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La rebelión analógica de la escuela
Profesores, padres y directores se plantan ante la digitalización de los centros / Se populariza entre las familias una carta que pide al menos un aula por curso sin tabletas
Fernado de la Cueva, profesor que se ha declarado insumiso con el 'e-book' y ha prestado a sus alumnos 120 libros de Matemáticas. TONI GALÁN
Fernando de la Cueva es profesor de 2º de la ESO de Matemáticas en un instituto de Zaragoza. Lleva 31 años dando clase. El claustro de su centro ha aprobado por mayoría sustituir a partir de este curso los libros de papel por libros electrónicos y, pese a que es obligatorio, él se ha negado a hacerlo. Es un insumiso a favor de la escuela analógica, un defensor de las virtudes del aprendizaje no digital.
El pasado jueves Fernando se presentó en el instituto con 120 libros de Matemáticas de Anaya de la edición en papel de 2008 para prestárselos a sus alumnos, en contra del criterio de la dirección del instituto. Son 103 kilos de peso que llevó cargando a pulso desde el coche al aula mientras el resto de profesores le miraba estupefacto. Los ha recopilado gracias a profesores de otros centros y familias que simpatizaron con su causa. Envió correos electrónicos a todos los colegios públicos, privados y concertados de Aragón, a las asociaciones de padres y a la mayoría de profesores de Matemáticas de la comunidad autónoma. «Es un libro de hace 11 años, pero había mucha gente que lo conservaba. Unos y otros se han solidarizado conmigo con muchísima generosidad. Me han llegado libros de pueblos y capitales de las tres provincias aragonesas», explica.
Su clase va a ser la única del curso que no utilice e-books en Matemáticas. Él defiende que para su asignatura no funcionan. «En Matemáticas estamos constantemente haciendo anotaciones con un lápiz en los márgenes de los libros. Pero tratar de modificar un texto digital es muy trabajoso, porque sólo para subrayar una frase los alumnos tardan 10 minutos. ¿Y cómo apuntas una fórmula o un símbolo, dibujas una esfera o marcas su diámetro? ¿Cómo cambias una escala que está mal? Es imposible usar el compás para medir una circunferencia porque no se puede clavar la aguja en el cristal», argumenta.
Sostiene que, durante los últimos cuatro años, en que sus alumnos han trabajado de forma experimental y voluntaria con las tabletas, el rendimiento ha bajado. No son sólo los inconvenientes técnicos, sino que los críos se pasan el rato en YouTube o en Instagram. Se distraen. Piensan más en los likes que en el álgebra, la geometría o la aritmética.
En realidad, él es partidario de la tecnología. En 1988 empezó a usar medios informáticos en sus clases; a diario se comunica con padres y con alumnos a través del email, y cuelga todos sus materiales con hiperenlaces y vídeos en la web del instituto. Pero en su experiencia del día a día ha constatado que una herramienta que puede ser muy útil para unos fines, para sus clases ha resultado un lastre. «Yo lo que pretendo es que se reconozca el derecho del profesor y de los padres para elegir los medios de enseñanza que consideren más adecuados para los alumnos. No tengo nada en contra de la tecnología, pero sin obligaciones», recalca.
Algo se está moviendo en la escuela. Hay una revolución en ciernes protagonizada por personas como Fernando. No son antitecnológicos, pero piden una reflexión en torno a la tendencia a sustituir los libros de papel por las tabletas sin evaluar sus efectos. Cada vez hay más docentes, padres y directores que están plantándose ante la creciente digitalización de las aulas.
Por los grupos de WhatsApp y en las salas de profesores se ha popularizado una carta. Su encabezamiento dice: «Para una educación con un uso limitado de la tableta/del ordenador en el colegio». En ella el firmante solicita al colegio que haya al menos una clase por curso en la que no se use la tableta «de forma intensiva» y se deje de usar material digitalizado como «principal herramienta de trabajo» en el colegio. Eso se concreta en que la tableta se quede siempre en el colegio y el alumno no tenga que acceder a internet desde casa para hacer sus deberes, que haya también libros con soporte de papel y que los niños «trabajen detrás de la pantalla haciendo, por ejemplo, Robótica o Programación, en vez de delante de ella como meros consumidores». En la práctica, la carta, cuya idea se le ocurrió a la divulgadora educativa Catherine L'Ecuyer, no tiene carácter vinculante, pero sirve como desahogo, sobre todo para las familias.
Enrique Torres cambió a su hijos de colegio por implantar tabletas sin consultar a los padres
Enrique Torres, padre contrario a que los niños pasen seis horas en el colegio con una pantalla para seguir usándola en casa.ÓSCAR ESPINOSA
Enrique Torres es un padre de nueve hijos que reside en Sant Quirze del Vallès (Barcelona). Uno de los principales motivos para cambiarles del colegio en el que estaban fue porque, hace un par de años, el centro implantó las tabletas en el aula «sin pedirles permiso a las familias».
«A partir de 5º de Primaria eliminaron los libros de papel y todo pasó a ser 100% con iPads. Nos avisaron un año antes. Nos chocó tanto a los padres que creamos un grupo e intentamos convencerles para que crearan una línea no digital. También pedimos que los iPads se quedaran en el colegio y no se llevaran a casa, pero nos dijeron a todo que no», recuerda.
Él aportó evidencia científica, argumentó que la exposición a las pantallas afectaba a los ritmos de sueño, y les dijo que los filtros y los controles en la práctica no funcionaban, pero fue inútil. «Yo no demonizo la tecnología, pero vi que en algunos de mis hijos se estaba generando cierta adicción. Además, no me parece buena idea que en el colegio se pasen seis horas frente a un dispositivo retroiluminado y, cuando lleguen a casa, sigan conectados», continúa.
Enrique considera «muy grave» que los colegios no pidan permiso a las familias para introducir «una herramienta tan invasora». «Al igual que tenemos que firmar una autorización para que nuestros hijos vayan a una excursión o aparezcan en fotografías, no entiendo cómo no nos consultan si queremos que estén todo el día pegados a una pantalla», expresa. «¿Y cómo defiendo yo en mi casa que mis hijos no tengan móvil hasta los 16 años si luego les ponen desde los 10 años una tableta en el colegio?», se pregunta.
En Cataluña, el 52% de los centros tiene prohibido el uso del móvil en el aula, según un informe del Consell Escolar. El International Journal of Educational Research publicó el año pasado un estudio de Toni jovenlandesa, vicerrector de la Universidad Internacional de Cataluña, donde analizaba el impacto del programa que la Generalitat empezó a poner en marcha en 2009 para promover el uso de los portátiles en las aulas. Analizando el rendimiento de los estudiantes de Secundaria entre ese año y 2016, jovenlandesa concluyó que el programa ha tenido «un impacto negativo en el desempeño de Lengua Catalana, Lengua Castellana, Inglés y Matemáticas», pues en las evaluaciones de final de etapa la nota ha bajado entre un 3,8% y un 6,2%. «El efecto negativo es más potente para los chicos que para las chicas», asegura.
Lluís Seguí es el director del Liceo Politécnico de Rubí (Barcelona), un centro que en 2016 implantó las tabletas entre 1º y 4º de la ESO y al año siguiente las quitó. ¿Por qué? «El planteamiento era interesante, pero vimos que no era real la mejora de la calidad. La mayoría de los chavales identificaba las tabletas como instrumentos de ocio y eran un frecuente motivo de distracción. Por mucho que controlásemos y pusiésemos filtros, los alumnos se ponían a jugar y se distraían mucho, todo lo contrario al estudio, que requiere atención. Cuando vimos que no se mejoraba el rendimiento escolar, que era la razón por la que las pusimos, las retiramos», relata Seguí.
Lluís Seguí, con el equipo de FabLab. El centro es de última generación y quitó las tabletas.JORDI SOTERAS
Seguí está al frente del único centro en España que ha desarrollado con la Universidad de Stanford un FabLab@School, un laboratorio de fabricación integrado dentro del currículo donde los alumnos fabrican maquetas y robots con impresoras 3D, cortadores láser y otra maquinaria de última generación. No son antitecnológicos precisamente. «Sería absurdo estar en contra de la tecnología, pero la entendemos como una herramienta al servicio del desarrollo de las Humanidades. Primero pensamos y luego construimos, y no al revés. Aquí las tabletas no aportan nada, con un ordenador portátil para dos alumnos es suficiente», señala Seguí.
Reconoce que, cuando se introducen innovaciones educativas en el aula, el sistema es «poco crítico y apenas evalúa los resultados». «Cuando vinieron los de Stanford para el FabLab, se pasaron evaluándolo todo durante tres días. Respecto a las tabletas, hay que medir si ayudan o no al desarrollo humano de los chicos. Nosotros vimos claro que no».
¿Por qué? Porque los responsables de los centros han visto que los alumnos se distraen; se conectan sin suficiente control y están abiertos a un mundo lleno de peligros sin la madurez suficiente para abordarlos; hay todo tipo de dificultades técnicas, y los libros digitales, a pesar de ser más baratos, tienen una licencia de uso limitada. Apunta Rodríguez: «Hace sólo una década, narrabas una historia en clase y conseguías tener a los alumnos escuchando y concentrados durante 10 minutos. Ahora no aguantan retener la atención tanto tiempo».
El colegio de Rodríguez se ha declarado también libre de móviles. Si un alumno tiene que llevarlo por algún motivo, está obligado a dejarlo en la entrada en una taquilla. «Yo veía a los alumnos de Secundaria, que estaban todos con el móvil y ni se miraban unos a otros durante el recreo. Estaban aislándose. Ahora que no pueden llevarlos, su actitud ha cambiado: hablan, se ríen, se relacionan, participan... Se ha reducido mucho la conflictividad entre ellos».
La rebelión analógica de la escuela
Profesores, padres y directores se plantan ante la digitalización de los centros / Se populariza entre las familias una carta que pide al menos un aula por curso sin tabletas
Fernado de la Cueva, profesor que se ha declarado insumiso con el 'e-book' y ha prestado a sus alumnos 120 libros de Matemáticas. TONI GALÁN
Fernando de la Cueva es profesor de 2º de la ESO de Matemáticas en un instituto de Zaragoza. Lleva 31 años dando clase. El claustro de su centro ha aprobado por mayoría sustituir a partir de este curso los libros de papel por libros electrónicos y, pese a que es obligatorio, él se ha negado a hacerlo. Es un insumiso a favor de la escuela analógica, un defensor de las virtudes del aprendizaje no digital.
El pasado jueves Fernando se presentó en el instituto con 120 libros de Matemáticas de Anaya de la edición en papel de 2008 para prestárselos a sus alumnos, en contra del criterio de la dirección del instituto. Son 103 kilos de peso que llevó cargando a pulso desde el coche al aula mientras el resto de profesores le miraba estupefacto. Los ha recopilado gracias a profesores de otros centros y familias que simpatizaron con su causa. Envió correos electrónicos a todos los colegios públicos, privados y concertados de Aragón, a las asociaciones de padres y a la mayoría de profesores de Matemáticas de la comunidad autónoma. «Es un libro de hace 11 años, pero había mucha gente que lo conservaba. Unos y otros se han solidarizado conmigo con muchísima generosidad. Me han llegado libros de pueblos y capitales de las tres provincias aragonesas», explica.
Su clase va a ser la única del curso que no utilice e-books en Matemáticas. Él defiende que para su asignatura no funcionan. «En Matemáticas estamos constantemente haciendo anotaciones con un lápiz en los márgenes de los libros. Pero tratar de modificar un texto digital es muy trabajoso, porque sólo para subrayar una frase los alumnos tardan 10 minutos. ¿Y cómo apuntas una fórmula o un símbolo, dibujas una esfera o marcas su diámetro? ¿Cómo cambias una escala que está mal? Es imposible usar el compás para medir una circunferencia porque no se puede clavar la aguja en el cristal», argumenta.
Sostiene que, durante los últimos cuatro años, en que sus alumnos han trabajado de forma experimental y voluntaria con las tabletas, el rendimiento ha bajado. No son sólo los inconvenientes técnicos, sino que los críos se pasan el rato en YouTube o en Instagram. Se distraen. Piensan más en los likes que en el álgebra, la geometría o la aritmética.
Oficialmente Fernando tiene a casi todo el centro en contra. «¿Puede vetar el claustro los libros de papel?», le preguntó al Justicia de Aragón, y este organismo -equivalente regional al Defensor del Pueblo- ha desestimado su queja y le ha dicho que se tiene que aguantar, que las decisiones relacionadas con los proyectos curriculares y con los métodos didácticos son «de obligado cumplimiento». Pero el jueves varios padres le agradecieron que sus hijos lleven libros de papel este año. Otra docente se acercó y le felicitó. El padre de un ex alumno, inspector de Trabajo, se desplazó expresamente al centro para conocerle en persona. Se ha convertido en una especie de Quijote, un héroe de la tinta y del trabajo manual.Para Matemáticas no funcionan. ¿Cómo utilizas un compás en una tableta? ¿Cómo anotas una fórmula?
Fernando de la Cueva (docente)
En realidad, él es partidario de la tecnología. En 1988 empezó a usar medios informáticos en sus clases; a diario se comunica con padres y con alumnos a través del email, y cuelga todos sus materiales con hiperenlaces y vídeos en la web del instituto. Pero en su experiencia del día a día ha constatado que una herramienta que puede ser muy útil para unos fines, para sus clases ha resultado un lastre. «Yo lo que pretendo es que se reconozca el derecho del profesor y de los padres para elegir los medios de enseñanza que consideren más adecuados para los alumnos. No tengo nada en contra de la tecnología, pero sin obligaciones», recalca.
Algo se está moviendo en la escuela. Hay una revolución en ciernes protagonizada por personas como Fernando. No son antitecnológicos, pero piden una reflexión en torno a la tendencia a sustituir los libros de papel por las tabletas sin evaluar sus efectos. Cada vez hay más docentes, padres y directores que están plantándose ante la creciente digitalización de las aulas.
Por los grupos de WhatsApp y en las salas de profesores se ha popularizado una carta. Su encabezamiento dice: «Para una educación con un uso limitado de la tableta/del ordenador en el colegio». En ella el firmante solicita al colegio que haya al menos una clase por curso en la que no se use la tableta «de forma intensiva» y se deje de usar material digitalizado como «principal herramienta de trabajo» en el colegio. Eso se concreta en que la tableta se quede siempre en el colegio y el alumno no tenga que acceder a internet desde casa para hacer sus deberes, que haya también libros con soporte de papel y que los niños «trabajen detrás de la pantalla haciendo, por ejemplo, Robótica o Programación, en vez de delante de ella como meros consumidores». En la práctica, la carta, cuya idea se le ocurrió a la divulgadora educativa Catherine L'Ecuyer, no tiene carácter vinculante, pero sirve como desahogo, sobre todo para las familias.
Enrique Torres cambió a su hijos de colegio por implantar tabletas sin consultar a los padres
Enrique Torres, padre contrario a que los niños pasen seis horas en el colegio con una pantalla para seguir usándola en casa.ÓSCAR ESPINOSA
Enrique Torres es un padre de nueve hijos que reside en Sant Quirze del Vallès (Barcelona). Uno de los principales motivos para cambiarles del colegio en el que estaban fue porque, hace un par de años, el centro implantó las tabletas en el aula «sin pedirles permiso a las familias».
«A partir de 5º de Primaria eliminaron los libros de papel y todo pasó a ser 100% con iPads. Nos avisaron un año antes. Nos chocó tanto a los padres que creamos un grupo e intentamos convencerles para que crearan una línea no digital. También pedimos que los iPads se quedaran en el colegio y no se llevaran a casa, pero nos dijeron a todo que no», recuerda.
Él aportó evidencia científica, argumentó que la exposición a las pantallas afectaba a los ritmos de sueño, y les dijo que los filtros y los controles en la práctica no funcionaban, pero fue inútil. «Yo no demonizo la tecnología, pero vi que en algunos de mis hijos se estaba generando cierta adicción. Además, no me parece buena idea que en el colegio se pasen seis horas frente a un dispositivo retroiluminado y, cuando lleguen a casa, sigan conectados», continúa.
Enrique considera «muy grave» que los colegios no pidan permiso a las familias para introducir «una herramienta tan invasora». «Al igual que tenemos que firmar una autorización para que nuestros hijos vayan a una excursión o aparezcan en fotografías, no entiendo cómo no nos consultan si queremos que estén todo el día pegados a una pantalla», expresa. «¿Y cómo defiendo yo en mi casa que mis hijos no tengan móvil hasta los 16 años si luego les ponen desde los 10 años una tableta en el colegio?», se pregunta.
En Cataluña, el 52% de los centros tiene prohibido el uso del móvil en el aula, según un informe del Consell Escolar. El International Journal of Educational Research publicó el año pasado un estudio de Toni jovenlandesa, vicerrector de la Universidad Internacional de Cataluña, donde analizaba el impacto del programa que la Generalitat empezó a poner en marcha en 2009 para promover el uso de los portátiles en las aulas. Analizando el rendimiento de los estudiantes de Secundaria entre ese año y 2016, jovenlandesa concluyó que el programa ha tenido «un impacto negativo en el desempeño de Lengua Catalana, Lengua Castellana, Inglés y Matemáticas», pues en las evaluaciones de final de etapa la nota ha bajado entre un 3,8% y un 6,2%. «El efecto negativo es más potente para los chicos que para las chicas», asegura.
Este trabajo va en la línea de lo que ha dicho al respecto la OCDE, que en otra investigación de 2015 concluyó que los ordenadores no mejoran las notas de los estudiantes e incluso las perjudican si se utilizan muy a menudo. Más recientemente, otro estudio publicado en junio por un equipo internacional de investigadores de las universidades de Harvard, Oxford, Manchester, Western Sydney y King's College ha encontrado que internet puede afectar a la atención, a la memoria y a la interacción social.¿Cómo defiendo que no tengan móvil hasta los 16 si en el colegio les ponen una tableta desde los 10 años?
Enrique Torres (padre)
Lluís Seguí es el director del Liceo Politécnico de Rubí (Barcelona), un centro que en 2016 implantó las tabletas entre 1º y 4º de la ESO y al año siguiente las quitó. ¿Por qué? «El planteamiento era interesante, pero vimos que no era real la mejora de la calidad. La mayoría de los chavales identificaba las tabletas como instrumentos de ocio y eran un frecuente motivo de distracción. Por mucho que controlásemos y pusiésemos filtros, los alumnos se ponían a jugar y se distraían mucho, todo lo contrario al estudio, que requiere atención. Cuando vimos que no se mejoraba el rendimiento escolar, que era la razón por la que las pusimos, las retiramos», relata Seguí.
Seguí está al frente del único centro en España que ha desarrollado con la Universidad de Stanford un FabLab@School, un laboratorio de fabricación integrado dentro del currículo donde los alumnos fabrican maquetas y robots con impresoras 3D, cortadores láser y otra maquinaria de última generación. No son antitecnológicos precisamente. «Sería absurdo estar en contra de la tecnología, pero la entendemos como una herramienta al servicio del desarrollo de las Humanidades. Primero pensamos y luego construimos, y no al revés. Aquí las tabletas no aportan nada, con un ordenador portátil para dos alumnos es suficiente», señala Seguí.
Reconoce que, cuando se introducen innovaciones educativas en el aula, el sistema es «poco crítico y apenas evalúa los resultados». «Cuando vinieron los de Stanford para el FabLab, se pasaron evaluándolo todo durante tres días. Respecto a las tabletas, hay que medir si ayudan o no al desarrollo humano de los chicos. Nosotros vimos claro que no».
Lo constata Rafael Rodríguez, director del colegio concertado San Pedro de Gavá (Barcelona), que empezó hace más de una década poniendo pizarras digitales, comprando portátiles y formando a los profesores, pero decidió quitarlo todo hace cuatro años porque «no mejoraba el rendimiento». Y se pasó al método Montessori, que es todo lo contrario. «Hay muchos colegios que están rectificando: de basar su innovación en la tecnología a tener tecnología pero sin basar en ella su innovación. Antes había un discurso más potente en el que las TIC eran el cambio, pero ahora han pasado a un segundo plano», sostiene.Las pusimos y al año siguiente las quitamos porque distraían, no mejoró el rendimiento
Lluís Seguí (director)
¿Por qué? Porque los responsables de los centros han visto que los alumnos se distraen; se conectan sin suficiente control y están abiertos a un mundo lleno de peligros sin la madurez suficiente para abordarlos; hay todo tipo de dificultades técnicas, y los libros digitales, a pesar de ser más baratos, tienen una licencia de uso limitada. Apunta Rodríguez: «Hace sólo una década, narrabas una historia en clase y conseguías tener a los alumnos escuchando y concentrados durante 10 minutos. Ahora no aguantan retener la atención tanto tiempo».
El colegio de Rodríguez se ha declarado también libre de móviles. Si un alumno tiene que llevarlo por algún motivo, está obligado a dejarlo en la entrada en una taquilla. «Yo veía a los alumnos de Secundaria, que estaban todos con el móvil y ni se miraban unos a otros durante el recreo. Estaban aislándose. Ahora que no pueden llevarlos, su actitud ha cambiado: hablan, se ríen, se relacionan, participan... Se ha reducido mucho la conflictividad entre ellos».
La rebelión analógica de la escuela