¡FELIZ NO IMAGINARIA NAVIDAD!

KUTRONIO

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El Nacimiento de un Dios pequeño, diferente y desconcertante (para laprogrez que revindica no sé que tontetia de sosticio de invierno)

Como quien no quiere la cosa ya estamos a las puertas de la Navidad, y la Navidad, al final, o es la conmemoración del nacimiento de Dios o no es nada verdaderamente importante. Por eso no tiene mucho sentido celebrar la Navidad escondiendo su significado, felicitando simplemente las “fiestas” y colocando luces y adornos asépticos. Todo eso, al final, no tiene razón de ser sin su anclaje religioso. Podemos reunirnos en familia en septiembre, o hacernos un regalo o comer dulces en cualquier otro momento del año. A mucha gente no le llena o le dice nada la Navidad porque, despojada de su sentido, efectivamente lo raro es que le llenara o dijera nada. Pero si creemos que hubo un momento de la historia en que Dios vino realmente a vivir físicamente entre nosotros, entonces eso es lo más importante que ha pasado jamás en el mundo, y merece la pena detenerse a pensar un poco en ello y celebrarlo.

Desde luego hace 2.000 años (año arriba, año abajo) tuvo que pasar algo muy importante porque el mundo quedó conmocionado. De hecho dividimos el tiempo y lo contamos a partir de ese momento. Desde entonces no ha pasado nada que nos haya parecido más importante, y que haya pasado a ser la nueva cosa que nos hace dividir la historia en dos y contar el paso del tiempo. Se ha intentado alguna vez, pero no se ha conseguido. Nadie puede negar por tanto que algo fuera de lo común pasó hace 2.000 años en Israel incluso al margen de cualquier consideración religiosa. Sería por tanto ilógico minimizarlo, ignorarlo o no tener curiosidad sobre ello.

Lo más extraño es que a fin de cuentas lo que sucedió es que en Belén nació un niño. O sea, a qué clase de Dios se le ocurre hacerse un niño. No un niño que lanzara rayos por los ojos como una especie de Superboy de Marvel, sino un niño tan frágil y delicado como cualquier otro niño. Esto es una rareza y una extravagancia de la teología católica. Siempre ha habido gente, naturalmente también en tiempos de Jesús, y desde luego en el pueblo de Israel, que esperaba la venida de Dios. En realidad es algo de lo más natural. También nosotros sospechamos que hay algo más de lo que se puede medir y pesar. También nosotros queremos saber. Siempre hemos necesitado que Dios viniera a explicar. Por tanto era razonable necesitar, desear y esperar la llegada de Dios.

Sí, mucha gente esperaba la llegada de Dios pero en forma de un tornado de Fuego, o de un gigante volador envuelto en rayos, el cual diera órdenes a los mares y probablemente matara a los enemigos. Pero en vez de todo eso llega un niño en un pesebre. Un niño normal, aparentemente sin superpoderes (aunque los tuviera). Nada que ver con la imagen que podían tener de Dios aquellos que lo esperaban. Esto quiere decir al menos dos cosas. La primera que la idea de un Dios que apareciera en el mundo siendo una especie de Mázinger Z pone de manifiesto lo pequeño que es un dios ideado por nosotros. Lo segundo que efectivamente hacía falta que Dios nos hiciera una visita para ayudarnos a comprenderle y revelarnos algo acerca de sí mismo.

Hay otro aspecto importante en el hecho de que el Dios que llegó al mundo hace 2.000 años no tuviera nada que ver con el dios en minúscula que más o menos podían esperar los humanos, incluyendo a los judíos. Jesús no puede ser un mito precisamente porque no se puede entender como una cristalización literaria de las creencias y esperanzas previas de los judíos. Las creencias y esperanzas de los judíos no tenían nada que ver con aquel niño que llegó sin siquiera unos bemoles de dragón para aniquilar a los romanos. Tan poco respondía el niño a lo esperado por los judíos que al final, cuando creció, decidieron matarlo. O sea, que por este lado podemos estar bastante seguros de que Jesús no es un mito judío y por tanto un reflejo de las creencias del lugar en que vivió.

El impacto en la historia de la venida al mundo de Jesús tampoco se explicaría si hubiera llegado a decir lo que todo el mundo esperaba que dijera. Si ese hubiera sido el caso, habría pasado totalmente desapercibido. Por el contrario, la imagen que podemos tener de Dios es completamente distinta desde la llegada de Jesús. Para eso por otro lado habría tenido sentido la venida a la Tierra de Dios.

El desconcertante Dios que llega al mundo en Belén es un Dios que nace en un pesebre, que predica el amor (incluso al enemigo) y que al final de su vida se deja apiolar. Sin embargo, todos los poderosos dioses *********** y lanzarayos resultan insignificantes frente a El. Donde un dios con minúscula habría fracasado tratando de impresionarnos con un terremoto, apareció alguien que de repente contaba la historia de un samaritano que se encontraba a un hombre herido al borde del camino. O la de un hijo que le pedía su parte de la herencia a su padre y se marchaba de su casa a malgastarla. O la de una mujer que sólo entregaba discretamente en el templo una pequeña limosna, pero que era todo lo que tenía. Quienes escuchaban a Jesús contar estas cosas quedaban bastante más impresionados que si le hubieran visto sacar unas garras de adamantium.

Seguramente no valoramos en su justa medida el milagro de que alguien pueda ser considerado Dios por las cosas que dijo. O sea, intente usted escribir alguna frase para tratar de convencer a la gente de que es Dios. Sin embargo, las cosas que decía Jesús les hacían ver a sus seguidores que sí que era Dios, que todas esas cosas no podían perderse , que había que contárselas unos a otros y que después había que escribirlas para que no se perdieran cuando desaparecieran los testigos de primera mano. Y esas cosas eran tan increíbles que hasta hoy las seguimos leyendo y reproduciendo y reflexionando sobre ellas como dichas por Dios.

Todo lo que hemos recibido desde hace 2.000 años respecto a lo que dijo Jesús es por otro lado una prueba escasamente cuestionable de su existencia. Es decir, todo lo que sabemos de lo que dijo Jesús se escribe en poquísimo tiempo, y antes de eso nadie había escrito algo semejante y después de eso tampoco nadie ha vuelto a escribir nada parecido. Te puedes inventar el personaje de un dios que sea una especie de súper héroe y escribirle el guion de una película barata de acción, pero no te puedes inventar las parábolas de Jesús. Alguien real tuvo que contar todo ese chorro de maravillosas historias jovenlandesales que se siguen reproduciendo con asombro generación tras generación, primero para explicar la huella indeleble dejada en la humanidad a partir de un momento concreto de la historia, y segundo para explicar la autoría. Te puedes inventar la vida de Beethoven, pero no la Novena Sinfonía. No tiene sentido pensar que Beethoven es un personaje mítico y que unos falsificadores compusieron aprisa y corriendo nueve sinfonías para tratar de justificar su existencia, como si componer las nueve sinfonías de Beethoven estuviera a la altura de cualquiera. Pues bien, cualquiera que lea los Evangelios se da cuenta de que eso tampoco se lo pueden haber inventado cuatro mataos para apuntalar la existencia de un personaje mítico llamado Jesús. Cualquiera que se haya leído los Evangelios se da cuenta de se que encuentra ante algo totalmente excepcional, que requiere un autor real y excepcional en un momento concreto de la historia, o lo que dijo Jesús sería tan poco interesante como lo que dijeron Apolo, Horus o Zeus.

En fin, todo lo anterior no es sino un rodeo para decirles que la Navidad no sólo se celebra, sino que la Navidad existe, y que les deseamos a todos una muy feliz Navidad.
 
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