Imaginemos a un agricultor de un pueblo perdido de la Alcarria.
Su supervivencia y la de su familia dependen de dos cosas: primero, de la calidad y cantidad de su trabajo; segundo, del clima.
A su vez, su trabajo será bueno si se ajusta a lo aprendido por tradición y experiencia y se valorará en arrobas de trigo recogidas según haga las cosas de una o de otra manera.
El clima no depende de él ni de nadie que conozca o pueda conocer personalmente. En su cultura se admite que el tiempo que haga depende en última instancia de Dios, un ser sobrenatural.
Este agricultor, pues, depende para su subsistencia de una tradición (conocimientos agrícolas decantados durante generaciones), de su propio esfuerzo e inteligencia, y de Dios. O sea, que SU SUBSISTENCIA NO DEPENDE, AL MENOS PRIMORDIALMENTE, DEL VECINO. LA CONFORMIDAD CON LA NORMA SOCIAL NO LE DA DE COMER.
Imaginemos ahora a una especialista de género de un ayuntamiento.
Su medio de subsistencia DEPENDE ENTERAMENTE DE LA NORMA SOCIAL Y DE LA VALORACIÓN QUE INDIVIDUOS EXTERNOS HAGAN DE SU LABOR. No se basa en nada objetivo, sino en convenciones sociales. La calidad de su trabajo es irrelevante; los resultados que obtenga no tienen importancia. No necesita aplicar los mejores conocimientos disponibles para resolver el "problema" que se supone que tiene que solucionar. LO ÚNICO QUE NECESITA ES QUE LA SOCIEDAD CONVENGA EN QUE LO QUE HACE ES NECESARIO Y ESTÁ BIEN.
Por supuesto, para ella la tradición es irrelevante (en realidad, enemiga, más bien) y evidentemente Dios (equivalente aquí a factores incontrolables, como el clima para el agricultor) tampoco juega ningún papel.
¿Qué sociedad es más probable que analice los problemas desde un punto de vista objetivo, utilizando la razón, y cuál va a estar más dispuesta a hacer seguidismo ciego de las tendencias sociales: una sociedad de agricultores o una sociedad de especialistas de género?
Observemos que el agricultor puede ser un gañán sin estudios y la especialista de género puede que tenga 18 másters. Pero, a la hora de la verdad, tiene más incentivos para usar la razón el primero que la segunda.
Y ése es nuestro problema: tenemos una sociedad en la que ya hay una mayoría de personas cuya subsistencia no se basa en resolver problemas reales, sino que depende de las acciones y opiniones DE OTRAS PERSONAS. Y aquí hay que incluir a los políticos y, en general, a la clase dirigente y a la élite intelectual.
De esta forma, esas élites se han ido conformando paulatinamente con personas hábiles en el trato con personas, pero totalmente desconectadas de cómo funciona el mundo real. No podemos extrañarnos, pues, cuando ante cualquier atisbo de un problema real vayan como pollos sin cabeza.
Pedro Sánchez sabe muy bien cómo caer bien a las charos, pero no tiene ni idea de como funciona el mundo. Ahora es presidente del gobierno.
Unamos a esto el instinto gregario, que es el que hace que el ñu que está pastando salga corriendo en cuanto ve que el vecino lo hace, AUNQUE ÉL PERSONALMENTE NO HAYA VISTO AL LEÓN.
Es normal en especies sociales asumir que la colectividad tiene más y mejor información que el individuo aislado, por lo que el seguidismo es una estrategia de supervivencia razonable.
Lo que falla en nuestra sociedad no es tanto el instinto gregario como la desconexión fundamental de la realidad de nuestras élites, en el contexto de una sociedad compleja en la que la supervivencia individual no depende de elementos externos (objetivos), sino de tu grado de aceptación por parte del grupo.