Peter Steele
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Años 90, eres un chaval borracho dando tumbos entre Montera y la Red de San Luís,
pese al calor siempre vistes tu chaqueta verde del Ejército alemán y te agarras náufrago a una lata de medio litro de San Miguel.
Entras deprisa en la Pensión Carmen, edificio que huele a moho,
escalera cuadrada con pasamanos metálico y escalones de terrazo, algunas puertas tienen chapitas de Jesucristo plateadas,
la puerta de la Pensión está abierta y se oyen voces,
hace tanto calor que te rezuma la frente y un olor a cordero estofado y té intenso te marea.
En el recibidor, mesa baja de cristal con revistas Pronto y un teléfono verde de monedas,
la dominicana cincuentona y arrugada te saluda con la cabeza,
sentada debajo de un calendario de coches antiguos.
Todas las puertas están abiertas, excepto la de alguna fruta que está dentro con su cliente,
llegas hasta la de Alí y le entregas su dinero,
junto a él y alrededor del hornillo con el té hay unos seis marroquíes,
uno de ellos te hace un hueco en el viejo catre: "Senta aquí amigo",
te sientas y te pasan un porro,
siempre te tratan bien,
eres un buen correo,
tu cara de niño nunca levanta sospechas.
En la cama de enfrente un chico fumadisimo toca una maltrecha guitarra, te saluda.
En la puerta se asoma la Chari,
que tiene un ojo vago y vende ropa a las pilinguis,
hoy trae chandals y calcetines para los jovenlandeses también.
Como cada vez, te pide el porro y te guiña el ojo bueno.
Esperas un rato a pesar del asfixiante calor, la borrachera se te ha pasado y te preguntas si estará por aquí el chino que vende cervezas y sándwiches, tienes hambre pero no te gusta el cordero.
Por el pasillo cruza una cucaracha.
Alí te da tu dinero y te largas,
por la escalera encuentras al chino y le pillas cerveza,
corres por Fuencarral arriba y callejeas hasta la calle de la Madera,
entras al portal con sacos de cementos y azulejos rotos, la escalera de madera desgastada y rota en partes cruje bajo tu peso,
llamas al piso de Pablo y el casero de las habitaciones te abre en camiseta de tirantes,
tiene barba gris con manchas de nicotina y la mirada perdida de borracho de vino.
Caminas por el pasillo,
estrecho de paredes desnudas salvo por un candelabro medio roto en medio.
Pablo está sentado tratando de arreglar su ventilador,
te quitas la chaqueta y te sientas en la cama del pequeño cuarto,
asomado al ventanuco que da a un patio con otros tantos ventanucos, sacas tu cerveza y lias un porro.
Frente a la mesa camilla dos cajas de cartón hacen de estante para la tele, pequeña y portátil,
donde un canal local emite vídeos.
Abba, Waterloo.
Sobre el camastro de muelles, en la pared, un banderín del Atlético de Madrid,
y pegado en el armario desvencijado de contrachapado un póster de la alineación del 96.
Fumáis en silencio, miras al cielo a través del ventanuco, la tarde va cayendo.
-¿Vamos a Ballesta a ver si están los neցros?
-Vamos.
De camino te rezagas mirando los carteles del cine en la Plaza de la Luna, por si estrenan algo de Emma Suárez,
sólo una ventana que no diera a un patio interior...
Corres tras tu amigo, que impaciente busca a los neցros en la trasera de Callao, te pide el dinero y pilla unas micras de caballo para fumar.
Acompañas a Pablo a la Plaza de San Ildefonso, su hermano mayor os saluda sentado sobre unos cartones, y os pasa una botella de vino rancio, pero tú prefieres ir al colmado a buscar cerveza fresca.
Cuando regresas ya están sentados pasándose el papel de plata, te haces un hueco y en cuanto aspiras por el tubo todo se ralentiza,
la gente,
el aire,
el azul de las sirenas de los coches patrulla,
todos los sentidos se acolchan...
Permaneces allí un rato más, y cuando la madrugada ofrece las primeras peleas por cigarrillos o sitios para dormir,
te levantas y te marchas con un leve "hasta mañana".
Hace ese calor sofocante del centro en verano, pronto pasarán regando las calles,
como en la peli de Carmen Maura,
y después ella irá a emborracharse.
Bajas Preciados y paras un momento a hablar con un cafre joven que trabaja en Sol, le vendes algo de costo como favor y por cortesía le preguntas por su progenitora enferma.
Al fin llegas a tu pensión,
"casa de huéspedes Martínez ",
das un último vistazo a la plaza de Ópera,
donde unas niñas bien fuman, esperando a sus novios para entrar en la Joy,
y entras al portal.
La bombilla amarilla se enciende y el tic tac del contador te marca el tiempo para subir los tres pisos de escalones con olor a lejia y tiempo pasado,
al fin llegas y recorres el pasillo hasta tu cuarto,
dejas la cerveza sobre el pupitre escolar que hace de mesa y la chaqueta en la percha junto al lavabo y sales un momento al baño,
al encender la luz cuatro cucarachas en la bañera se quedan inmóviles,
y mientras haces pis te preguntas si ellas te miran y qué pensarán.
Ya en el cuarto,
pones la toalla tras la puerta para no tener que despertar con ninguna encima,
y abres el pequeño tragaluz con vistas al tubo metálico del extractor del restaurante de abajo.
La peste a aceite frito es más suave de madrugada,
enciendes un porro para mitigarla y mientras fumas buscas algo bueno en la radio,
algo de jazz que te ayude a dormir,
pero aún te dura el efecto del chino y no será costoso.
Te acuestas en ropa interior sobre las sábanas ásperas,
apagas la luz y en la penumbra miras la foto de Emma Suárez,
que nunca dormirá con alguien como tú en un cuarto como éste.
Cierras los ojos, hasta las seis que pase el primer metro no habrá ningún ruido si la esquizofrénica de al lado no tiene otro brote,
mañana puedes bajar al parque de la bombilla que es día de cobro y todos los yonkis querrán pillar algo de chocolate, y de paso visitar a Juan que está en el albergue de San Isidro.
pese al calor siempre vistes tu chaqueta verde del Ejército alemán y te agarras náufrago a una lata de medio litro de San Miguel.
Entras deprisa en la Pensión Carmen, edificio que huele a moho,
escalera cuadrada con pasamanos metálico y escalones de terrazo, algunas puertas tienen chapitas de Jesucristo plateadas,
la puerta de la Pensión está abierta y se oyen voces,
hace tanto calor que te rezuma la frente y un olor a cordero estofado y té intenso te marea.
En el recibidor, mesa baja de cristal con revistas Pronto y un teléfono verde de monedas,
la dominicana cincuentona y arrugada te saluda con la cabeza,
sentada debajo de un calendario de coches antiguos.
Todas las puertas están abiertas, excepto la de alguna fruta que está dentro con su cliente,
llegas hasta la de Alí y le entregas su dinero,
junto a él y alrededor del hornillo con el té hay unos seis marroquíes,
uno de ellos te hace un hueco en el viejo catre: "Senta aquí amigo",
te sientas y te pasan un porro,
siempre te tratan bien,
eres un buen correo,
tu cara de niño nunca levanta sospechas.
En la cama de enfrente un chico fumadisimo toca una maltrecha guitarra, te saluda.
En la puerta se asoma la Chari,
que tiene un ojo vago y vende ropa a las pilinguis,
hoy trae chandals y calcetines para los jovenlandeses también.
Como cada vez, te pide el porro y te guiña el ojo bueno.
Esperas un rato a pesar del asfixiante calor, la borrachera se te ha pasado y te preguntas si estará por aquí el chino que vende cervezas y sándwiches, tienes hambre pero no te gusta el cordero.
Por el pasillo cruza una cucaracha.
Alí te da tu dinero y te largas,
por la escalera encuentras al chino y le pillas cerveza,
corres por Fuencarral arriba y callejeas hasta la calle de la Madera,
entras al portal con sacos de cementos y azulejos rotos, la escalera de madera desgastada y rota en partes cruje bajo tu peso,
llamas al piso de Pablo y el casero de las habitaciones te abre en camiseta de tirantes,
tiene barba gris con manchas de nicotina y la mirada perdida de borracho de vino.
Caminas por el pasillo,
estrecho de paredes desnudas salvo por un candelabro medio roto en medio.
Pablo está sentado tratando de arreglar su ventilador,
te quitas la chaqueta y te sientas en la cama del pequeño cuarto,
asomado al ventanuco que da a un patio con otros tantos ventanucos, sacas tu cerveza y lias un porro.
Frente a la mesa camilla dos cajas de cartón hacen de estante para la tele, pequeña y portátil,
donde un canal local emite vídeos.
Abba, Waterloo.
Sobre el camastro de muelles, en la pared, un banderín del Atlético de Madrid,
y pegado en el armario desvencijado de contrachapado un póster de la alineación del 96.
Fumáis en silencio, miras al cielo a través del ventanuco, la tarde va cayendo.
-¿Vamos a Ballesta a ver si están los neցros?
-Vamos.
De camino te rezagas mirando los carteles del cine en la Plaza de la Luna, por si estrenan algo de Emma Suárez,
sólo una ventana que no diera a un patio interior...
Corres tras tu amigo, que impaciente busca a los neցros en la trasera de Callao, te pide el dinero y pilla unas micras de caballo para fumar.
Acompañas a Pablo a la Plaza de San Ildefonso, su hermano mayor os saluda sentado sobre unos cartones, y os pasa una botella de vino rancio, pero tú prefieres ir al colmado a buscar cerveza fresca.
Cuando regresas ya están sentados pasándose el papel de plata, te haces un hueco y en cuanto aspiras por el tubo todo se ralentiza,
la gente,
el aire,
el azul de las sirenas de los coches patrulla,
todos los sentidos se acolchan...
Permaneces allí un rato más, y cuando la madrugada ofrece las primeras peleas por cigarrillos o sitios para dormir,
te levantas y te marchas con un leve "hasta mañana".
Hace ese calor sofocante del centro en verano, pronto pasarán regando las calles,
como en la peli de Carmen Maura,
y después ella irá a emborracharse.
Bajas Preciados y paras un momento a hablar con un cafre joven que trabaja en Sol, le vendes algo de costo como favor y por cortesía le preguntas por su progenitora enferma.
Al fin llegas a tu pensión,
"casa de huéspedes Martínez ",
das un último vistazo a la plaza de Ópera,
donde unas niñas bien fuman, esperando a sus novios para entrar en la Joy,
y entras al portal.
La bombilla amarilla se enciende y el tic tac del contador te marca el tiempo para subir los tres pisos de escalones con olor a lejia y tiempo pasado,
al fin llegas y recorres el pasillo hasta tu cuarto,
dejas la cerveza sobre el pupitre escolar que hace de mesa y la chaqueta en la percha junto al lavabo y sales un momento al baño,
al encender la luz cuatro cucarachas en la bañera se quedan inmóviles,
y mientras haces pis te preguntas si ellas te miran y qué pensarán.
Ya en el cuarto,
pones la toalla tras la puerta para no tener que despertar con ninguna encima,
y abres el pequeño tragaluz con vistas al tubo metálico del extractor del restaurante de abajo.
La peste a aceite frito es más suave de madrugada,
enciendes un porro para mitigarla y mientras fumas buscas algo bueno en la radio,
algo de jazz que te ayude a dormir,
pero aún te dura el efecto del chino y no será costoso.
Te acuestas en ropa interior sobre las sábanas ásperas,
apagas la luz y en la penumbra miras la foto de Emma Suárez,
que nunca dormirá con alguien como tú en un cuarto como éste.
Cierras los ojos, hasta las seis que pase el primer metro no habrá ningún ruido si la esquizofrénica de al lado no tiene otro brote,
mañana puedes bajar al parque de la bombilla que es día de cobro y todos los yonkis querrán pillar algo de chocolate, y de paso visitar a Juan que está en el albergue de San Isidro.