Ciertamente, desde muy joven, Alberto Grimaldi se sintió atraído por la mar, y fue su tenacidad la que le permitió convencer a su padre, el Príncipe Carlos III, de que esa afición no era ni una veleidad pasajera ni un capricho de adolescente. En 1865 este jovencísimo Duque de Valentinois fue admitido en la Escuela Naval Imperial gala, ubicada en el puerto bretón de Lorient. Pero las circunstancias políticas del Principado, en sus relaciones con el Imperio francés, hacían aconsejable que el heredero monegasco no se formase en la Marina francesa. Estas circunstancias obligaron a buscar otra escuela, y resultó escogida la Armada Española. Y la real orden de 4 de febrero de 1866, dirigida por el ministro de Marina al ministro de Estado, le informaba de que Atendiendo gustosa la Reina (q. D. g.) a los deseos expresados por S.A. Real (sic) el Príncipe Alberto Honorio Carlos, heredero de Mónaco, Duque de Valentinois, se ha servido concederle el empleo de Alférez de Navío de la Armada Nacional, disponiendo al mismo tiempo que el nombre de S.A. figure en el escalafón respectivo desde la fecha de esta concesión. Por cierto que en la patente de tal alférez de navío se hizo constar Sermo. Sr. Príncipe Alberto Honorato Carlos, Heredero de Mónaco, Duque de Valentinois, Grande de España de 1ª clase.
El Duque de Valentinois sirvió desde entonces en la moderna fragata Tetuán, siendo su padrino -o sea, preceptor y tutor- el teniente de navío don Simón Manzanos y Sáenz, que enseguida se puso manos a la obra para la elaboración de un plan de estudios cuyo objetivo consistía en que Su Alteza se integrara con rapidez en los usos y normas de nuestra Armada: instrucción militar, instrucción marinera, e instrucción facultativa o científica. A bordo de la Tetuán, Su Alteza navegó durante aquel año de Cádiz a La Habana y vuelta (julio-agosto); de Cádiz a Vigo (agosto); de Vigo a La Habana y vuelta (septiembre); y de Vigo a Cádiz (octubre). Ya en 1866 fue destinado al Apostadero de La Habana, y embarcó allí en el vapor de guerra Hernán Cortés, realizando a su bordo una campaña de vigilancia en aguas de Puerto Rico, Jamaica y Santo Domingo, entre otras islas, que se prolongó hasta el mes de mayo del año siguiente de 1867.
La fragata Tetuán
Ya en junio volvió a La Habana para integrarse, a partir del 24 de junio, en la dotación del vapor Blasco de Garay, que realizaría durante los meses siguientes idéntica misión de control del tráfico marítimo en las aguas puertorriqueñas. Es precisamente durante su destino en este último vapor cuando, autorizado por su comandante a estibarla con los demás botes, el alférez de navío Grimaldi adquiere una pequeña balandra de construcción estadounidense, que utilizó para el reconocimiento y extracción de peces en las cercanías de los distintos fondeaderos del buque.
Vapor Blasco de Garay
En agosto de 1868 ascendió a teniente de navío. Desgraciadamente, muy poco después estalló la revolución el 29 de septiembre de 1868 -La Gloriosa la denominaron sus partidarios- que causó el destronamiento y exilio de Isabel II, y Grimaldi pidió licencia para dejar el servicio activo; licencia que se fue prolongando por muchos años. Cuarenta años más tarde, Alberto I de Mónaco reconocería cómo hoy, que mi carrera de marino se halla adelantada, debo insistir en mi gratitud a mis antiguos maestros españoles, que heredaron de sus mayores el valor, la nobleza y la generosidad, cualidades sin las que es imposible llegar a ser.
El 9 de febrero de 1875 fue promovido a teniente de navío de 1ª clase; el 11 de febrero de 1878 se le concedió una cruz del mérito naval de 2ª clase con distintivo blanco; el 8 de noviembre siguiente se le promovió al empleo de capitán de fragata; el 24 de julio de 1886 recibió la gran cruz de la Orden del Mérito Naval con distintivo blanco; el 11 de marzo de 1896 el Príncipe de Mónaco ascendió a capitán de navío de 1ª clase (encabezando el escalafón de la escala activa, lo que planteó un pequeño problema, pues de hecho podía aspirar a desempeñar cualquier puesto de lo
s disponibles para su empleo); y finalmente, y debido a la regia gracia de Don Alfonso XIII, el Príncipe Alberto I de Mónaco alcanzaría en 1912 el rango de contralmirante honorario de la Armada española.
Como colofón de este tercer momento de las relaciones de España con Mónaco, he de recordar que cuando Alberto I a bordo de su primer yate oceanográfico, el Hirondelle, entró a reparar en La Carraca en 1878, pidió a Su Majestad el Rey la gracia de que su dotación fuera siempre compuesta por marineros españoles, a lo que accedió el Soberano español por medio de un real orden.
Como queda reflejado en estos significativos párrafos, el cariño a la Armada y sus gratos recuerdos a su servicio, estuvieron siempre presentes en el corazón del Príncipe, y como buena prueba de ello lo certifica el hecho de que siempre que embarcaba en algún buque de guerra español, lo hacía luciendo con orgullo su uniforme de oficial de la Armada.