Hilo de don Francisco de Quevedo y Villegas.

Quevedo es grande entre los grandes, no solo su obra. Su vida también fue grande, hubiera sido bonito haberlo conocido, junto a Valle-Inclán. Una anécdota que se cuenta de él:

" Una de las incontables anécdotas, y no por conocida menos atrevida, atribuidas al chistoso y provocador poeta madrileño D. Francisco de Quevedo es la que nació en una taberna frecuentada por el literato y donde eran frecuentes los cotilleos y habladurías de la corte. En una de estas conversaciones surgió el tema de la discapacidad física de la reina Isabel de Borbón (algunos adjudican erróneamente la anécdota a Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, pero sería reina consorte años después de muerto el poeta) que sufría de cierta cojera indisimulable. Su majestad no era objeto de burla sólo por su defecto físico sino también por su mal genio, acrecentado por las mofas del respetable. Ni corto ni perezoso, Quevedo, gran maestro del insulto sutil y de los más audaces e insolentes juegos de palabras, apostó con sus amigotes que sería capaz de llamar "coja" a la reina en su propia cara sin que ésta se ofendiese ni él mismo incurriese en grave desacato (ya sabemos que sus chanzas le costaron destierros y estancias en la guandoca más de una vez). Al parecer, la suma monetaria del desafío ascendía a “Mil dineros a los que el Marqués de Calatrava, añadiría otros mil si el de Santiago llegaba a tener éxito en su empresa” y a una opípara cena. Sus colegas de farra, tras reírse largo y tendido, aceptaron, creyéndose fácilmente ganadores.

Cierto día, aprovechando que había sido invitado a una recepción en el Real Alcázar, el poeta conceptista acudió a palacio con un vistoso ramo formado por dos tipos de flores: claveles blancos y rosas rojas. Estando toda la corte reunida y ante tan noble público, lo ofreció a la reina para que gozara de su aroma y, haciendo una reverencia, soltó a la soberana: “Señora, traigo lo que solo es un anticipo del ramo que os traeré. Desconociendo vuestra flor favorita, entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”.

Según algunas versiones la de Fontainebleau no fue consciente del cachondeo que se traía el rimador que, haciendo uso del calambur (juego de palabras en el que se modifica el significado de una frase o palabra colocando de forma distinta sus sílabas) superó claramente el reto. Otras versiones cuentan por el contrario que su alteza no era sencilla y, haciendo de tripas corazón, tiró de ingenio y respondió al escritor: “Que soy coja ya lo sé, y la rosa roja escogeré”, quedando el burlador burlado aunque justo ganador de tan espléndida recompensa.
 
Bien es sabida la aversión que tenía Francisco de Quevedo a los judíos, en el capítulo XXXIX titulado "La hora de los monopantos(cristianos colaboracionistas)", de su obra "La obra de todos y la fortuna con seso", trata sobre la teoría de la ambición judía de dominar el mundo.

Aquí se puede descargar en PDF

 
Última edición:
Respecto a la costumbre de orinar en la calle del codo cuando se iba de juerga, un vecino harto de encontrarse sus meos al lado de su casa puso cruces en el sitio.

Quevedo se mostró agradecido de que alguien pusiera una diana para apuntar su meada.

Viendo que seguia meando, el vecino puso un cartel: 'no se orina donde hay cruces'.

Al dia siguiente Quevedo se dirige a miccionar , como siempre, vio el mensaje, lo borró y puso otro: 'no se ponen cruces donde se orina'
 
Última edición:
Respecto a la costumbre de orinar en la calle del codo cuando se iba de juerga, un vecino harto de encontrarse sus meos al lado de su casa puso cruces en el sitio.

Quevedo se mostró agradecido de que alguien pusiera una diana para apuntar su meada.

Viendo que seguia meando, el vecino puso un cartel: 'no se orina donde hay cruces'.

Al dia siguiente Quevedo se dirige a miccionar , cono siempre, vio el mensaje, lo borró y puso otro: 'no se ponen cruces donde se orina'
Cierto meparto:

Otra muy buena es la de que estaban Quevedo y el rey subiendo por unas escaleras de palacio cuando a Quevedo se le desató un zapato, y dándose cuenta enseguida se agachó para anudarse los cordones. Las tripas le andaban un tanto revueltas aquella tarde, y al doblar el espinazo en esa postura no pudo evitar que se le escapase un cuesco, el cual por efecto expansivo fue a parar a los morros de Felipe, situado justo debajo. El rey, dándole unos golpecitos en el trastero, le dice: ”¡Hombre, Quevedo!”, a lo que éste, no sé si temiendo o no por su vida, contestó: “Hombre, ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?” meparto:
 
Última edición:
De todos es sabido la malísima relación que tuvo Quevedo desde siempre con Góngora, famosas son las pullas entre ellos muchas de ellas con muy mala baba, lo que sabe muy poca gente es que una vez muerto Góngora(era casi 20 años mayor que Quevedo)nunca permitió que nadie hablara mal de él en su presencia, llegando incluso a echar mano de la empuñadura de su espada al menor atisbo de ello.
 
Gracias @Berrón !
Don Paco ha sido el literato más grande de la historia universal! Inconmensurable!
Ni Shakespeare ni Cervantes!!
Su vida, digna de ser llevada a la filmografía, pero no habrá director alguno con los huevones suficientes.
Debería ser adoptado como referente esencial de este nuestro foro (por lo de Paco).
 
Bien es sabida la aversión que tenía Francisco de Quevedo a los judíos, en el capítulo XXXIX titulado "La hora de los monopantos(cristianos)", de su obra "La obra de todos y la fortuna con seso", trata sobre la teoría de la ambición judía de dominar el mundo.

Aquí se puede descargar en PDF


Has tardado 22 post para apuntar la característica más importante de Quevedo: antijudio sin fisuras.
 
Quevedo es grande entre los grandes, no solo su obra. Su vida también fue grande, hubiera sido bonito haberlo conocido, junto a Valle-Inclán. Una anécdota que se cuenta de él:

" Una de las incontables anécdotas, y no por conocida menos atrevida, atribuidas al chistoso y provocador poeta madrileño D. Francisco de Quevedo es la que nació en una taberna frecuentada por el literato y donde eran frecuentes los cotilleos y habladurías de la corte. En una de estas conversaciones surgió el tema de la discapacidad física de la reina Isabel de Borbón (algunos adjudican erróneamente la anécdota a Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, pero sería reina consorte años después de muerto el poeta) que sufría de cierta cojera indisimulable. Su majestad no era objeto de burla sólo por su defecto físico sino también por su mal genio, acrecentado por las mofas del respetable. Ni corto ni perezoso, Quevedo, gran maestro del insulto sutil y de los más audaces e insolentes juegos de palabras, apostó con sus amigotes que sería capaz de llamar "coja" a la reina en su propia cara sin que ésta se ofendiese ni él mismo incurriese en grave desacato (ya sabemos que sus chanzas le costaron destierros y estancias en la guandoca más de una vez). Al parecer, la suma monetaria del desafío ascendía a “Mil dineros a los que el Marqués de Calatrava, añadiría otros mil si el de Santiago llegaba a tener éxito en su empresa” y a una opípara cena. Sus colegas de farra, tras reírse largo y tendido, aceptaron, creyéndose fácilmente ganadores.

Cierto día, aprovechando que había sido invitado a una recepción en el Real Alcázar, el poeta conceptista acudió a palacio con un vistoso ramo formado por dos tipos de flores: claveles blancos y rosas rojas. Estando toda la corte reunida y ante tan noble público, lo ofreció a la reina para que gozara de su aroma y, haciendo una reverencia, soltó a la soberana: “Señora, traigo lo que solo es un anticipo del ramo que os traeré. Desconociendo vuestra flor favorita, entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”.

Según algunas versiones la de Fontainebleau no fue consciente del cachondeo que se traía el rimador que, haciendo uso del calambur (juego de palabras en el que se modifica el significado de una frase o palabra colocando de forma distinta sus sílabas) superó claramente el reto. Otras versiones cuentan por el contrario que su alteza no era sencilla y, haciendo de tripas corazón, tiró de ingenio y respondió al escritor: “Que soy coja ya lo sé, y la rosa roja escogeré”, quedando el burlador burlado aunque justo ganador de tan espléndida recompensa.
Coja ella, y cojo él. Me gustaría leer alguna anécdota de su propio defecto... Los tuertos solemos sentirnos orgullosos por el nuestro.

@bric @unaburbu @ajenuz
 
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