El Gran Cid
Madmaxista
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Los niños aprenden una clase de física básica en los primeros años. Son capaces de reconocer que una ambulancia se acerca simplemente porque la sirena suena más aguda conforme avanza. Curiosamente, la física que se encuentra detrás también fue utilizada para generar el arma psicológica más aterradora. Esta es la historia del origen de un silbido que anunciaba fin y destrucción.
Para ello tenemos que retroceder al 3 de junio de 1845 y subirnos a una locomotora yendo y viniendo entre las ciudades de Utrecht y Maasen en los Países Bajos. La máquina no era una al uso. Tiraba de una única plataforma plana detrás de la cual se encontraban tres hombres.
Los tipos estaban haciendo cosas muy raras si tenemos en cuenta la fecha de lo ocurrido. Uno se ocupaba de anotar figuras en un formulario impreso, mientras que otro tocaba la nota Sol sin parar con una trompeta cada vez que el tercer hombre señalaba que debía hacerlo. De pie, junto al maquinista en la plataforma de la locomotora, Christoph Buys Ballot lanzaba una mirada nerviosa al cielo y rezaba para que el clima no cambiara.
Ballot era un físico de 28 años que se había visto obligado a abandonar su primer intento de realizar el extraño experimento unos meses antes. En aquella ocasión, los músicos se enfrentaron a una tormenta de nieve y el frío había desafinado por completo sus instrumentos. Sin embargo, aquel martes 3 de junio era un día perfecto de verano, y Ballot sabía que tenía una buena oportunidad de realizar la prueba.
Con la ayuda de seis trompetistas, dos relojes y una locomotora, el hombre había diseñado un plan con el que probar la solidez de una teoría que un profesor austríaco había ideado en 1842 sobre el tonalidad de las estrellas. Hablamos de Christian Doppler y su trabajo On the Coloured Light of the Binary Refracted Stars and Other Celestial Bodies.
Ilustración: Corrimiento al rojo de las líneas espectrales en el espectro óptico de un supercúmulo de galaxias lejanas (derecha), comparado con el del Sol (izquierda (Dr. Schorsch/CC BY-SA 3.0)
Al parecer, Ballot se había hecho con una copia de A Monograph by Mr Doppler y había quedado fascinado con las ideas del profesor. Christian Doppler postuló que cualquiera que se acerque o se aleje de una fuente de luz a gran velocidad percibiría diferentes colores en ella que si hubiera permanecido estático. Este fenómeno no se podía observar en la vida cotidiana, ya que solo ocurría a altas velocidades. Sin embargo, Doppler estaba convencido de que cualquiera que buscara confirmar su teoría tan solo necesitaría mirar las estrellas.
Los astrónomos habían dividido las estrellas que aparecían en el cielo nocturno en dos categorías: estrellas blancas y estrellas de colores. Las estrellas blancas eran estrellas individuales que parecían no moverse, mientras que las estrellas de colores a menudo formaban un elemento de estrellas binarias, es decir, dos estrellas orbitando una alrededor de la otra. Doppler creía que el tonalidad de las estrellas binarias tenía que ver con el hecho de que alternativamente se alejaban y se acercaban a la Tierra.
La teoría en la que el hombre basó esta idea ha pasado a la historia de la física como el efecto Doppler, y Ballot estaba decidido a formar parte de dicha historia demostrándolo.
El efecto Doppler
Gráfica: Cambio de la longitud de onda provocado por el movimiento del emisor (Tkarcher/CC BY-SA 3.0)
Tras varias disputas sobre la naturaleza de la luz, los físicos en el período de Doppler estuvieron de acuerdo en que la luz irradia como una onda y que los diferentes colores que asume surgen de las diferentes frecuencias en las que oscilan las ondas de luz. Por tanto, la luz violeta oscila más rápido, y la luz roja más lenta, mientras que en el medio, como en un arcoíris, aparece el azul, verde, amarillo y naranja.
Dicho de otra forma: el factor que determina si una persona percibe el rojo o el azul es la rapidez con la que las ondas de luz golpean el ojo del observador. Doppler se sorprendió al descubrir que nadie hasta ese momento había notado que el movimiento de la fuente de luz o del observador también desempeñaba un papel importante. Como explicaba el físico:
Una persona que se acerca a una fuente de luz se mueve contra la dirección de la onda y, por tanto, se encuentra con las ondas en una sucesión más rápida que si estuviera parado. Por el contrario, cualquiera que se aleje de una fuente de luz se está distanciando de los pulsos de onda, que ahora tardan más en alcanzarlo en una sucesión más lenta. El mismo principio también es válido para el caso opuesto, en el que el observador permanece estático y la fuente de luz se mueve.
Por si la gente de su tiempo no entendía qué demonios les estaba contando, Doppler proporcionó una ilustración gráfica del principio con el ejemplo de un barco dirigiéndose hacia las olas y “encontrando durante el mismo período un mayor número de olas y un golpeteo más violento por parte de estas que un barco que permaneció inmóvil o uno que estaba siendo tras*portado junto a las olas y viajando en la misma dirección que ellas”.
En su artículo, Doppler también calculó la velocidad a la que este efecto se haría visible a simple vista: 53 kilómetros por segundo. Por supuesto, esta cifra desanimó incluso al investigador más optimista de intentar demostrar el endemoniado efecto Doppler en un experimento.
Sin embargo, como el mismo Doppler también se dio cuenta, había una solución a este problema: como la luz, el sonido también viaja en ondas, solo que de forma mucho más lenta que la luz. En consecuencia, el efecto postulado “también se aplicaría de manera absolutamente estricta” a las ondas sonoras.
El sonido es una onda que se compone de variaciones rápidas y pequeñas en la presión del aire, una que el oído humano puede registrar. Al igual que el barco que navega hacia las olas, los pulsos de las ondas de sonido llegan al oído en una sucesión más rápida si una persona se mueve hacia la fuente de sonido, y esto hace que el tono parezca más alto que el que está emitiendo la fuente. De hecho, Doppler calculó que una fuente de sonido tendría que acercarse al oyente a una velocidad de 70 km/h para cambiar de una nota Si a un Do, un semitono más alto.
Y ahora volvamos a la locomotora de Ballott. Setenta kilómetros por hora era una velocidad que se podía alcanzar. Por esa razón, Buys Ballot se acercó al director del ferrocarril holandés del Rin, quien a su vez obtuvo el permiso del ministro del interior del país para el “uso gratuito de una locomotora”.
La primera idea del joven físico fue utilizar el silbato del tren como fuente de sonido. Tenía sentido: era ruidoso y por tanto audible a una gran distancia. Sin embargo, en los ensayos preliminares se dio cuenta de que la nota que producía era demasiado impura para que un músico pudiera determinar su tono preciso.
Ballot amplió el número de asistentes al experimento contratando los servicios de un puñado de los mejores trompetistas que pudo encontrar en Utrecht. Uno de ellos viajó en el vagón del ferrocarril con dos asistentes, mientras que los otros esperaron en tres grupos a lo largo de una línea a un intervalo de 400 metros uno del otro.
En el viaje de ida, al servicio de la ciencia, el trompetista en el vagón tocaría un Sol, mientras que los músicos al lado de la pista debían notar las diferencias de tono. En el viaje de regreso, los papeles se invirtieron: ahora tocaban los trompetistas al lado de la pista, mientras que el músico en el vagón de ferrocarril intentaba determinar el tono de la nota.
Y por simple que Ballot pensara que podría ser el experimento, su ejecución real resultó ser mucho más complicada. Para lograr la mayor diferencia de tono posible, la locomotora tuvo que viajar lo más rápido que pudo, pero cuanto más rápido iba, más difícil resultaba distinguir el sonido de las trompetas por encima del ruido del motor.
Además, a esta velocidad el tren se encontraba demasiado lejos en muy poco tiempo, lo que significa que la nota era audible solo por un breve instante. Por otro lado, si el tren iba despacio, entonces la diferencia de tono era imperceptiblemente pequeña. Finalmente, Ballot se decidió por velocidades entre 18 y 70 km/h que cronometró con dos relojes.
El maquinista no pudo mantener las velocidades constantes, pero el principal contratiempo del físico no era tanto técnico como personal: a pesar de recibir instrucciones precisas sobre dónde tocar, los músicos demostraron ser incapaces de tocar sus notas justo en el momento adecuado. A veces uno de ellos olvidaba tocar su Sol, mientras que en otras ocasiones dos tocaban simultáneamente. El enfado quedó registrado en su trabajo, donde Ballot aconsejó a cualquiera que quisiera repetir su experimento a utilizar “individuos debidamente disciplinados”.
Una vez que repitió los experimentos que realizó con trompetas de válvulas el 3 de junio, y con trompetas naturales más potentes el 5 de junio, estaba en condiciones de confirmar la teoría de Doppler “a pesar de algunas irregularidades”. Los músicos coincidieron en que la nota era más alta cuando el trompetista se acercaba que cuando se alejaba de ellos.
Ballot también estaba convencido de que Doppler se equivocaba en un punto: aunque su teoría era indudablemente correcta, no explicaba el tonalidad de las estrellas. La luz emitida por las estrellas era una mezcla, una de diversos colores. Al igual que con el efecto Doppler, todos estos aumentaran simultáneamente, por lo que la luz de frecuencia más baja, es decir, la roja, habría faltado en el espectro.
Doppler creía que este cambio de tonalidad era visible en las estrellas binarias, pero pasó por alto el hecho de que las estrellas también emiten rayos en la parte infrarroja invisible del espectro. Las ondas de luz infrarroja son aún más lentas que las rojas y son simplemente desplazadas por el efecto Doppler hacia la región visible.
Por tanto, a efectos prácticos, en lo que respecta a la percepción visual humana del fenómeno, nada cambia. Irónicamente, Doppler eligió resaltar en el título de su artículo precisamente ese fenómeno, el tonalidad de las estrellas binarias... que no se produce como resultado del efecto Doppler. Las estrellas en realidad emiten luz de tonalidad desde el principio.
Con toda probabilidad, si Doppler estuviera hoy con vida no creo que eligiera el ejemplo de las estrellas binarias para corroborar su teoría, sino como decía al comienzo, algo tan fácil como las sirenas de las ambulancias, sonando más agudas cuando la ambulancia se acerca, y menos cuando se está alejando.
Algo tan simple de entender que los propios nazis utilizaron para sembrar el terror en Europa.
El efecto Doppler como arma psicológica
Seguro que la mayoría reconoce esa especie de silbido que tantas veces hemos visto en las películas bélicas recreadas por Hollywood. Diría que una gran parte de ellas proviene del sonido emitido por un cohete V-2 mientras atraviesa el cielo en su misión de destrucción.
El cohete, de nombre técnico A4, fue un misil balístico desarrollado a principios de la Segunda Guerra Mundial en Alemania. Se usó, principalmente, contra Bélgica y lugares del sureste de Inglaterra. V-2 fue también el primer misil balístico de combate de largo alcance del mundo y el primer artefacto humano conocido que hizo un vuelo suborbital.
Y como decíamos, las películas, series y documentales que se ocupan de las guerras del siglo XX a menudo incluyen ese sonido característico en su descripción o representación de las bombas que caen. Cuando estás viendo una recreación de Hollywood de una famosa batalla de la Segunda Guerra Mundial, los gritos silbantes de las bombas que caen ayudan a generar tensión pero, ¿de verdad existía dicho silbido?
Los historiadores suelen decir que el avión alemán más emblemático durante la Segunda Guerra Mundial fue el bombardero en picado Stuka (o Ju 87), el cual se convirtió en el símbolo de una serie de campañas exitosas en las primeras etapas de la guerra. Aclamado como el arma del terror, su llegada causaba pánico.
Para entenderlo debemos ponernos en contexto. La doctrina militar alemana, la Blitzkrieg (guerra relámpago ), se extendió por toda Europa continental. Entonces la máquina de guerra de la Wehrmacht parecía imparable en 1939, principalmente cuando los Stukas invadieron el cielo sobre Polonia.
La aeronave deriva de un biplano de la década de 1920, el bombardero Curtiss producido en Estados Unidos que fue pionero en la técnica en picado. El ingeniero alemán Hermann Pohlmann trabajó en un prototipo durante la primera mitad de la década de 1930. Los vuelos de prueba resultaron ser un éxito en 1935, por lo que los Stukas se enviaron a España al año siguiente para participar en la batalla.
De hecho, la Guerra Civil española fue un campo de entrenamiento perfecto para las tropas y equipos alemanes e italianos, ya que sirvió como cobertura para la Segunda Guerra Mundial. Lo que específicamente hizo que estos aviones fueran temibles fueron una especie de dos cuernos unidos a las alas que producían un sonido chirriante una vez que el avión se dirigía hacia un objetivo.
Cuando el Stuka descendía del cielo para soltar su carga mortal, el grito (o silbido) que lo acompañaba tenía un efecto devastador en la jovenlandesal de cualquiera que estuviera en el suelo. No está claro si la idea la originó el propio Adolf Hitler, o si la táctica de intimidación fue una creación de Ernst Udet, quien estaba a cargo de la oficina de investigación y desarrollo de la Luftwaffe.
En cualquier caso, las dos sirenas impulsadas por hélice se instalaron en el modelo B-1 del Ju 87, que fue la primera versión del Stuka que entró en producción en masa. Se montaron en el borde de ataque del ala o en el borde delantero del carenado fijo del engranaje principal.
Hasta tuvieron un nombre. Los alemanes llamaron a estos cuernos inquietantes las “trompetas de Jericó”, quienes confiaron en el efecto psicológico del ruido para darles una ventaja contra sus oponentes. De esta forma, al igual que los griegos y los romanos con sus gritos de batalla, los bombarderos Stuka alemanes se utilizaron para sembrar el terror.
Imagen: Un Ju 87 B donde la carcasa de la “Trompeta de Jericó” se ha fundido en el equipo principal (Bundesarchiv/CC BY-SA 3.0 de)
Por cierto, las trompetas de Jericó también tuvieron su lado negativo. Al parecer, reducían la velocidad del bombardero en 10 km/h debido al arrastre, un fallo que resultó mortal cuando los pilotos alemanes se enfrentaban a cañones y cazas AA. La falta de velocidad, así como la falta de una defensa adecuada contra cualquier amenaza potencial aparte de las armas pequeñas, limitó el uso de los Stukas a convoyes terrestres mal defendidos sin apoyo aéreo.
Quizás por todo ello, con el tiempo esta máquina de apiolar se dedicó simplemente a sembrar el terror entre civiles, centrándose en asaltar ciudades y pueblos.
Pasados varios meses de la contienda, se perdió el efecto devastador del bombardero en picado que gritaba. Más bien, se convirtió en una señal de advertencia. Las versiones posteriores se construyeron sin las trompetas de Jericó, y en su lugar, las bombas aéreas se equiparon con un dispositivo de silbato para el mismo propósito.
Los alemanes comenzaron a diseñar sus bombas con un silbato especial que haría que ese grito característico apareciera al caer hacia las ciudades. Por lo general, se trataba de un objeto de metal con bordes afilados, como una bomba, que emitiría un pequeño ruido de siseo al caer por el aire.
Al diseñar bombas que tenían un accesorio similar a un silbato, los alemanes estaban utilizando la guerra psicológica tanto como la guerra física. El silbato se asoció con la fin desde arriba, y dado que los bombardeos en Londres y otras ciudades europeas se solían realizar en medio de la noche, el sonido se convirtió en uno que inducía a la pesadilla y la ansiedad de los civiles. De hecho, todavía hoy los supervivientes de bombardeos recuerdan esos inquietantes silbidos de la fin desde sus refugios subterráneos.
Algunos historiadores argumentan que el silbato tenía la intención de advertir a los civiles del peligro que se avecinaba, para que pudieran tener tiempo de ponerse a cubierto o huir, pero esa teoría se desmorona cuando se observa la física del propio sonido.
Imagen: Stuka (Kaboldy/CC BY-SA 3.0)