, oficiales, guardias de asalto, guardias civiles y algunos guardias nacionales, de carabineros, de milicianos. Estaban encuadrados en columnas, divisiones, batallones, pero no había realmente un ejército. El Ejército como tal, desapareció de la circulación. […]. En las fuerzas de orden público pasó lo mismo: todo se disolvió. Y se creó, repito, una mezcla de compañías, batallones y columnas».
Cada uno su guerra
Fue entonces cuando, en palabras de Líster, los partidos políticos organizaron sus milicias. Algunas, como el famoso Quinto Regimiento, que él mismo comandaba, sobre la base de antiguas unidades que habían hecho las veces de guardia pretoriana de los líderes locales durante la Segunda República. «En esa situación, el Quinto Regimiento apareció como la primera unidad militar verdadera. Tenía, desde todos los puntos de vista, una verdadera estructura militar». El problema, no obstante, es que cada uno de estos grupos respondía solo ante sus líderes ideológicos. De poco importaban el Ministerio de Guerra, el Estado Mayor. Había, en esencia, una doble, triple a cuádruple dirección.
«Todo eso llevó a una tremenda confusión. Había quien obedecía las órdenes y quien no las obedecía. Quien esperaba a que su partido o su organización se la confirmara. Había no solo un doble mando, sino triple o cuádruple, desde el momento en que sobre columnas y batallones mandaban formalmente los jefes militares, pero también los partidos, los sindicatos… Hubo todos esos meses de confusionismo, y de eso se aprovechó el enemigo para avanzar hacia Madrid».
En mitad de aquella bicefalia entre ejército y milicias, los líderes políticos con más capacidad de unir a un puñado de hombres bajo su mando gracias a su labia fueron los que dirigieron muchas unidades. Y Líster fue uno de ellos. En el cuartel de Infantería Wad-Ras número 1, por ejemplo, organizó una columna mixta con los miembros del partido y aquellos soldados que se ofrecieron a seguirle. Con ellos viajó hasta la Sierra de Guadarrama. «Se iba así. Los más audaces o de más prestigio cogían el mando, los soldados los elegían. A mí, por ejemplo, me eligieron teniente en una asamblea de mandos». De nada valía haber cursado una carrera militar. De hecho, en muchas ocasiones significaba ser expulsado, pues no había confianza en el ejército. Y el mismo caos se respiraba en el frente.
«Unas columnas se sostenían y otras se deshacían al chocar con el enemigo. En el primer período de la guerra estaban los que combatían de día y luego por la noche cogían los coches y volvían a Madrid. En Madrid estaban abiertas las tabernas, las casas de pilinguis. Al día siguiente, unos se iban otra vez al frente y otros se quedaban en Madrid».
Fuente: ABC