El patio del convento de las monjas en Toledo era precioso.
Alrededor de un pozo,
con su cubo colgado de un recio arco de forja,
se distribuían con gracia y variedad de colores las macetas y pequeños frutales,
El Sol bañaba todo dando a las gotas de agua la valiosa apariencia de diamantes,
y no deseabas otra cosa que ser un pintor para dejar firmado uno de esos cuadros que se ven en los salones de las señoras ricas.
Sentados en la sombra de las arcadas del patio,
y en la penumbra de la sala de televisión,
un puñado de hombres derrotados y vestidos con chándal o pantalones de pana y zapatos de rejilla,
pasaban la tarde.
La mayoría miraban hacia abajo,
o con disimulo indagaban en el resto por si alguno anduviera fumando para pedirle,
las monjas no dejaban beber,
y se notaban los nervios.
Mientras la hermana te devolvía el dni, deseaste tener un poco de cara de esparto y tierra seca como aquellos hombres,
y no tu cara de niño que servía tanto para salvar el ojo ciego como para perderlo.
Era hora de sacar partido a los ojos de loco, tu mejor baza.
No faltaba mucho para la cena,
las monjas fácil te ponen a cenar a las ocho y dormir a las nueve, como los críos.
Lo mejor para tratar a hombres adultos que lo han perdido todo, tratarlos como a niños, no te joroba.
Al menos éstos están tranquilos,
no como hace unos días,
con el aguacero que cayó en Salamanca y te metiste en el albergue de Cáritas donde tres yonkis casi se dan el pasaporte porque estaban sin tabaco y uno no quería poner "El diario de Patricia" y se escondió el mando.
Te olía la camiseta a humedad.
Killers, la mueca infernal de Eddie con su martillo chorreando sangre.
Sacas un cigarro con disimulo del bolsillo, y vas a un rincón a fumar.
Un tipo con jersey de rombos y pantalón de nike manchado de grasa te mira,
"dame un cigarro chaval",
y tú le das el tuyo y vas a la sala de tele.
Purgatorio de albergue,
las salas de tele siempre te deprimen, pero en ésta hay un viajero al que pasaste en el coche que te había recogido saliendo de Ávila y que también hacia autostop.
Se llama Agus y pasáis la tarde jugando al Parchís.
Está casi alopécico, es bajito y tranquilo,
y te hace sentir bien.
Una persona que no busca problemas con la que poder salir de la celda invisible de la soledad forzosa.
Tiene un hijo en Valencia, quiere verlo.
No le hablas apenas de ti,
que te pegaron mientras dormías en la calle y ahora vas sin rumbo de acá para allá.
Por cómo te sientes mientras habla, piensas que será un buen padre,
pero dudas que pueda conseguir que le dejen intentarlo.
La hermana se asoma para anunciar la cena,
todos en fila al comedor,
alguien dice que está cansado,
muy cansado,
y le dices a Agus entre risas que menudo momento del nido del cuco.
Una olla enorme humeante y unas bandejas tapadas,
huele a tortilla.
Sopa de fideos y tortilla de patatas con una loncha de fiambre cuadrado encima.
La sopa está pasable, la tortilla es asquerosa.
Con lo que ahorran en la cocina deben sacar para tener el patio bonito.
Aún así, como todo el que no tiene nada, comes con ganas y agradeces poder hacerlo.
La noche llega pronto en Noviembre,
y cuando regresas al patio y enciendes tu cigarro,
ya sólo hay oscuridad y la tenue luz de los faroles,
los altos muros del convento impiden cualquier vista al exterior.
Mientras fumas una hermana se te acerca.
Es mayor, de rostro redondo y colorado con ojillos pequeños, te recuerda a un chihuahua.
"Tú ven conmigo niño", te dice,
y estás tan cansado que no abres la boca para decirle que no eres ningún niño.
Si Sor Chihuahua quiere que seas un niño, lo eres.
Caminas tras ella sumiso,
por un pasillo donde te aleja del inmenso dormitorio común en el que algunos ya empiezan a acostarse,
abre una puerta y enfila un pasillo más largo y oscuro,
al final de éste abre una pesada puerta y te dice que pases.
"Tú duermes aquí, mañana a las siete vengo a buscarte",
y se va cerrando con llave la puerta, oyes sus pasos cada vez más lejanos, el cerrojo de la puerta del pasillo, y silencio.
Una mirada rápida a la habitación,
la cama es grande y parece limpia, tiene cuarto de baño propio, hay una cucaracha metida en la bañera pero eso no impide que te des una ducha caliente que te sienta de maravilla, las toallas son ásperas,
pero no huelen mal,
y cuando sales tiritando al cuarto reparas en el enorme cuadro frente a la cama,
imposible saber cómo no lo has visto antes.
Ocupa toda la pared,
con un marco dorado y ancho,
el fondo es neցro con nubes grises oscuro en el cielo,
y en el centro de la imagen una gran cruz con Jesucristo caído a sus pies, los ojos cerrados,
y dos mujeres lo sujetan con los rostros llenos de lágrimas y unas muecas que provocan que quieras apagar la luz,
pero es peor estar a oscuras sabiendo que eso está ahí,
que compartes cuarto con todo ese dolor,
como si con lo tuyo no fuera bastante.
Intentas pensar en otra cosa, en la Luisa, que era bastante pilinguilla y si estabas muy pedo se daba un aire a Victoria Abril,
pero qué cosa,
esas mujeres están ahí sujetando al muerto,
así no se puede.
Enciendes la luz y tardas un par de horas en dormirte,
mirando todo eso,
piensas en la maldad humana,
en la falta de compasión,
el abandono,
el olor a miseria y las niñas solas y asustadas que esperan congeladas a que su progenitora borracha venga con algo de cena,
Jesucristo dando pena pero no estabas tan sólo muchacho,
tu progenitora y tu amiga te abrazaron,
y como susurra Patti Smith:
"Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos".
Así que no abras los ojos y deja que me duerma,
que el día que yo caiga no habrá progenitora para recogerme.
A las siete en punto se abre el cerrojo y Sor Chihuahua asoma la cabeza, "Vamos niño diez minutos y a desayunar",
te aseas,
te lavas los dientes en seco,
te miras al espejo,
cara de niño con mirada de viejo, cierras los ojos fuerte y piensas, "cuando los abra estará detrás mío el Cenobita jefe, el estropeado Pinhead,
y me dirá "¿Que se le ofrece señor?", saldrá del cuadro en llamas y todo se hará añicos como la ilusión que es, dejando el verdadero infierno a la vista.
estulta monja, más le valía haberte dejado con los perversoss y su locura terrenal que a solas con la fin.
Aún es de noche en el patio,
el rectángulo de luz amarillo de la puerta del comedor reúne a los ansiosos por tomar algo caliente,
sale vaho de las bocas y huele a cacao instantáneo y tabaco neցro,
las monjas nunca dan café,
no quieren que estemos excitados, colacao o cereales,
y a pesar del ardor de estomago que te dan ambas cosas pides cereales y un paquete de galletas,
las insipidas galletas cuadradas de las monjas.
Al menos se calienta el estómago.
Sales a la calle a las ocho, esperas a Agus para saludarle,
a lo mejor quiere pasar el día por aquí y podríais pedir juntos, tomar unas cervezas de medio, HABLAR.
Pero no le ves y marchas con tu mochila al hombro y la gastada chaqueta del ejercito alemán bien abrochada.
Bajas hasta la estación de autobuses a pedir algo a los que van a trabajar,
y oyes que alguien te llama por tu nombre.
Es increíble que Noelia te haya reconocido, con el pelo tan largo que llevabas entonces.
Está muy bonita,
se la ve mejor que en Alicante,
ahora vive en Toledo con su progenitora, que parece que ya no la maltrata como de pequeña,
te alegras por ella y le preguntas si aún está de novia con el porrero aquél de la gorrita,
dice que no,
que ahora sale con un tío mayor que tiene un Seat León tuneado y la lleva a hoteles y le sopla speed por el ojo ciego.
Que es lo mejor que ha sentido nunca.
Tú recuerdas la noche en que os subieron las Mitsubishi a la vez cuando sonaba el Serenade,
y le diste un beso largo acariciandole el pelo neցro y sedoso y a la mañana siguiente estabas sin camiseta tumbado en la playa con ella y su novio el de la gorrita abrazados los tres.
El chaval tenía en el antebrazo tatuada la W de los Wutang Clan,
el dibujo era horrible.
Te quedas mirándola, a ella nunca le importó lo que decían de ti,
es una buena chavala y te da pena que ande con tipos como el del Seat,
pero en el fondo sólo hace lo que se espera de ella.
Os sentais en la trasera de la estación a fumar unos cigarros,
uno junto al otro y agarrados por los meñiques con la mirada baja y tus ojos de soslayo observan sus labios que aún no son de mujer y ella sabe que andáis perdidos por el mismo laberinto pero en distintos pasillos,
el silencio se hace largo y triste,
hasta que se levanta y dice que tiene que ir a ayudar a su progenitora al trabajo, "de limpiadora ya ves,
pero me saco un dinero",
te pasa unas monedas para café y tabaco y se despide con un abrazo y un hasta pronto.
Mientras se aleja,
en tu cabeza suena Serenade y aunque quieres gritarle si se acuerda del beso, no te sale la voz.
Entonces piensas que probablemente no vuelvas a verla nunca,
y te sientes como el Cristo del cuadro, pero sin nadie que te sujete.
Entras a la cafetería y después del sólo pides una copa de coñac.
Serenade!,
Serenade me!...