Yo me acuerdo de una, pero no sé si cuenta... era yo pequeña...
Pues resulta que la pequeña Txell tenía un papá y una mamá (como casi todos) y el papá de Txell tenía a su vez una mamá que no se llevaba nada bien con la mamá de Txell (cosa que pasa hasta en las mejores familias). Vamos, que hoy en día una estaría en el bando de Israel y la otra con los Palestinos, y el comedor de mi casa sería un bunker rodeado de bombas antipersona que mi padre y yo intentaríamos no pisar cagados de miedo. Afortunadamente, estabamos a principios de los felices 80 o así y en mi casa no había dinero para armamento del pesado, así que con mala leche y relaciones tensas ibamos tirando...
Uno de los pasatiempos preferidos de mi abuela era, cuando estaba en mi casa los sabados por la mañana y mi progenitora se iba a trabajar, encerrarse en el cuarto de baño y bañarse (con el jabón de mi progenitora, a ser posible el más caro o el que mi padre le hubiese regalado), acicalarse (con los productos de mi progenitora que ella dejaba) y sobre todo, sobre todo, hincharse el pelo con laca, si luego dejaba el frasco vacio pues mejor. Después ella se iba, venía mi progenitora y se encontraba el jabón (que le traian de fuera, en una época que traerte algo de Francia era el no va más) vacio, o el bote de laca en las ultimas... en un principio era yo la que pagaba el pato (Txelitaaaa... ya has estado tocando las cosas de mamá), pero después la causa efecto se fué haciendo evidente, lo que tampoco era sinónimo de llevar bien las cosas, porque teníamos mi padre y yo durante la comida una retahila de agravios y de quejas que mi progenitora nunca se atrevía a decirle a mi abuela directamente, pero que nos ponian de los nervios... y así, una semana, y otra, y otra....
Hasta que un día Txelita vió su oportunidad. Era sábado, la mamá estaba trabajando, el papá se había ido un momento y estaba ella sola con la abuela, que estaba arreglandose para salir. La abuela va a entrar al baño, mira hacia Txelita para ver si está entretenida y acto seguido, cierra la puerta para estar a sus anchas. Txelita se acerca a la puerta. "Psssssssss" suena dentro el aerosol de la laca: "psssssssss, ps, ps, ps" vuelve a sonar, la abuela apurándo bien el bote, inmune a la desgracia que estaba ocasionando a la capa de ozono (y a a la mala comida que nos preparaba a hijo y nieta, total, ella se iba...). Txelita se siente una con su mamá y llena de justa indignación y golpea la puerta del baño:
- Yayaaaaaa... que quiero hacer pipiiiiííííí....
Se oye a la abuela dejar el bote de la laca precipitadamente (arriba del armarito de los cosméticos) y abrir el pestillo:
- Ya, hija, ya, que prisas....
Txelita se pone a sus cosas, la abuela sigue arreglandose el pelo (lleno de laca, pero ella hacía como si nada) y la niña mira hacia el bote de la laca (un inciso: el bote era de esos con un diseño muy moderno, una cara dibujada que parecía todo menos una cara, de tonalidad verde y amarillo, la primera vez que su progenitora traía esa marca a casa y lo más importante, la abuela no sabía leer). Txelita resopla desde el trono:
- Hay que ver... -y se levanta como desganada y se aupa para llegar a la laca. La abuela la mira con aire culpable:
- ¿Pero qué haces, hija?...
- Ains... esto debe ser cosa del papá... que ayer había una cucaracha en el suelo, y trajo el matacucarachas para echarlo, y fíjate dónde lo ha dejado... si lo vé la mamá lo mata, que ya dijo que era veneno puro...
Y la abuela de Txelita empieza a correr por el pasillo sin saber dónde ir, mesándose los cabellos como poseida por cien mil pulgas... hasta que acaba con la cabeza empapada y bajo del grifo con agua bien fría, jurando que se encuentra muy mal y que se va a urgencias...
Inexplicablemente, a partir de ese día, los botes de champú y los de laca jamás volvieron a acabarse por arte de mágia...