Carter Hayes
Madmaxista
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Mis abuelos nunca tuvieron coche. Uno era maquinista, tenía la estación a tres minutos de casa y de vacaciones se iba en tren, obviamente. El otro era molinero, vivía en un edificio anexo a la fábrica de harinas y no solía ir de vacaciones.
Mi padre tampoco ha tenido coche. Hasta que la rodilla le empezó a liar siempre fue andando a trabajar. Incluso a un trabajo que le pillaba a casi una hora, aunque la mayor parte de su vida laboral tuvo el curro a media hora andando.
Esto a mí me creó una mentalidad de vivir sin coche, estaba acostumbrado al tras*porte público y, a pesar de gustarme los coches, nunca sentí la necesidad de tener uno. Curiosamente acabé en un trabajo en el que el coche es totalmente imprescindible, pero es muy raro que lo coja para algo que no sea trabajar. A casa de mi padre y al centro voy en autobús o andando, incluso para alguna gestión en la que tengo que cruzar la ciudad, cojo mi bonobús tan tranquilamente. Obviamente, me miran como a un bicho raro.
El problema para mí es que el coche pasó a ser una cuestión de estatus social. Si no tienes cochecito, eres un hambriente. Desde hace mucho tiempo. En años en los que había muchos menos coches, el feliz poseedor de un Renault 6 que apenas movía, se pavoneaba en la calle pasándole plumero y bayeta durante horas, ante las atentas miradas del vecindario. Otros vecinos sentirían la imperiosa necesidad de no ser menos, aunque les costara sangre, sudor y lágrimas.
Recuerdo una familia, en la que el padre se aficionó a la bebida y a los 50 dijo que currar no era lo suyo. Tenia tres hijos, él y otro hijo en paro, los dos que trabajaban con sueldos bajos. Los tres hijos tenían coches, de segunda mano, eso sí. Uno de los que trabajaba tenía furgoneta en el trabajo, el otro el taller a dos manzanas de casa.
Hoy en día, la mayoría de jovencitos esperan ansiosos su primer trabajo, para comprarse su correspondiente coche y abandonar el furgón de los pobres.
Intente, intente convencer con sus bien expuestos argumentos al Yonatán de turno, que está haciendo sus cálculos para comprarse el Astra GTC, de que es algo que no le resulta realmente necesario y que lo va a ahogar económicamente.
Mi padre tampoco ha tenido coche. Hasta que la rodilla le empezó a liar siempre fue andando a trabajar. Incluso a un trabajo que le pillaba a casi una hora, aunque la mayor parte de su vida laboral tuvo el curro a media hora andando.
Esto a mí me creó una mentalidad de vivir sin coche, estaba acostumbrado al tras*porte público y, a pesar de gustarme los coches, nunca sentí la necesidad de tener uno. Curiosamente acabé en un trabajo en el que el coche es totalmente imprescindible, pero es muy raro que lo coja para algo que no sea trabajar. A casa de mi padre y al centro voy en autobús o andando, incluso para alguna gestión en la que tengo que cruzar la ciudad, cojo mi bonobús tan tranquilamente. Obviamente, me miran como a un bicho raro.
El problema para mí es que el coche pasó a ser una cuestión de estatus social. Si no tienes cochecito, eres un hambriente. Desde hace mucho tiempo. En años en los que había muchos menos coches, el feliz poseedor de un Renault 6 que apenas movía, se pavoneaba en la calle pasándole plumero y bayeta durante horas, ante las atentas miradas del vecindario. Otros vecinos sentirían la imperiosa necesidad de no ser menos, aunque les costara sangre, sudor y lágrimas.
Recuerdo una familia, en la que el padre se aficionó a la bebida y a los 50 dijo que currar no era lo suyo. Tenia tres hijos, él y otro hijo en paro, los dos que trabajaban con sueldos bajos. Los tres hijos tenían coches, de segunda mano, eso sí. Uno de los que trabajaba tenía furgoneta en el trabajo, el otro el taller a dos manzanas de casa.
Hoy en día, la mayoría de jovencitos esperan ansiosos su primer trabajo, para comprarse su correspondiente coche y abandonar el furgón de los pobres.
Intente, intente convencer con sus bien expuestos argumentos al Yonatán de turno, que está haciendo sus cálculos para comprarse el Astra GTC, de que es algo que no le resulta realmente necesario y que lo va a ahogar económicamente.