Le preguntan a una IA sobre el holocausto y la Liga Antidifamación pone el grito en el cielo.

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1
UN RAPPORT DE LA CRUZ ROJA


Existe un estudio de la cuestión judía en Europa en el tras*curso de la II Guerra Mundial y de las condiciones de vida en los campos de concentración alemanes, que es casi única en su género por su honradez y su objetividad. Se trata del Rapport, en tres volúmenes, del «Comité Internacional de la Cruz Roja Internacional» sobre sus actividades durante la guerra. Ese Rapport fue publicado en Ginebra en 1948. Este informe exhaustivo, procedente de una fuente neutral completamente, incluye y amplía revelaciones contenidas en dos obras precedentes, también de la Cruz Roja, tituladas: «Documentos sobre las actividades del Comité Internacional de la Cruz Roja a favor de los civiles detenidos en los campos de concentración en Alemania, 1939-1945», e «Inter Arma Caritas: la Obra del Comité Internacional de la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial», editadas en Ginebra, respectivamente, en 1946 y 1947. El grupo de autores, dirigido por un francés, Frédéric Siordet, hace constar, al principio del Rapport, que se ha redactado inspirándose en principios de una estricta neutralidad política, siguiendo la tradición de la Cruz Roja, y es ahí donde se halla su gran valor. En Comité Internacional de la Cruz Roja consiguió hacer aplicar las convenciones militares de Ginebra, de 1929, para poder visitar a los detenidos civiles de los campos de concentración alemanes tanto de Europa Central y Occidental, como de Europa Oriental: en otras palabras, el C.I.C.R. pudo visitar tanto los campos en que luego se reconoció que nunca hubieron «cámaras de gas» (Dachau, Belsen, Dora, Oranienburg, Buchenwald, etc.) como los que se afirmó que las hubo, especialmente Auschwitz. Huelga decir que el C.I.C.R. visitó regularmente los campos de concentración que, en un principio se reservaban a prisioneros de guerra, y ello tanto en Alemania y las zonas de nuestro continente ocupadas por Alemania y sus aliados, como en la Gran Bretaña. En cambio, no le fué posible actuar de igual modo en la Unión Soviética, toda vez que ese país nunca ratificó los acuerdos de la Convención de Ginebra. Los millones de prisioneros civiles y. militares de la Unión Soviética, cuyas condiciones de vida eran, cual es público y notorio, las más penosas de todos, sin comparación alguna, estaban completamente desconectados del mundo exterior, no podían solicitar el amparo, ni siquiera teórico, de ningún control internacional y vivían en condiciones infrahumanas.

El Rapport es importantísimo porque, para empezar, aclara las circunstancias legitimas de la detención de judíos en los campos de eoncentración, como ciudadanos de un país enemigo. Al describir las dos categoría de civiles internados, el Rapport califica al segundo tipo como «civiles deportados por razones administrativas». La expresión alemana es más exacta que la del texto francés del Rapport. Los alemanes lo llamaban Schutzhaftlinge, es decir, detención preventiva, refiriéndose a individuos que habían sido internados por motivos políticos o raciales, porque su presencia era considerada como un peligro en potencia para el Estado o para la tropa de ocupación.

El Rapport reconoce que los alemanes fueron, al principio, algo reticentes en permitir a la Cruz Roja entrevistarse con personas internadas por razones de seguridad del Estado (es decir, en un 98 %, judíos), pero afirma que a partir de Julio de 1942, el C.I.C.R. obtuvo concesiones muy importantes de los alemanes. Se permitió al C.I.C.R. que distribuyera víveres en los grandes campos de concentración a partir del siguiente mes, es decir, de Agosto de 1942. Esta concesión fué extendida a todos los campos a partir de Febrero de 1943. (96) El C.I.C.R. estableció rápidamente contacto con los comandantes de los respectivos campos de concentración y puso en marcha un programa de envíos de víveres que funcionó regularmente hasta los últimos meses de la guerra, en 1945, y de ello dan fé las numerosas cartas de agradecimiento escritas por miles de judíos detenidos en esos campos.

El Rapport del C.I.C.R. menciona que «se enviaban 9.000 paquetes diarios. A partir del Otoño de 1943, y hasta Mayo de 1945, se mandaron aproximadamente 1.112.000 paquetes de vituallas, con un peso total de 4.500 toneladas. (97) Además de los paquetes de víveres, se mandaron paquetes conteniendo productos farmaceuticos y vestidos. «Se mandaron expediciones a Dachau, Buchenwald, Sangerhausen, Sachsenhausen, Oranienburg, Flossenburg, Landsbergam, Lech, Floha, Ravensbrück, Hamburg-Neuengamme, Mauthausen, Theresienstadt, Auschwitz, Bergen-Belsen y a otros campos situados en el centro y sur de Alemania y en las cercanías de Viena. Estos paquetes estaban destinados sobre toda a judíos belgas, holandeses, franceses, italianos, griegos, polacos, noruegos y apátridas». (98) Estas mercancías habían sido recogidas o compradas por diversas organizaciones judías de beneficencia en todo el mundo, y muy especialmente por el «American Joint Distribution Committee», de Nueva York. (99)

Hasta la entrada en guerra de los Estados Unidos, este Comité fué autorizado por el Gobierno Alemán a instalar sus oficinas en Berlin. A parte del citado «American Joint Distribution Committee», fué la propia Cruz Roja quien compraba ingentes cantidades de víveres, sobre todo en Rumania, Hungría y Eslovaquia, estados, como se sabe aliados del Reich. El C.I.C.R. se queja, en su Rapport, de que su acción de gran envergadura de ayuda a los internados judíos fuera dificultada, no por los alemanes, sino por el estrechisimo bloqueo de Europa llevado a cabo por los Aliados occidentales. (100)


Los delegados del C.I.C.R. pudieron visitar todos los campos de concentración alemanes. Es de destacar el elogio que se hace del campo de Theresienstadt (Terezin) en el que se hallaban exclusivamente judíos. «Este campo, en el que vivían unos 40.000 judíos deportados de diversos países, era un ghetto relativamente privilegiado». (1)

Según informes recogidos por el C.I.C.R. este campo había sido creado a título experimental por ciertos dirigentes del Reich que querían dar a los judíos la posibilidad de vivir en común en una ciudad administrada por ellos mismos y dotada de una autonomía interna casi completa... Los delegados pudieron visitar ese campo el 6 de Abril de 1945, semanas antes del fin de la guerra y doce días antes de su ocupación por los Aliados, y confirmaron la impresión favorable obtenida en su primera visita». (2)

El C.I.C.R. elogia, muy especialmente, la actitud humanitaria del régimen de la Rumania fascista de Antonescu, que permitió y dió toda clase de facilidades al Comité para que socorriera a los 183.000 hebreos rumanos. Esta ayuda duró hasta la ocupación del país por las tropas soviéticas, lo que significó el fin de la misma, pues «el C.I.C.R no consiguió jamás mandar ni un sólo paquete de víveres, ni de correspondencia, a la Unión Soviética ni a los paises controlados militarmente o políticamente por ella. (3)

Es típico el caso de Auschwitz. El C.I.C.R. recibió una correspondencia voluminosa procedente de ese campo hasta la llegada de los soviéticos; entonces la correspondencia cesó de llegar. Una parte de los detenidos fue evacuada hacia el Oeste, a la zona ocupada por americanos e ingleses, instalándose en Oranienburg y Buchenwald, y el C.I.C.R. pudo continuar haciéndoles llegar víveres y medicamentos no así a los que quedaron en Auschwitz, con los que se perdió todo contacto.

Es curioso, por otra parte, que si los detenidos podían mandar, a través del C.I.C.R., una voluminosa correspondencia, y más concretamente desde el famoso «campo de la fin» de Auschwitz, no se filtrara, en la misma, ningún indicio acerca de los supuestos asesinatos masivos allí cometidos. Evidentemente en Auschwitz, como en todas partes, existía una rígida censura de correspondencia con sus propios co-nacionales, y a mayor razón con los internados políticos o por razones administrativas. Pero choca con el sentido común más elemental que ni una sola de las misivas escritas desde Auschwitz consiguiera, por medios indirectos, comunicar a los Aliados la supuesta realidad de las masacres y de las cámaras de gas. Y raya en la imposibilidad pura y simple que los delegados de la Cruz Roja que se pasearon por los campos de concentración alemanes durante el curso de la guerra, no se apercibieron de nada. Podrá argüirse que si se apercibieron pero guardaron silencio para no agravar aún más la suerte de los internados. Pero este argumento no es válido, por cuanto el Rapport del Comité Internacional de la Cruz Roja fue publicado en Ginebra, tres años después del fin de la guerra. Es más, teniendo en cuenta el clima político imperante en aquellas fechas, hubiera sido más popular para el C.I.C.R. afirmar que había comprobado la existencia de cámaras de gas que guardar silencio sobre el tema. Y cuando fueron requeridos, los delegados del C.I.C.R., a que se pronunciaran al respecto, manifestaron que les era imposible no oponerse a la irresponsable campaña con la que se pretendía acusar de genocidio al régimen nancy.

Uno de los aspectos más importantes del Rapport a que nos estamos refiriendo es que viene mucha luz sobre los motivos del aumento de los decesos en los campos de concentración hacia el final de la guerra. Por ejemplo, se afirma que «en las condiciones caóticas en que se debatía Alemania hacia el final de la guerra, los tremendos bombardeos aéreos arruinaron no sólo la economía sino los tras*portes en el ámbito del III Reich. Los víveres no llegaron a los campos de concentración y hubo cada vez mas detenidos que perecían de inanición». (4)

Alarmado por tal situación, el Gobierno Alemán informó de ello a la Cruz Roja, en Febrero de 1945. A principios de Marzo de 1945, Kaltenbrunner se entrevistó con el Presidente del C.I.C.R. De resultas de tal entrevista, la Cruz Roja se encargó, a través de sus propios delegados, de tal distribución de los paquetes de víveres en los campos y un delegado del C.I.C.R. fué autorizado a permanecer en cada campo. Dicho delegado tenía plena libertad tic movimientos. (5)

Es decir, que en los dos últimos meses de la conflagración, cuando, según los apóstoles de la literatura concentracionaria, los alemanes llevaban a cabo, con toda su intensidad, su política de genocidio, había un delegado de la Cruz Roja en cada campo. Y ninguno de tales delegados se dio cuenta de nada. Ninguno vio una cámara de gas. Ninguno vio un crematorio que no se utilizara para incinerar cadáveres de apestados o de tíficos. Ninguno tuvo la curiosidad para escuchar los rumores sobre el gaseamientos o cremaciones colectivas de seres vivos. Todos estaban distraídos ¿Todos? ¿Es esto admisible?

Pero aún hay más. El C.I.C.R. protestó, el 15 de Marzo de 1944 contra «la bárbara guerra aérea de los Aliados». (6) Esta protesta se hizo oficialmente en el interés de los prisioneros de guerra y de los internados administrativos (es decir, en su gran mayoría judíos). El 2 de Octubre de 1944 el C.I.C.R. formuló una nueva protestas al «Foreign Office», advirtiendo del inminente hundimiento del sistema de comunicación alemán y afirmando que traería como consecuencia inevitable el hambre para todos los que se encontraban entonces en Alemania, prisioneros incluidos. (7)

En lo que concierne a la tasa de mortalidad en los campos, el Rapport precisa que se utilizaron los servicios de la mayor parte de los médicos judíos internados para luchar contra el tifus en el frente del Este, pero muchos médicos israelitas, estuvieron en los campos luchando contra las epidemias de tifus cuando éstas llegaron a su punto álgido en 1945. (8)

Por lo que se refiere a la alegación de que los alemanes habían camuflado las cámaras de gas en salas de duchas, el Rapport del comité lo desmiente tácitamente al declarar:

«Los delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja visitaron no solamente los lavabos, sino las instalaciones de baños, las duchas y los talleres de lavado de ropas. Debieron intervenir a menudo para hacer reparar algunas instalaciones o para lograr mejoras». (9)

Esto nos parece definitivo. Los delegados del C.I.C.R. visitaron los célebres baños-ducha, y si debieron intervenir para repararlos o lograr mejoras, es porque los vieron en acción. Admitamos que a algún o algunos delegados lograran engañarles los alemanes, haciéndoles «ver» que las «cámaras de gas» eran baños-ducha. Concedido. Pero, ¿a todos los delegados a la vez, y en todos los campos?. Precisamente el examen de este voluminoso Rapport en tres volúmenes, con un total de 1.630 páginas de documentos oficiales demuestra que los delegados del C.I.C.R. no encontraron ninguna prueba, en los campos de concentración de Alemania y de los países ocupados o bajo su área de in. fluencia, de una política oficial, extra-oficial y deliberada de exterminio de los judíos. En ninguna de las 1.630 páginas se habla de cámaras de gas, ni de otros crematorios que los convencionales, destinados a incinerar cadáveres. El Rapport reconoce que los judíos, como muchos otros pueblos en el curso de la guerra, sufrieron privaciones y que la vida en los campos de concentración, sobre todo en los últimos meses, fue penosa, pero el silencio total sobre una política deliberada de exterminio, refuta, por si sólo, la fábula de los Seis Millones.
 
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