Sábado 21:30h.
Otro sábado por la noche en la doritocueva. Otra semana en que he intentado todo. Esta vez quiero iniciar un registro de distintas experiencias románticas de un aficionado al amor platónico (nuncafoller para los amigos).
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Historia 1:
De vez en cuando me acerco al centro de la ciudad para comprar algo, más jugando con la chance de tropezar con chicas lindas que por necesidad. Hace tres semanas entré por primera vez a una panadería nueva, sólo para ver gente diferente, uno nunca sabe dónde puede estar el nuevo gran amor platónico.
Mientras esperaba por ser atendido, quedé flechado a primera vista. Me detuve a contemplarla, medio de reojo, medio de frente y, de a ratos, mirando hacia otro lado, como para no parecer un loco.
Cuando llegó mi turno, la miré a los ojos y mantuvimos unos segundos la mirada. Para mí fueron décadas.
"Que qué vas a llevar" me dijo. Ahí entendí que había perdido la noción de la realidad por un segundo, embobado. "Medio kilo de pan", de cualquier pan, qué me importaba el pan. Otra vez, al pagar, la mirada, dos almas encontrándose en un silencioso abrazo, tratando de permanecer juntas pero sin saber cómo.
"Gracias, hasta luego". Me retiré. A cada paso trataba (sin éxito) de recordar las preguntas que recomendaban en wikihow para iniciar una conversación con una desconocida. "Ninguna me viene en mente ¿cómo puede ser, si parecían tan fáciles cuando las leí esta mañana?" Pensé.
A partir de ese día, volví a esa panadería intentando diferentes horarios para encontrarla. Uno nunca sabe si tienen turnos rotativos, si el día franco va cambiando, o si justo se fué de vacaciones. Regresé cada día a las 19h, como el primer día, y no la volví a ver. Engordé un poco.
A la semana regresé, pero durante la mañana, y allí estaba ella. No me miró esta vez. No importaba, había valido la pena.
A los dos días regresé, a pesar de ya tener una bolsa de pan enmohecido en casa, que iba creciendo con cada visita a la panadera de mis sueños. Otra vez nos miramos.
De ilusiones vive el alma. Cada vez que llegaba el día de ir a la panadería (ya me había armado una rutina: lu-mi-vi), me despertaba más alegre.
Hasta que un día cerró la panadería, poniendo fin a esta historia de amor desesperado.
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Historia 2:
Primera parte
(desde el mensaje #12: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido)
Segunda parte - Final
Final de esta historia en el mensaje #45: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido
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Historia 3:
Primera parte
(desde el mensaje #57: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido)
Segunda parte
Segunda parte de esta historia en el mensaje #60: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido.
Tercera parte
Mensaje #66: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido.
Final alternativo 1
Mensaje #76: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido
NOTA: No he podido poner en spoiler todos los fragmentos de las historias por una restricción en la longitud del post. No sabía que existía tal restricción. A partir de ahora sólo puedo poner enlace al mensaje conteniendo las partes de cada una.
Otro sábado por la noche en la doritocueva. Otra semana en que he intentado todo. Esta vez quiero iniciar un registro de distintas experiencias románticas de un aficionado al amor platónico (nuncafoller para los amigos).
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Historia 1:
De vez en cuando me acerco al centro de la ciudad para comprar algo, más jugando con la chance de tropezar con chicas lindas que por necesidad. Hace tres semanas entré por primera vez a una panadería nueva, sólo para ver gente diferente, uno nunca sabe dónde puede estar el nuevo gran amor platónico.
Mientras esperaba por ser atendido, quedé flechado a primera vista. Me detuve a contemplarla, medio de reojo, medio de frente y, de a ratos, mirando hacia otro lado, como para no parecer un loco.
Cuando llegó mi turno, la miré a los ojos y mantuvimos unos segundos la mirada. Para mí fueron décadas.
"Que qué vas a llevar" me dijo. Ahí entendí que había perdido la noción de la realidad por un segundo, embobado. "Medio kilo de pan", de cualquier pan, qué me importaba el pan. Otra vez, al pagar, la mirada, dos almas encontrándose en un silencioso abrazo, tratando de permanecer juntas pero sin saber cómo.
"Gracias, hasta luego". Me retiré. A cada paso trataba (sin éxito) de recordar las preguntas que recomendaban en wikihow para iniciar una conversación con una desconocida. "Ninguna me viene en mente ¿cómo puede ser, si parecían tan fáciles cuando las leí esta mañana?" Pensé.
A partir de ese día, volví a esa panadería intentando diferentes horarios para encontrarla. Uno nunca sabe si tienen turnos rotativos, si el día franco va cambiando, o si justo se fué de vacaciones. Regresé cada día a las 19h, como el primer día, y no la volví a ver. Engordé un poco.
A la semana regresé, pero durante la mañana, y allí estaba ella. No me miró esta vez. No importaba, había valido la pena.
A los dos días regresé, a pesar de ya tener una bolsa de pan enmohecido en casa, que iba creciendo con cada visita a la panadera de mis sueños. Otra vez nos miramos.
De ilusiones vive el alma. Cada vez que llegaba el día de ir a la panadería (ya me había armado una rutina: lu-mi-vi), me despertaba más alegre.
Hasta que un día cerró la panadería, poniendo fin a esta historia de amor desesperado.
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Historia 2:
Primera parte
(desde el mensaje #12: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido)
El invierno atenúa un poco las ganas de enamorarse. Acá es verano ahora. Imagina, imagina cuánto amor en forma de pantalones cortos.
De vez en cuando voy a la pileta (piscina) y ahí me enamoro más. Trato de ir siempre un domingo, porque un domingo fui y me enamoré de la guardavidas.
He pensado en ahogarme, en sumergirme en lo más hondo de la pileta (piscina) y largar el aire de mis pulmones para llenarlos de aire que salga de su boca, para llenarme de CO2 y O2 emanado de los pulmones de la guardavidas que ilumina mis días.
He pensado en fingir un calambre y mover los brazos desesperado, para que se lance desde la orilla a rescatarme, que me abrace con sus fuertes y bronceados brazos de guardavidas, mientras le observo el cuello mojado, la malla (traje de baño) de color que le sujeta sus pechos turgentes, el cabello castaño claro.
He pensado en acercarme a preguntarle algo, para verla de cerca. Porque padezco de miopía y, cuando entro a la pileta (piscina), lo hago sin lentes, entonces nunca he podido distinguir sus facciones. Me desespera no ser capaz de reconocerla fuera de ese ámbito: si la cruzara en la calle, usando mis lentes, no sabría que es ella, a menos que vistiera su traje de baño neցro.
Sueño con el traje de baño neցro, he pensado en comprarme uno igual para guardar en el cajoncito de los recuerdos de amores imposibles, ya que en lo que vamos del verano, nada tengo suyo. He pensado también en robarle alguna ojota o algo cuando se levante de su puesto de guardavidas. Y, de vez en cuando, si trago agua de la pileta, me reconforta saber que en esa agua estuvo ella, estuvo sumergido TODO su cuerpo.
Pensar que su rol es velar por mi vida mientras permanezco en la pileta (piscina). ¡Pensar que es mi héroe! Debería besarle los pies como primer acto, para presentarme y luego preguntarle si accede a tomar algo conmigo ese mismo día a las 20:15h, porque a las 20h finaliza su turno, lo sé. Lo sé porque he nadado cerca suyo durante tiempo suficiente como para escuchar sus conversaciones con colegas.
Seguramente ella sospeche algo. Nadie se mantiene 15 minutos flotando en lo hondo de la pileta (piscina) a 3m de la guardavidas, mirando al horizonte porque sí. A los 5-10 minutos de flotar uno se cansa de nadar perrito, y tiene que cambiar de posición o moverse. Pero yo no, no me canso, o me canso y no me importa el sacrificio. Cualquier sacrificio es poco por quien cuida mi vida con amor. Ella cuida mi vida con amor, desde su puesto, con su malla de color, sus lentes (gafas) de sol, su cabello claro, su piel bronceada, su boca pequeña, sus pechos turgentes, sus pequeños pies, sus manos delicadas, cuyas uñas no ha pintado.
Salgo de la pileta (piscina) siempre arrugado como una pasa, fatigado, agitado, los brazos me duelen de tanto nadar. Ojalá un día me ahogue de la fatiga y me rescate ella, y me haga respiración de boca a alma. Y me despierte, y finja estar muerto, para mirarla desde mis ojos entrecerrados, mirar sus ojos de cerca mientras sopla por mi boca insuflándome una nueva vida, y luego la abrazaré para poder sentir el calor de su cuerpo, para poder sentir la suavidad que se adivina en su piel mojada.
Mañana es domingo. Mañana es el día que he esperado toda esta semana.
Hoy escribo esto, luego abriré una cerveza mientras miro alguna película de acción y a dormir temprano. Que tengo que estar fresco, con la mente tranquila y bien descansada para poder disfrutar de la visión borrosa de esta sirena que salva vidas.
Es tan perfecta que me da miedo hablarle y que la vulgar realidad arruine el ensueño. Que acepte salir conmigo y, al encontrarla con mis lentes (gafas) puestas, la vea antiestética, con los dientes torcidos, la cara llena de granos, un ojo apuntando en dirección equivocada, la nariz aplastada, la frente angosta, las orejas grandes, los dedos regordetes, mugre bajo las uñas, y aliento a fin.
De vez en cuando voy a la pileta (piscina) y ahí me enamoro más. Trato de ir siempre un domingo, porque un domingo fui y me enamoré de la guardavidas.
He pensado en ahogarme, en sumergirme en lo más hondo de la pileta (piscina) y largar el aire de mis pulmones para llenarlos de aire que salga de su boca, para llenarme de CO2 y O2 emanado de los pulmones de la guardavidas que ilumina mis días.
He pensado en fingir un calambre y mover los brazos desesperado, para que se lance desde la orilla a rescatarme, que me abrace con sus fuertes y bronceados brazos de guardavidas, mientras le observo el cuello mojado, la malla (traje de baño) de color que le sujeta sus pechos turgentes, el cabello castaño claro.
He pensado en acercarme a preguntarle algo, para verla de cerca. Porque padezco de miopía y, cuando entro a la pileta (piscina), lo hago sin lentes, entonces nunca he podido distinguir sus facciones. Me desespera no ser capaz de reconocerla fuera de ese ámbito: si la cruzara en la calle, usando mis lentes, no sabría que es ella, a menos que vistiera su traje de baño neցro.
Sueño con el traje de baño neցro, he pensado en comprarme uno igual para guardar en el cajoncito de los recuerdos de amores imposibles, ya que en lo que vamos del verano, nada tengo suyo. He pensado también en robarle alguna ojota o algo cuando se levante de su puesto de guardavidas. Y, de vez en cuando, si trago agua de la pileta, me reconforta saber que en esa agua estuvo ella, estuvo sumergido TODO su cuerpo.
Pensar que su rol es velar por mi vida mientras permanezco en la pileta (piscina). ¡Pensar que es mi héroe! Debería besarle los pies como primer acto, para presentarme y luego preguntarle si accede a tomar algo conmigo ese mismo día a las 20:15h, porque a las 20h finaliza su turno, lo sé. Lo sé porque he nadado cerca suyo durante tiempo suficiente como para escuchar sus conversaciones con colegas.
Seguramente ella sospeche algo. Nadie se mantiene 15 minutos flotando en lo hondo de la pileta (piscina) a 3m de la guardavidas, mirando al horizonte porque sí. A los 5-10 minutos de flotar uno se cansa de nadar perrito, y tiene que cambiar de posición o moverse. Pero yo no, no me canso, o me canso y no me importa el sacrificio. Cualquier sacrificio es poco por quien cuida mi vida con amor. Ella cuida mi vida con amor, desde su puesto, con su malla de color, sus lentes (gafas) de sol, su cabello claro, su piel bronceada, su boca pequeña, sus pechos turgentes, sus pequeños pies, sus manos delicadas, cuyas uñas no ha pintado.
Salgo de la pileta (piscina) siempre arrugado como una pasa, fatigado, agitado, los brazos me duelen de tanto nadar. Ojalá un día me ahogue de la fatiga y me rescate ella, y me haga respiración de boca a alma. Y me despierte, y finja estar muerto, para mirarla desde mis ojos entrecerrados, mirar sus ojos de cerca mientras sopla por mi boca insuflándome una nueva vida, y luego la abrazaré para poder sentir el calor de su cuerpo, para poder sentir la suavidad que se adivina en su piel mojada.
Mañana es domingo. Mañana es el día que he esperado toda esta semana.
Hoy escribo esto, luego abriré una cerveza mientras miro alguna película de acción y a dormir temprano. Que tengo que estar fresco, con la mente tranquila y bien descansada para poder disfrutar de la visión borrosa de esta sirena que salva vidas.
Es tan perfecta que me da miedo hablarle y que la vulgar realidad arruine el ensueño. Que acepte salir conmigo y, al encontrarla con mis lentes (gafas) puestas, la vea antiestética, con los dientes torcidos, la cara llena de granos, un ojo apuntando en dirección equivocada, la nariz aplastada, la frente angosta, las orejas grandes, los dedos regordetes, mugre bajo las uñas, y aliento a fin.
Segunda parte - Final
Final de esta historia en el mensaje #45: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido
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Historia 3:
Primera parte
(desde el mensaje #57: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido)
En esta ciudad de mala fin donde se me ha dado por echar raíces sólo hay un sitio digno para ir a solas. Es la típica ribera de cualquier ciudad junto a un acuífero, donde va la gente a correr, andar en bicicleta, patinar, sentarse en el césped, almorzar, pescar, cantar, etcétera.
Si no fuera por este lugar, no tendría excusa para salir de casa más que a hacer los mandados y al gimnasio. Sólo quedaría ser un merodeador por calles pacodemierda en barrios sin árboles o barrios con árboles pero sin tiendas ni gente, o barrios con tiendas paco de vidrieras empolvadas juntando telarañas, o barrios con gente y árboles pero casas derroídas con pintura descascarada y cosa de perro por doquier.
Aquí no hay palomas en la plaza que se te acerquen, no hay gente sola en las plazas, ni siquiera viejos alimentando a las palomas salvajes y ariscas que habitan este páramo liso y verde, fértil y aburrido de la gran llanura pampeana.
El atractivo principal de la llanura pampeana, para quien busca una sensación en ella, es su extensión. Sobrecoge la amplitud de esta planicie verde y fértil, salpicada por alguna que otra laguna vigilada por mosquitos de todo tipo. Esta amplitud puede haber impresionado al viajero inglés de hace doscientos años, acostumbrado a que el horizonte estuviera a cinco kilómetros siempre. Porque aquí el horizonte es el infinito, donde la tierra se curva hacia abajo (no terraplanofobo). El sol se pone por el punto de fuga y, si no fuera porque falta el reflejo de abajo, no habría diferencia con el mar.
Pero esta misma magnitud, esta inmensidad que nos regala los vientos potentes de agosto, los truenos que atemorizan al más valiente, atardeceres sin igual cada día del año, sensación de libertad al moverse, y tantas otras cosas, esta misma magnitud, repito, es la que nos aleja de la montaña, del mar, del balneario natural, de tantas cosas diferentes que podría uno visitar por su cuenta para disfrutar siendo un soltero más del montón.
Algún escritor de hace cien años o más comparaba la región pampeana con Castilla, es posible que dicha comparación sea más descriptiva que los párrafos anteriores en este foro.
Eso lleva a que el paseo de la ribera paco de la ciudad sea EL punto de encuentro. Y esto, a que allí haya más chances (posibilidades) de encontrar el nuevo amor imaginario. Cosa que, naturalmente, ocurrió.
La ví un lunes por la tarde. Íbamos en dirección contraria, ella del puente al centro y yo, del centro al puente. Vestía unas zapatillas adidas tonalidad celeste. Desde ese momento fue para mí la chica adidas-celeste del pantalón neցro ajustado (¿leggin le dicen?). Al acercarse un poco más se convirtió en la chica adidas-celeste del pantalón neցro ajustado, del pelo castaño, atado, de labios finos, cuello esbelto, piel trigueña, ojos risueños, andar distraído, que salta una cosa de perro con alegría para no pisarla, con cuyo movimiento su pelo flamea como las crines de un caballo al galope, que sigue su marcha y se me acerca, que me mira y aleja sus ojos nerviosa cuando mi mirada se desliza, ignorante, ingénua, hacia ella, sin saber de su existencia, sin saber que la encontraría, que existía.
Pasó a mi lado, respiré hondo, tomé todo el aire que entró en mi pecho, lo contrario que hubiera hecho con la guardavidas de malla (traje de baño) de color, por quien hubiera vaciado mis pulmones para hundirme en la pileta (piscina) y dejarme rescatar. Respiré su aroma, mezclado con el de los eucaliptos y con el humo del tabaco de un viejo que caminaba más adelante. Lo degusté con los ojos cerrados, pensando en la imagen fugaz de sus zapatillas celestes.
Miré el reloj, eran las 18:25h, estábamos a 200m del puente. Lunes. Nublado. Debía recordarlo. Esto y todos los detalles, cualquiera podía ser importante ¿viene a caminar los lunes? ¿viene a caminar cuando no hay sol? ¿viene a caminar cualquier día a las 18:25h? ¿cuando hay un viejo fumando a 200m del puente? ¿cuando hay cosas de perro para saltar, porque le divierte? Cualquier posibilidad era igual de probable.
Dí una vuelta entera al circuito hasta llegar al mismo lugar, casi una hora más tarde, y no la crucé ni en el mismo sitio ni en ningún otro.
No ocurrió nada digno de mención en esta historia hasta el jueves. La volví a cruzar, 18:40h, a 1800m del puente. Obviamente yo iba vestido del mismo modo, para que me reconociera con facilidad. Supe que era ella a lo lejos. A pesar de la docena y media de personas que caminaba entre nosotros, a pesar de mi miopía. Sus zapatillas celestes, la silueta ondulante que sugería una melena flameando al saltar cosas de perro, el andar despreocupado. No había lugar a dudas.
Aminoré la velocidad para poder disfrutar unas décimas de segundo más del momento de cruzarnos. Me erguí un poco, para mejorar la postura. Tosí. Me acomodé la camiseta, el pelo, la barba, los lentes. Mirada al frente, aliviané un poco el gesto de seriedad. No hizo falta que me esforzase para ello: saber que la cruzaría en 20 segundos (y contando) fue suficiente para dibujar una tenue sonrisa.
Trataba de mirarla sin mirarla. De estudiarla toda, sus formas, el dibujo de su camiseta, lo que llevara en sus manos, su origen y ocupación, todo. Quería saber algo más de la muchacha de adidas-celeste, de pantalón neցro ajustado (¿leggin?), labios finos, sonrientes, cuello esbelto, piel trigueña, ojos risueños, verdes, andar distraído, pelo flameante, saltarina, esbelta, de camiseta ajustada, adidas, con un reloj pulsera rosado, dedos largos, delgados, sosteniendo un librito o un cuaderno, que me miraba mientras la miraba, debía trabajar de maestra o ser artista, o cualquier cosa que la mantuviera alejada de toda la contaminación de este mundo fétido como la cosa de perro a la que esquiva sin mirar y no la mancha.
Le quise sonreir. Es difícil forzar una sonrisa. Seguramente surgió una mueca grotesca de mis labios. Ahora seré alguien para ella, para la chica de adidas-celeste seré el chico de la mueca grotesca que me mira, que se detiene verme pasar, al que le brillan los ojos, de pelo corto, bien peinado pero de camiseta arrugada, debe estar soltero: lleva la misma camiseta arrugada y el mismo pantalón arrugado desde el lunes. El chico que me mira y que mira mis manos, que mira mi ropa, mis pies, de lentes sucios, de barba despeinada. De ojeras, no ha dormido bien. O pasa mucho tiempo en la computadora ¿será un empleado o el gerente de una startup como facebuk? ¿será socio de facebuk, podrá viajar por el mundo y tendrá una linda casa y coche o será uno más del montón, que viene a caminar por este lugar como yo, que no tengo otro al que ir?
Éramos dos entes singulares uno para el otro. Seguro, pero segurísimo estoy ahora de eso. Porque nos miramos y nos vimos mirándonos pizpireta e indiscretamente. Fugazmente, al cruzarnos. Perdimos el anonimato. Ya no éramos dos puntos más del paisaje, dos pinceladas cualquiera, dos extras en la película que cada tarde se rueda en la ribera. Éramos la chica de las adidas-celeste y el chico de la mueca grotesca.
Al día siguiente volvimos a cruzarnos, como nuestras miradas, que ya se enfrentaban de lejos. Nos adivinábamos buscándonos con la mirada, con el olfato, disminuir la velocidad, acomodar la ropa y el pelo. Prepararnos ambos para juntos ser un par de muecas y miradas y ojos risueños encontrándose en medio de un paseo entre los viejos y los perros. Quería hablarle, pasaron unos niños en bici entre nosotros, y una pareja paseando perros, que lo impidieron. Pasó el momento. Esos perros seguramente fueron los que plantaron los ñordos del primer encuentro, ojalá tuviera un hueso para regalarles y que planten mil ñordos más.
Pasaron varios otros días sin éxito. Intentando diferentes horas y cambiando el sentido del recorrido, por las dudas. Un par de veces, desesperado, intentaba ir buscando en las caras, en lugar de en los pieses. Quién sabe si habrá cambiado de zapatillas.
Esta historia sigue viva y no podrá morir mientras haya lunes a las 18:25h, mientras haya ribera, mientras los perros sigan cagando en esa ribera y no salgan montañas o lugares interesantes por aquí cerca, mientras existan los días nublados y las pieles trigueñas, y lo resistan mi camiseta arrugada y zapatillas viejas.
Si no fuera por este lugar, no tendría excusa para salir de casa más que a hacer los mandados y al gimnasio. Sólo quedaría ser un merodeador por calles pacodemierda en barrios sin árboles o barrios con árboles pero sin tiendas ni gente, o barrios con tiendas paco de vidrieras empolvadas juntando telarañas, o barrios con gente y árboles pero casas derroídas con pintura descascarada y cosa de perro por doquier.
Aquí no hay palomas en la plaza que se te acerquen, no hay gente sola en las plazas, ni siquiera viejos alimentando a las palomas salvajes y ariscas que habitan este páramo liso y verde, fértil y aburrido de la gran llanura pampeana.
El atractivo principal de la llanura pampeana, para quien busca una sensación en ella, es su extensión. Sobrecoge la amplitud de esta planicie verde y fértil, salpicada por alguna que otra laguna vigilada por mosquitos de todo tipo. Esta amplitud puede haber impresionado al viajero inglés de hace doscientos años, acostumbrado a que el horizonte estuviera a cinco kilómetros siempre. Porque aquí el horizonte es el infinito, donde la tierra se curva hacia abajo (no terraplanofobo). El sol se pone por el punto de fuga y, si no fuera porque falta el reflejo de abajo, no habría diferencia con el mar.
Pero esta misma magnitud, esta inmensidad que nos regala los vientos potentes de agosto, los truenos que atemorizan al más valiente, atardeceres sin igual cada día del año, sensación de libertad al moverse, y tantas otras cosas, esta misma magnitud, repito, es la que nos aleja de la montaña, del mar, del balneario natural, de tantas cosas diferentes que podría uno visitar por su cuenta para disfrutar siendo un soltero más del montón.
Algún escritor de hace cien años o más comparaba la región pampeana con Castilla, es posible que dicha comparación sea más descriptiva que los párrafos anteriores en este foro.
Eso lleva a que el paseo de la ribera paco de la ciudad sea EL punto de encuentro. Y esto, a que allí haya más chances (posibilidades) de encontrar el nuevo amor imaginario. Cosa que, naturalmente, ocurrió.
La ví un lunes por la tarde. Íbamos en dirección contraria, ella del puente al centro y yo, del centro al puente. Vestía unas zapatillas adidas tonalidad celeste. Desde ese momento fue para mí la chica adidas-celeste del pantalón neցro ajustado (¿leggin le dicen?). Al acercarse un poco más se convirtió en la chica adidas-celeste del pantalón neցro ajustado, del pelo castaño, atado, de labios finos, cuello esbelto, piel trigueña, ojos risueños, andar distraído, que salta una cosa de perro con alegría para no pisarla, con cuyo movimiento su pelo flamea como las crines de un caballo al galope, que sigue su marcha y se me acerca, que me mira y aleja sus ojos nerviosa cuando mi mirada se desliza, ignorante, ingénua, hacia ella, sin saber de su existencia, sin saber que la encontraría, que existía.
Pasó a mi lado, respiré hondo, tomé todo el aire que entró en mi pecho, lo contrario que hubiera hecho con la guardavidas de malla (traje de baño) de color, por quien hubiera vaciado mis pulmones para hundirme en la pileta (piscina) y dejarme rescatar. Respiré su aroma, mezclado con el de los eucaliptos y con el humo del tabaco de un viejo que caminaba más adelante. Lo degusté con los ojos cerrados, pensando en la imagen fugaz de sus zapatillas celestes.
Miré el reloj, eran las 18:25h, estábamos a 200m del puente. Lunes. Nublado. Debía recordarlo. Esto y todos los detalles, cualquiera podía ser importante ¿viene a caminar los lunes? ¿viene a caminar cuando no hay sol? ¿viene a caminar cualquier día a las 18:25h? ¿cuando hay un viejo fumando a 200m del puente? ¿cuando hay cosas de perro para saltar, porque le divierte? Cualquier posibilidad era igual de probable.
Dí una vuelta entera al circuito hasta llegar al mismo lugar, casi una hora más tarde, y no la crucé ni en el mismo sitio ni en ningún otro.
No ocurrió nada digno de mención en esta historia hasta el jueves. La volví a cruzar, 18:40h, a 1800m del puente. Obviamente yo iba vestido del mismo modo, para que me reconociera con facilidad. Supe que era ella a lo lejos. A pesar de la docena y media de personas que caminaba entre nosotros, a pesar de mi miopía. Sus zapatillas celestes, la silueta ondulante que sugería una melena flameando al saltar cosas de perro, el andar despreocupado. No había lugar a dudas.
Aminoré la velocidad para poder disfrutar unas décimas de segundo más del momento de cruzarnos. Me erguí un poco, para mejorar la postura. Tosí. Me acomodé la camiseta, el pelo, la barba, los lentes. Mirada al frente, aliviané un poco el gesto de seriedad. No hizo falta que me esforzase para ello: saber que la cruzaría en 20 segundos (y contando) fue suficiente para dibujar una tenue sonrisa.
Trataba de mirarla sin mirarla. De estudiarla toda, sus formas, el dibujo de su camiseta, lo que llevara en sus manos, su origen y ocupación, todo. Quería saber algo más de la muchacha de adidas-celeste, de pantalón neցro ajustado (¿leggin?), labios finos, sonrientes, cuello esbelto, piel trigueña, ojos risueños, verdes, andar distraído, pelo flameante, saltarina, esbelta, de camiseta ajustada, adidas, con un reloj pulsera rosado, dedos largos, delgados, sosteniendo un librito o un cuaderno, que me miraba mientras la miraba, debía trabajar de maestra o ser artista, o cualquier cosa que la mantuviera alejada de toda la contaminación de este mundo fétido como la cosa de perro a la que esquiva sin mirar y no la mancha.
Le quise sonreir. Es difícil forzar una sonrisa. Seguramente surgió una mueca grotesca de mis labios. Ahora seré alguien para ella, para la chica de adidas-celeste seré el chico de la mueca grotesca que me mira, que se detiene verme pasar, al que le brillan los ojos, de pelo corto, bien peinado pero de camiseta arrugada, debe estar soltero: lleva la misma camiseta arrugada y el mismo pantalón arrugado desde el lunes. El chico que me mira y que mira mis manos, que mira mi ropa, mis pies, de lentes sucios, de barba despeinada. De ojeras, no ha dormido bien. O pasa mucho tiempo en la computadora ¿será un empleado o el gerente de una startup como facebuk? ¿será socio de facebuk, podrá viajar por el mundo y tendrá una linda casa y coche o será uno más del montón, que viene a caminar por este lugar como yo, que no tengo otro al que ir?
Éramos dos entes singulares uno para el otro. Seguro, pero segurísimo estoy ahora de eso. Porque nos miramos y nos vimos mirándonos pizpireta e indiscretamente. Fugazmente, al cruzarnos. Perdimos el anonimato. Ya no éramos dos puntos más del paisaje, dos pinceladas cualquiera, dos extras en la película que cada tarde se rueda en la ribera. Éramos la chica de las adidas-celeste y el chico de la mueca grotesca.
Al día siguiente volvimos a cruzarnos, como nuestras miradas, que ya se enfrentaban de lejos. Nos adivinábamos buscándonos con la mirada, con el olfato, disminuir la velocidad, acomodar la ropa y el pelo. Prepararnos ambos para juntos ser un par de muecas y miradas y ojos risueños encontrándose en medio de un paseo entre los viejos y los perros. Quería hablarle, pasaron unos niños en bici entre nosotros, y una pareja paseando perros, que lo impidieron. Pasó el momento. Esos perros seguramente fueron los que plantaron los ñordos del primer encuentro, ojalá tuviera un hueso para regalarles y que planten mil ñordos más.
Pasaron varios otros días sin éxito. Intentando diferentes horas y cambiando el sentido del recorrido, por las dudas. Un par de veces, desesperado, intentaba ir buscando en las caras, en lugar de en los pieses. Quién sabe si habrá cambiado de zapatillas.
Esta historia sigue viva y no podrá morir mientras haya lunes a las 18:25h, mientras haya ribera, mientras los perros sigan cagando en esa ribera y no salgan montañas o lugares interesantes por aquí cerca, mientras existan los días nublados y las pieles trigueñas, y lo resistan mi camiseta arrugada y zapatillas viejas.
Segunda parte
Segunda parte de esta historia en el mensaje #60: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido.
Tercera parte
Mensaje #66: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido.
Final alternativo 1
Mensaje #76: Corazón - Historias de amor de un perdedor empedernido
NOTA: No he podido poner en spoiler todos los fragmentos de las historias por una restricción en la longitud del post. No sabía que existía tal restricción. A partir de ahora sólo puedo poner enlace al mensaje conteniendo las partes de cada una.
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