La carne es más cara que otras fuentes de proteína, como legumbres o granos. Esto se debe a los costos asociados con la cría de animales, su alimentación y su posterior procesamiento. Por lo tanto, quienes pueden permitirse comprar carne regularmente pueden verse como privilegiados en términos económicos: tu vaca no pasta hierba sino que se infla a rumiar durante años unas cantidades industriales de la soja que te tendrías que estar zampando tú. Y en el proceso no para de ventorrear metano a la atmósfera y de emitir unos ñordos que terminan nitrificando los acuíferos.
Y es que la producción de carne a menudo requiere grandes cantidades de recursos naturales. Esto lleva a una mayor presión sobre el medio ambiente y la competencia por estos recursos. Quienes pueden acceder a estos recursos para la producción de carne pueden considerarse privilegiados en comparación con aquellos que no tienen acceso a tales recursos.
Por último, y aunque la carne pueda ser una fuente interesante de proteínas y nutrientes, su consumo en exceso se ha asociado con problemas de salud, como enfermedades cardiovasculares y obesidad. Aquellas personas que pueden consumirla de manera más equilibrada y consciente, evitando los excesos, pueden considerarse privilegiadas en términos de salud.
Esto es, que sí, comer carne es un privilegio particular con el que se habrá de terminar en favor del interés general. No es una opinión, son matemáticas.