La economía Socialista

QUOTE=Carlx;9668004]Entro en tu debate con Goldfever con el que no vas a llegar a ninguna conclusión porque sencillamente no viene a debatir, sino a contarnos sus filias y fobias sin argumentar.


La URSS no fue un modo de producción socialista:

"Tradicionalmente el marxismo sostuvo que entre la sociedad capitalista y el socialismo debería existir una fase de tras*formaciones revolucionarias, dirigidas desde el poder por el proletariado. En una carta de marzo de 1852, Marx decía que entre sus principales aportes figuraba haber descubierto que la dictadura del proletariado “constituye la tras*ición de la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases” (Marx y Engels, 1973, p. 55). En la Crítica del Programa de Gotha Marx y Engels sostienen que “entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa un período de tras*formación de la una a la otra”, en el cual la clase obrera ejerce el poder para ir eliminando gradualmente las clases sociales, y con ello la necesidad misma del Estado. Su objetivo era una sociedad en que no hubiera explotación, se superara la división entre trabajo intelectual y manual; y en que los productores administraran los medios de producción. Esto se vincula a la meta de lograr la realización libre de los individuos. En La ideología alemana Marx y Engels escribían:


“… con la comunidad de los proletarios revolucionarios, que toman bajo su control sus condiciones de existencia, y las de todos los miembros de la sociedad, sucede, sucede cabalmente lo contrario (de lo que sucede en los Estados hasta ahora existentes); en ella toman parte los individuos en cuanto tales individuos. Esta comunidad no es otra cosa, precisamente, que la asociación de los individuos… que entrega a su control las condiciones del libre desarrollo y movimiento de los individuos….” (Marx y Engels, 1985, p. 87).

Teniendo esto presente, Marx y Engels consideraban que la dictadura del proletariado se definía por una política estatal que atacaba las relaciones de producción burguesas (y las formas burguesas de división del trabajo, control y gestión) y luchaba por relaciones de producción y distribución socialistas. La toma del poder sería solo el primer paso de esa tras*formación socialista. Esto significa que la estatización, en sí misma, no definía un régimen socialista. Además, la nueva organización del trabajo solo podría erigirse sobre un desarrollo de las fuerzas productivas por lo menos tan elevado como el desarrollo más elevado alcanzado por el capitalismo a nivel internacional. En cuanto a las formas políticas, Marx identificaba (en La guerra civil en Francia) a la dictadura del proletariado con la Comuna de París, una organización democrática en que tendrían cabida las diferentes corrientes de la clase trabajadora, pero que tomaría medidas represivas para asegurar y defender a la revolución frente a la contrarrevolución.

Tesis “régimen socialista”

La idea de que la URSS era un régimen socialista, que estaba llevando a la práctica lo entrevisto por Marx y Engels, fue defendida por el movimiento comunista internacional, encabezado por el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). La doctrina oficial soviética afirmaba que en la URSS había desaparecido la explotación, y que solo existían dos clases sociales, los koljosianos, que dependían de las cooperativas campesinas, y los obreros, empleados en las empresas del Estado. Afirmaba también que el poder represivo del Estado únicamente subsistía para enfrentar a los enemigos externos, porque dentro de la URSS ya no existían antagonismos sociales (por lo menos fundamentales). En los años 1960 el PCUS llegó a afirmar que la URSS ya había iniciado el camino al comunismo, esto es, a la etapa en que cada habitante aportaría a la sociedad según sus capacidades, y tomaría según sus necesidades. También anticipaba que en 1980 superaría económicamente a EEUU, con lo cual el triunfo del socialismo a nivel mundial estaría asegurado.

Hoy aparece claro que estas caracterizaciones y pronósticos no tenían bases reales. El desarrollo económico de la URSS siempre estuvo por debajo del desarrollo de los principales países capitalistas. Además, las diferencias de ingresos en la URSS, en lugar de achicarse, se mantuvieron y consolidaron con el correr de los años (Voslensky, 1987, calculaba que en la década de 1970 un jefe de sector del Comité Central del Partido ganaba en promedio cinco veces más que un obrero o empleado medio; además de disponer de otros beneficios). En el campo, las relaciones sociales se estancaron en un régimen híbrido, que combinaba la pequeña producción de parcelas y los mercados “tolerados”, con la producción estatizada. Y en los “poros” de la economía soviética existían múltiples formas de producción para el mercado, y de acumulación dineraria, que empujaban en una dirección muy distinta del socialismo. Pero además, la clase obrera y los campesinos no ejercían el poder efectivo. La expresión “poder de los Soviets” era solo un eufemismo. A pesar de que formalmente existían los Soviets, el poder real lo ejercía la alta burocracia, o nomenklatura, conformada por dirigentes del partido, del Estado y de instituciones de enseñanza, científicas, etc., además de dirigentes de empresas. Voslensky (1980) calculaba que en la década de los 70 había entre 450.000 y 500.000 nomenklaturistas en la URSS. El PCUS, que se confundía con el Estado, poseía el monopolio de la selección de funcionarios, y tomaba las decisiones trascendentales. La dirección del PCUS, el Politburó, ejercía el poder real. En el plano externo la política de la URSS era de colaboración (aunque existían tensiones) con el capitalismo, llegando a enfrentar a los movimientos revolucionarios que escapaba a su control.

No existen, por lo tanto, argumentos válidos para sostener que la URSS se acercara siquiera a un régimen socialista. Como argumentaron los trotskistas y muchos defensores de la tesis “capitalismo de Estado” (como Bettelehim), si la URSS hubiera sido un régimen socialista, el Estado debería haber entrado en vías de extinción. Pero lejos de ello el Estado soviético se había convertido en un formidable aparato de represión interna, que estaba separado de las masas trabajadoras. La KGB (abreviatura rusa de Comité de Seguridad del Estado), cuya tarea primordial era la vigilancia de los ciudadanos soviéticos, tenía más de 500.000 miembros. Miles de opositores sufrían persecuciones, estaban en las cárceles, o eran encerrados en institutos psiquiátricos (la jerarquía pensaba que solo un demente, o un agente del capitalismo, podía ser crítico del régimen).

Ante estas realidades, algunos plantearon que había que aceptar a la URSS tal como estaba conformada, y digerir su autocalificación de “socialista”. De ahí que se acuñara la expresión “socialismo real”. He realizado una crítica de método a este enfoque -en esencia conservador- en una nota anterior, “Razón y socialismo siglo XXI”.

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Pero tampoco capitalismo de Estado:

"La tesis de que la URSS fue un capitalismo de Estado (en lo que sigue usaremos TUSCE como acrónimo de Tesis de la Unión Soviética Capitalismo de Estado) tiene una larga tradición. Poco después de la Revolución de Octubre las corrientes socialdemócratas caracterizaron a la URSS como capitalismo de Estado; también lo hicieron las alas más radicalizadas de la izquierda revolucionaria, críticas de la política bolchevique. Posteriormente algunas corrientes que se separaron del trotskismo adoptaron la tesis. Y a mediados de la década de 1950, luego de la ruptura con los soviéticos, el PC de China también sostuvo que la URSS se había tras*formado en un capitalismo de Estado. Ello contribuyó, sin duda, a que la TUSCE fuera defendida por destacados intelectuales occidentales, que simpatizaban con el maoísmo, como Charles Bettelheim, Chavance y Samir Amin. Posiblemente estos autores hayan sido sus defensores más influyentes hasta el día de hoy. En lo que sigue examinaremos la TUSCE según la presentación de Bettelheim y Chavance.

La idea clave de la TUSCE es que en la URSS los productores directos estaban separados de los medios de producción, y que esta separación ocurría porque la capa dirigente poseía efectivamente los medios de producción, a través del Estado. Dada esa separación, la fuerza de trabajo adquiría las características de mercancía, que es la relación característica del capitalismo. Por lo tanto en la URSS predominaba el sistema del trabajo asalariado; la ley del valor y el mercado regían la economía; el plustrabajo adquiría la forma de plusvalía; y las mercancías y los medios de producción la forma de capital. En consecuencia, las leyes de la acumulación capitalista determinaban el curso económico y el Estado era capitalista (Bettelheim, 1980). “El Estado en tanto capitalista colectivo ocupa un lugar esencial en la economía (de allí el carácter burocrático del sistema social en general y de la burguesía en particular). … la tasa de concentración del capital en la URSS es la más elevada del mundo…” (Chavance, 1979, p. 73). Los dirigentes eran, en última instancia, “los funcionarios del capital burocrático en su conjunto” (ídem, p. 75). En lo que sigue presento las principales objeciones que encuentro en esta visión.

Ley del valor y precios en la URSS

Dado que el capital es “valor en proceso de valorización”, la cuestión de si en la economía de la URSS predominaba la ley del valor es vital para la TUSCE. Recordemos que la ley del valor de las mercancías “determina qué parte de todo su tiempo disponible puede gastar la sociedad en la producción de un tipo particular de mercancías” (Marx, 1999, t. 1, p. 433). Bettelheim, Chavance y otros autores, insistieron en que, debido a la existencia del mercado y los precios, la economía soviética se regía por la ley del valor trabajo.

El problema con esta idea, como plantea Samary (1988), es que se detiene en las formas (precios, mercado), sin analizar el contenido. Es que puede haber precios, pero éstos pueden no expresar ni los gastos de trabajo, ni los tiempos de trabajo que la sociedad desea entregar a cambio de los productos. Y esto es lo que sucedía con los precios -que eran determinados centralizadamente- en la URSS. En primer lugar, porque los precios minoristas se establecían, en teoría, en función de buscar un equilibrio entre la oferta y la demanda, razón por la cual no se derivaban de los mayoristas (Lavigne, 1985). Por este simple hecho ya era imposible que reflejaran el trabajo invertido. Pero además, los precios minoristas tampoco reflejaban las relaciones entre la oferta y la demanda, sino los objetivos de los planificadores (Samary, 1988). A esto hay que sumar que bienes como vivienda, lugares en los jardines de infante para los niños, vacaciones, y otros beneficios, no se podían adquirir libremente en el mercado, y solo se obtenían por asignación de los directores en los lugares de trabajo (Ashwin, 1996). Para estos rubros, por lo tanto, los precios no jugaban rol alguno.

Por otra parte, tampoco los precios mayoristas reflejaban los costos de trabajo. Es que la asignación de recursos para las empresas se realizaba de manera centralizada, y en consecuencia las evaluaciones monetarias que registraba la circulación de productos no constituían actos reales de compra y venta. Por eso en este mercado el dinero no era un equivalente pleno; la moneda contable del sector estatal no circulaba, y no se permitía comprar los bienes de producción que no hubieran sido asignados por el plan. En realidad, los índices con los que se registraba el nivel de actividad, en precios mayoristas, constituían el equivalente contable de un índice de producción bruta (Lavigne, 1985). A lo anterior debemos agregar que toda nueva producción o emprendimiento era considerado siempre útil, dado que lo importante eran los índices cuantitativos, que demostraban el buen funcionamiento del sistema, y toda pérdida era cubierta por el plan. En definitiva, los precios no podían jugar un rol activo en la producción, ni podía existir una medida verdadera de los costos de producción (ídem). A lo que se agregaba la anarquía de hecho de la fijación de precios. Se ha señalado que en la práctica el organismo central de planificación apenas planificaba una parte ínfima de la producción; y no había manera de calcular las variaciones de los tiempos de trabajo (Nove, 1965, Chavance 1983). Como alguna vez destacó Trotsky, la planificación de toda la economía, sin democracia y sin poder de decisión de los productores y los consumidores, lleva a un impasse. Sumemos todavía que los precios internos estaban desconectados de los precios internacionales (Lavigne, 1985; Samary 1988); lo que generaba otros problemas que exceden los marcos de esta nota (véase Lavigne, 1985).

Es necesario preguntarse entonces qué tenía que ver todo esto con un mercado capitalista, y con el funcionamiento de la ley del valor. Destaquemos que la propiedad privada de los medios de producción es clave para que haya competencia, y por lo tanto actúe la ley del valor. Y también para que se desplieguen las leyes de la acumulación capitalista. A todo capital la competencia le impone como ley conseguir la máxima productividad del trabajo, o sea, el máximo de productos con el mínimo de trabajo, esto es, con el mayor abaratamiento posible de las mercancías. De ahí que Marx sostenga que “la libre competencia es el desarrollo real del capital” (Marx, 1989, t. 2, p. 168). Pero nada de esto encontramos en la economía de la URSS, como se advierte cuando se indagan los mecanismos específicos de su funcionamiento (véase más abajo). Es por este motivo que la TUSCE no puede establecer un vínculo interno, lógico, entre las categorías que postula, y la forma como funcionaba el sistema soviético. Esta falencia se puede advertir en la comparación entre Chavance (1979) y Chavance (1983). En el primero encontramos una firme defensa de la idea que la URSS era un capitalismo de Estado, pero casi nada acerca de su funcionamiento concreto; en el segundo pasa a un segundo plano la caracterización de la URSS como capitalista, y se enriquece la descripción, pero ésta tiene poco que ver con lo que sucede en el capitalismo. Sin embargo, lo más importante en una teoría es establecer estos nexos internos, mostrar la dialéctica del desarrollo de las categorías. En lo que sigue veremos en cierto detalle que la TUSCE no satisface este requisito; y es imposible cumplirlo si nos quedamos en las formas de las categorías, y no investigamos su contenido.

Salarios y capitalismo

El mismo problema de método que discutimos en el punto anterior, el quedarse en las formas, se advierte en el tema del salario Los autores de la TUSCE sostienen que es condición suficiente para que haya capitalismo la existencia del trabajo asalariado. De nuevo una forma (esta vez el salario) parece dar lugar a todo el contenido (nada menos que el modo de producción capitalista). Pero la realidad histórica demuestra que hubo salario sin capitalismo; y que lo mismo sucede en la sociedad contemporánea. Marx presenta el caso de los romanos, que tenían en el ejército una masa disponible para el trabajo, y cuyo plustiempo pertenecía al Estado. Estos trabajadores vendían al Estado “toda su capacidad laboral por un salario indispensable para la conservación de su vida, tal cual lo hace el obrero con el capitalista”. Marx agregaba que existía “la venta libre del trabajo”, pero el Estado no lo adquiría con vistas a la producción de valores. Por lo tanto, “aunque la forma del salario pueda parecer que se encuentra originariamente en los ejércitos, este sistema mercenario… difiere esencialmente del trabajo asalariado” (Marx, 1989, t. 2, p. 19; énfasis agregado).

En este razonamiento la distinción entre la forma del salario y el contenido (que se vincula con la totalidad, el mercado y el valor) determina una diferencia esencial con el asalariado moderno. La producción capitalista se hace para valorizar el valor adelantado (encarnado en el dinero), pero esto no es lo que sucedía en el ejército romano, y por eso no podemos hablar de producción capitalista, aunque hubiera salario y plustrabajo. De la misma manera, Marx explica que un rey o un funcionario del Estado capitalista reciben un salario, pero no por ello son trabajadores productores de plusvalía, ni están subsumidos a una relación capitalista. “… los funcionarios pueden convertirse en asalariados del capital, pero no por ello se tras*forman en trabajadores productivos” (Marx, 1983, p. 83). En definitiva, no basta con decir “en la URSS había salario, por lo tanto se trata de capitalismo”.

Los defensores de la TUSCE también sostienen que la propiedad legal de los medios de producción por los trabajadores (a través del Estado soviético) no poseía ningún significado real, desde el momento que el Estado se había autonomizado frente a los trabajadores. Sin embargo, en el capitalismo el capitalista individual funciona como “capital personificado”, como un fanático de la valorización del dinero adelantado, donde la ganancia lo es todo. Pero esto sucede en tanto está sustentado en la propiedad privada, con todo lo que ello implica: el derecho al “uso y abuso” de los medios de producción y las mercancías, lo que se traduce en relaciones de poder efectivas. Por ejemplo, el capitalista tiene el derecho de trasladar su capital a otro país, o no invertir, en caso de que la fuerza laboral le presente obstáculos más o menos importantes. En la URSS, en cambio, esto era imposible; los funcionarios que administraban las empresas no solo no encarnaban al “valor en proceso”, sino tampoco tenían derecho a cerrarlas, y en los hechos no podían despedir trabajadores por causas económicas (aunque sí por sanciones disciplinarias). Pero dada la carencia de mano de obra, existía una alta rotación de trabajadores, y por lo tanto era difícil disciplinar, mediante coerción económica, al trabajo dentro de las empresas.

La relación laboral en la URSS

En el modo de producción capitalista la amenaza de ir a la calle actúa como un látigo sobre el trabajo, y ata a los asalariados a los dictados del capital. Lo cual explica el rol crucial del ejército de desocupados. El cambio tecnológico, el sobre-empleo y las crisis constituyen los mecanismos mediante los cuales se regenera ese ejército de desocupados. Esto asegura el despotismo del capital, instrumentado a través de los “oficiales y suboficiales” (jefes y capataces), y el poder de la máquina, encarnación del capital en el lugar de producción, sobre el trabajo. De ahí también que en el sistema capitalista la carencia de mano de obra nunca es un freno a la acumulación, al menos en el mediano plazo.

En la URSS, en cambio, había carencia de mano de obra (el crecimiento era extensivo), lo que generaba que las direcciones de las empresas se disputaran la fuerza de trabajo. “El sector estatal conocía una verdadera competencia por la contratación entre las diversas empresas y administraciones económicas, lo que ha crecido con la penuria de la mano de obra” (Chavance, 1983, pp 15-16). En este marco las direcciones de las empresas trataban de cubrirse, y acumulaban mano de obra por encima de sus necesidades, a fin de hacer frente a los períodos de “tormenta”, en los que se intensificaba el trabajo. Naturalmente, esto agravaba la escasez de fuerza de trabajo. Por eso los trabajadores no temían al despido, y muchos cambiaban con frecuencia de empleo, en busca de mejores condiciones. Kerblay y Lavigne (1985) dicen que los trabajadores calificados ejercían una suerte de “chantaje” sobre los directores de empresas, que si bien no les permitía mejorar sus salarios, sí daba lugar a aumentos de las primas. El ausentismo era también una vía de resistencia, muy generalizada, contra la que luchó sin éxito la dirigencia, incluso con medidas represivas.

Por otra parte estaban las formas institucionalmente establecidas, y la ideología oficial, que orientaba comportamientos. Las empresas eran consideradas por los trabajadores un bien común, colectivos que debían cubrir toda una serie de programas sociales establecidos (guarderías, vacaciones, viviendas, ofertas culturales) que ninguna dirección de empresa se animaba a cuestionar con el argumento de “elevar la rentabilidad”, o cosa parecida. A ello se sumaba la presión de los sindicatos y las bases del partido. Therbon (1979) cita el caso de una importante fábrica de acero, en el norte de la URSS, en la que trabajaban unos 35.000 obreros, de los cuales casi 5000 eran miembros del PCUS, y estaban organizados por secciones de fábrica. Había además casi 20 cuadros con dedicación exclusiva, y si bien el partido no entraba en la cadena de mandos administrativos, todos los nombramientos de ejecutivos debían contar con su aprobación. Lo cual no niega, por otra parte, que los sindicatos y el partido estuvieran fuertemente regimentados por el poder político. Así, los sindicatos no podían intervenir en las negociaciones salariales o sobre las condiciones laborales generales. Sin embargo los trabajadores ejercían una presión de hecho que impedía elevar los ritmos de trabajo, o imponer algo parecido a una disciplina “fordista” o “taylorista”, típicas del capitalismo. Esta es una de las causas por la cual en la URSS fracasaban los intentos por elevar la productividad, y el crecimiento de la economía era en lo esencial extensivo. A principios de los 80 cerca de la mitad de la mano de obra industrial realizaba trabajos manuales o de baja calificación, y era muy bajo el grado de mecanización en la industria (Chavance, 1983). Pero un crecimiento extensivo absorbe mano de obra y recursos sin límite; no es de extrañar que la tasa de actividad alcanzara, en aquellos años, al 90%. Esta situación no se puede comprender si no se atiende a la especificidad de la relación salarial soviética. Por todo esto Samary (1988) señala que los mecanismos de dominación no eran exclusivamente policiales, ya que se asentaban sobre una panoplia compleja de medios socio-económicos e institucionales. Samary también observa que había una cierta paradoja, porque en tanto los trabajadores soviéticos gozaban de menos derechos democráticos que en los países capitalistas desarrollados, tenían una capacidad de resistencia más considerable frente a los mecanismos de mercado, “ya que en el terreno económico la burocracia puede ceder mucho, a condición de conservar el poder político” (p. 19).

No es de extrañar que estas cuestiones estuvieran en el centro de las preocupaciones de los reformadores que aconsejaban a Gorbachov y alentaron la perestroika. En los años 80 ya era imposible establecer una coerción sobre el trabajo como la que había existido hasta los primeros años de la década de 1950 (a comienzos de 1953 había casi 2,5 millones de personas en los campos de trabajo forzado). Desde los 60 los intentos de introducir primas a la producción fracasaban una y otra vez, no solo por la carencia de bienes de consumo en los cuales gastar los ingresos suplementarios, sino también porque el colectivo laboral terminaba por asimilar los estímulos al salario normal, y no cobrarlos era considerado un castigo. Por entonces la dirección del PCUS admitía que las posibilidades de seguir con el crecimiento extensivo estaban agotadas, porque sencillamente no habría la mano de obra disponible (tampoco otros recursos) para continuar por esa vía. Hacía falta el mercado y la desocupación para disciplinar al trabajo, y hacia eso se dirigían las reformas que abrieron el camino a la restauración de la propiedad privada plena.

Contradicción específica

El carácter particular de la relación laboral en la URSS también estaba determinada por las formas de extracción del excedente (en esto seguimos a Ashwin, 1999 y Clarke, 2007). Es que, como plantea Clarke, en el sistema soviético existía una contradicción fundamental, que consistía en que se trataba de un sistema centralizado de apropiación del excedente, en el cual las autoridades centrales trataban de maximizar el excedente material extraído de las empresas y organizaciones bajo su control, y minimizar la asignación de recursos, en tanto las empresas -y en esto coincidían las direcciones y los trabajadores- tenían el objetivo inverso. Ashwin también explica que el excedente debía ser entregado al Estado por la empresa, considerada como colectivo de trabajo, lo cual animaba a que hubiera una alianza tácita entre las direcciones de las empresas y los trabajadores, a fin de retener ingresos (primas, bonos, ganancias retenidas para mejorar la empresa u obras sociales). El objetivo era maximizar los insumos y minimizar el nivel de extracción por parte del Estado (Ashwin, 1999). En la medida en que la empresa dispusiera de más recursos, podía expandirse, así como destinarlos a beneficios sociales para sus empleados, o a la comunidad en que estaba inserta. Por parte de los trabajadores, el interés en incrementar los insumos y recursos era la expresión, como señala Clarke, de la resistencia a la extracción del excedente por la cúpula. Para los directores de empresas significaba aumentar su poder e influencia a escala local. Aunque al mismo tiempo debían asegurarse que se cumplieran los planes (las carreras políticas dependían de ello), lo que llevaba a los directores a entrar en conflicto parcial con los trabajadores (Aswin, también Clarke). En ese marco, las empresas no competían por precios, pero sí por acaparar recursos, lo que agravaba la escasez. También generaba un impulso a la autarquía de las empresas. Pero además esta situación está evidenciando una relación laboral distinta de la que encontramos en el capitalismo, que sin duda también puso trabas a una forma de acumulación intensiva.

Ley del valor y formas híbridas

Aunque la ley del valor no regía los precios de la industria estatal soviética, se hacía sentir sin embargo por todos los poros. Por eso surgieron formas híbridas de producción. Tal vez la más importante se encontraba en la producción agrícola. Dada la resistencia de los campesinos al trabajo en las granjas colectivas, ya bajo la dirección de Stalin se les autorizó a cultivar parcelas individuales y tener cierto número de animales (Lenin había planteado que esta era la peor combinación para avanzar al socialismo en el agro). Con el correr de los años la burocracia fue otorgando más concesiones a los campesinos (por ejemplo, la entrega de tractores en los 50; las repetidas ampliaciones de las posibilidades de comerciar en mercados “grises” o tolerados; o de autoadministración de las granjas), aunque se mantuvo la prohibición de contratar trabajo asalariado. De ahí que en algunos sectores hubiera acumulación de riqueza bajo la forma de bienes suntuosos, sin que pudiera lanzarse a la acumulación (un viejo ex militante del PC argentino me decía que había visitado zonas de la URSS, en la década de 1980, donde los campesinos acomodados acumulaban riqueza bajo la forma de tapices valiosos, que colgaban de las paredes de sus viviendas).

Otras formas económicas híbridas se desarrollaron en los intersticios que dejaba la producción estatizada, especialmente en el sector servicios. Estas formas crecieron en los años 70 y 80. Por ejemplo, la explotación de los autos oficiales como taxis; la enseñanza privada a domicilio; los alquileres de casas de funcionarios; las reparaciones. También el acceso al exterior, por parte de funcionarios, técnicos, artistas, etc, daba lugar a negocios (con las monedas fuertes, o la venta de productos adquiridos en el exterior). Lo importante es que estas actividades se asemejaban a la producción pequeño burguesa y mercantil, pero no podían pasar al modo de producción capitalista, debido a la prohibición de contratar mano de obra y adquirir medios de producción privados. En la URSS existía una conciencia arraigada de que las empresas y otros medios de producción no eran privados; incluso cuando las privatizaciones se encararon abiertamente, a principios de la década de 1990, se realizaron bajo la forma de entrega de bonos (“vouchers”) a los trabajadores. Lo característico del capitalismo es que la pequeña producción genere producción capitalista, pero esto no sucedía en la URSS. Estas ocupaciones daban lugar a una acumulación dineraria (por ejemplo depósitos en los bancos) que no podía tras*formarse en capital.

A medida que el sistema tendió a estancarse, y se acentuaron las penurias de bienes, hubo una evolución hacia lo que he llamado (en un trabajo que publiqué hace años en Debate Marxista) “proto-capitalismo”. Por caso, se utilizaban empresas estatales para producir para el mercado por fuera de los horarios oficiales, con empleo de mano de obra; o el alquiler de empresas estatales. Aquí se incubaban fuerzas sociales que apurarían la marcha al capitalismo desde fines de los 80, pero que permanecieron largo tiempo en los intersticios de la economía centralizada, y en gran medida, como afirmaba Clarke (1992), la parasitaban.

Producción, inversiones, ganancia

Una característica del capitalismo es que la inversión se rige por la ganancia (o la tasa de ganancia). Conscientes de la importancia de esta cuestión, los defensores de la TUSCE plantearon que en la URSS las inversiones estaban regidas por la ganancia, y se verificaban las leyes de la acumulación capitalista. Según Bettelheim, “las normas de las empresas soviéticas parecen cada vez más un calco de las vigentes en los países capitalistas avanzados… (…) bajo la cobertura de los ‘planes económicos’, son las leyes de la acumulación capitalista -del beneficio, en consecuencia- las que determinan el empleo de los medios de producción” (Bettelheim, 1980, p. 38).

Pues bien, esto no era cierto, como señalaba Sweezy (1979) en polémica con Chavance y Bettelheim. La ausencia de propiedad privada de los medios de producción, el carácter formal del mercado y los precios, y el hecho de que el ascenso de los funcionarios dependiera del cumplimiento del plan, explican que la inversión no se rigiera por el beneficio. Los directores de empresas trataban de superar las metas fijadas por el plan, sin prestar atención a la calidad de los productos, a los costos, o a las necesidades de la demanda. Y el sistema burocrático daba pie a muchos comportamientos que no se regían por la rentabilidad. Por ejemplo, si a una empresa que fabricaba tornillos el plan le fijaba una x cantidad de unidades a producir, era racional (desde la lógica de la dirección) fabricar la mayor cantidad de tornillos (así fueran todos pequeños), para superar x. Si por el contrario se fijaba en y toneladas de tornillos fabricados, no se producían tornillos pequeños, porque era racional producir las unidades más pesadas. Si el objetivo se fijaba sobre una base financiera, la fábrica se esforzaría por producir las variantes más caras del producto. En todos los casos, el aspecto “calidad”, quedaba de lado. Dado lo generalizado de estos comportamientos, existían problemas crónicos, como falta de determinados productos, carencia de repuestos y fallas en los productos terminados. En un estudio realizado en zonas rurales cercanas a Moscú se encontró, en la década de 1980, que las granjas cooperativas mantenían, en promedio, unos seis tractores en stock, solo para utilizar sus piezas como repuestos. Esto se debía a que las fábricas de tractores no producían repuestos; y los equipos se rompían, en buena medida debido a su mala calidad. Nada de esto puede explicarse con las leyes de la acumulación capitalista, regida por la lógica del beneficio.

El problema también se puede ver en cómo se decidía la construcción de nuevas plantas industriales. Debemos tener presente que en la medida en que los ministerios tuvieran más inversiones en marcha, aumentaban su poder. Además, las nuevas empresas, una vez puestas a producir, podían garantizar insumos (siempre escasos) a las empresas ya establecidas en la órbita del ministerio en cuestión; ya hemos indicado que existía una tendencia a la autarquía. Las direcciones de empresas también tenían interés en que se aprobaran inversiones, por lo que hemos explicado más arriba. Por otra parte se sabía que una vez iniciada una inversión, el flujo de recursos no se detenía. (aunque podía adelgazar, y mucho). Por lo tanto, desde el punto de vista de la dirección de los ministerios,y de las empresas, era racional lograr que se aprobaran muchos emprendimientos de inversiones. La meta era iniciar grandes construcciones, y la preocupación por su terminación pasaba a un segundo plano. Esto traía como consecuencia que hubiera una enorme masa de insumos destinados a muchos emprendimientos en marcha, sin un output equivalente. Lo cual explica también que las construcciones de plantas, en promedio, duraran muchos años. Así se llegó al extremo (reconocido por la misma dirección soviética) de empresas que antes de inaugurarse ya eran obsoletas, porque en su construcción se había tardado 20 o 25 años.

Algo similar ocurría con la innovación tecnológica. La URSS tuvo una producción científica relativamente avanzada, pero no se traducía en avances paralelos en los lugares de producción. Es lo que se conocía como el problema de “la introducción”. Es que antes de introducir nuevos métodos y tecnologías (que exigen tiempo para ponerse a punto, y pueden no dar resultados), las direcciones se atenían a lo ya probado. Después de todo no había presión por el cambio tecnológico, dada la ausencia de competencia de precios. Esta situación incluso dio lugar a la formación del Comité del Estado para la Ciencia y la Técnica, presidido por el vicepresidente del Consejo de Ministros, para estimular la innovación tecnológica. Sin embargo no se avanzó en la solución del problema de la “introducción”. En este respecto Volskensky anotaba que “la actitud frente al progreso técnico (en la URSS) … es exactamente la inversa de la que tiene el capitalismo” (p. 143). Esto se combinaba con una baja tasa de reemplazo de los equipos existentes, mantenimiento deficiente y defectos de construcción (Clarke, 2007). Paralelamente, la tecnología soviética se desarrollaba “de acuerdo a los recursos disponibles, y sin referencia a las restricciones de costos que estructuran a la tecnología occidental” (Clarke, 2007, p. 29). Por ejemplo, utilizaba más energía o metal que sus contrapartes occidentales. En los 80 la industria soviética consumía entre el 30% y el 50% más de energía y metales por unidad de producto terminado que los países adelantados (Lavigne, 1985).

Todo indica entonces, y contra lo que afirmaban los defensores de la TUSCE, que las empresas soviéticas no se regían según el principio de la rentabilidad. A principios de los 80, Aganbeguian, un importante economista soviético, asesor de Gorbachov, reconocía que las tareas, los equipamientos y las cantidades a producir no se decidían por los beneficios. Dado que la salida del producto se consideraba garantizada, y que los precios estaban fijos, si se podía producir más, se producía, porque se descontaba que los consumidores comprarían el producto. Por eso Aganbeguian caracterizaba a la URSS como una economía de “posibilidades de producción” (1987, p. 179). La preocupación de las direcciones de las empresas era asegurar los insumos y cumplir (o aumentar) la producción. De ello dependían sus eventuales ascensos en el aparato; las consideraciones sobre las ganancias no entraban en las decisiones de invertir (Aganbeguian, 1987).

Por otra parte, dados los estrangulamientos y el acaparamiento, la actividad económica estaba sometida a fluctuaciones violentas, caracterizadas por tiempos de “calma” (falta de insumos, trabajo y plantas semi ociosos, etc.) y tiempos de “tormenta” (llegada de insumos, sobreutilización de equipos y sobretrabajo para cumplir con el plan). Lo cual agravaba los cuellos de botella, las distorsiones entre las ramas, y el desgaste de los equipos. Pero no se trataba de fluctuaciones gobernadas por las variaciones de la ganancia, como sucede en el capitalismo, sino por la lógica de la economía de escasez. Esta mecánica explica, además, por qué la crisis final de la URSS no se ha manifestado a través de alguna crisis de sobreproducción terminal. Más bien hubo una disminución progresiva de la tasa de crecimiento, a medida que se agotaban las posibilidades del crecimiento extensivo, y fracasaban los intentos de pasar al crecimiento intensivo. Desde inicios de la década de 1960 ya había una aguda conciencia en la dirección soviética del problema (de ahí los intentos de introducción de reformas pro mercado). Hacia 1970, cuando se calcula que la URSS alcanzó su máximo poder, su economía era un 40% inferior a la de EEUU (y más débil aún si se calcula el producto por habitante). Entre fines de la década y mediados de la siguiente el problema se agravó, y la economía tendió a estancarse.

Burocracia, Estado y tras*formación capitalista

Vinculado a lo anterior, están las dificultades que surgen al asimilar a la dirigencia soviética a la clase capitalista. Ya hemos apuntado algunas diferencias sustanciales entre los burócratas soviéticos y la clase capitalista. Los burócratas no tenían el derecho a la libre compra de medios de producción y contratación de mano de obra, y no podían tras*formar sus ingresos en capital. Por esto mismo el dinero no podía desplegase como “poder social privado”, como capital. Pero además, de la ausencia de propiedad privada derivaba una mecánica de reproducción de la burocracia, y de relación con el Estado, sustancialmente distinta de la que existe en el capitalismo. Para ver por qué, partamos de la afirmación de Bettelheim (1980), de que la forma del proceso de apropiación del excedente era la base de la reproducción de las relaciones de clase en la URSS, e indaguemos en esa “forma”. Su particularidad consistía en que la apropiación del excedente estaba determinada por el control que ejercía la burocracia sobre el Estado. Esto significa que en la URSS el poder económico de la burocracia derivaba de su poder político. En cambio, en el modo de producción capitalista, la base de la reproducción de las relaciones de clase es el la propiedad privada de los medios de producción, y en consecuencia el poder político de la clase capitalista deriva de su poder económico, y no al revés. La diferencia no es menor, ya que en la URSS no operaba la “relativa autonomía” de lo económico con respecto a lo político y el Estado, como ocurre en el capitalismo. Por eso se daba la circunstancia que los conflictos obreros (por condiciones de trabajo, salarios, o cualquier otra reivindicación) inmediatamente derivaban en cuestionamientos del Estado. Refiriéndose a las protestas de los obreros de Solidaridad polaca, alguien anotó que la ironía del “legado leninista” consistía en que el control del Estado sobre la economía era tan directo y abierto, que generaba una crítica al Estado dentro del proceso de trabajo (citado en Aswin, 2003). No es lo que sucede en el modo de producción capitalista.

Estas cuestiones son importantes para entender el cambio que ocurrió en la URSS entre fines de la década de 1980 y comienzos de la siguiente. Ya a fines de los 80 un sector de la burocracia (a través de la organización de la juventud, el Konsomol) comenzó a tras*formarse en clase propietaria. Fue entonces cuando establecieron empresas, muchas en asociación con capitales extranjeros, y bajo la forma de “cooperativas” (en mayo de 1988, y bajo presión del Konsomol, se modificó la ley de cooperativas, lo que permitió ampliar sus actividades). Solo las empresas que estaban conectadas con la nomenklatura tenían el derecho a entrar en tras*acciones de propiedad. Por este motivo se vendían (fines de los 80) empresas estatales a firmas que habían sido fundadas con participación de la nomenklatura. En otras palabras, la nomenklatura (en especial la generación más joven) se vendía a sí misma la propiedad estatal, a precios muy bajos. Clarke (1992) habla de “privatización espontánea” a partir de la formación de cooperativas y pequeñas empresas de “leasing”, ligadas a las grandes empresas estatales, que originariamente fueron establecidas para eludir los controles centrales sobre salarios y flujos financieros, y eludir impuestos. Muchos directores, dice Clarke, desmembraron las empresas estatales, tras*formando las partes rentables en subsidiarias privadas, y abandonando el resto de la vieja empresa estatal, para colocarse ellos mismos como capitalistas privados. También hubo ministerios que se tras*formaron en complejos industriales, comerciales, etc. Para esto el ministro, o algún alto funcionario, se convertía en su director, el complejo adquiría el estatus de una compañía por acciones, y los accionistas eran los mismos funcionarios. “Tomado de conjunto, es claro que que el proceso de reforma económica tuvo lugar bajo el control de la nomenklatura y para su beneficio material directo”, señalan Kryshtanovskaya y White (1996). Precisemos también que si bien, cuando las privatizaciones se hicieron de forma abierta en los 90, se entregaron bonos a los trabajadores (la propaganda decía que así participarían de la propiedad de las empresas), los trabajadores se vieron obligados, posteriormente, a mal vender esos bonos, dados los bajos salarios, desocupación y miseria que siguieron a la caída de la URSS. Lo importante, para lo que nos ocupa, es que este cambio social no puede apreciarse en todas sus consecuencias si no se tiene en mente la centralidad de la propiedad privada de los medios de producción para la conformación de una clase capitalista. Una cuestión que de todas formas queda planteada es si la burocracia constituía una clase social, a pesar de que no era propietaria de los medios de producción; vamos a examinar esta cuestión en la próxima nota dedicada a la caracterización de la URSS.

Puntos de acuerdo con la TUSCE

A pesar de la discrepancia con respecto a la caracterización de la URSS como “capitalismo de Estado”, considero que existen por lo menos dos cuestiones importantes que hay que rescatar del planteo de Bettelheim y otros autores defensores de la TUSCE.

La primera es que todo parece indicar que en la URSS la burocracia explotaba a la clase obrera. Esto es, existía una extracción y apropiación sistemática del excedente generado por los productores directos. Muchos partidarios de la tesis de que la URSS era un régimen burocrático particular también plantearon esta cuestión, aunque hay discrepancias acerca de si la burocracia constituía o no una clase social. E incluso Trotsky, defensor de la tesis de que la URSS era un régimen proletario burocrático, al final de su vida admitió que la burocracia explotaba -”de manera no orgánica”-a la clase obrera (Trotsky, 1969).

En segundo término, la importancia (para el análisis, pero también para el programa y estrategia política de las fuerzas socialistas) de diferenciar entre estatización y socialismo. Sobre este tema, escribía Bettelheim:

“… la progresión hacia el socialismo no es otra cosa que la dominación creciente por los productores inmediatos de sus condiciones de existencia y por lo tanto, en primer lugar, de sus medios de producción y de sus productos. Esta dominación no puede ser sino colectiva y lo que se llama “plan económico” es solo uno de los medios de esta dominación, pero solamente dentro de condiciones políticas determinadas, en ausencia de las cuales el plan no es más que un medio particular puesto en marcha por una clase dominante, distinta de los productores inmediatos, que vive del producto de su trabajo, para asegurar su propia dominación sobre los medios de producción y sobre los productos obtenidos” (Sweezy y Bettelheim, 1972, p. 45).

Por este motivo Bettelheim sostenía que el plan económico no podía identificarse sin más con el socialismo, ya que podía “impedir el dominio de los productores sobre las condiciones y los resultados de su actividad” (ídem, p. 52), y agregaba que “no pueden existir relaciones de producción socialistas más que en la medida en que haya dominio de los productores sobre las condiciones y productos de su trabajo” (p. 53). Volveremos a esta idea clave en la próxima nota, cuando analicemos la tesis que caracterizó a la URSS como un “estado obrero burocrático”.

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La URSS fue un tipo de régimen burocrático, no obrero y no capitalista, que fue el resultado de una tras*ición al socialismo bloqueada.

"La idea de que la URSS fue un régimen proletario, pero burocrático, fue desarrollada por Trotsky y el movimiento trotskista. El planteo de Trotsky es bastante complejo, y aquí solo presento un esbozo del mismo.

Trotsky comienza distinguiendo entre la dictadura del proletariado, o Estado obrero, y el socialismo, en el sentido que lo hacía el marxismo clásico, y por lo tanto rechaza la tesis de Stalin, de que la URSS había entrado en la fase del socialismo. En la medida en que en la URSS existía un poderoso Estado represivo, y tensiones y diferencias sociales, afirmaba Trotsky, no podía hablarse de socialismo. A partir de aquí, presenta un análisis del surgimiento de la burocracia sustentado en las categorías marxistas. Se inspira en la idea -de Marx y Engels en La ideología alemana- de que el desarrollo de las fuerzas productivas es una premisa necesaria para eliminar a las clases sociales, porque de lo contrario solo se generalizaría la indigencia, y volvería todo lo anterior. Pero ese desarrollo estaba ausente en los comienzos del régimen soviético. Encerrado en sus fronteras, y con una economía atrasada, se generaron así las condiciones para que el Estado, controlado por una casta, se apropiara de la parte del león de lo producido (Trotsky, 1973). De aquí también que el socialismo en un solo país fuera inconcebible; era necesario superar el desarrollo capitalista, y esto solo podía ocurrir en una escala internacional.

Por otra parte Trotsky recuerda que ya Marx había previsto que bajo el régimen de la dictadura del proletariado, e incluso en la primera fase del comunismo, seguirían en pie las normas de distribución burguesas (a cada cual según su trabajo). Por lo tanto, en una sociedad de escasez y penuria extrema, como era la soviética en la década de 1920, había tensiones y disputas por la riqueza disponible, lo que generaba las condiciones para que la burocracia adquiriera un papel creciente, en tanto árbitro y agente distribuidor de la riqueza (Trotsky, 1973). A partir de esta función, y montada sobre las relaciones de producción estatizada, pero también sobre las relaciones de distribución burguesas, la burocracia pudo apropiarse del excedente. Y para defender esta apropiación eliminó la democracia obrera, reprimió a las tendencias revolucionarias (también en la Internacional Comunista) y armó un formidable aparato de represión contra la propia clase obrera. Sin embargo, sostiene Trotsky, a pesar de ese rol políticamente contrarrevolucionario, la burocracia tenía una función dual, ya que por un lado defendía y consolidaba normas de distribución burguesas, pero por otra parte no podía sostenerse sin defender el fundamento social de la URSS, que era la industria nacionalizada. En consecuencia la burocracia tenía un “carácter burgués” (Trotsky, 1937), pero jugaba un rol progresivo en la medida en que conservaba las relaciones de propiedad estatales. Por eso también consideraba que el aparato stalinista, a pesar de sus ataques a la clase obrera, “mantiene un significado progresivo como guardián de las conquistas sociales de la revolución” (Trotsky, 1933). En el Programa de tras*ición contempló la posibilidad de que frente a intentos restauracionistas del ala “de derecha” de la burocracia, los trotskistas podrían realizar una alianza táctica con el ala stalinista, para defender la propiedad estatal.


Por otra parte Trotsky veía probable que se acentuaran las tendencias pro capitalistas de la burocracia, o por lo menos de alas significativas de ella; y hacia el final de su vida planteó que la burocracia explotaba a la clase obrera (véase Trotsky, 1939). Sin embargo, en el Programa de tras*ición (de la Cuarta Internacional, de 1938) puso el acento en la eliminación de los “privilegios” y de la “aristocracia soviética con sus grados y condecoraciones”, sin hacer mención a que hubiera alguna relación de explotación. En ningún escrito encontramos desarrollada, ni sistematizada, la idea de “explotación”. En este punto precisemos que los seguidores de Trotsky, o por lo menos muchos de ellos, consideraron sin embargo que la burocracia soviética tenía un carácter de clase proletario. “La burocracia soviética es obviamente todavía una burocracia obrera”, escribía Mandel a fines de los 80 (Mandel, 1988, p. 171, nota). Nahuel Moreno, un dirigente trotskista argentino importante, también participaba de esta idea (el tema tiene consecuencias sobre la caracterización de las burocracias sindicales en países capitalistas, pero no lo podemos tratar aquí).

Con respecto a la naturaleza del Estado soviético, continuaba siendo, a los ojos de Trotsky, un Estado proletario. Afirmaba que “… el régimen que preserva la propiedad expropiada y nacionalizada a los imperialistas es, independientemente de las formas políticas, la dictadura del proletariado” (Trotsky, 1937). Por este motivo, al mismo tiempo que sostenía que la burocracia era un órgano burgués, introducido en el Estado obrero, planteaba que la clase obrera era “la clase dominante”. Esto lo llevó a sostener que la dominación del proletariado se ejercía a través de una casta cuya carácter de clase era burgués. Trotsky no veía contradicción en esta tesis. Explicaba que en la historia se habían dado estos casos; por ejemplo, la monarquía semi feudal prusiana había llevado adelante un programa en beneficio de la burguesía (ídem).

A su vez, frente a los que planteaban que la burocracia era una clase social, Trotsky respondía que en la medida en que no fuera propietaria de los medios de producción, no podía conformar una clase. También rechazó la idea de que la URSS no fuera un régimen ni obrero ni capitalista, con el argumento de que era imposible que hubiera una tercera posibilidad. Aunque, también hacia el final de su vida, sostuvo que si la clase obrera soviética se demostraba incapaz “de tomar en sus manos la dirección de la sociedad”, podría desarrollarse “una nueva clase explotadora a partir de la burocracia fascista bonapartista” (Trotsky, 1971, p. 10). En ese caso, afirmaba, “habría que considerar en retrospectiva que la URSS no habría sido un régimen tras*icional al socialismo” (ídem; énfasis agregado). Preveía que si se produjese una derrota de proporciones, podría surgir una sociedad de explotación “no obrera, no burguesa, o colectivismo burocrático” (ídem, p. 38).

Desde el punto de vista del método de análisis, Trotsky siempre enfatizó que en tanto no se aboliera la estatización, no se había producido un cambio cualitativo en la naturaleza del régimen social iniciado con la revolución de Octubre de 1917.

Necesidad de revisar esta caracterización

Para desarrollar la crítica a esta concepción, partamos del problema que dejó planteado Trotsky: si la clase obrera soviética se demostraba incapaz de tomar en sus manos la dirección de la sociedad, podía desarrollarse una burocracia explotadora (“fascista bonapartista”), y en ese caso habría también que reconsiderar, en retrospectiva, la caracterización de la URSS que el mismo Trotsky defendía en los treinta. Hasta donde alcanza mi conocimiento, el movimiento trotskista de conjunto jamás reflexionó sobre esta cuestión; pero merece examinarse. Es que Trotsky aquí deja abierta la posibilidad teórica de que hubiera una burocracia explotadora (distinta de la clase capitalista), en un régimen distinto de la dictadura del proletariado. Por otra parte, aplica un criterio político para esa re-evaluación en retrospectiva, a saber, que la clase trabajadora se mostrara capaz, o no, “de tomar la dirección de la sociedad” después de la guerra. Y abre la posibilidad de que hubiera un régimen social que debería definirse utilizando una doble negación, “no obrero y no capitalista”, planteando con ello una nueva categoría, “colectivismo burocrático”, para designar esa eventual explotación burocrática. Con esto destaco -frente a algunos que son “más papistas que el Papa”- que en Trotsky encontramos, en estos últimos escritos, un esfuerzo por captar la complejidad de un proceso que, cada vez más, no se dejaba encasillar en las categorías habituales.

Pero además es importante preguntarnos qué sucedió en la URSS durante y después de la guerra, con la clase obrera y el poder político. Durante la guerra, porque cuando se produjo la oleada turística de Hitler a la URSS, las tropas nazis fueron saludadas como “liberadoras” por los primeros pueblos soviéticos que encontraron. Este hecho es histórico, y llevó a que el régimen de Stalin acusara a pueblos enteros de colaboracionistas con los nazis, anulara sus repúblicas socialistas autónomas (o regiones), y deportara a cientos de miles de personas, entre 1943 y 1945, hacia regiones remotas de Asia. Es significativo que en el trotskismo, casi no se hablara de cómo podía encajar esa actitud de pueblos soviéticos ante los ocupantes nazis, con la caracterización de la URSS como “Estado obrero”.

Por otra parte, y con respecto a la situación posterior a la guerra, el régimen permaneció, por lo menos, tan ajeno al control de los trabajadores como al momento en que Trotsky escribía sobre la URSS. Sin embargo, en el trotskismo la caracterización de la URSS se mantuvo invariable. Incluso la Cuarta Internacional consideró que la burocracia soviética había cumplido -aunque con métodos burocráticos- un rol históricamente progresivo en Europa del Este, al extender las estatizaciones, y con ellas, los “Estados obreros burocráticos”. Se consideraba entonces que estos países estaban, de alguna manera, en tras*ición al socialismo.

De todas maneras dentro del trotskismo hubo excepciones, siendo la más significativa la de Natalia Sedova Trotsky (viuda de Trotsky), quien renunció a la Cuarta Internacional, en 1951. En su carta de renuncia, Natalia Sedova sostuvo que la revolución ya había sido destruida por el stalinismo; que en la Unión Soviética se había consolidado una aristocracia tiránica y privilegiada; y que esto constituía el desenlace del curso hacia la derecha, que había descrito Trotsky. También planteó que el rol del stalinismo en Europa del Este no había sido progresista y revolucionario, sino reaccionario, ya que había ahogado en sangre a los pueblos que se levantaron a la caída del nazismo. Lo central, en la consideración de Sedova, era que el poder de los trabajadores había sido completamente liquidado, y por lo tanto la URSS no podía identificarse con un estado obrero (ver Sedova Trotsky, 1951). Aquí la estatización no es condición suficiente para definir la existencia del poder obrero estatal, ni para afirmar que estemos frente a una sociedad en tras*ición al socialismo.

Sin embargo, fue la manera en que cayó la URSS la que puso de la forma más clara la necesidad de repensar la caracterización. Es que ante los acontecimientos de fines de los 80 y principios de los 90 los pronósticos y categorías que manejaban los trotskistas estallaron por los aires. En este punto presento mi experiencia personal, ya que hasta 1990 milité en el trotskismo (mi ruptura se produjo en buena medida a raíz de estas cuestiones).

Cuando a fines de los años 80 los trotskistas comenzaron a introducir en la URSS y Europa del Este los escritos de Trotsky, estaban convencidos de que los trabajadores, apenas los leyeran, se sentirían identificados con ellos. Por aquellos tiempos (fines de los 80, principios de los 90) reinaba el mayor de los optimismos en las filas de casi todas las organizaciones que se reclamaban de la tradición de la Cuarta Internacional. “Se restablece la conexión histórica con el movimiento obrero soviético”; “los trabajadores soviéticos van a defender las conquistas de la Revolución de Octubre”; “es imposible que vuelva el capitalismo a menos que la burguesía mundial aplaste a los trabajadores en una guerra civil abierta”; “las dos Alemania no se podrán unificar, a menos que haya una guerra a escala europea entre los Estados”, fueron algunas de las tantas afirmaciones que se hicieron por aquellos días. Todo coronado con la idea de “llegó la hora del trotskismo”, porque “el proceso revolucionario en la URSS indica que las masas trabajadoras retoman el curso de su acción histórica, independiente de la burocracia”. ¿Cómo podía ser que las masas trabajadoras no defendieran a “su” régimen de las fuerzas que buscaban la restauración capitalista? Incluso había grupos que estaban esperanzados en que la fracción “centrista” de la burocracia defendiera las “bases sociales” de la URSS.

Sin embargo, nada de esto sucedió. La burocracia de conjunto viró hacia el capitalismo, no hubo guerra civil (obreros contra restauracionistas) en la URSS, las Alemania se unificaron sin conflictos armados mundiales… Por supuesto, lo más inesperado fue la reacción de los propios trabajadores soviéticos ante las caracterizaciones de la Cuarta Internacional. Recuerdo que a comienzos de 1990 compañeros trotskistas me decían que el punto que más conflicto generaba en las reuniones con los trabajadores era la caracterización del régimen como “obrero”. “¿Qué tiene que ver esto con nosotros?”, era la pregunta infaltable. Personalmente participé en discusiones -aunque en Budapest- con activistas que se consideraban a sí mismos “socialistas”, y no podían admitir que se tratara a esos regímenes de “proletarios” (por más que adjuntáramos el adjetivo “burocrático”). En cuanto a la salida política, lo más a la izquierda que llegaban era a concebir un socialismo “a lo Suecia” aplicado en el Este. El sentimiento era generalizado. La cuestión también se combinaba con la discusión sobre el carácter de clase de la burocracia gobernante, ya que no había manera de convencer a los trabajadores de que la dirigencia soviética era “proletaria”, como afirmaban muchos dirigentes de la Cuarta Internacional.

Naturalmente, este pensamiento generalizado en la clase trabajadora se reflejó en la manera en que avanzaron las privatizaciones, junto al estímulo al capital privado. La resistencia fue mínima, a pesar de lo que quieren hacer creer algunos, que ven “revoluciones obreras en ascenso” a cada paso. Apenas hubo entrega de los “vouchers” (o bonos) a los trabajadores, como último tributo formal a la propiedad “socialista”. Pero era una cortina para disimular que las empresas estaban cayendo en manos privadas. Nadie se engañaba, en el fondo. Desde los últimos años del régimen había empresas que estaban siendo privatizadas (bajo la cubierta de las cooperativas), sin que el proceso encontrara alguna resistencia apreciable de parte de la clase obrera. Además, después de 1990 se abrían nuevos emprendimientos, con libertad para la contratación de mano de obra. La “amarga verdad” era que los trabajadores no identificaban a la industria nacionalizada con el poder obrero. Hubo guerras, pero nacionalistas (como en la ex Yugoslavia); no hubo guerra de clases en el Centro y Este de Europa por imponer, o impedir, el avance del capitalismo. La tesis de que la URSS era un Estado proletario, aunque burocrático, no resistió la prueba de los acontecimientos. Algo fallaba, y de manera esencial.

Estatización y Estado obrero

Tal vez la falla fundamental del enfoque trotskista sobre la URSS consiste en haber identificado mecánicamente la existencia de la estatización (utilizo los términos estatización y nacionalización como sinónimos) de los medios de producción con una relación de producción socialista, o proletaria. Se pensaba que la estatización generalizada era socialista porque impedía el desarrollo del capitalismo. Sin embargo, la realidad es que impedir que prospere el capitalismo no equivale mecánicamente a impulsar la tras*formación de la sociedad en dirección socialista. Recordemos al respecto que el objetivo del socialismo es que los productores directos administren los medios de producción, y se eliminen las formas burguesas de división del trabajo, en particular la división entre trabajo manual e intelectual. Y la nacionalización de los medios de producción, en sí misma, no genera impulso alguno hacia la socialización. Solo adquiere un sentido socialista si es un momento en el desarrollo hacia el socialismo; en otras palabras, encierra la posibilidad de iniciar el tránsito al socialismo, pero por sí misma no decide la evolución ulterior. Por este motivo un Estado obrero no se puede definir como tal a partir de la mera existencia de la estatización de los medios de producción.

Es cierto que el Estado soviético mantuvo durante décadas la estatización, impidiendo la vuelta al capitalismo. Sin embargo, no solo mantenía la estatización, sino también luchaba -en oposición a los trabajadores y las corrientes críticas de izquierda- por impedir el avance hacia la socialización. Y sobre esta base se erigió un sistema de extracción del excedente generado por los productores directos. De manera que la URSS, bajo el régimen burocrático, no estaba en tras*ición al socialismo. No existía impulso económico alguno que llevara a la socialización, y el poder político bloqueaba cualquier tipo de tras*ición. Pero un Estado que impide la tras*ición, no puede ser considerado un Estado proletario (o una dictadura proletaria), cuyo contenido se define precisamente por el hecho de que impulsa la tras*ición al socialismo. Si bien Trotsky tenía razón al afirmar, en polémica con sus críticos, que la política es “economía concentrada”, sin embargo pasó por alto que esa “economía concentrada” no se limitaba a la relación de producción estatizada, ya que también incluía la política estatal destinada a bloquear el avance hacia la gestión colectiva.

Estas consideraciones también permiten responder otro de los argumentos de Trotsky, la posibilidad de que en la URSS la burocracia hubiera sustituido a la clase obrera, a la manera de lo sucedido en Alemania en el siglo XIX. Esta tesis sería aplicable al caso soviético si el poder estatal hubiera, de alguna manera, favorecido el desarrollo y profundización de las relaciones socialistas. Pero no es lo que sucedió. Más en general, puede decirse que no existe automatismo económico que genere la socialización, y por lo tanto es imposible que haya tras*ición al socialismo por fuera de la aplicación de un programa que conscientemente se plantee esa meta.

Cambio cualitativo y tras*ición bloqueada

Otro de los argumentos favoritos de Trotsky, frente a los que sostenían que la URSS ya no era, en los años 30, un Estado proletario, consistía en señalar que no se había producido un cambio cualitativo en las relaciones de propiedad. Pero desde el abordaje que estamos proponiendo, en cambio, sí se advierte que hubo un cambio de tipo cualitativo, en el sentido del retraimiento de la actividad de los trabajadores, y el avance de la burocracia, que estabiliza una relación de explotación. Ya en sus últimos años de vida Lenin anotaba con preocupación la manera en que se había desarrollado la burocracia (por ejemplo, en enero de 1923 escribía que el aparato estatal “representa en su mayor parte una supervivencia del antiguo aparato”), y en ocasión de la discusión sobre los sindicatos y la NEP, había caracterizado al Estado como “proletario, con deformaciones burocráticas”.

Sin embargo, en los años posteriores lo que eran “deformaciones” adquirieron características orgánicas, y el aparato estatal se enfrentó, con represión abierta, a las fuerzas que pugnaban por la socialización. En especial, entre el período de la colectivización forzosa y la terminación del llamado Tercer Proceso de Moscú, en 1938, ocurrieron cambios tan profundos, que generaron un abismo social entre los productores directos y la burocracia. Se trató de una catástrofe humana, de proporciones colosales, que implicaron la ruptura de la alianza de los campesinos con el régimen; la fin de millones de personas; la eliminación de la vanguardia revolucionaria y crítica; la extensión del terror entre la clase trabajadora (por cualquier falta menor en el trabajo, o discrepancia, se podía terminar en un campo de trabajo forzado); y el consiguiente reforzamiento de la burocracia como un grupo explotador. Para tener una aproximación a lo sucedido, digamos que cálculos realizados luego de la caída de la URSS, utilizando la apertura de los archivos del régimen, y estadísticas censales, dan como resultado que entre 1930 y 1936 habría habido en la Unión Soviética 8,6 millones de muertes no explicadas, que se deben atribuir a la colectivización, al hambre y la industrialización forzada; de ellas, 2,8 millones corresponderían solo a la colectivización. Por otra parte, 1,1 millones serían las muertes por el Gran Terror de 1936-1937 (Rosefielde, 1996). En aquellos años se eliminaron dirigentes y militantes del partido, de los sindicatos, los soviets, el ejército, y líderes en todo tipo de actividades del arte y la ciencia. Según el informe Kruschov al XX Congreso del PCUS, de los 139 titulares y suplentes del Comité Central elegidos en 1934 (esto es, ya bajo completo dominio del aparato stalinista), 98 fueron ejecutados, principalmente entre 1937-8; en tanto, 1108 delegados de los 1966 delegados al XVII Congreso fueron detenidos bajo la acusación de crímenes contrarrevolucionarios. Estos cataclismos, esta represión sistemática, no fueron solo para consolidar “privilegios”. Por eso los trotskistas que se preguntan cuándo se produjeron los cambios cualitativos, tienen en estos acontecimientos la respuesta. El cambio del carácter de clase del Estado (dejó de ser proletario) se produjo a través de una violenta y masiva represión, desatada contra la clase obrera y su vanguardia revolucionaria y crítica. No hubo una caída pacífica de la dictadura del proletariado; aunque esa caída no dio paso directamente a un régimen capitalista, sino a una tras*ición bloqueada.

Un régimen social burocrático, no capitalista y no proletario

En base a lo explicado hasta aquí, puede entenderse por qué coincido con la idea de que la URSS fue un régimen de tipo burocrático, que no puede ser considerado obrero, pero tampoco capitalista. Esto suscita la objeción de cómo es posible que un régimen no sea ni obrero, ni capitalista. Mi respuesta es que sí, que pueden existir regímenes que no se dejan encasillar en las categorías habituales, en particular cuando se trata de sociedades en tras*ición, ya sea porque combinan de forma compleja diversos modos de producción, o porque dan lugar a nuevas combinaciones. Es por este motivo también que la primera aproximación al fenómeno a través de la doble negación, “no obrero y no capitalista”, es válida, y ya ha sido utilizada en el marxismo. Por ejemplo, Engels aborda el colonato, que se extendió en los territorios del Imperio Romano en disolución, sin encasillarlo en “esclavismo” o “feudalismo”. Los colonos, explica, no eran esclavos, pero tampoco campesinos libres, ni siervos feudales (Engels, 1975). De esta manera intentaba dar cuenta de un fenómeno novedoso, que solo al cabo de muchos años daría feudalismo. También Marx, cuando analiza las formas precapitalistas, distingue entre las primitivas comunidades de los romanos, los germanos y las comunidades de la India, según el grado de disolución de los nexos privados, y el grado en que había desaparecido la propiedad común de la tierra, y se había desarrollado la propiedad privada. Todas ellas contuvieron formas híbridas, en diferentes grados de evolución (Marx, 1989). La Unión Soviética, tal como resultó de una tras*ición bloqueada, tampoco puede definirse como “obrera”, ni como “capitalista”.

¿Explotación o “privilegios”?

La discusión sobre si la URSS era un régimen proletario, o una formación burocrática específica, enlaza con el tema de si había explotación, o solo “privilegios burocráticos”. Hemos visto que en sus últimos escritos Trotsky plantea la posibilidad de que la burocracia explotara a la clase obrera -“de forma no orgánica”, sin ahondar en qué significaba esto- pero en el Programa de la Cuarta Internacional, no hizo mención al tema, y el peso está puesto en los “privilegios” de la burocracia. Sin embargo la diferencia entre “privilegios” y “explotación” no es menor. Lo vemos con un ejemplo. Supongamos una cooperativa, en la que un grupo de trabajadores (digamos el 5%) goza de 5 minutos más de descanso, en las pausas diarias, que el resto, sin causa que lo justifique. Podemos decir que esos trabajadores gozan de un “privilegio”, pero no explotan a sus compañeros. Si en cambio esos trabajadores pasan a gestionar la empresa, y producto de esa “gestión”, se apropian de un ingreso ocho o nueve veces mayor que el resto de los trabajadores; y si además, para defender sus puestos, se arman y reprimen a quienes los cuestionan, ya no hablaremos de “privilegios”, sino de una extracción sistemática de excedente. En algún punto de la evolución entre el primero y el segundo escenario se ha producido un cambio cualitativo, y lo que era una diferencia “de cantidad” dentro de la misma clase de los productores, pasó a ser una diferencia cualitativa entre los que trabajan, y el grupo que se apropia del plustrabajo de los primeros. Observemos que legalmente la propiedad de los medios de producción puede seguir siendo colectiva, pero ahora hay explotación, y existen dos grupos socialmente diferenciados, si bien esa diferencia no se deriva de la relación de propiedad legal.

Pues bien, con las adecuaciones correspondientes, el ejemplo ayuda a comprender el carácter de la URSS, donde la situación se asemejaba -por lo menos desde los años 30- al segundo escenario. La burocracia explotaba sistemáticamente a la clase obrera, a pesar de que no existía la propiedad privada de los medios de producción, porque lo hacía a través del Estado. Pero entonces no hay manera de considerar a ese Estado como “proletario”, ni a la burocracia como parte de la clase obrera. Por este motivo, y siguiendo una larga tradición de autores de izquierda, nos inclinamos por considerar a la Unión Soviética como una forma de sociedad burocrática, en la cual los productores directos eran explotados a partir del dominio del Estado por la burocracia.

Sin embargo, cuando afirmamos esto, se nos responde que no estamos dando una definición precisa de clase. “¿Estamos ante relaciones de producción capitalistas, o socialistas?” se nos pregunta. La respuesta es que no son capitalistas, pero tampoco socialistas. En la URSS los medios de producción eran “de todos”, legalmente, pero sobre esta base se levantó un régimen de explotación. La relación de explotación por lo tanto está definida por la oposición Estado burocrático (que se apropia del excedente) / trabajadores directos (que producen el excedente). Afirmar que de esta manera la relación de explotación no está definida, no tiene sentido. Recordemos que incluso Marx contempló la existencia de explotación a través del Estado, en las llamadas formaciones asiáticas. En El Capital sostiene que en las entidades comunitarias primitivas, donde prevalecía el sistema de tributos, es “el Estado que percibe tributos el que es propietario, y por ende vendedor del producto” (Marx, 1999, p. 417, t. 3). El excedente era apropiado colectivamente por la burocracia, y los campesinos poseían la tierra solo en la medida en que eran miembros de la comunidad. Pues bien, el régimen soviético tiene alguna semejanza con esto, en el sentido que a pesar de que la apropiación del excedente no es privada (en las sociedades divididas en clases típicas, esclavismo, feudalismo, capitalismo, la apropiación es privada), la misma existe, y hay explotación.

Lógicamente, si se acuerda en que éste era el contenido del régimen, buscar cuál es la forma de expresar ese contenido se convierte en una cuestión de importancia secundaria. Hemos visto que Trotsky adelantó la expresión “colectivismo burocrático”; otros hablaron de “Estado burocrático”, o “régimen burocrático”. Si estamos de acuerdo en el contenido, no veo problemas en adoptar alguna de estas expresiones, o similar.

Interludio: el análisis de Christian Rakovsky

Son muchos los autores que plantearon que la URSS era una formación burocrática específica. En lo personal, he sido muy influenciado por la lectura de Füredi (1986). Pero en este “interludio” quiero presentar el análisis de Rakovsky, quien en una fecha tan temprana como 1928 advertía que se estaba produciendo un cambio en el régimen social en la URSS. Rakovsky fue un revolucionario búlgaro, presidente del Soviet de Ucrania en 1918, líder de la República Soviética de Ucrania, embajador por la Unión Soviética en Inglaterra y Francia, y militante de la Oposición de Izquierda, en la década de 1920 y 1930.

La primera cuestión a destacar es que Rakovsky planteaba que la posibilidad de que la clase obrera pudiera conservar su rol dirigente en el Estado, dependía de su nivel de “actividad”, y alertaba que ya para entonces (1928) se asistía al declive “del espíritu de actividad de las clases trabajadoras”; que había una creciente indiferencia de los trabajadores hacia el destino de la Unión Soviética y pasividad ante los abusos crecientes de la burocracia. Agregaba que “… lo que constituye el mayor peligro es precisamente la pasividad de las masas (una pasividad aún mayor entre las masas comunistas que entre las masas no comunistas) hacia las manifestaciones sin precedentes de despotismo que han surgido”. Más adelante, explicaba la forma en que surgía la burocracia. Sostenía que cuando la clase obrera toma el poder, una de sus partes se convierte en agente de ese poder. Por lo tanto surge la burocracia. Dado que en un Estado socialista la acumulación capitalista está prohibida para los miembros del partido dirigente, la diferenciación comienza por una diferencia de funciones, y luego se convierte en una diferencia social. Los comunistas que disponen de muchos más bienes que los trabajadores, agregaba Rakovsky, están separados por un abismo de las masas. Las funciones han cambiado tanto a los dirigentes, antiguos revolucionarios comunistas, que “no solo objetivamente, sino también subjetivamente han dejado de ser parte de la misma clase trabajadora”. Si esto ya ocurría en 1928, qué decir de la situación una década más tarde, después de la colectivización y los grandes Procesos de Moscú. El mismo Rakovsky cayó víctima de las purgas stalinistas, y fue fusilado en 1941.

La burocracia, ¿una clase social?

Una importante cuestión que se ha discutido entre los partidarios de caracterizar a la URSS como una formación burocrática, es si la burocracia constituía una clase social. Esta debate se combinó, en algunos autores, con las perspectivas históricas de la URSS. Con respecto a este aspecto, algunos autores pensaron que el capitalismo y la URSS evolucionaban hacia una nueva forma social, en que prevalecerían los tecnócratas estatales y directores de empresas, y que la burocracia sería una nueva clase, a nivel mundial. Por ejemplo Bruno Rizzi, que fue militante trotskista, sostuvo en los treinta que la URSS y Alemania (bajo el nazismo) eran regímenes nuevos, no obreros y no capitalistas, y que esto abría una nueva forma de evolución histórica (ver Rizzi, 1980). Esta idea estuvo viva durante mucho tiempo, bajo diferentes formulaciones. La caída de los regímenes “socialistas”, el viraje al capitalismo, y la mundialización del capital (caracterizada por la propiedad privada) de los últimos años, explican que esta perspectiva perdiera actualidad.

Pero el debate más importante es acerca de si la burocracia soviética constituyó una clase. Djilas (1958), Sweezy (1979), Voslensky (1981), entre otros, sostuvieron que si bien no se podía asimilar a la clase capitalista, la burocracia llegó a conformar una clase social. Füredi (1986), en cambio, plantea que no puede caracterizarse como una clase. Si bien en lo personal tiendo a coincidir con Füredi, de nuevo lo importante es ponerse de acuerdo en qué queremos significar cuando hablamos de “clase”. Esta cuestión, hasta donde alcanza mi conocimiento, no está del todo resuelto en el marxismo, a pesar de su centralidad en la teoría de Marx. En cualquier caso, si se entiende que la existencia de explotación en beneficio de algún grupo social es condición suficiente para determinar la existencia de una “clase”, deberíamos concluir que la burocracia soviética conformó una clase social. De la misma manera, deberíamos considerar a la burocracia del modo de producción asiático como una clase social. El enfoque alternativo, en cambio, dice que no es suficiente la existencia de la explotación para hablar de clase social, ya que es necesario tomar en consideración la existencia, o no, de la propiedad (eventualmente la posesión) de los medios de producción y/o de la fuerza de trabajo. Por este motivo es que tal vez Marx no haya hablado de conflicto de clases, o enfrentamientos de clase, cuando se refirió al modo de producción asiático, aunque pensaba que existía explotación. De todas maneras, y al margen de lo que escribió Marx sobre ese antiguo modo de producción, lo importante es preguntarse cuál es la relevancia de que existieran, o no, relaciones de propiedad en la URSS. La respuesta que se puede dar a esta cuestión tiene que ver con el modo de acceso de la burocracia al excedente, y la inestabilidad que derivaba de ello. Como ya hemos señalado en la discusión sobre la tesis del capitalismo de Estado, el burócrata accedía al control de los medios de producción a partir de su lugar político en el partido y el Estado; su permanencia estaba condicionada a ese hecho, así como el acceso de su descendencia a esa posición. Sobre esto escribía Isaac Deutscher, a mediados de la década de 1960:

“… de lo que carece esta llamada nueva clase es de propiedad. Sus miembros no poseen ni medios de producción ni tierra… no pueden ahorrar, invertir ni acumular riqueza en la forma duradera y expansiva de bienes industriales o cuantiosos valores financieros. No pueden legar riqueza a sus descendientes, es decir, no pueden perpetuarse como clase. (…) La propiedad siempre ha sido la base de cualquier supremacía de clase. (…) … la dominación burocrática no se apoya en nada que sea más estable que un estado de equilibrio político. Esta es -a la larga- un fundamento de dominación política más frágil que cualquier estructura establecida de relaciones de propiedad, consagrada por la ley, la religión y la tradición” (Deutscher, 1973, pp. 60-61).

También Kerblay y Lavigne (1985) señalaban que los apparatchiks no poseían ningún bien público propio, y las ventajas que disfrutaban estaban atadas a sus funciones, y por lo tanto eran precarias. Es importante destacar que la reproducción social de esta dirigencia operaba centralmente a través del acceso de sus hijos a los institutos prestigiosos que abrían la posibilidad de ascender en la jerarquía. El capitalista, en cambio, posee poder económico propio, al margen de que ocupe o no un puesto político, y en tanto conserve la propiedad de los medios de producción, sus herederos tienen asegurada la pertenencia a la clase dominante. La posición del burócrata soviético era distinta; sus hijos solo podían pertenecer a la nomenklatura en tanto tuvieran éxito en la carrera política. Esto explica que hacia el final del régimen aparecían formas de apropiación privada mediante las cuales los burócratas de la más alta jerarquía trataban de asegurar su posición como clase. Por este motivo es que nos inclinamos a coincidir con los autores que sostienen que, si bien vivía de la explotación, la burocracia no llegó a conformarse como una clase social. En cualquier caso, si en oposición a este enfoque hubiera acuerdo en que basta la existencia de explotación para definir a una clase, podría aceptarse, pero siempre debería tenerse presente esta diferencia con la situación de las clases explotadoras que se basan en la propiedad privada.

Dinámica del régimen

Si bien en estas notas nos centramos en la caracterización del régimen soviético, concluimos con algunas consideraciones sobre su dinámica. Como hemos señalado en la nota anterior, en la Unión Soviética la propiedad estatizada se combinaba con otras formas económicas, de naturaleza híbrida (el caso de las cooperativas agrarias), que daban lugar a acumulación de riqueza que no podía convertirse en capital. Inmersa en un mundo capitalista, la URSS y otros regímenes similares no tenían posibilidad alguna de desarrollar una forma de producción “burocrática” en el largo plazo. El desarrollo extensivo, y el fracaso de pasar a un crecimiento intensivo, sustentado en la tecnología y la productividad del trabajo, impulsaron de manera creciente a estimular las formas proto o pre capitalistas, que parasitaban en los intersticios de la economía estatizada. Por este motivo, el bloqueo de la tras*ición al socialismo, a partir del triunfo de la burocracia, no llevó a una sociedad estática. Lentamente se fueron preparando las condiciones para la restauración del capitalismo. En este respecto tenía razón Trotsky, cuando negaba viabilidad histórica a la burocracia.

Digamos por último que en tanto en la URSS existía un régimen de explotación, una revolución de los trabajadores con contenido o programa socialista, no podía tener solo un carácter político. No se trataba solo de eliminar privilegios, y restaurar los mecanismos de dominio democrático de los productores. La revolución debería tener un contenido social, consistente en acabar con las relaciones de producción burocráticas (esto es, de explotación) y abrir el camino hacia una reorganización socialista. Sin embargo, dada la ausencia de algún programa de este tipo que fuera asumido por la población, la crisis final del régimen y la caída de la burocracia solo podía dar como resultado la restauración del capitalismo; como sucedió en los años 90.

"


http://rolandoastarita.wordpress.com/2011/02/20/¿que-fue-la-urss/[/QUOTE]

Interesantes los análisis de Astarita. A modo de breve resumen:

La antigua URSS no era socialista, porque el poder no era ejercido por los trabajadores más que nominalmente, y porque el Estado supuestamente de los trabajadores no fue tras*itorio con tendencia a la extinción, sino que se consolidó en forma de burocracia. A ese "no-socialismo" tampoco se le podía llamar capitalismo, ni siquiera de Estado, porque no existía competencia ni mercado donde concurrieran oferta y demanda. Lo que sí existía era explotación de los trabajadores por parte de esa burocracia. La falta de competencia y de mercado impedía el desarrollo de las fuerzas productivas que hubiera podido darse en un capitalismo, lo que se tradujo en atraso tecnológico y despilfarro de recursos, de forma que no podía competir con el capitalismo. La perestroika fue promovida por esta burocracia para salir del estancamiento, apropiandose directamente del aparato productivo y convirtiéndose de paso en oligarquía capitalista.

Yo saco la conclusión de que tanto el pasado colapso de la burocracia pseudosocialista, como el presente colapso capitalista, vienen de la imposibilidad de seguir creciendo. El crecimiento de la industria soviética era extensivo más que intensivo, por este atraso tecnológico, lo que la llevó al colapso. El capitalismo actual también está colapsando a cámara lenta ante nuestros ojos, por la imposibilidad de seguir creciendo al haberse topado con sus límites: llegada al peak de la energía y demás recursos naturales; imposibilidad de explotar nuevas poblaciones y mercados vírgenes al haberse extendido ya mundialmente con la globalización.

La economía socialista del futuro deberá ser una economía del decrecimiento. Esa economía deberá basarse en el aprovechamiento de los recursos locales, gestionados de forma directa y descentralizada, de forma que las comunidades sean lo más autosuficientes que sea posible.

Ahí lo dejo. Ahora, a discutir en serio de economía socialista.
 
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La lucha de clases en la URSS de Stalin estaba presente y ganaba claramente la burguesía.

Esto que expones sigo sin verlo, entiendo que hubo un regimen de explotacion, una extraccion de la plusvalia al obrero, acomulacion del capital pero su destino final no eran las sacas de ningun ricachon, a no ser que pruebes que Stalin se hizo millonario, si no que iba dirigido a desarrollar la fuerza productiva de un pais que salia desde la posicion de un regimen feudal hacia el socialismo.

La otra opcion era la que proponia Bujarin, llegar al socialismo a traves de una economia de mercado, seguro que la burguesia se habria encontrado mucho mas comoda bajo esta opcion que con Stalin.
 
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