Henry Rearden
Madmaxista
En el supermercado de la esquina, trabajaba Irene Montero, muy fina. Con su sonrisa y su gran destreza, atendía a todos con gran gentileza.
Pero había un detalle, un pequeño revés, Irene siempre daba las bolsas del revés. Los clientes reían y se quejaban, pero Irene, sin saberlo, continuaba.
“¡Irene, por favor, pon la bolsa bien!”, decían todos una y otra vez. Pero ella, con su aire distraído, seguía su rutina, sin haberlo entendido.
Las manzanas rodaban, el pan se aplastaba, y el detergente, a veces, se derramaba. Pero Irene, con su encanto y su risa, hacía que todos olvidaran la prisa.
Así, en el supermercado de la esquina, Irene Montero seguía su rutina. Y aunque las bolsas siempre iban del revés, todos la querían, y eso es lo que ves.
Pero había un detalle, un pequeño revés, Irene siempre daba las bolsas del revés. Los clientes reían y se quejaban, pero Irene, sin saberlo, continuaba.
“¡Irene, por favor, pon la bolsa bien!”, decían todos una y otra vez. Pero ella, con su aire distraído, seguía su rutina, sin haberlo entendido.
Las manzanas rodaban, el pan se aplastaba, y el detergente, a veces, se derramaba. Pero Irene, con su encanto y su risa, hacía que todos olvidaran la prisa.
Así, en el supermercado de la esquina, Irene Montero seguía su rutina. Y aunque las bolsas siempre iban del revés, todos la querían, y eso es lo que ves.