La España Confederal

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4 Nov 2012
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La España Confederal: la Historia como guía para una reforma.
Carlos X. Blanco:
La Espaa Confederal: la Historia como gua para una reforma.

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La reorganización del capitalismo tardío, fase en la que predomina la especulación sobre la producción, exige la creación deliberada de grandes espacios precarizados. El siglo XX conoció este fenómeno de manera muy llamativa en el continente americano. La tras*formación de las repúblicas del centro y del sur del continente en grandes patios traseros y en perversoss colonias dependientes fue obra de la política yanqui. Esta hizo un amplio despliegue de intervenciones militares directas, fomento de los golpes de estado, apoyo a guerrillas contrarrevolucionarias, sobornos a dirigentes y funcionarios, amaño de elecciones, apoyo a grupos mediáticos y mil recursos más. La precarización ha llegado a Europa: este es el panorama del siglo XXI. Por medio de diversas tácticas de “violencia estructural” (no hemos llegado a recuperar el golpe de Estado o la oleada turística militar directa) la Unión Europea al servicio de Alemania ha reajustado las consecuencias de su errónea política financiera –meramente especulativa- castigando a los países que se dejaron llevar por ella, aceptando el aterrizaje de capitales “paralizantes” de la autonomía productiva. Llamo capitales “paralizantes” a aquellos que, como el curare, se constituyen en un veneno exterior que impide la producción y el dinamismo de una formación social. El capital alemán y –en general- europeo- tanto en la forma privada (orientada a la especulación inmobiliaria) como en la forma oficial (por vía de diversos fondos estructurales, de cohesión, de reconversión, etc.) llegó a España con estos resultados. Es un capital especulativo (toma el dinero y corre) y, por tanto, para su aterrizaje en una neocolonia es preciso que se lleve a cabo todo un escenario de recorte y modelado de lo que previamente fue esa neocolonia. En el Reino de España, y muy en concreto en mi País Asturiano, se ha podido ver en qué consistió ese escenario “arreglado” a golpe de decretos de despacho y a golpe de porrazos de los antidisturbios: adelgazamiento brutal de los sectores primario y secundario.

Vayamos por partes.

-- Adelgazamiento del sector primario. Los ataques a la Casería, organización ancestral de la Asturies eterna, se han focalizado en la guerra de la leche. La imposición de las cuotas lácteas y de criterios de productividad capitalista que nada tienen que ver con las finalidades culturales, ecológicas e institucionales de la Casería tradicional asturiana ha sido uno de los elementos más desestabilizadores de la identidad del País Asturiano. El ingreso de España en la Comunidad Europea con los calzones bajados en tiempos del felipismo supuso dejar en la estacada a la Iberia del Noroeste, la verde, la rica en pastos, carne y leche, esa Iberia donde se localiza Asturies. Llegaron a estar prohibidas las vacas en el paraíso del vacuno. Hoy el campo asturiano está casi abandonado a mayor gloria de los supermercados franceses. Hoy en día, el ganadero de la Iberia atlántica es un esclavo en manos de la gran industria láctea, que le impone precios ruinosos para la producción. En algunos aspectos el ganadero y el propietario de explotaciones agrarias es el mayor vapuleado del sistema, pues a diferencia del obrero, éste “empresario” no goza de libertad para fijar precios de sus mercancías producidas, ni tampoco puede contar con un abanico flexible de compradores. Tampoco puede con facilidad unirse a otros campesinos y paralizar la sociedad por medio de huelgas, aunque lo haya intentado. Su posición cada vez más marginal en una sociedad dependiente de la gran industria foránea, y supeditada a las grandes decisiones euroburocráticas, hace que Asturies y los demás países del Noroeste (Galicia, León, Cantabria) no pinten nada y no puedan hacerse escuchar con voz propia y fuerte. Entre medias está un Estado Español de signo sureño y levantino, remiso a la defensa de intereses de una Iberia atlántica cada vez más marginal y potencial competidora de Francia y de demás países “verdes”. Si a ello le sumamos las propuestas etnocidas que en España se estilan con respecto al campo, y de las que no faltan defensores locales, el campo se verá muerto y más que muerto durante todo el próximo siglo. Entre esas propuestas etnocidas que tanto se cacarean en la llamada “prensa regional” figuran la eliminación de concejos o la fusión de los mismos, contraviniendo la naturaleza histórica y antropológica de los mismos. También hay que citar el proceso de unificación y centralización de las escuelas rurales, violando con ello un derecho humano fundamental, que es el de recibir educación en igualdad de condiciones y sin perder las raíces de la tierra natal. Con criterios economicistas, se centralizan los servicios de salud y otros servicios básicos del Estado, con lo cual no es de extrañar que las familias jóvenes, en edad de reproducirse, emigren a los grandes conglomerados urbanos, como el triángulo Uviéu-Xixón-Avilés, por ejemplo. Universitarios sin cabeza, o simplemente cipayos sin alma, han defendido la creación de una “Ciudad Astur”, esto es, la reconversión de la antigua Nación Asturiana en un gran municipio de un millón de habitantes, homologable a un barrio de Madrid, convenientemente rodeado de zona verde con algunos servicios para turistas. Estas agresiones contra el campo asturiano son, en realidad, agresiones contra la nación asturiana.

Si no fuera porque hay importantes intereses comerciales extranjeros –franceses- en contra del desarrollo de la Casería, en contra del sector de la leche del N.O., del campo atlántico de Iberia, en general, no podríamos entender bien la raíz de este abandono en que Madrid y las “autonomías” concernidas (incluyendo el “Principado”) le ha dejado. Sustanciosos fondos han sido malgastados en manos de los sindicatos corruptos, CCOO y SOMA-UGT, enemigos del Pueblo Asturiano, y se han convertido en fondos obstaculizadores del desarrollo. Por otra parte, sorprende la cantidad enorme de subsidios oficiales que el Estado destina a población flotante, no contributiva, extranjera, etc., filantrópicamente destinados, se supone, a su perfecta integración en las grandes ciudades, que es donde se concentra ésta. Mientras que se malgasta este dinero en incentivar todo género de parasitismo urbano en personas desarraigadas o –a veces- delincuentes, a los verdaderos pobladores del País, que en última instancia son los pobladores del campo, se les retiran los servicios sociales, educativos, sanitarios, etc. Sin temor a la exageración se podría decir que los auténticos habitantes del País Asturiano han estado sufragando con sus propios recursos el proceso de sustitución étnica que consiste en (1) abandonar el campo para superpoblar la ciudad (asturiana), en una segunda fase (2), que puede darse dentro de la misma generación o en la siguiente: abandonar la ciudad (asturiana) y emigrar a España o a Europa. El “nicho ecológico” urbano (que no el rural) será ocupado por las limaduras de hierro que atraiga el imán de las subvenciones y de ciertas ventajas relativas de un Estado del Bienestar en franca decadencia. Así se convertirá Asturies en un solar vacío de gente o, en caso contrario, en un solar repoblado por contingentes foráneos cuya llegada y cuyos relativos privilegios (relativos sobre todo por comparación a su provincia o país de origen) han sido sufragados por el esfuerzo de los nativos que han tenido que marcharse. Toda la crítica a este proceso es bloqueada con un anatema: ¡xenofobia!, condenación que saben manejar muy bien los apóstoles del neoliberalismo cuando recomiendan y hasta exigen movilidad a los trabajadores asturianos, así como los izquierdistas, que se tornan ultrasensibles hacia unos desconocidos, cuya nacionalidad incluso es ignota y que exigen sus derechos nada más aterrizar, pero que al mismo tiempo miran con gran conmiseración a los “reaccionarios” campesinos que, al no saber readaptarse a los nuevos tiempos abandonan la aldea, la Casería y el género tradicional de vida, pues es “una Ley Natural” ésta que se llama Ley del Progreso.

-- Ahora le toca el turno al sector secundario. Desde los tiempos anteriores a la conquista romana, el País Asturiano contó con condiciones propicias para la minería y la metalurgia. Los astures independientes y después los romanizados eran famosos por sus actividades en este sector, hasta el punto de que las riquezas naturales del territorio astur –que incluyen los metales preciosos- disminuyeron considerablemente desde los tiempos del imperialismo romano. Las condiciones geológicas de Asturies favorecieron una actividad minera que, con el inicio de la Revolución Industrial trastocaron el País de arriba abajo. Las entrañas hendidas y descoyuntadas de la tierra astur quedaron hoy como cicatrices de un paisaje rural y una actividad agropecuaria autosuficiente. La Minería, hoy en trance de extinción, supuso una grave pérdida de identidad del País, por la afluencia de emigrantes sureños que vinieron al País a buscarse su pan. Emigrantes que, junto a los nativos, sufrieron horrendas condiciones de explotación, casi podría decirse que martirio. Todo tipo de costumbres extranjeras penetraron hacia el norte de la Cordillera cantábrica: tabernas de vino, festejos taurinos y flamenquistas, castellanismos y andalucismos. Las consecuencias de la Revolución industrial son siempre el desarraigo poblacional, tanto de los que afluyen como de los que se quedan y contemplan cómo su escenario les cambia por completo. La tranquila sociedad rural asturiana, que estaba lejos de ser una Arcadia opulenta, había vivido durante siglos en el remanso de la fe, del paternalismo señorial, de la inmovilidad de las clases sociales, del tradicionalismo. Pero la agudización de la explotación de los obreros, y la sacudida de los cimientos tradicionales de explotación del agro, descoyuntaron al País. Vinieron muy pronto ideologías que sirvieron para sustituir a las Ideas. En lugar de Bondad, Lealtad, Honor, se trajeron los ideales de la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad. Pronto aparecieron el Anarquismo, el Republicanismo Federal, el Socialismo, y el Comunismo. A costa de su paisaje y de sus aparentemente inconmovibles raíces medievales, el País Asturiano, un País de aldeas y caserías, se descoyuntó en torno a una línea de fractura: la lucha de clases. La virulencia de las huelgas asturianas llegó a su epítome en la Revolución de Ochobre de 1934. De esta calamidad la nacionalidad asturiana no se ha recuperado. La catedral y sus símbolos nacionales más preciados, sitos en la Cámara Santa, quedaron destruidos. La Universidad, destruida y clausurada. Miles de muertos, miles de violaciones cometidas por las tropas de la República Española y sus mercenarios los jovenlandeses. Se habilitaron campos de concentración para los miles de revolucionarios asturianos detenidos, que además fueron sometidos a todo género de torturas y humillaciones.

Se puede decir que desde 1934, Asturies no levantó cabeza como nacionalidad. Todo proyecto regionalista y autonomista se bloqueó, y las ideologías más intransigentes, a izquierda y derecha, se adueñaron de las calles. Toda visión nacional se supeditó a la lucha de clases, y desde que los revolucionarios asturianos fueron traicionados por los partidos y centrales obreras de España, se fomentó el mito castrante de que Asturies siempre había dado su sangre por los demás, por otras instancias: por España en la Covadonga del siglo VIII, por el Rey y por España otra vez, en la Revolución antinapoleónica de 1808, y por el Proletariado Internacional en 1934. Asturies vivió ya para siempre en un largo sueño y en una insoportable mentira. Pues tras la Guerra, y tras ser aplastado el Consejo Soberano de Asturies y León, la posguerra aguardó para el País un destino propio para un País ocupado: ser colonia. Sobre Asturies y sobre los territorios circundantes que formaron el viejo País Astur (el Noroeste de la Península) el Reino Español, reconvertido en dictadura totalitaria, se ejerció con mayor intensidad el proceso de aculturación que ya un siglo antes habían emprendido los gobiernos liberales de Madrid. En realidad, toda la batería de críticas que los “soberanistas” e independentistas de toda laya dirigen contra el Régimen de Franco como causante de los males del centralismo, como principal agente de la españolización de todos los territorios, deberían retrotraerse a los gobiernos de la Monarquía Española del siglo XIX, y de forma muy especial a los liberales. Tras 1812, se fue consumando la desarticulación étnica y política de los pueblos ibéricos, con divisiones provinciales arbitrarias, con la disolución de la Junta General del Principado (1835), con la uniformización de la enseñanza, el derecho civil, etc.

El franquismo fue una continuación del siempre fracasado proyecto liberal por hacer del Reino de España un Estado-Nación a la manera francesa. Un intento tardío pues ya en Europa se había dado la acumulación de capital necesario para que las burguesías de otros estados-nación se apelotonaran en torno de gobiernos y ejércitos que se lanzaran a la conquista y reparto del mundo. La Monarquía Hispana se había lanzado a la conquista del mundo sin haber consolidado burguesía alguna, antes bien, liquidándola a comienzos del siglo XVI. Su inmensa máquina militar y burocrática, alzada durante el reinado de los Habsburgo, se reveló como ineficaz desde el principio, sobre muy precarias bases hacendísticas, ajenas a la racionalidad que exigía en Capitalismo boyante en los otros estados europeos. Tras los Habsburgo, los Borbones fueron acometiendo sus planes centralistas –aquellos que Olivares no había podido ejecutar en el siglo XVII. Los Borbones fueron los que realmente trajeron la castellanización por decreto del Reino. El “castigo” de eliminar los fueros a los territorios austracistas (los de la Corona de Aragón) no pudo ser aplicado a otros territorios autogobernados desde antiguo, de naturaleza foral y con cámaras de representación popular propias (Principado de Asturies y las Provincias Vascongadas), por haber permanecido leales a la causa borbónica.

El verdadero nacionalismo asturiano, que debe separar bien su frontera con ese “soberanismo” que, en realidad, es una prolongación secreta de Izquierda Unida para dividirle y neutralizarle, es una causa legitimista. Todos los nacionalistas asturianos somos legitimistas: no revindicamos un “derecho a decidir” o un “derecho a la autodeterminación”. Reclamamos en realidad el ejercicio de una soberanía ilegalmente pisoteada pero que es soberanía originaria. España no existirá desde el punto de vista de la legitimidad natural mientras no se reconozca y no se permita el ejercicio de la soberanía de Asturies. Asturies fue el primer reino en tiempos de la dominación jovenlandesa, y de este estado medieval brotaron los concilios que, andando el tiempo, serían la Junta General del Principado. Del Reino Asturiano irían brotando todos los demás entes políticos (condados o reinos, así como las Cortes y Juntas que regionalmente surgirían en el medievo).

Resulta penoso observar cómo la ignorante prensa “regional” asturiana, así como sus intelectuales provincianos, hacen amplio uso del nombre de “Principado” entendiéndolo en un sentido patrimonial, como si la vinculación a la primogenitura del Rey Castellano fuera un hecho eterno e inexpugnable. “Principado” tenía en el medievo un sentido más bien aproximado al de “República”. El circo –o payasada- anual que se celebra en Oviedo con la entrega de los premios de la Fundación “Príncipe de Asturias” no es otra cosa que un montaje para dar publicidad a la Casa Real, a la monarquía española, pero Asturies ya fue Principado antes de que existiera España, y su denominación histórica no tiene nada que ver con el sentido patrimonialista que se le pretendió dar en 1388, cuando el rey castellano quiso hacer suyos estos territorios, por cierto bien levantiscos y que podrían haber formado parte de otra Corona –por ejemplo, inglesa- o mantenerse de forma republicana (a través de una Junta General o Hermandad de todos los concejos asturianos) de haber sido otros los resultados de las luchas de los nobles independentistas. El Principado de Gales o el Delfinado francés también fueron ejemplos de “retención” de un País a una Corona por medio de la primogenitura regia. Y en una época tan poco propicia a las repúblicas, la existencia de Juntas soberanas –como las vascas y la asturiana- junto con el constitucionalismo y federalismo de los reinos de la Corona aragonesa son buenos ejemplos de la tendencia no absolutista del Medievo. Sin embargo el Principado de Asturies, con su vinculación a la Corona Castellana perdió fronteras con otros estados extranjeros a los que poder reclamar ayuda. Su vinculación al Reino de León, por traslado de la corte de Uviéu a Lleón fue la condición de su absorción posterior por parte de Castilla, pero realmente no fue hasta bien entrado el siglo XV cuando se dio lugar la anexión castellana. Y esa anexión fue de todo punto ilegal, pues de la misma manera que los castellanos reclamaron como parte natural de su Corona al Principado, éste bien habría podido exigir a los reyes de León, primero, y de Castilla, después, su incorporación a Asturies como parte conquistada y sometida a la jurisdicción. No fue así, pues Asturies decayó lentamente y se vio marginada de los grandes aconteceres de la Reconquista (y por tanto de los botines correspondientes). Pero fue de hecho y de derecho una especie de República autogobernada.

Cuando los castellanos y los españolistas reclaman que Asturies es “parte” suya, se les debe replicar que con mucho mayor motivo Castilla y su proyección fantasmal, España, es parte de Asturies, ilegítimamente desgajada.

La lucha del nacionalismo asturiano es una lucha completamente diferente de la lucha del nacionalismo vasco o catalán. Es una lucha en la que no entran los elementos “modernos” del Derecho (arbitrario) a decidir, como si en cualquier momento se pudiera consultar al “pueblo” (y ¿quién es el “pueblo”) desgajarse de un Estado o no. La composición y las dimensiones de los estados, así como las fronteras, serían fluidas en grado sumo, sujetas a la máxima inestabilidad a la que –tendencialmente- propende la Democracia Cibernética. El Pueblo podría separase “pacíficamente” de otros Pueblos, y la guerra de votos derivada de una serie de consultas –“legales” o no- se sustituiría por la Guerra de Censos. Si votan los emigrados de la diáspora (asturiana, vasca, gallega) no censados ¿entraremos en las causas de esa diáspora? Si consideramos que la nacionalidad no se corresponde con los límites de provincias decretados por Javier de Burgos en el siglo XIX ¿no son asturianos los de León al norte, los de las Asturias de Santillana, los hijos y nietos de emigrantes en Sudamérica? ¿Se sienten vascos todos los navarros? ¿Independencia de Cataluña sin contar con los demás “Países Catalanes”?

A posta, formulo todas estas preguntas polémicas para obligar a orientar los desvelos del nacionalismo asturiano hacia una Visión de Estado y a marcar distancias con respecto al “soberanismo” en el que algunos ingenuos han ido cayendo, como incautos en una burda trampa, y esa es la trampa de los llamados “soberanismos” vasco y catalán. Desde Asturies no estamos interesados en la lucha de esos pueblos por su destino, aunque en el “soberanismo de izquierda” suelen darse inocuas llamadas a una “solidaridad internacionalista”. Más les valdría a estos incautos del independentismo (en el País, articulados en torno a pequeños grupúsculos herederos de la -¿desparecida?- Andecha Astur) estudiar a fondo a Marx. Si hubieran estudiado a fondo el marxismo, que pocos conocen e invocan, sabrían de sobra que las Condiciones Objetivas, estructurales, son las que determinan las relaciones entre las clases y entre los pueblos. Sabrían que la “solidaridad internacionalista” para con las reclamaciones de Artur Mas o, de forma más comedida, Íñigo Urkullu, son objetivamente destructivas y perjudiciales para con la Formación Social Asturiana. Suponen la creación de entes parasitarios del Estado Español, suponen la discriminación de otras naciones, nacionalidades y regiones convirtiéndolas en rehenes de unas aspiraciones muy curiosas, pues lejos de venir refrendadas por una revolución netamente popular, como la de Irlanda, por ejemplo, suponen una especie de independencia subvencionada. Como asturiano yo voy a tener que pagar con mis impuestos el capricho de Artur Mas de contar con un Estado propio. Lo curioso de ese nacionalismo de sardana y butifarra es que viene impulsado por una burguesía indígena desde siempre explotadora y capitalista (otro tanto se diga del PNV, si bien éste cuenta con más base popular). Esa burguesía se ve ahora demográficamente convertida en minoría, y los apellidos catalanes “de pura cepa” escasean cada vez más, hecho contrarrestado con la catalanización de los nombres de pila. Muchos “Jordi” Fernández o González, o Pérez, son los que ahora apoyan las demandas de esa minoría con pedigrí cada vez más ajena a la realidad: la realidad de una nación, Cataluña, que habla “andaluz” en buena parte, y que el día de mañana hablará árabe en un porcentaje decisivo. Cuando Mas invoca la herencia franca o carolingia de su vieja nación está revelando el grave complejo de identidad que le aqueja. El rigor histórico debería haberle recordado que los francos llamaban “hispani” a los catalanes de entonces, y también eran, para ellos, los “godos”. Este brote de independentismo debe vincularse a la crisis de identidad que ha provocado en la burguesía, antaño pujante y hoy fosilizada, del centralismo barcelonés. En todas las sociedades heterogéneas desde el punto de vista étnico se dan tales brotes de nacionalismo “reactivo”. Sabino Arana fue, hace un siglo, expresión exacta de lo mismo. Y la invención de Castilla, ya desgajada de Asturies y Lleón, lo mismo: la abundancia de judíos y moriscos exacerbó un sentimiento feroz de identidad, de cuya ferocidad –siempre artificial- dan prueba las persecuciones y matanzas de los “otros”.

El nacionalismo identitario asturiano nunca fue agresivo precisamente porque nunca necesitó de dotarse de artificios políticos con los que albergar/expulsar a los otros. La sociedad asturiana fue muy homogénea hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que llegó emigración sureña y gallega con la Revolución Industrial. La mayor crisis identitaria fue la provocada por la posguerra franquista y la incentivación que de la emigración interna la Dictadura llevó a cabo en todo el Estado. Franco sabía de sobra que con el aguijón del hambre, pueblos y comarcas enteras podían desplazarse de sur a norte, y de centro a periferia con el fin de lograr la homogeneidad tan buscada por él, justo como por los liberales del XIX. Fue precisamente en la tras*ición (años 70 del siglo pasado) cuando la conciencia de la identidad asturiana brotó sobre bases nuevas, un tanto distintas de aquellas bases que sustentaron el regionalismo anterior al desastre de 1934. Entre esas bases se encontraba un mayor énfasis en la reivindicación de la lengua (énfasis al que se circunscribieron algunos asturianistas, limitando con ello el alcance de la lucha), un celtismo cultural, unas demandas de mayor autonomía, un rechazo al covadonguismo como ideología, etc. Pero estas bases fueron débiles: los que iniciaron el movimiento de “Conceyu Bable” no contaron con el doble respaldo que había entre nacionalistas catalanes y vascos: una burguesía autóctona que pusiera el dinero, y un sector popular de izquierda que “animara” las calles. El nacionalismo necesita de ambas cosas: dinero y masas. En Asturies no hubo nada de esto.

El carácter de vía muerta de aquella iniciativa de “Conceyu Bable” está hoy a la vista. Fracaso tras fracaso electoral, los nacionalistas, soberanistas, asturianistas, viven en tribus aisladas, sin saber ofrecer un proyecto de nación en común. Casi todo el sector a la izquierda ha venido siendo instrumentalizado por el PCE –y grupúsculos españolistas adjuntos- y después por Izquierda Unida. El grado de control que ejercen sobre los jirones del movimiento de reivindicación nacional es enorme, y fácil de ejercer. Se percibe incluso en las relaciones personales, en la censura practicada sobre ciertas webs, en campañas ad hominem. Todo intento de construcción –aunque consista en una mera propuesta teórica- de un amplio frente nacionalista, por encima de la trampa bipolar de “izquierdas” o “derechas” es inmediatamente tachado de “interclasista” o de “tercera vía neofascista”. La crasa ignorancia de la tradición marxista por parte de ciertos elementos radicales y anti-sistema les impide comprender que hasta el mismo Lenin veía como fase necesaria de la lucha proletaria la incorporación de éstas a amplios frentes populares en los que otras clases sociales y estamentos descontentos de éstas podían hacer las veces de válidos compañeros de viaje. Frente a la instrumentalización que lleva a cabo la izquierda oficial, claramente corrupta, clientelar y ávida de pesebres proporcionados por el PSOE, todavía queda por hacer un amplio movimiento popular en la que se imbriquen cada vez más los aspectos ecológicos, sociales e identitarios del País Asturiano. Ese movimiento popular debe ir desbloqueando poco a poco los mecanismos de sujeción ideológica que la “izquierda plural” del PSOE-IU y grupúsculos adjuntos viene ejerciendo a través de la prensa, la enseñanza, los concejos, las fundaciones y entramados diversos. Además, con la debida conciencia de que las naciones se están quedando muy pequeñas y de que el mapa autonómico (cuando no el sistema al completo, que hoy es la “España de las Autonomías”) se va a reconfigurar, este amplio movimiento popular debe enlazarse con el de los países vecinos, y formar lo que yo he llamado una Alianza del Noroeste. Por medio de colaboraciones generosas en todos los terrenos, debe propiciarse:

1. Un apoyo decidido al leonesismo: León no es Castilla, debe ser el lema de todos los nacionalistas identitarios de Asturies, apoyando además la recuperación de su lengua (que es la nuestra, aunque reciba denominaciones diferentes en cada territorio, leonés o asturiano). Apoyar el proyecto de recuperación del “País Astur”, mucho más amplio que la actual comunidad autónoma uniprovincial del Principado de Asturias.
2. Una coordinación cordial con el nacionalismo gallego, superando puntos de conflicto, recordando que la reivindicada Gallaecia de tiempos remotos coincide básicamente con el Noroeste ibérico, de común raíz céltica.
3. Apoyar decididamente la recuperación de la lengua asturiana de gran parte de Cantabria, por encima de las denominaciones locales que de ella se quieran hacer, y recuperar en el terreno cultural la idea de Les Asturies/Las Asturias, en plural, como base para esa Alianza del Noroeste.

La España de las 17 autonomías es inviable en lo económico y en lo histórico-cultural. Después de 30 años ha devenido una farsa. Es una farsa que impide la creación de grandes núcleos de pueblos con afinidad histórica y étnica. En territorio y población, el Noroeste (Galicia, Asturias, León y Cantabria) podría medirse con más justicia al lado de las dos Castillas reunificadas, un País Vasco que incluya a Navarra, unos Países Catalanes, Aragón, una Andalucía… Pocas entidades nacionales, grandes y, a su vez dotadas de internamente de una estructura federal. Esto supondría el arrinconamiento de esa monstruosa ciudad de Madrid, como vieja capital de un Imperio ya inexistente, así como la supresión de las Diputaciones Provinciales y otras entidades intermedias entre lo local y lo Confederal. El nuevo mapa se parecería mucho a las viejas entidades históricas (Reino Asturleonés, Reino Castellano, Corona de Aragón…) adaptado a las nuevas realidades (desgajamiento de lo andaluz frente a lo castellano, insularidad de las Canarias, aumento de la conciencia identitaria en las provincias vascas, tradicionalmente desunidas y más vinculadas a Castilla que a Pamplona…) pero, por regla general sostengo que la Historia es una regla más fiable que el capricho de las oligarquías y de la casta política indígena, y desde luego, ofrece unas orientaciones más saludables que las que emanan de los cocederos de Madrid, villa y Corte. De dicha Corte siempre se ha proyectado una visión fantasmagórica, irreal, de lo que significa la diversidad territorial y etnológica de España.
 
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Parece ser que la diferencia está entre distintos niveles competenciales entre las comunidades autónomas y en la representatividad de dichas unidades territoriales en una segunda cámara (federal). O sea que no es el qué (descentralización de las unidades territoriales), sino el cuánto (la pela, o el grado de autonomía y descentralización de esas unidades). Pueden ser esos detalles pecuniarios en los que suele estar el problema.

Se trataba de una pregunta retórica.

La única diferencia, según la ciencia política y el derecho constitucional, es que los estados federales se construyen de las partes al todo, y los estados compuestos como el español del todo a las partes. Es una cuestión teórica de legitimidad originaria. Todo lo demás es contingente.
 
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