La España de antes: Cuando no se tenía contemplaciones con el presunto delincuente y la Guardia Civil actuaba sin pensárselo dos veces.

Arturo Bloqueduro

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10 Ago 2009
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¿Se imagina alguien que se volviera a la época en la que el que la hacía la pagaba? Ni el carterista detenido 200 veces en el metro, ni el mafioso italiano que tiene una mansión en la Costa del Sol, se atreverían a venir a Ejpaña.

Acribillado por ordeñar una cabra para apiolar el hambre: la familia de Ignacio no olvida

Acribillado por ordeñar una cabra para apiolar el hambre: la familia de Ignacio no olvida
Es una página de color de la Andalucía de los 80. El guardia civil que disparó fue condecorado después. Ignacio murió con 18. Su hermano denuncia la injusticia.

“¡Victoriano, baja y sal a la puerta, hazme el favor! ¡Victoriano, virgen de mi vida, sal ya!”
Las voces de aquel hombre que se colaban a través de las ventanas hasta el interior de su casa alertaron a Victoriano Montoya, vecino de Lebrija (Sevilla). El reloj marcaba poco más de las cuatro de la tarde del 2 de marzo de 1982. Un martes.

Cuando Victoriano, un humilde jornalero, salió de su casa, aquel joven que gritaba, natural de Trebujena (Cádiz) pero ennoviado con una lebrijana, le miró a los ojos y dijo: “Un guardia civil ha apiolado a tiros a tu hijo. Lo siento”. Al instante, se llevó a Victoriano en coche hasta la localidad vecina, a 12 kilómetros de allí.
Al llegar a Trebujena, Victoriano vio el cadáver de su hijo Ignacio, de 18 años. El cuerpo yacía tendido en la calle junto a una moto con serones a ambos lados del asiento trastero. Muy cerca de su hijo estaba también su sobrino Antonio López, de 16 años, herido grave. Había un charco de sangre en torno a ellos.

Habían ido a recoger espárragos
Los dos primos procedían de familias humildes que vivían juntas en un patio de vecinos en Lebrija. Habían ido al campo a recoger espárragos. En un momento dado los chicos vieron una cabra descarriada, cogieron una lata de hierro que encontraron por los alrededores, la limpiaron y ordeñaron al animal para beberse su leche. Ignacio y Antonio estaban hambrientos.
Pero la casera de una pequeña finca cercana, La Dona, los vio y llamó a la Guardia Civil para denunciar el robo del animal, lo que era mentira. Cuando los dos primos se subieron a la moto y se pasearon por delante del cuartel del pueblo, Juan Macías, el guardia civil que vigilaba la puerta, les descerrajó varios tiros casi a quemarropa y por la espalda.
Ignacio, que a la semana siguiente tenía que ir a tallarse al ayuntamiento de su pueblo para hacer la mili, murió por el impacto de tres disparos.Uno le dio en la cabeza, otro en el hombro y un tercero le reventó el estómago. Esa última bala lo atravesó y acabó incrustada en la espalda de su primo Antonio, que conducía la moto y a quien tenía justo delante.
Ignacio, muerto, envuelto en una sábana.

Ignacio, muerto, envuelto en una sábana.
Guardia Civil, malo y condecorado
Casi dos años después se celebró el juicio. El guardia civil, de raíces franquistas, negó que quisiera apiolar a nadie. Sólo dos meses después de aquella fin se le distinguió con la Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil. Por aquel tiempo España se adentraba de nuevo en la democracia pero determinados y oscuros vicios del pasado todavía seguían presentes. Algunos miembros de la Benemérita aún creían que la ley estaba escrita por ellos.
Aquella fin -el chico más joven sobrevivió- levantó a los pueblos de Lebrija, Trebujena, El Cuervo y Las Cabezas de San Juan. Hoy, 37 años después, es una historia olvidada por la mayoría pero no por las familias de aquellos chicos. “Mis padres eran tan pobres que no pudimos recurrir la sentencia”, dice Carmelo Montoya, hermano del fallecido, este pasado miércoles.
Son las diez y media de la mañana. El hombre, chaparro, tosco en el hablar pero de palabra sincera, charla con el reportero mientras toma café con leche en un bar cercano a su antigua casa, situada a la espalda de donde se encuentra ahora el ambulatorio de Lebrija. Junto a su hermano David, rememora cómo vivió aquella ingrata experiencia.
Nota dejada en el reverso de la fotografía.

Nota dejada en el reverso de la fotografía.

"Quisieron que no lo veláramos"
“Yo tenía 16 años, dos años menos que mi hermano muerto. Recuerdo a muchísimas personas viniendo a mi casa a velarlo cuando llegase. El pueblo entero, junto a vecinos de localidades cercanas, estaban esperando el féretro de mi hermano en la entrada de la carretera de Trebujena, la misma que viene de Sanlúcar de Barrameda, donde se le hizo la autopsia a Ignacio. La gente esperaba a la Guardia para gritarles asesinos. Pero nos engañaron”.
- ¿Qué pasó?
- La gente estaba en la calle como loca. Un guardia civil sin escrúpulos había apiolado a un inocente y había mandado a otro al hospital medio muerto. Como había miedo a altercados, entraron por la espalda del pueblo, donde estaba la antigua estación y trajeron el cuerpo de mi hermano escoltado hasta mi casa por caminos de la marisma [Lebrija es un pueblo ribereño del Guadalquivir, que desemboca en Sanlúcar; ambas localidades están unidas por estrechos carriles que circulan por mitad del campo bañado por las aguas del río que alcanzan tierra adentro]. La intención de la Guardia Civil era llevarlo directamente al cementerio en el coche fúnebre. Al final los vimos y rectificaron.
Durante la instrucción del caso, el guardia civil Juan Macías dijo que había lanzado los disparos al aire para atemorizar a los chicos y hacer que detuvieran su moto. Luego, durante el juicio oral, a cuyas sesiones no pudieron entrar los padres de Ignacio Montoya -Victoriano y Francisca, ya fallecidos-, el despiadado agente explicó que las balas rebotaron en el tubo de escape de la moto antes de impactar en el cuerpo de los chicos.
Manifestación por la justicia de Ignacio.

Manifestación por la justicia de Ignacio.
Antonio, el primo de Ignacio, permaneció ingresado tres meses en el hospital Puerta del Mar de Cádiz. Un equipo de cirujanos alemanes se desplazó hasta España para extraerle la bala de la espalda, que a punto estuvo de impactar en su columna. Ante el juez, el chico contó: “Estábamos ‘esparragueando’. Vimos la cabra y quisimos bebernos su leche. No estábamos robando a nadie”.
Dos años después, en abril de 1984, la Audiencia Provincial de Cádiz condenó al guardia civil Juan Macías Marente a la pena de un añoy seis meses de prisión menor como autor de un delito de "imprudencia temeraria criminalmente responsable, aunque no doloso". El condenado, quien se enfrentaba a una petición de guandoca por parte de la familia de los chicos de 50 años, tuvo que indemnizar con dos millones de pesetas a los padres de la víctima (pagó sólo 1,2 millones) y 200.000 pesetas al herido. La sentencia, a la que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, no apreció intencionalidad de apiolar en la actuación del agente, sino sólo la de detener a ambos jóvenes.
“Todo lo que dice esa sentencia es mentira. Todo. Mi hermano y mi primo no huían de nadie ni habían robado nada. Mi primo Antonio me contó que mi hermano se estaba haciendo de vientre y que pararon justo delante del cuartel para que él fuera a unos campos que había justo detrás. ¿Eso era huir? Mi primo lo esperó en la moto. Cuando volvieron a arrancar, ese guardia civil les disparó por la espalda. A mis padres les pagaron un millón doscientas mil pesetas y ese malnacido apenas pisó la guandoca”.

“Menos balas y más trabajo”
Los días posteriores a la fin de Ignacio Montoya se sucedieron las críticas políticas a las autoridades policiales. La corporación municipal de Lebrija aprobó un manifiesto en rechazo de “la utilización de armas hacia el pueblo trabajador”. También se pedía la “democratización de las fuerzas de seguridad”.
El alcalde de Lebrija por aquel entonces, el socialista Antonio Torres, pidió -en vano- el cese del gobernador civil, defendió la inocencia de los dos primos, apoyó una huelga general en la localidad y dijo: “Nuestro pueblo necesita menos balas y más trabajo”.
El padre y la madre del fallecido esperan el féretro.

El padre y la progenitora del fallecido esperan el féretro.
Eran otros tiempos, todavía grises. Dos meses después de aquella fin,Juan Macías Marente fue condecorado con la Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil con distintivo blanco. En ese momento se encontraba encarcelado en el acuartelamiento de Chiclana de la Fronteray sometido a diligencias judiciales. El cuerpo al que pertenecía le concedió aquella medalla por méritos adquiridos durante sus tres años de ejercicio en el País Vasco. Su nombre figuraba en una lista de unos 1.000 miembros del cuerpo condecorados por diferentes motivos.
La progenitora de Antonio López, el chico que sobrevivió a los disparos de Macías Marente, sigue viva. Reside en Lebrija. Su hijo murió hace 25 años, cuenta, por otras causas. “Aunque nunca se recuperó del todo. Siempre decía que le dolía”, explica la anciana, de baja estatura y rostro marcado por las arrugas y el sufrimiento. “Yo no cobré las 200.000 pesetas que dice esa sentencia. A mí me dieron 50.000 y me callaron. Éramos analfabetos, pobres… ¿Usted qué pensaba?”.
Los hermanos de Ignacio Montoya guardan con celo la foto que su padre tenía de su hijo muerto. En ella aparece un chico de pelo oscuro, de cejas pobladas y gesto risueño. En la parte trasera de la imagen, Victoriano escribió: "Tu padre no te olvida, niño. Victoriano Montoya".
 
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¡Hoyga! Que me parece que me ha confundido con ElGranHéroeBoludo, cuando habla de "mi país" refiriéndose, vista la afoto, a Bolulandia. Evidentemente, los gendarmes y los milicos allí eran mucho más duchos a la hora de secuestrar y hacer daño hasta a monjas francesas o gashegos sospechosos de gente de izquierdas, peronistas, troskos o hasta sospechosos de ser familiares de un sospechoso de rojo, que a la hora de vérselas con un militar de verdad verdadera. Aluego, ya vimos lo que pasó cuando soldados de verdad, se presentaron para recuperar Las Falklands.

Aquí estamos hablando de otra cosa. Aunque, ahora que me lo ha recordado, los policías de gatillo fácil, también eran y son muy duchos en la Pampa, en "meter bala" a sus pibes chorros, algo que también pasaba y pasa en Brasil, donde más de un menino da Rua acaba pagando caro su intento de caminar por el lado oscuro de la vida. Claro que eso se entiende porque allí pobreza y delincuencia casi van de la mano, algo que aquí no pasaba. O bueno, para los chavalitos nostálgicos, que nacieron al calor del Ladrillo, deaseguran no pasaba, porque esa España no la conocieron más que en el "¡Cúentame!" que les contaba Antonito Alcántara. ;)
Tú no engañas a nadie latinito. Si no eres argentino serás uruguayo que después de todo es lo mismo, si incluso habláis igual.
 
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