Alex Cosma
Madmaxista
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LA FORTALEZA ES UNA VIRTUD
Si la fortaleza es una virtud la debilidad es un vicio. Ahora la maldad en todas sus formas es fomentada desde las instituciones, promoviéndose sujetos débiles, destinándose medios y recursos inmensos a evitar que se constituyan individualidades fuertes. Los seres endebles, dependientes, pasivos, acobardados, sin confianza en sus capacidades, son los más apropiados para que el poder/poderes se haga máximo.
Está, en primer lugar, la fortaleza interior, o fortaleza espiritual, que hace autónoma y capaz por sí a la persona, en consecuencia, libre. No hay libertad, ni individual ni colectiva, sin soberanía del yo sobre sí mismo, sin autodominio y voluntad de ser desde lo que se es, en tanto que realidad pero sobre todo como potencial. Si se sitúa lo exterior por delante de lo interior el sujeto queda sometido a fuerzas ajenas a él mismo.
La persona es libre cuando es fuerte. Y la fortaleza es una virtud que se autoconstruye.
Fuerte de manera múltiple, integral. Debe haber una fortaleza de la inteligencia, que se manifieste como indagación y formulación de la verdad, operando con una epistemología adecuada. Una fortaleza de la voluntad, que permita marcarse metas sublimes y cumplirlas con constancia y perseverancia, sin reparar en esfuerzos y sacrificios. Una fortaleza del amor, que lleve a estar con el otro y los otros por encima de conflictos, egotismos y desencuentros. Una fortaleza de la justicia, que impulse a combatir lo injusto, tiránico, explotador. Una fortaleza de la templanza, que minimice los goces sensoriales para situar a la persona por encima de ellos, dominándolos. Una fortaleza de la vitalidad, que no tema al dolor y acepte el sufrimiento, admitiendo que éste es una parte natural de la existencia y que tiene su función positiva, a saber, vigorizarnos y hacernos más sabios. Una fortaleza de lo corporal, que nos constituya como seres poderosos también en lo físico y somático. Una fortaleza de la revolución, que se atreva desafiar al orden constituido para crear otro superior.
¿Cuáles son hoy los enemigos de la fortaleza? El trabajo asalariado que desestructura, lamina y desguaza a la persona. La industria de la diversión, que convierte el ocio en un ejercicio de abyección y asocialidad. El Estado de bienestar, que nos hace necesariamente dependientes de las instituciones estatales, nuevos esclavos “felices”, meros guiñapos subhumanos. El sistema educativo, que amaestra y alecciona para la ignorancia, el no-pensamiento, la debilidad física y mental, el individualismo burgués, la sumisión y la cobardía. En efecto: el jovenlandesalismo, que ignora la decisiva negatividad de lo institucional en la génesis del mal jovenlandesal, no es admisible.
En consecuencia, para ser autónomos y autoconstruidos, seres hechos desde el propio yo, por tanto fuertes y con ello soberanos de sí mismos, se hace necesario un gran cambio institucional, no menos que una revolución. Una sociedad del trabajo libre asociado. Un orden lúdico autogenerado a partir de la creatividad popular. Un sistema de ayuda mutua y servicio amoroso de unos a otros. Unos procedimientos para el aprendizaje que pongan en el centro la vida y no la escuela. Nada de esto puede conseguirse desde dentro del sistema ni por medio del dinero, de modo que hay que actuar en lo más hondo de la sociedad.
No sólo están las trabas institucionales a la fortaleza de la persona. Existen las ideologías que la niegan. El hedonismo, con su principio del placer, la fe de los esclavos de ayer y los neo-esclavos de hoy. La búsqueda de la felicidad, o felicismo (en lenguaje culto eudemonismo), una forma de demagogia discursiva que promete lo que no puede ser y es mejor que no sea, la felicidad como supuesta substancia de la vida, negando los valores y las virtudes, la fortaleza y autonomía del sujeto entre ellas. Peor incluso es el epicureísmo, esa enfermiza concepción que prima la cobardía, la huida, el esconderse, para preservar “la paz interior” y “evitar el sufrimiento”, que es la ideología dominante en todos los órdenes sociales en putrefacción, hoy muy apreciada por los seres nada.
Tenemos, también, los letales elementos directos que niegan la autonomía de la persona, su soberanía, dignidad y grandeza. El alcohol, las drojas legales y supuestamente no-legales. La psiquiatrización de la existencia. Las religiones fanáticas y totalitarias. La politiquería partitocrática. La necesidad de jefes, gurús, maestros y santones. Porque la persona, si lo es o si desea serlo, debe encontrar dentro de sí lo necesario para organizar su propia existencia, superar los momentos difíciles, encarar el dolor por uno mismo y desde uno mismo. Debe y puede hacerlo, puesto que tales capacidades están en el interior de cada cual. La naturaleza nos ha dotado de ellas. Se trata de confiar en sí mismo y aprender paso a paso a utilizarlas. La destrucción de la autoconfianza personal, por múltiples procedimientos, es uno de los mecanismos esenciales del sistema de dominación para perpetuarse.
Quien no cree en sí mismo, quien se entrega a lo externo, es un esclavo con alma de esclavo.
Contra ello está las herramientas para la persistencia en la lucha por la libertad ideológica, la planificación del propio esfuerzo para la mejora jovenlandesal, la conquista -entre otras- de la virtud de la fortaleza. Lo apropiado es examinar periódicamente (una vez a la semana, por ejemplo) nuestros actos, en un contexto de silencio, integridad y autoexigencia. Para revisar nuestro comportamiento a la luz de metas previamente establecidas y localizar en él, con el fin de reafirmarlos y ampliarlos, los actos de fortaleza, valentía, generosidad, ascética, autonomía del yo, amor en obras, enfrentamiento con los poderes constituidos, disposición para el esfuerzo, el servicio, la responsabilidad, el deber autoimpuesto, el dolor con sentido, el heroísmo y el sacrificio. Además, para localizar los momentos de debilidad, vileza, placerismo, cobardía, deshonor, delegacionismo, servilismo, huida. Para determinar sus causas e ir corrigiendo lo negativo sobre la base de afirmar lo positivo. Porque el sujeto se autoconstruye más desde lo positivo que desde lo negativo.
Sin sujetos fuertes ni es posible el cambio personal ni es posible el cambio social.
Félix Rodrigo jovenlandesa
Si la fortaleza es una virtud la debilidad es un vicio. Ahora la maldad en todas sus formas es fomentada desde las instituciones, promoviéndose sujetos débiles, destinándose medios y recursos inmensos a evitar que se constituyan individualidades fuertes. Los seres endebles, dependientes, pasivos, acobardados, sin confianza en sus capacidades, son los más apropiados para que el poder/poderes se haga máximo.
Está, en primer lugar, la fortaleza interior, o fortaleza espiritual, que hace autónoma y capaz por sí a la persona, en consecuencia, libre. No hay libertad, ni individual ni colectiva, sin soberanía del yo sobre sí mismo, sin autodominio y voluntad de ser desde lo que se es, en tanto que realidad pero sobre todo como potencial. Si se sitúa lo exterior por delante de lo interior el sujeto queda sometido a fuerzas ajenas a él mismo.
La persona es libre cuando es fuerte. Y la fortaleza es una virtud que se autoconstruye.
Fuerte de manera múltiple, integral. Debe haber una fortaleza de la inteligencia, que se manifieste como indagación y formulación de la verdad, operando con una epistemología adecuada. Una fortaleza de la voluntad, que permita marcarse metas sublimes y cumplirlas con constancia y perseverancia, sin reparar en esfuerzos y sacrificios. Una fortaleza del amor, que lleve a estar con el otro y los otros por encima de conflictos, egotismos y desencuentros. Una fortaleza de la justicia, que impulse a combatir lo injusto, tiránico, explotador. Una fortaleza de la templanza, que minimice los goces sensoriales para situar a la persona por encima de ellos, dominándolos. Una fortaleza de la vitalidad, que no tema al dolor y acepte el sufrimiento, admitiendo que éste es una parte natural de la existencia y que tiene su función positiva, a saber, vigorizarnos y hacernos más sabios. Una fortaleza de lo corporal, que nos constituya como seres poderosos también en lo físico y somático. Una fortaleza de la revolución, que se atreva desafiar al orden constituido para crear otro superior.
¿Cuáles son hoy los enemigos de la fortaleza? El trabajo asalariado que desestructura, lamina y desguaza a la persona. La industria de la diversión, que convierte el ocio en un ejercicio de abyección y asocialidad. El Estado de bienestar, que nos hace necesariamente dependientes de las instituciones estatales, nuevos esclavos “felices”, meros guiñapos subhumanos. El sistema educativo, que amaestra y alecciona para la ignorancia, el no-pensamiento, la debilidad física y mental, el individualismo burgués, la sumisión y la cobardía. En efecto: el jovenlandesalismo, que ignora la decisiva negatividad de lo institucional en la génesis del mal jovenlandesal, no es admisible.
En consecuencia, para ser autónomos y autoconstruidos, seres hechos desde el propio yo, por tanto fuertes y con ello soberanos de sí mismos, se hace necesario un gran cambio institucional, no menos que una revolución. Una sociedad del trabajo libre asociado. Un orden lúdico autogenerado a partir de la creatividad popular. Un sistema de ayuda mutua y servicio amoroso de unos a otros. Unos procedimientos para el aprendizaje que pongan en el centro la vida y no la escuela. Nada de esto puede conseguirse desde dentro del sistema ni por medio del dinero, de modo que hay que actuar en lo más hondo de la sociedad.
No sólo están las trabas institucionales a la fortaleza de la persona. Existen las ideologías que la niegan. El hedonismo, con su principio del placer, la fe de los esclavos de ayer y los neo-esclavos de hoy. La búsqueda de la felicidad, o felicismo (en lenguaje culto eudemonismo), una forma de demagogia discursiva que promete lo que no puede ser y es mejor que no sea, la felicidad como supuesta substancia de la vida, negando los valores y las virtudes, la fortaleza y autonomía del sujeto entre ellas. Peor incluso es el epicureísmo, esa enfermiza concepción que prima la cobardía, la huida, el esconderse, para preservar “la paz interior” y “evitar el sufrimiento”, que es la ideología dominante en todos los órdenes sociales en putrefacción, hoy muy apreciada por los seres nada.
Tenemos, también, los letales elementos directos que niegan la autonomía de la persona, su soberanía, dignidad y grandeza. El alcohol, las drojas legales y supuestamente no-legales. La psiquiatrización de la existencia. Las religiones fanáticas y totalitarias. La politiquería partitocrática. La necesidad de jefes, gurús, maestros y santones. Porque la persona, si lo es o si desea serlo, debe encontrar dentro de sí lo necesario para organizar su propia existencia, superar los momentos difíciles, encarar el dolor por uno mismo y desde uno mismo. Debe y puede hacerlo, puesto que tales capacidades están en el interior de cada cual. La naturaleza nos ha dotado de ellas. Se trata de confiar en sí mismo y aprender paso a paso a utilizarlas. La destrucción de la autoconfianza personal, por múltiples procedimientos, es uno de los mecanismos esenciales del sistema de dominación para perpetuarse.
Quien no cree en sí mismo, quien se entrega a lo externo, es un esclavo con alma de esclavo.
Contra ello está las herramientas para la persistencia en la lucha por la libertad ideológica, la planificación del propio esfuerzo para la mejora jovenlandesal, la conquista -entre otras- de la virtud de la fortaleza. Lo apropiado es examinar periódicamente (una vez a la semana, por ejemplo) nuestros actos, en un contexto de silencio, integridad y autoexigencia. Para revisar nuestro comportamiento a la luz de metas previamente establecidas y localizar en él, con el fin de reafirmarlos y ampliarlos, los actos de fortaleza, valentía, generosidad, ascética, autonomía del yo, amor en obras, enfrentamiento con los poderes constituidos, disposición para el esfuerzo, el servicio, la responsabilidad, el deber autoimpuesto, el dolor con sentido, el heroísmo y el sacrificio. Además, para localizar los momentos de debilidad, vileza, placerismo, cobardía, deshonor, delegacionismo, servilismo, huida. Para determinar sus causas e ir corrigiendo lo negativo sobre la base de afirmar lo positivo. Porque el sujeto se autoconstruye más desde lo positivo que desde lo negativo.
Sin sujetos fuertes ni es posible el cambio personal ni es posible el cambio social.
Félix Rodrigo jovenlandesa