Shanchito
Himbersor
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Fiel a mi costumbre de leer en todos los palos sin importarme la fama o la ideología del autor os invito a leer lo siguiente:
Franco, Churchill y Roosevelt en la guerra mundial.
Creado el 4 septiembre, 2014 por Pío Moa
Aparte de su despego por la democracia liberal, Franco sentía antipatía por así decir histórica hacia Inglaterra y Usa. Tradicionalmente, Inglaterra había sido más enemiga que amiga, y la pérdida de la América hispana se debió en gran medida a intrigas y apoyo militar inglés. Además permanecía Gibraltar como recordatorio ominoso de la arrogancia inglesa y la decadencia española. Y aún no había pasado medio siglo desde la guerra de 1898, agresión useña con el pretexto de la voladura del acorazado Maine, atribuida falsamente a España. Con Alemania o Italia, en cambio, nunca había habido conflictos semejantes, por lo que la amistad resultaba más natural.
Estas diferencias, ideológicas y nacionales, podían haber empujado a luchar al lado del Eje pero, como hemos visto, el Caudillo era renuente a la guerra en Europa occidental. Renuencia debida al temor de que España saliera destrozada apenas iniciada su reconstrucción, de que el beneficiario final fuera Stalin — el enemigo principal, en su criterio–, y de que Alemania adquiriese una hegemonía excesiva. Ya en plena contienda elaboró la teoría de las dos guerras, más tarde de las tres, incluyendo la del Pacífico en la que se inclinaba por Usa como defensora de la civilización cristiana frente a Japón. Tokio presionaba a Berlín en pro de un armisticio con la URSS para volcarse contra el común enemigo anglouseño, mientras que los esfuerzos diplomáticos de Franco buscaban la paz entre Alemania y los anglosajones para frenar al comunismo. Sus propuestas fueron rechazadas con irritación por Hitler y respondidas con campañas de injurias y burlas en la prensa británica y useña.
En Europa solo cinco países lograron permanecer neutrales: Suecia, Irlanda, Suiza, Portugal y España. Menos Portugal, que hubo de acepar la ocupación de las Azores por los Aliados, e Irlanda, demasiado expuesta a un ataque directo inglés, los otros tres países colaboraron con el III Reich. Se ha dicho que España más que ninguna, pero no es cierto. Suiza prestó a Alemania importantes servicios financieros y de otros órdenes, y la producción bélica alemana dependía en alta medida del hierro, los aceros, los rodamientos de bolas, etc., suministrados por Suecia. La cual permitió el paso de tropas alemanas hacia Noruega y Finlandia.
La ayuda española nunca tuvo el carácter necesario que tuvieron las de Suecia y Suiza, ni permitió el paso de tropas alemanas ni devolvió a refugiados judíos… Lo más esencial fue la División Azul, y solo en el frente del este, de acuerdo con la teoría de las dos guerras. La DA debió de resultar en extremo embarazosa para Churchill, pues suponía un riesgo de que Moscú declarase la guerra a España, lo que habría obligado a Londres a tomar medidas que habrían supuesto probablemente la pérdida de Gibraltar. Además, la perspectiva de una división instruida y armada a la alemana, utilizable contra el Peñón, le intranquilizaba. De ahí sus presiones para la retirada de la DA. Dados los retrocesos alemanes, también a España dejó de convenirle la presencia de aquellos voluntarios en Rusia, siendo retirados en 1943-44.
La esencial neutralidad española no benefició ni pudo hacerlo por igual a unos y otros contendientes, como ya indicamos. De hecho, sus máximos beneficiarios, y en un plano estratégico, fueron primero Inglaterra, por el peligro de perder Gibraltar; y después, las dos potencias anglosajonas, ya que su desembarco en el Magreb –Operación Torch (Antorcha)– , planeado para noviembre de 1942, no habría sido realizable si España se sentía amenazada y decidía unirse a Alemania. Churchill y Roosevelt, bien conscientes de las inestimables ventajas de un Madrid neutral, hicieron todo género de promesas, llegando a la obsequiosidad en vísperas de Antorcha. En octubre, el embajador inglés, Hoare, se esmeró en convencer al gobierno español, a través del ministro de Exteriores Jordana, de que “(1) No tenemos ninguna intención de interferir en los asuntos internos de España, (2) Nuestros propósitos no son de violar el territorio español, ni en la península ni en sus posesiones de ultramar” Ni en la posguerra pensaban “imponer algún sistema de gobierno a los países de Europa continental. Nuestro deseo era que cada país fuera libre de elegir su propio estilo de gobierno, y que lo que era apropiado para uno no era necesariamente apropiado para otro”. Creían buena una monarquía, pero “de ningún modo queríamos intervenir en asuntos españoles”[1] Casi cada frase era falsa, como se demostraría.
Por su parte, el presidente useño Roosevelt escribió a Franco su célebre carta: “Querido general Franco: por tratarse de dos naciones amigas, en el mejor sentido de la palabra, y por desear sinceramente tanto usted como yo la continuación de tal amistad para nuestro bienestar mutuo, quiero manifestarle sencillamente las razones que nos han forzado enviar una poderosa fuerza militar americana en ayuda de las posesiones francesas en el norte de África. Tenemos información precisa de que los alemanes intentarán en fecha próxima la ocupación del norte de África (Esto era falso) (…) Espero que Vd confíe plenamente en la seguridad que le doy de que en modo alguno va dirigido este movimiento contra el gobierno o el pueblo español ni contra jovenlandia u otros territorios españoles (…) España no tiene nada que temer de las Naciones Unidas”. Tampoco estas palabras resultarían ciertas.
Después del éxito de Antorcha, ni Churchill ni Roosevelt tenían ya que preocuparse de cualquier reacción española, y el lenguaje fue cambiando. En febrero de 1943 se habían rendido los alemanes en Stalingrado, y en mayo lo harían en el norte de Túnez, abriendo paso a la oleada turística de Sicilia y de Italia. Entonces las cortesías con Franco dieron paso a presiones, amenazas e injerencias. La prensa anglosajona producía falsas informaciones sobre la España “fascista”, presentándola como un peligro. En mayo, el embajador español en Washington, Cárdenas, notificaba a Gil-Robles, convertido en antifranquista y juanista acérrimo: “El ambiente contra España es terrible, hasta el punto de que en varias ocasiones ha tenido el mismo Roosevelt que tras*mitir las órdenes de que se cargaran los buques petroleros españoles”. Todo ello recordaba a las campañas de prensa de Randolph Hearst para calentar a la opinión y prepararla para la guerra del 98. Carrero Blanco señalaba a Franco que un ataque aliado a España vendría precedido por una campaña de desprestigio.[2].
Como quedó dicho, Alemania solo obtuvo en la práctica algunas ventajas tácticas de la neutralidad española, como aprovisionamiento de algunos submarinos o facilidades de espionaje. Estas últimas también las disfrutaban los Aliados. Según Hayes: “El Gobierno español estaba perfectamente enterado de lo que llevábamos a cabo, por medio de su magnífico servicio secreto (…) Podía haberlo impedido fácilmente o al menos dificultado, y sin duda lo habría hecho de haber decidido servir a los intereses del Eje (…) Lo único sobre lo que nos vigilaban estrechamente y estaban dispuestas a impedírnoslo en todo momento era el contacto con elementos subversivos del interior de España o que nos dedicásemos a actividades hostiles hacia el régimen”[3].
Pues, olvidando las promesas de no injerencia, menudearon los intentos aliados de subversión en España. Poco antes del desembarco en Normandía, al año siguiente, Jordana protestó a Hayes por los manejos de Bill Donovan, jefe de la OSS, precursora de la CIA, que habían costado la vida a un inspector de policía español. Detenidos varios agentes de Donovan, se supo que este entrenaba en jovenlandia a grupos de saboteadores para actuar en España, que el consulado useño en Barcelona financiaba la entrada de agitadores y saboteadores por los Pirineos, y que un agente inglés había intentado montar una base guerrillera en la zona astur-leonesa. Claro que los Aliados anglosajones estaban por entonces demasiado ocupados en otros frentes para prestar mucha atención a España, aunque hubo tentaciones de invadirla ante la dificultad de avanzar por Italia, según M. Platón en Hablan los militares (Hablar con Platón)[4].
Otro momento crítico fue, en octubre de 1943, el asunto de un telegrama de cortesía remitido por Jordana al hispanófobo José Laurel, jefe del gobierno títere impuesto por Japón en Filipinas. Laurel había informado a Madrid de la constitución de su gobierno, y Jordana respondía le respondía deseando mantener buenas relaciones, sin ofrecer reconocimiento oficial. Por lo demás, Madrid prefería allí a Usa, como dijimos, y venía protestando por el maltrato japonés a los intereses culturales y económicos españoles en Filipinas. Pero Washington tomó el telegrama como pretexto para una fuerte campaña de intimidación, a partir de The New York Times. Se decía que España enviaba suministros a la república mussoliniana de Saló, que la División Azul tenía orden de continuar en Rusia, o que los barcos españoles llevaban contrabando al Eje. Corrieron rumores de represalias y de una posible agresión armada a España. El curso de la guerra hizo que el escándalo se fuera disolviendo por sí solo.
No mejores augurios ofrecían los tratos ingleses con monárquicos juanistas, deseosos de sustituir a Franco por Don Juan. En diciembre del 43, Franco había conocido una carta del pretendiente al conde de Fontanar, hombre de su confianza. Don Juan le informaba de que, según lord Mountbatten, personaje próximo a Churchill, este estaba resuelto a expulsar a Franco, con probable oleada turística, e instalar al rey. Por otra parte aumentaba la agitación comunista que llevaría a crear el maquis.
Londres y Washington crearon un gran escándalo por la venta de volframio español a Alemania. El volframio, como aleación del acero, servía a la industria bélica germana, pero su venta entraba en los derechos de los neutrales, como el cromo turco o el hierro sueco. De hecho, Portugal vendía más volframio al Reich y no fue sometido a tal acoso. Para España era una fuente importante de divisas, pues los Aliados lo compraban sin necesitarlo, para restringir los envíos a Alemania, lo cual hacía subir los precios. Pero a finales de 1943, la exigencia de cese total de las ventas se hizo imperiosa. Otros puntos clave eran la retirada de voluntarios de Rusia, presentada como conveniente para Madrid a fin de resistir las presumibles presiones soviéticas cuando terminase la guerra; y el cierre del consulado alemán en Tánger, activo centro de espionaje – como los consulados anglosajones—. El punto flaco del servicio secreto español era que los británicos habían quebrantado sus códigos y los de los alemanes, por lo que los Aliados conocían muchas medidas secretas hispanogermanas.
A principios de 1944, con Alemania a la defensiva en todos los frentes, las amenazas de los Aliados arreciaron. El 20 de enero, Usa cortó unilateralmente el suministro del vital petróleo a España. La medida, extremadamente grave, parecía excesiva para las tres exigencias citadas: podía llevar al colapso a gran parte de la economía y dejar sin reservas al ejército ante una posible oleada turística, temida por muchos. Como fuere, la oleada turística no ocurrió. Autores como Suárez, De la Cierva o Ansón, creen que se debió a Stalin, molesto por el estancamiento de sus aliados en Italia y la tardanza en abrir un segundo frente por Francia, para lo que un ataque a España sería un embrollo y pérdida de tiempo. Habría sido una de las muchas paradojas de la guerra que Stalin hubiera librado a España de tal prueba. Pero no se han descubierto documentos ingleses o useños que demuestren decisión invasora.
Lo único claro es que Hayes, como representante de Roosevelt, deseaba llevar el boicot hasta poner a Madrid de rodillas, haciéndole ceder por completo. Churchill, por contra, temía empujar a España a un caos de salida imprevisible cuando estaban preparando la oleada turística de Francia por Normandía. El 27, Hoare visitó a Franco para exponerle perentoriamente las exigencias aliadas: cese del negocio del volframio y del espionaje alemán, y retorno de la Legión Azul. A cambio, tentaba al Caudillo con esperanzas de relaciones halagüeñas de posguerra con los ya más que previsibles vencedores. Franco volvió a irritarle al mostrarse poco impresionado y hablarle “con la voz suave y tranquila de un médico de familia que desea tranquilizar a un paciente excitado”. Pensaba que los Aliados intentaban forzarle a volverse contra Alemania, como hacían con Turquía o Argentina, a lo que no estaba dispuesto.
Sin embargo sabía que se encontraba en una posición crítica y fue necesario hacer concesiones, aunque demorándolas todo lo posible. Por acuerdo del 2 de mayo, el retorno de la Legión Azul se hizo firme, aunque siguieron permaneciendo voluntarios españoles en Rusia; el consulado alemán en Tánger fue cerrado, así como la agregaduría militar japonesa en Madrid, y la venta de volframio restringida a 40 toneladas mensuales. Berlín protestó por el incumplimiento del tratado comercial de 1943, pero se le respondió que tampoco España había recibido las armas alemanas acordadas. Bajo cuerda, las medidas fueron aplicadas de forma lenta y parcial.
Algunos sectores del régimen, en particular falangistas, consideraron aquellas concesiones una humillación intolerable e innecesaria, pues, promesas de ocasión aparte, los Aliados se declaraban claramente incompatibles con la continuidad del franquismo. En estas circunstancias aumentaron las maniobras juanistas.
También el gobierno useño se resintió por el acuerdo, pues deseaba una rendición completa del gobierno español, impedida por Churchill al advertir que en último extremo, Inglaterra vendería petróleo a España, con lo que forzó la “capitulación del Departamento de Estado”, en frase de Hayes. El caso produjo descontento y frialdad entre useños e ingleses. Para el Caudillo se trataba de ganar tiempo hasta que la amenaza soviética cobrara tal fuerza que forzase a Churchill y Roosevelt a cambiar de estrategia. En todo caso salió del trance muy reforzado en España, y poco después visitaba Bilbao, donde recibió una acogida popular aún más calurosa de lo habitual.
Pese a los actos hostiles por parte de España, Churchill entendía bien lo que debía a la no beligerancia hispana en momentos en que la suerte de su país pendía de un hilo, y el 24 de mayo defendió la no injerencia y fue más allá: “No simpatizo con quienes creen inteligente, incluso gracioso, insultar y ofender al gobierno español en cualquier ocasión”. Esas frases levantaron ampollas en la prensa y el Parlamento ingleses, muy antifranquistas, y a Roosevelt, deseoso de acosar sin contemplaciones a España. Churchill tuvo que explicarle: “No me importa Franco, pero no quiero una península ibérica hostil a los británicos después de la guerra”.
El 6 de junio comenzaba el desembarco en Normandía, y según marchaba adelante crecía el acoso a España. La BBC anunciaba una escalada de exigencias, entre ellas el cese de todo comercio con Alemania –imposición ilegal, aunque en la perturbación creada por los bombardeos en el tras*porte por Francia ya casi impedía ese comercio–. Y la prensa sembraba bulos sobre unidades secretas nazis en España e insistía machaconamente con el volframio. En el Congreso useño se oían propuestas de ruptura con Madrid y apoyo a las guerrillas.
El 30 de junio, Hoare indicaba a Jordana que Londres miraba a España como “uno de los pilares para garantizar la paz futura en Europa”, y no deseaba inmiscuirse en los sus asuntos, pero… el franquismo debía dejar paso a un sistema que los anglosajones pudieran defender ¡ante los soviéticos!; pues estos, de otro modo, impondrían en España un gobierno de izquierda. Se pensaba en una monarquía. Jordana le replicó que el franquismo era la mejor garantía de estabilidad para Europa. El Caudillo entendió que Londres trataba de intimidar al régimen para que se disolviera por su cuenta y España se convirtiese en satélite inglés por evitar, supuestamente, serlo soviético. Por tanto, instruyó a Jordana para que comunicase a Hoare que sus palabras constituían una injerencia inadmisible, y que las daba por no dichas. La reprimenda irritó aún más al embajador, y a los pocos días la prensa anglosajona “descubría” que la Gestapo reclutaba ex miembros de la División Azul para operar en el sur de Francia. Entre tales intimidaciones y provocaciones, el Vaticano ayudó a Franco ante los Aliados definiendo su régimen como “sinceramente católico. El gobierno provisional italiano, inquieto por el creciente poder comunista, agradeció gestiones a Madrid, que le tras*firió la deuda contraída por España con Mussolini (la deuda sería pagada a precio de saldo con una lira muy devaluada). Franco, por su parte, insistía en negociaciones en el oeste para limitar las tremendas destrucciones en Europa.
El 19 de septiembre, Carrero entregaba a Franco unas Consideraciones sobre el mundo próximo. La segura victoria aliada supondría una catástrofe para Europa, vaticinando acertadamente que Usa y URSS saldrían como los poderes dominantes, pero no Inglaterra. Después especulaba vanamente sobre un importante papel internacional para España, posiblemente decidido por Dios.
Dichos, Actos y Hechos | Dichos, Actos y Hechos
Franco, Churchill y Roosevelt en la guerra mundial.
Creado el 4 septiembre, 2014 por Pío Moa
Aparte de su despego por la democracia liberal, Franco sentía antipatía por así decir histórica hacia Inglaterra y Usa. Tradicionalmente, Inglaterra había sido más enemiga que amiga, y la pérdida de la América hispana se debió en gran medida a intrigas y apoyo militar inglés. Además permanecía Gibraltar como recordatorio ominoso de la arrogancia inglesa y la decadencia española. Y aún no había pasado medio siglo desde la guerra de 1898, agresión useña con el pretexto de la voladura del acorazado Maine, atribuida falsamente a España. Con Alemania o Italia, en cambio, nunca había habido conflictos semejantes, por lo que la amistad resultaba más natural.
Estas diferencias, ideológicas y nacionales, podían haber empujado a luchar al lado del Eje pero, como hemos visto, el Caudillo era renuente a la guerra en Europa occidental. Renuencia debida al temor de que España saliera destrozada apenas iniciada su reconstrucción, de que el beneficiario final fuera Stalin — el enemigo principal, en su criterio–, y de que Alemania adquiriese una hegemonía excesiva. Ya en plena contienda elaboró la teoría de las dos guerras, más tarde de las tres, incluyendo la del Pacífico en la que se inclinaba por Usa como defensora de la civilización cristiana frente a Japón. Tokio presionaba a Berlín en pro de un armisticio con la URSS para volcarse contra el común enemigo anglouseño, mientras que los esfuerzos diplomáticos de Franco buscaban la paz entre Alemania y los anglosajones para frenar al comunismo. Sus propuestas fueron rechazadas con irritación por Hitler y respondidas con campañas de injurias y burlas en la prensa británica y useña.
En Europa solo cinco países lograron permanecer neutrales: Suecia, Irlanda, Suiza, Portugal y España. Menos Portugal, que hubo de acepar la ocupación de las Azores por los Aliados, e Irlanda, demasiado expuesta a un ataque directo inglés, los otros tres países colaboraron con el III Reich. Se ha dicho que España más que ninguna, pero no es cierto. Suiza prestó a Alemania importantes servicios financieros y de otros órdenes, y la producción bélica alemana dependía en alta medida del hierro, los aceros, los rodamientos de bolas, etc., suministrados por Suecia. La cual permitió el paso de tropas alemanas hacia Noruega y Finlandia.
La ayuda española nunca tuvo el carácter necesario que tuvieron las de Suecia y Suiza, ni permitió el paso de tropas alemanas ni devolvió a refugiados judíos… Lo más esencial fue la División Azul, y solo en el frente del este, de acuerdo con la teoría de las dos guerras. La DA debió de resultar en extremo embarazosa para Churchill, pues suponía un riesgo de que Moscú declarase la guerra a España, lo que habría obligado a Londres a tomar medidas que habrían supuesto probablemente la pérdida de Gibraltar. Además, la perspectiva de una división instruida y armada a la alemana, utilizable contra el Peñón, le intranquilizaba. De ahí sus presiones para la retirada de la DA. Dados los retrocesos alemanes, también a España dejó de convenirle la presencia de aquellos voluntarios en Rusia, siendo retirados en 1943-44.
La esencial neutralidad española no benefició ni pudo hacerlo por igual a unos y otros contendientes, como ya indicamos. De hecho, sus máximos beneficiarios, y en un plano estratégico, fueron primero Inglaterra, por el peligro de perder Gibraltar; y después, las dos potencias anglosajonas, ya que su desembarco en el Magreb –Operación Torch (Antorcha)– , planeado para noviembre de 1942, no habría sido realizable si España se sentía amenazada y decidía unirse a Alemania. Churchill y Roosevelt, bien conscientes de las inestimables ventajas de un Madrid neutral, hicieron todo género de promesas, llegando a la obsequiosidad en vísperas de Antorcha. En octubre, el embajador inglés, Hoare, se esmeró en convencer al gobierno español, a través del ministro de Exteriores Jordana, de que “(1) No tenemos ninguna intención de interferir en los asuntos internos de España, (2) Nuestros propósitos no son de violar el territorio español, ni en la península ni en sus posesiones de ultramar” Ni en la posguerra pensaban “imponer algún sistema de gobierno a los países de Europa continental. Nuestro deseo era que cada país fuera libre de elegir su propio estilo de gobierno, y que lo que era apropiado para uno no era necesariamente apropiado para otro”. Creían buena una monarquía, pero “de ningún modo queríamos intervenir en asuntos españoles”[1] Casi cada frase era falsa, como se demostraría.
Por su parte, el presidente useño Roosevelt escribió a Franco su célebre carta: “Querido general Franco: por tratarse de dos naciones amigas, en el mejor sentido de la palabra, y por desear sinceramente tanto usted como yo la continuación de tal amistad para nuestro bienestar mutuo, quiero manifestarle sencillamente las razones que nos han forzado enviar una poderosa fuerza militar americana en ayuda de las posesiones francesas en el norte de África. Tenemos información precisa de que los alemanes intentarán en fecha próxima la ocupación del norte de África (Esto era falso) (…) Espero que Vd confíe plenamente en la seguridad que le doy de que en modo alguno va dirigido este movimiento contra el gobierno o el pueblo español ni contra jovenlandia u otros territorios españoles (…) España no tiene nada que temer de las Naciones Unidas”. Tampoco estas palabras resultarían ciertas.
Después del éxito de Antorcha, ni Churchill ni Roosevelt tenían ya que preocuparse de cualquier reacción española, y el lenguaje fue cambiando. En febrero de 1943 se habían rendido los alemanes en Stalingrado, y en mayo lo harían en el norte de Túnez, abriendo paso a la oleada turística de Sicilia y de Italia. Entonces las cortesías con Franco dieron paso a presiones, amenazas e injerencias. La prensa anglosajona producía falsas informaciones sobre la España “fascista”, presentándola como un peligro. En mayo, el embajador español en Washington, Cárdenas, notificaba a Gil-Robles, convertido en antifranquista y juanista acérrimo: “El ambiente contra España es terrible, hasta el punto de que en varias ocasiones ha tenido el mismo Roosevelt que tras*mitir las órdenes de que se cargaran los buques petroleros españoles”. Todo ello recordaba a las campañas de prensa de Randolph Hearst para calentar a la opinión y prepararla para la guerra del 98. Carrero Blanco señalaba a Franco que un ataque aliado a España vendría precedido por una campaña de desprestigio.[2].
Como quedó dicho, Alemania solo obtuvo en la práctica algunas ventajas tácticas de la neutralidad española, como aprovisionamiento de algunos submarinos o facilidades de espionaje. Estas últimas también las disfrutaban los Aliados. Según Hayes: “El Gobierno español estaba perfectamente enterado de lo que llevábamos a cabo, por medio de su magnífico servicio secreto (…) Podía haberlo impedido fácilmente o al menos dificultado, y sin duda lo habría hecho de haber decidido servir a los intereses del Eje (…) Lo único sobre lo que nos vigilaban estrechamente y estaban dispuestas a impedírnoslo en todo momento era el contacto con elementos subversivos del interior de España o que nos dedicásemos a actividades hostiles hacia el régimen”[3].
Pues, olvidando las promesas de no injerencia, menudearon los intentos aliados de subversión en España. Poco antes del desembarco en Normandía, al año siguiente, Jordana protestó a Hayes por los manejos de Bill Donovan, jefe de la OSS, precursora de la CIA, que habían costado la vida a un inspector de policía español. Detenidos varios agentes de Donovan, se supo que este entrenaba en jovenlandia a grupos de saboteadores para actuar en España, que el consulado useño en Barcelona financiaba la entrada de agitadores y saboteadores por los Pirineos, y que un agente inglés había intentado montar una base guerrillera en la zona astur-leonesa. Claro que los Aliados anglosajones estaban por entonces demasiado ocupados en otros frentes para prestar mucha atención a España, aunque hubo tentaciones de invadirla ante la dificultad de avanzar por Italia, según M. Platón en Hablan los militares (Hablar con Platón)[4].
Otro momento crítico fue, en octubre de 1943, el asunto de un telegrama de cortesía remitido por Jordana al hispanófobo José Laurel, jefe del gobierno títere impuesto por Japón en Filipinas. Laurel había informado a Madrid de la constitución de su gobierno, y Jordana respondía le respondía deseando mantener buenas relaciones, sin ofrecer reconocimiento oficial. Por lo demás, Madrid prefería allí a Usa, como dijimos, y venía protestando por el maltrato japonés a los intereses culturales y económicos españoles en Filipinas. Pero Washington tomó el telegrama como pretexto para una fuerte campaña de intimidación, a partir de The New York Times. Se decía que España enviaba suministros a la república mussoliniana de Saló, que la División Azul tenía orden de continuar en Rusia, o que los barcos españoles llevaban contrabando al Eje. Corrieron rumores de represalias y de una posible agresión armada a España. El curso de la guerra hizo que el escándalo se fuera disolviendo por sí solo.
No mejores augurios ofrecían los tratos ingleses con monárquicos juanistas, deseosos de sustituir a Franco por Don Juan. En diciembre del 43, Franco había conocido una carta del pretendiente al conde de Fontanar, hombre de su confianza. Don Juan le informaba de que, según lord Mountbatten, personaje próximo a Churchill, este estaba resuelto a expulsar a Franco, con probable oleada turística, e instalar al rey. Por otra parte aumentaba la agitación comunista que llevaría a crear el maquis.
Londres y Washington crearon un gran escándalo por la venta de volframio español a Alemania. El volframio, como aleación del acero, servía a la industria bélica germana, pero su venta entraba en los derechos de los neutrales, como el cromo turco o el hierro sueco. De hecho, Portugal vendía más volframio al Reich y no fue sometido a tal acoso. Para España era una fuente importante de divisas, pues los Aliados lo compraban sin necesitarlo, para restringir los envíos a Alemania, lo cual hacía subir los precios. Pero a finales de 1943, la exigencia de cese total de las ventas se hizo imperiosa. Otros puntos clave eran la retirada de voluntarios de Rusia, presentada como conveniente para Madrid a fin de resistir las presumibles presiones soviéticas cuando terminase la guerra; y el cierre del consulado alemán en Tánger, activo centro de espionaje – como los consulados anglosajones—. El punto flaco del servicio secreto español era que los británicos habían quebrantado sus códigos y los de los alemanes, por lo que los Aliados conocían muchas medidas secretas hispanogermanas.
A principios de 1944, con Alemania a la defensiva en todos los frentes, las amenazas de los Aliados arreciaron. El 20 de enero, Usa cortó unilateralmente el suministro del vital petróleo a España. La medida, extremadamente grave, parecía excesiva para las tres exigencias citadas: podía llevar al colapso a gran parte de la economía y dejar sin reservas al ejército ante una posible oleada turística, temida por muchos. Como fuere, la oleada turística no ocurrió. Autores como Suárez, De la Cierva o Ansón, creen que se debió a Stalin, molesto por el estancamiento de sus aliados en Italia y la tardanza en abrir un segundo frente por Francia, para lo que un ataque a España sería un embrollo y pérdida de tiempo. Habría sido una de las muchas paradojas de la guerra que Stalin hubiera librado a España de tal prueba. Pero no se han descubierto documentos ingleses o useños que demuestren decisión invasora.
Lo único claro es que Hayes, como representante de Roosevelt, deseaba llevar el boicot hasta poner a Madrid de rodillas, haciéndole ceder por completo. Churchill, por contra, temía empujar a España a un caos de salida imprevisible cuando estaban preparando la oleada turística de Francia por Normandía. El 27, Hoare visitó a Franco para exponerle perentoriamente las exigencias aliadas: cese del negocio del volframio y del espionaje alemán, y retorno de la Legión Azul. A cambio, tentaba al Caudillo con esperanzas de relaciones halagüeñas de posguerra con los ya más que previsibles vencedores. Franco volvió a irritarle al mostrarse poco impresionado y hablarle “con la voz suave y tranquila de un médico de familia que desea tranquilizar a un paciente excitado”. Pensaba que los Aliados intentaban forzarle a volverse contra Alemania, como hacían con Turquía o Argentina, a lo que no estaba dispuesto.
Sin embargo sabía que se encontraba en una posición crítica y fue necesario hacer concesiones, aunque demorándolas todo lo posible. Por acuerdo del 2 de mayo, el retorno de la Legión Azul se hizo firme, aunque siguieron permaneciendo voluntarios españoles en Rusia; el consulado alemán en Tánger fue cerrado, así como la agregaduría militar japonesa en Madrid, y la venta de volframio restringida a 40 toneladas mensuales. Berlín protestó por el incumplimiento del tratado comercial de 1943, pero se le respondió que tampoco España había recibido las armas alemanas acordadas. Bajo cuerda, las medidas fueron aplicadas de forma lenta y parcial.
Algunos sectores del régimen, en particular falangistas, consideraron aquellas concesiones una humillación intolerable e innecesaria, pues, promesas de ocasión aparte, los Aliados se declaraban claramente incompatibles con la continuidad del franquismo. En estas circunstancias aumentaron las maniobras juanistas.
También el gobierno useño se resintió por el acuerdo, pues deseaba una rendición completa del gobierno español, impedida por Churchill al advertir que en último extremo, Inglaterra vendería petróleo a España, con lo que forzó la “capitulación del Departamento de Estado”, en frase de Hayes. El caso produjo descontento y frialdad entre useños e ingleses. Para el Caudillo se trataba de ganar tiempo hasta que la amenaza soviética cobrara tal fuerza que forzase a Churchill y Roosevelt a cambiar de estrategia. En todo caso salió del trance muy reforzado en España, y poco después visitaba Bilbao, donde recibió una acogida popular aún más calurosa de lo habitual.
Pese a los actos hostiles por parte de España, Churchill entendía bien lo que debía a la no beligerancia hispana en momentos en que la suerte de su país pendía de un hilo, y el 24 de mayo defendió la no injerencia y fue más allá: “No simpatizo con quienes creen inteligente, incluso gracioso, insultar y ofender al gobierno español en cualquier ocasión”. Esas frases levantaron ampollas en la prensa y el Parlamento ingleses, muy antifranquistas, y a Roosevelt, deseoso de acosar sin contemplaciones a España. Churchill tuvo que explicarle: “No me importa Franco, pero no quiero una península ibérica hostil a los británicos después de la guerra”.
El 6 de junio comenzaba el desembarco en Normandía, y según marchaba adelante crecía el acoso a España. La BBC anunciaba una escalada de exigencias, entre ellas el cese de todo comercio con Alemania –imposición ilegal, aunque en la perturbación creada por los bombardeos en el tras*porte por Francia ya casi impedía ese comercio–. Y la prensa sembraba bulos sobre unidades secretas nazis en España e insistía machaconamente con el volframio. En el Congreso useño se oían propuestas de ruptura con Madrid y apoyo a las guerrillas.
El 30 de junio, Hoare indicaba a Jordana que Londres miraba a España como “uno de los pilares para garantizar la paz futura en Europa”, y no deseaba inmiscuirse en los sus asuntos, pero… el franquismo debía dejar paso a un sistema que los anglosajones pudieran defender ¡ante los soviéticos!; pues estos, de otro modo, impondrían en España un gobierno de izquierda. Se pensaba en una monarquía. Jordana le replicó que el franquismo era la mejor garantía de estabilidad para Europa. El Caudillo entendió que Londres trataba de intimidar al régimen para que se disolviera por su cuenta y España se convirtiese en satélite inglés por evitar, supuestamente, serlo soviético. Por tanto, instruyó a Jordana para que comunicase a Hoare que sus palabras constituían una injerencia inadmisible, y que las daba por no dichas. La reprimenda irritó aún más al embajador, y a los pocos días la prensa anglosajona “descubría” que la Gestapo reclutaba ex miembros de la División Azul para operar en el sur de Francia. Entre tales intimidaciones y provocaciones, el Vaticano ayudó a Franco ante los Aliados definiendo su régimen como “sinceramente católico. El gobierno provisional italiano, inquieto por el creciente poder comunista, agradeció gestiones a Madrid, que le tras*firió la deuda contraída por España con Mussolini (la deuda sería pagada a precio de saldo con una lira muy devaluada). Franco, por su parte, insistía en negociaciones en el oeste para limitar las tremendas destrucciones en Europa.
El 19 de septiembre, Carrero entregaba a Franco unas Consideraciones sobre el mundo próximo. La segura victoria aliada supondría una catástrofe para Europa, vaticinando acertadamente que Usa y URSS saldrían como los poderes dominantes, pero no Inglaterra. Después especulaba vanamente sobre un importante papel internacional para España, posiblemente decidido por Dios.
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