Von Riné
Madmaxista
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Digaselo a los católicos como el señor que me cita.El papa Francisco no es cristiano claramente. Y si no lo es el papa, de ahi para abajo imaginate..
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Digaselo a los católicos como el señor que me cita.El papa Francisco no es cristiano claramente. Y si no lo es el papa, de ahi para abajo imaginate..
Si no recuerdo mal, las navidades paganas eran las Saturnalias. La fiesta del Sol Invicto sería el equivalente a la noche de San Juan. Se celebra con el apogeo del sol, o sea, solsticio de verano.
En mi iglesia no celebramos la Navidad, dentro del protestantismo hay diversas corrientes.
En cuanto a los católico-romanos que niegan el cristianismo nuestro, es para que muestren sus frutos de negar la Palabra de Dios y la Obra Perfecta de Cristo.
Aunque no sé a quien está citando.
Normal que no celebréis Navidad, los protestantes negáis a Cristo cuando dice "esto es mi carne", y a Pablo cuando dice "quien no discierne (en otras versiones "cree que esto sea") la carne de Cristo, come y bebe su propia condenación".
Y en tu caso, que eres amanegros, con más gusto todavía.
Sin duda era criptojudio. Solo asi se comprende tanta maldad.Mister Oliverio Cromwell, un verdadero lechón criminal que estará en el infierno.
Un harén de chavs inglesas con cinco hijos, tatuadas hasta las pestañas, maquilladas con la escopeta de homer, pesos pesados con alopecia seborreica y vestidas como un puñetero arbol de navidad, pero enseñando cacho por todas partes.
No solo cosa de gente de izquierdas. Dentro del mismo cristianismo hay/hubo algunos grupos de oposición.
En 1647 Inglaterra declaró que su enemigo "número 1" era la Navidad. Y al hacerlo precipitó el fin de todo un régimen
Si hoy te das una vuelta por los comercios de Londres (al igual que por los de medio planeta) lo más probable es que escuches casi en bucle el famoso...www-xataka-com.cdn.ampproject.org
Navidades de la segunda mitad de la década de 1640 quizás no fueran muy ortodoxas en Gran Bretaña; pero lo cierto es que tampoco eran tiempos tranquilos a nivel político. Entre 1642 y 1651 el reino encadenó las denominadas guerras civiles inglesas entre realistas y parlamentarios. La ordenanza "anti Navidad" del 47 llegó de hecho poco después de la primera guerra civil, en la que los parlamentarios se impusieron a los partidarios de Carlos I.
Con ese telón de fondo, los puritanos hicieron valer su influencia en el Parlamento para, entre otras cuestiones, emprender una peculiar cruzada contra la Navidad. Para ellos sus festejos y cánticos, por no decir directamente la propia celebración del nacimiento de Cristo cada 25 de diciembre, resultaban aborrecibles por varias razones. No encontraban justificación en la Biblia para semejante festejo, lo consideraban una tradición "papista" y la forma de conmemorar las Navidades les resultaba pecaminosa.
@Taliván Hortográfico
Su éxito se debe a que convierte la Navidad en un show protestante que gusta a marxistas, ilustrados y católicos despistados, cada uno tiene un motivo para sentirse cómodo en este cuento. Hay más cristianismo en la cabalgata de Carmena.
Un buen artículo de Juan Manuel de Prada:
Dickens, converso al unitarismo
Aprovechamos las fechas navideñas para hacer –por indicación del director de Magnificat– una cala en Cuento de Navidad, el célebre relato de Charles Dickens publicado originariamente en 1843. Por estas mismas fechas, el gran escritor británico acababa de convertirse al unitarismo, una secta que niega la divinidad de Cristo, afirmando en cambio que fue un hombre elegido por Dios para encarnar la vida auténticamente religiosa. Otros rasgos característicos de la doctrina unitarista son el rechazo del materialismo, el desprecio de la controversia teológica, el rechazo del dogma y el énfasis en las obras (frente a la fe).
Dickens, que había pertenecido a la Iglesia anglicana, se convirtió al unitarismo al cumplir la treintena, aburrido de las disputas doctrinales que enfrentaban a las diversas facciones: «Asqueado de nuestra Iglesia establecida, de sus debates eruditos y de sus tras*gresiones diarias del sentido común y de la humanidad –escribe en una carta–, he llevado a cabo una antigua idea mía y me he unido a los unitarios, que harían algo por mejorar al ser humano si pudieran, y que practican la caridad y la tolerancia».
Conviene tener en cuenta estas precisiones biográficas antes de abordar el relato de Dickens, que muchos católicos despistados hacen leer a sus hijos, creyendo que en él se contiene una ración de «buenos sentimientos» que los hará mejores. Pero lo cierto es que Cuento de Navidad es una obra de burda jovenlandesalina que contribuyó enormemente a cambiar nuestra idea de la Navidad, quitando a Dios de su centro y convirtiéndola en una festividad «solidaria», una ocasión para ayudar a los menos favorecidos y reunirse con familiares y amigos en derredor de una mesa, con abetos llenos de luces, adornos y juguetes.
A través de esta obra, Dickens defiende la tesis de que es posible una conversión jovenlandesal sin una experiencia religiosa específica, en volandas de un espíritu altruista o filantrópico. La tras*formación de Scrooge, el avaro protagonista, ilustra el significado que la Navidad tenía para Dickens: una ocasión pintiparada –dada la exaltación ternurista propia de estas fechas– para la práctica solidaria, que nos hace más felices (que nos hace «sentir mejores») y mejora la sociedad en la que vivimos.
Sentimiento como religiosidad: vaciamiento de la Navidad
La trama de Cuento de Navidad es tan conocida que no debemos perder demasiado tiempo en resumirla: tres espíritus llevan a Ebenezer Scrooge de gira por las Navidades del pasado, el presente y el fututo, para mostrarle sus yerros pretéritos y advertirle de los peligros que lo acechan si no depone su actitud perversos. Scrooge, por supuesto, aprende la lección y se tras*forma en un hombre generoso y altruista.
Ciertamente, Dickens logra en esta obra enunciar una verdad humana muy honda (la necesidad de conversión que anida en el corazón humano); y lo hace a través de un personaje memorable que queda para siempre en nuestra memoria. Escrito en unas pocas semanas, en una época de su vida en la que Dickens atravesaba serios problemas económicos, Cuento de Navidad fue de inmediato un éxito restallante; y a los pocos meses el mercado se infestó de ediciones piratas (lacra con la que el autor tuvo que batallar siempre). El subtítulo de la obra («Una historia navideña de fantasmas») no deja resquicios a la duda sobre las intenciones de Dickens. Se trata de despojar a la Navidad de su sentido originario y auténtico: en lugar de celebrar el misterio luminoso de la encarnación que penetra las almas, Dickens celebra una rara mezcla de carnalidad y fantasmagoría, un espiritualismo emotivo muy del gusto contemporáneo. Se trata, en realidad, de una actitud típicamente dickensiana: nunca fue nuestro autor un hombre devoto, pero sabía cómo envolver sus tramas de un sentimentalismo que pasaba a los ojos de sus lectores más primarios como alarde de religiosidad. En algún pasaje de Cuento de Navidad leemos que «el sagrado nombre y origen» de la Navidad deben ser «venerados»; y también una afirmación tópica que sostiene que es bueno ser niño en Navidad porque es la época «en que su poderoso Fundador también fue niño»; pero fuera de estas alusiones retóricas y superficiales, no hallamos en el relato ninguna mención a la Navidad cristiana, ni a su sentido teológico, que Dickens sepulta entre las balumbas de su descomunal talento, entre visiones grotescas, contrastes maniqueos, fantasías pantagruélicas y habilidosos giros dramáticos.
Un estilo plástico, vigoroso y colorista
Nadie podrá negar, sin embargo, la eficacia de Cuento de Navidad, una obra que evita la pomposidad propia de la época victoriana, decantándose por una escritura a veces algo desaliñada, pero siempre plástica y vigorosa, con esos alardes sarcásticos tan propios del Dickens de la primera época. Así, por ejemplo, aunque no se pueda dudar de la sinceridad del autor cuando denuncia la misantropía, tampoco parece del todo insincero cuando pone en boca de Scrooge que «todo petulante que anda con un “Feliz Navidad” en sus labios debería ser hervido con su propio pudín, y enterrado con una estaca de acebo atravesándole el corazón». Dickens sabía, sin duda, que es mucho más fácil escribir inspiradoramente sobre la maldad que sobre la bondad, que exige más delicadeza y pudor.
Tal vez por eso Scrooge nos gusta, sobre todo, antes de su conversión; tal vez por eso, mientras el protagonista del relato se comporta malignamente, la pluma de Dickens resulta vibrante, su invención literaria fecunda, su inspiración chisposa y arrebatadamente humorística. En cambio, cuando el autor retrata a la ejemplar familia Fezziwig, el aliento de la historia decae; y cuando pone en boca de la vieja novia de Scrooge una oración virtuosa, sus palabras nos suenan tópicas. Y, por supuesto, los pasajes más cuajados del relato son los que Dickens dedica a los tres fantasmas.
Pero los primores literarios de la escritura dickensiana y su brioso sentido narrativo no logran evitar del todo el esquematismo de la historia. En Cuento de Navidad, los ricos son personas desagradables e impías, sin amigos ni diversiones; los pobres, en cambio, son personas llenas de virtudes, enaltecidas por un cálido compañerismo. En Scrooge, Dickens inventa a un hombre rico que no se permite disfrutar de ninguno de los beneficios de la riqueza; y en la familia Cratchit incorpora un personaje colectivo que no padece ninguno de los efectos venenosos y degradantes de la pobreza. Es verdad que, hacia el final de la historia, Dickens nos muestra a una pareja de niños –en realidad, una alegoría– que irradian el resentimiento propio de quienes han padecido humillaciones y desdenes; pero, en general, el relato parece impulsado por la creencia de que un simple gesto de bondad puede salvar a todas las almas, incluso a las más dolorosamente dañadas.
Este buenismo lacrimógeno es exactamente lo contrario de lo que debe mostrar un arte verdaderamente cristiano, un arte con auténtico conflicto dramático. Y es que Cuento de Navidad es, antes que nada, una obra de propaganda, una tosca utopía filantrópica en la que Dickens exalta sus nuevas creencias unitaristas (de las que luego, por cierto, acabaría apartándose). También la rapidez de la conversión de Scrooge resulta chocante para cualquier lector mínimamente refinado. Tal vez sea aceptable en un apólogo o fábula antigua; pero impropia de una narración moderna, en donde las tras*formaciones de los personajes deberían mostrarse más graduales y matizadas. Aunque, desde luego, Dickens no aspiraba a crear personajes complejos y verosímiles desde una perspectiva psicológica, sino más bien símbolos que sirvieran al mensaje buenista que deseaba proclamar. Que entonces tal vez resultara novedoso, pero que hoy lamentablemente se ha extendido hasta conformar la mentalidad contemporánea, pese a su apabullante falsedad (o tal vez por ello mismo).
Cuento de Navidad se salva por su escritura colorista y briosa, por su fusión de fantasmagoría y realismo victoriano, por sus descripciones arrebatadas, por las sobrecogedoras y regocijantes visiones de los espíritus y, en fin, por esa alegría desbordante que asoma en las costuras del relato, bajo su de derechasda sombría. Scrooge podría haber renegado de su misantropía avarienta, pero permanecer igual de taciturno y gruñón; sin embargo, a la vez que reniega de su egoísmo, se convierte en un hombre deseoso de gozar de la vida. Es cierto que en este vitalismo se esconde la emotividad vacua del filántropo (que «se siente» más feliz después de hacer su aspaviento solidario); pero también hallamos en él una alegre energía que tiene mucho de inspiración divina. Y es que ni siquiera Dickens puede oscurecer el verdadero sentido de la Navidad
los villancicos tradicionales no tendran mas de 100 años. Dudo que en el siglo XVI la Navidad que se celebraba en España se pareciera lo mas minimo a la navidad criptomasonica dickensiana. Una misa del Gallo y a correr.No estoy de acuerdo con el señor de Prada esta vez. En los villancicos tradicionales, que expresan la religiosidad popular, se puede ver el mismo espíritu de Cuento de Navidad, porque representan a la Sagrada Familia como desvalidos a los que nadie quiere ayudar y deben refugiarse en un pobre portal. Otros villancicos cuentan milagros que protagoniza la Virgen en su huida a Egipto, como devolver la vista a un ciego o hacer que un campo de trigo madure en un día. En otro muy popular un rico avariento (como Scrooge) azuza los perros al mismo Cristo disfrazado de mendigo y es castigado. Todo aderezado con mucho sentimentalismo, por supuesto, y compasión, caridad y alegría.
A mí me gusta ir a la Misa del Gallo, cantamos unos villancicos en la Adoración, saludamos a Jesús y luego nos vamos a la calle un rato a seguir cantando y a bebernos una copilla. El día de la Natividad hay que poner El Mesías y a Joaquín Díaz a toda mecha. Sin esto la Navidad no significaría nada para mí.
los villancicos tradicionales no tendran mas de 100 años. Dudo que en el siglo XVI la Navidad que se celebraba en España se pareciera lo mas minimo a la navidad criptomasonica dickensiana. Una misa del Gallo y a correr.
Los villancicos en toda Europa arrancan de canciones populares que cantaban las gentes comunes en su camino de ida y vuelta a la Misa del Gallo y que dependiendo de la época, eran más o menos toleradas por la jerarquía eclesiástica y civil y más o menos incorporadas en canciones propiamente sacras.los villancicos tradicionales no tendran mas de 100 años. Dudo que en el siglo XVI la Navidad que se celebraba en España se pareciera lo mas minimo a la navidad criptomasonica dickensiana. Una misa del Gallo y a correr.