Historias de Hostales, Albergues y Pensiones

Allí estábais los dos bajo la lluvia torrencial como dos iluso mirando la piedra que se había clavado en la rueda.

Tu suerte no mejoraba.

Dos horas caminando por el arcén anegado con el cuerpo aterido y cuando el chaval éste te para va y pincha una rueda.
Una piedra en mitad de la carretera clavada como una punta de flecha.

Y allí estáis los dos agachados mirando la rueda y entonces el pobre levanta la cabeza para mirarte a los ojos y te pregunta si no vas a sacar ahora un cuchillo y matarle.

Le respondes "No, ¿Y tú?",
y te dice que tampoco.

Ya más tranquilos os ponéis a cambiar la rueda y una vez en el coche te ofrece parar a tomar un café.
Conduce hasta una pequeña venta con una parra en la de derechasda,
apenas hay dos coches aparcados y una mujer mayor con un mandil de flores trajina dentro en la barra.

El chaval es joven y viste de traje,
tu llevas un chándal azul y una camiseta de Pepsi que te dieron las monjas en Valladolid.
Pide café para los dos y te pregunta si quieres comer algo.
Un bocadillo de lomo con pimientos.
Tienes mucho hambre y estás helado.

En la radio suenan viejas canciones de los ochenta y lamentas no poder escuchar más música,
te prometes que en cuanto encuentres un curro y sitio donde asentarte,
te pillas un Walkman con radio.

Volvéis al coche y el chaval te da un paquete de tabaco que acaba de comprar.
Al final vas teniendo suerte.
Ya sólo falta encontrar un buen sitio dónde pasar la noche y secarte un poco la ropa.

Casi al anochecer llegáis a Ciudad Rodrigo.
Te despides de ėl con un apretón de manos y le das las gracias mirando a sus ojos.

Con la mochila al hombro echas a andar y enciendes un cigarrillo,
buscas una cabina y llamas a Rubén.
Me recuerdan tus escritos a este blog La saga de Dashiell
No creo que te de para publicarlo pero para burbuja y un blog vas más que sobrado
 
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Última edición:
Es muy posible que nos hayamos tropezado alguna vez. Viví en la calle Infantas todo ese tiempo, en una casa con el ambiente que describes.

El inmueble, en su día, tenía cuatro pisos, dos viviendas por planta y los desvanes; lo reformaron y de él 'crearon' cuarenta apartamentos. Durante seis años viví en una 'buhardilla', antes desván, de menos de 8 metros cuadrados. Cuando fui a empadronarme, en 1987, decían que era imposible que en ese espacio tuviese cuarto de baño. Les dije que se imaginaran una roulotte pequeña. Al final aceptaron.

Los vecinos eran en su mayoría filipinos, también suramericanos. Varios eran ciegos, tenían la sede de la ONCE, que estaba cerca, en la calle Almirante. Había algunas pilinguis, una de ellas tenía un hijo de unos diez años que esperaba en la escalera mientras su progenitora despachaba en el apartamento, en el segundo izquierda D; me acuerdo porque justo enfrente vivía mi mejor amigo de entonces. Cuando el casero los echó, el chico volvió y cagó en el descansillo. También los yonkis usaban la escalera, la mayor parte de ellos venían de fuera a pincharse. Vecinos yonkis sólo había uno, que tenía una novia bonita, también enganchada y que trabajaba en un sex shop. Lo normal es que se fueran arriba del todo porque pasaba menos gente y estaban más tranquilos. Varias veces salí de la buhardilla desván y me encontré alguno tirado con el papel de plata en la mano, incluso con la jeringuilla. Si era de noche lo normal es que el drojata fuera travesti, y había que andar con mil ojos porque se ponían mimosones y querían rozarte con el fin de levantarte la cartera. Travesti y carterista eran casi sinónimos. "Es que estoy muy sola y me gustaría que alguien me acompañara". "No cabemos en casa, guapa", y entonces pasabas por delante con el ojo ciego pegado a la pared y sin perderlo de vista. Uno de estos fue vecino puerta con puerta. Antes era un tío afeminado, loquito, que vivía con otro más bruto, con bigote de mejicano y medio orate, y tenía un loro que pegaba unos chillidos muy fuertes; cuando hacía eso insultaba al loro, ¡calla!, ¡hijo fruta! y tiraba la jaula al suelo. Este afeminado faltó durante un tiempo, un mes más o menos; el azotaloros me dijo que se había ido a Barcelona. Cuando volvió no lo reconocí hasta que lo tuve cerca, y eso que coincidí con él en el portal y subió las escaleras delante de mí. Pensé que era una chica, aunque sus caderas me parecían estrechas. Cuando veo que abre la puerta de al lado me quedo mirando y entonces lo reconocí. "shishi, Santi, que guapa te has puesto, no te conocía". (Y era verdad, lo dejaron muy bien). "¿Verdad que sí, cielo?" "Veo que has aprovechado el tiempo en Barcelona".

Bueno, solo de esos seis años y de esa escalera tengo para novela de cien páginas.

Ese ambiente que describes de la zona centro lo mamé a diario durante nueve años.

Lo has narrado muy bien. Cuando digo narrado es porque lo describes bien y la historia también es buena.
Muchísimas gracias por tu escrito,
y por compartirlo aquí,
es emocionante saber que a pesar del tiempo seguimos guardando esas historias de manera tan vivida.
Si no lo haces ya,
te animo a seguir escribiendo sobre aquel edificio,
yo intento continuar lo mío pero a veces cuesta volver la mirada atrás.
Brillante texto amigo,
un saludo,
buen domingo.
 
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