Por lo general, la propaganda pictórica es muy muy mala. Esos cuadros parecen posters de reclutamiento con ínfulas. Y casi cualquier pintura de guerra, por más que me guste el realismo, es malo, muy malo.
Ojo, una cosa es la cartelería y otra la pintura conmemorativa y testimonial. Ambas tienen técnicas y mensajes diferentes. La primera busca movilizar para un objetivo inmediato, mientras que la segunda da la versión de la historia que quiere el poder. Para lo primero hay urgencia y pocos medios. Para lo segundo, puedes contratar a los mejores talentos y tomarte el tiempo que haga falta.
Y el caso es que en esos cuadros te puedes encontrar cosas curiosas. Por ejemplo aquí:
Os habéis fijado en el mapa que tiene el tío Josefo en la mesa, pero no le habéis dado importancia al detalle ése de la maqueta de avión, como si fuera un juguete y diera a entender que el padre de la patria se toma la guerra como un juego, una simulación. Evidentemente es una interpretación subjetiva, pero a menudo el arte mercenario esconde más mala leche de la que parece. Y si no que se lo digan a Velázquez.
El 90% del arte es arte sacro, el resto es propaganda al servicio del poder.
No es cierto. En cierta medida el arte sacro también es propaganda al servicio del poder. Pero además, tienes ejemplos de arte no propagandístico hasta en los frescos pompeyanos, por no mencionar a los bohemios parisinos o los pintores ambulantes que he posteado antes.
Quizá has querido decir que el arte ha sido siempre mercenario, más que propaganda. Mayormente es cierto si nos ceñimos al arte más elaborado y refinado, que era consumido por los poderosos como símbolo de estatus, y también como medio de tras*misión de sus valores a las masas. Pero nuevamente se quedan demasiados artistas fuera de esa definición, sobre todo a partir del siglo XIX.
El desprecio por el arte guerrero viene de gente influenciada por una sociedad decadente que reniega de la patria y hace odiosa la carrera de las armas.
Muy de acuerdo. A ti te va el rollo patriótico y épico, y esos valores representan para mí lo más odioso y abominable de este mundo. Pero son tus valores, y si te gusta verlos representados en el arte, ni yo ni nadie somos quién para cuestionarte tus gustos. Los únicos aspectos de una obra que se pueden valorar con cierta objetividad son el contexto en que se creó y su técnica. Nunca su mensaje, que es subjetivo y puede ser único para cada espectador. Y otra cosa...
Además, la pintura del realismo soviético es valiosa técnicamente, teniendo en cuenta que el arte de la pintura con pincel ya alcanzó el culmen de sus posibilidades técnicas en el siglo XIX, pero lo mismo podríamos decir de cualquier otra manifestación artística. Una vez que se ha alcanzado el desarrollo máximo de una técnica artística, todo lo que queda es lo más importante: el tema.
De acuerdo a medias. Hay otro par de cosas que se pueden valorar: el estilo y la evolución.
Técnica y estilo son cosas diferentes. La primera se adquiere antes, y llega hasta un máximo de refinamiento que, como dices, se alcanzó en el XIX (al menos en pintura). El estilo, en cambio, es algo mucho más puñetero, se puede llegar a dominar bien la técnica y carecer de un estilo propio, que es lo que te hace madurar como artista. Te lo digo por experiencia.
Y la evolución también es fácilmente verificable si miras el conjunto de una obra. Y tiene valor por sí misma, aunque nada garantiza que sea creciente. Por ejemplo, el valor de la evolución de la obra de Chillida es cero patatero, puesto que una vez alcanzó el reconocimiento se limitó a repetir los mismos truños una y otra vez hasta que la diñó. Y Arcimboldo también evolucionó, pero no tengo claro hacia qué lado: de una técnica y planificación magistrales, como en sus retratos con vegetales, a unos paisajes facilones y desganados en su última etapa, como si el reconocimiento lo hubiera vuelto un vago.
De lo que trata el arte es de expresar y evocar emociones. La técnica está al servicio de eso. No confundamos el medio (la innovación) con el fin (que el espectador se conmueva). Que al final acabamos aplaudiendo el cubismo, el abstracto o a Damien Hirst.
Si te emocionan, no veo por qué no los vas a aplaudir. El problema que le veo a ese tipo de arte es que emociona a mucha menos gente de la que lo admite.
En El Prado estuve a punto de sufrir el síndrome de Stendhal. En el Reina Sofía sufrí un ataque de bostezos, y algo de descomposición, aunque esto último pudo ser casual.