Durante los siglos XVI-XVII, el Japón formado por una serie de pequeños dominios enfrentados entre sí vive un proceso de unificación, en el que los daimyos van a perder el poder dominados por un único señor, el shogun. Así, tras una larga guerra civil, la familia Tokugawa dio fin a las guerras señoriales que habían asolado Japón, creando un estado feudal sobre el vasallaje de los más de 200 daimyos. Y es también por esta época cuando comienza lo que se conoce como “el siglo cristiano” (1543-1640); en 1543 los portugueses son los primeros occidentales en llegar a las costas japonesas, y en 1549 desembarca en Japón el español Francisco Javier, miembro de la Compañía de Jesús, el cual deja en las islas a los fundadores de las primeras iglesias católicas. Posteriormente, llegan dominicos, franciscanos y agustinos. Gracias a ello, los primeros contactos comerciales entre Japón y las Filipinas surgen entonces.
Fray Luis Sotelo (1574-1624), sevillano y franciscano, de buena familia, soberbio y mesiánico, llegó a Japón en 1603, pronto fue conocido por la nobleza japonesa y logró gran crédito ante el shogun. En la residencia cortesana del shogun en Yedo, en 1612, fray Luis entró en contacto con Daté Masamune. Daté Masamune (1567-1636), señor de Sendai y un importante daimyo, pariente político del shogun Ieyasu, quería establecer relaciones comerciales con portugueses y españoles, pues hasta entonces sólo se beneficiaban de dicho comercio los señores Kyushu del suroeste. Sotelo quería organizar una expedición a Madrid y Roma para solicitar un mayor envío de franciscanos a Japón; Masamune ve ahí la oportunidad que esperaba, y decide poner los medios para que Sotelo realice el viaje, enviando una embajada junto con Sotelo.
El 28 de octubre de 1613 parte el San Juan Bautista, navío de 500 toneladas mandado construir por Masamune. Junto a Sotelo viajan fray Igancio de Jesús y fray Diego Ibañez, junto con 150 japoneses (el embajador Hasekura, samurai de Masamune, soldados, marineros y comerciantes) y un pequeño grupo de náufragos españoles que habían recalado en Japón. A fines de enero de 1614 llega la nave a Acapulco; la mayoría de japoneses retornan a su país, mientras que Sotelo, fray Ignacio de Jesús, Hasekura y treinta japoneses, que formaban la comitiva de honor de la embajada, continuaron hasta la costa atlántica para embarcar con destino a Europa. En junio salieron de San Juan de Lúa en la flota de la Nueva España, comandada por Antonio de Oquendo, arribando a España en los primeros días de octubre de 1614.
El 5 de octubre el galeón San José, en el que viaja la embajada, recala en Sanlúcar de Barrameda, el duque de Medina Sidonia recibe y honra a la pintoresca comitiva; a instancia de la ciudad de Sevilla, el señor de Sanlúcar hizo preparar dos galeras que los condujeron a la villa de Coria del Río, donde debían esperar hasta el recibimiento de la ciudad. Mientras tanto, en la metrópolis andaluza se realizaban todos los preparativos necesarios para garantizar un digno alojamiento, designándose para ello unas estancias que se mandaron preparar en el Alcázar. Asimismo, el impresor Alonso Rodríguez Gamarra editó un ***eto laudatorio, probablemente inspirado por el mismo Sotelo, destinado a favorecer la buena acogida a la embajada: en él se narran las cualidades del franciscano, así como las del shogun, a quien identifican con el emperador, y las del "rey" Masamune.
Según el doctor Amati, testigo de la visita: “Al poco de salir de Coria, la embajada japonesa pudo contemplar cómo se le unía la mucha gente que durante seis millas les acompañó hasta Sevilla, aumentando en gran número al acercase a Triana, antes de pasar el puente, hasta el punto de que les impedían el paso. Les esperaban el conde de Salvatierra, asistente y máximo representante del rey en la ciudad, con los miembros del Cabildo y la nobleza, quienes escoltaron hasta el Alcázar al extraño séquito, vestido a la usanza japonesa y con rosarios al cuello, entre los aplausos y vítores de las gentes que se agolpaban en las calles... “
El 27 de octubre, casi un año después de salir de Japón, el Cabildo municipal recibe a la embajada. Se leerá una carta dirigida a la ciudad por Masamune, y Don Tomás, capitán japonés cristiano de la guardia de Hasekura, entra en la sala capitular donde se celebraba la audiencia para entregar, además de la carta, una espada y una daga que el daimyo donaba a la ciudad como testimonio de amistad.
La embajada japonesa permaneció en Sevilla algo más de un mes, hasta el día 25 de noviembre, fecha de su partida hacia Madrid. Durante su estancia en Sevilla visitaron la Giralda y la Catedral, contemplando las muchas riquezas que atesoraba, así como el convento de San Francisco, y en el Alcázar recibieron la visita y el agasajo de los jueces reales, de los nobles y de otros altos personajes de la sociedad hispalense. El arzobispo llegó a comparar la embajada con la mismísima comitiva de los Reyes Magos de Oriente. En todo momento la ciudad atendió y costeó el mantenimiento y las necesidades de los japoneses, con dos alguaciles a su servicio, incluyendo el ofrecimiento de actuaciones de comedias, danzas y fiestas, y todo ello a pesar de la difícil situación económica por la que atravesaba la hacienda concejil.
El 25 de noviembre, tras recibir los permisos reales, la comitiva parte para Madrid. Pero esa es otra historia...
Fuentes: http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/70275/1/La_mision_Keicho_(1613-1620)_Cipango_en_.pdf
HistoriaJaponesa.com: la embajada keich
Fray Luis Sotelo (1574-1624), sevillano y franciscano, de buena familia, soberbio y mesiánico, llegó a Japón en 1603, pronto fue conocido por la nobleza japonesa y logró gran crédito ante el shogun. En la residencia cortesana del shogun en Yedo, en 1612, fray Luis entró en contacto con Daté Masamune. Daté Masamune (1567-1636), señor de Sendai y un importante daimyo, pariente político del shogun Ieyasu, quería establecer relaciones comerciales con portugueses y españoles, pues hasta entonces sólo se beneficiaban de dicho comercio los señores Kyushu del suroeste. Sotelo quería organizar una expedición a Madrid y Roma para solicitar un mayor envío de franciscanos a Japón; Masamune ve ahí la oportunidad que esperaba, y decide poner los medios para que Sotelo realice el viaje, enviando una embajada junto con Sotelo.
El 28 de octubre de 1613 parte el San Juan Bautista, navío de 500 toneladas mandado construir por Masamune. Junto a Sotelo viajan fray Igancio de Jesús y fray Diego Ibañez, junto con 150 japoneses (el embajador Hasekura, samurai de Masamune, soldados, marineros y comerciantes) y un pequeño grupo de náufragos españoles que habían recalado en Japón. A fines de enero de 1614 llega la nave a Acapulco; la mayoría de japoneses retornan a su país, mientras que Sotelo, fray Ignacio de Jesús, Hasekura y treinta japoneses, que formaban la comitiva de honor de la embajada, continuaron hasta la costa atlántica para embarcar con destino a Europa. En junio salieron de San Juan de Lúa en la flota de la Nueva España, comandada por Antonio de Oquendo, arribando a España en los primeros días de octubre de 1614.
El 5 de octubre el galeón San José, en el que viaja la embajada, recala en Sanlúcar de Barrameda, el duque de Medina Sidonia recibe y honra a la pintoresca comitiva; a instancia de la ciudad de Sevilla, el señor de Sanlúcar hizo preparar dos galeras que los condujeron a la villa de Coria del Río, donde debían esperar hasta el recibimiento de la ciudad. Mientras tanto, en la metrópolis andaluza se realizaban todos los preparativos necesarios para garantizar un digno alojamiento, designándose para ello unas estancias que se mandaron preparar en el Alcázar. Asimismo, el impresor Alonso Rodríguez Gamarra editó un ***eto laudatorio, probablemente inspirado por el mismo Sotelo, destinado a favorecer la buena acogida a la embajada: en él se narran las cualidades del franciscano, así como las del shogun, a quien identifican con el emperador, y las del "rey" Masamune.
Según el doctor Amati, testigo de la visita: “Al poco de salir de Coria, la embajada japonesa pudo contemplar cómo se le unía la mucha gente que durante seis millas les acompañó hasta Sevilla, aumentando en gran número al acercase a Triana, antes de pasar el puente, hasta el punto de que les impedían el paso. Les esperaban el conde de Salvatierra, asistente y máximo representante del rey en la ciudad, con los miembros del Cabildo y la nobleza, quienes escoltaron hasta el Alcázar al extraño séquito, vestido a la usanza japonesa y con rosarios al cuello, entre los aplausos y vítores de las gentes que se agolpaban en las calles... “
El 27 de octubre, casi un año después de salir de Japón, el Cabildo municipal recibe a la embajada. Se leerá una carta dirigida a la ciudad por Masamune, y Don Tomás, capitán japonés cristiano de la guardia de Hasekura, entra en la sala capitular donde se celebraba la audiencia para entregar, además de la carta, una espada y una daga que el daimyo donaba a la ciudad como testimonio de amistad.
La embajada japonesa permaneció en Sevilla algo más de un mes, hasta el día 25 de noviembre, fecha de su partida hacia Madrid. Durante su estancia en Sevilla visitaron la Giralda y la Catedral, contemplando las muchas riquezas que atesoraba, así como el convento de San Francisco, y en el Alcázar recibieron la visita y el agasajo de los jueces reales, de los nobles y de otros altos personajes de la sociedad hispalense. El arzobispo llegó a comparar la embajada con la mismísima comitiva de los Reyes Magos de Oriente. En todo momento la ciudad atendió y costeó el mantenimiento y las necesidades de los japoneses, con dos alguaciles a su servicio, incluyendo el ofrecimiento de actuaciones de comedias, danzas y fiestas, y todo ello a pesar de la difícil situación económica por la que atravesaba la hacienda concejil.
El 25 de noviembre, tras recibir los permisos reales, la comitiva parte para Madrid. Pero esa es otra historia...
Fuentes: http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/70275/1/La_mision_Keicho_(1613-1620)_Cipango_en_.pdf
HistoriaJaponesa.com: la embajada keich