Noticia: En españa se consume más cerveza que vino. ¡me parece una fruta vergüenza!

tonimadrid

Himbersor
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13 Oct 2020
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La cerveza está desbancando al vino

Somos un país vinícola desde tiempos de los romanos, el vino es la base de la Europa Mediterránea, del Imperio Romano, de nuestra cultura, del Catolicismo (representa la Sangre de Cristo) y de ESPAÑA como nación.

El vino es uno de nuestros principales sectores económicos, somos líderes mundiales en la producción mundial de vino y tenemos las mejores denominaciones de origen, viñedos y bodegas, y además a precios muy competitivos y con muy buena relación calidad-precio (a diferencia del sobrevaloradísimo vino francés, que lo venden a precio de oro a pesar de tener menor calidad que el español)

¿Y a pesar de ello muchos españoles traidores *** prefieren beber esa fruta cosa de líquido amarillento que parece meado, que está asquerosa y que no tiene ninguna relación con el catolicismo ni con ESPAÑA y que procede de la Europa del Norte protestante, hereje, antiespañola, leyendanegrista y masónica?

BEBED VINO, TRAIDORES me gusta la fruta


Aquí nos explican muy bien los motivos históricos de semejante traición sin parangón.

Fuimos vencidos en tres ocasiones en las guerras del vino:

a) Con las invasiones bárbaras de los pueblos germánicos, especialmente virulentas a partir del siglo III. Los militares romanos de quejaban de que tenían que celebrar las victorias con su soldadesca mercenaria gótica con apestosa cerveza en vez de un buen vino de Falerno.

b) Con la reforma protestante, que en realidad es una rebelión del norte contra el Mediterráneo hegemónico desde dos milenios antes al menos. El vino, simbólico en las religiones clásicas paganas e incluso en la misa católica, se producía en las riveras del Mediterráneo y era una fuente de ingresos para eséte. El vino alemán es bueno, pero la producción insignificante y muy cara. La reforma protestante, como rebelión contra el Mediterráneo, llevaba con ella la guerra económica.

En 1562, el rey sueco Erik XIV (1533-1577) planteó en la Dieta la cuestión de si se podía utilizar otra bebida (por ejemplo, cerveza, zumo de uva, leche, agua) en lugar del vino en la Cena del Señor. El motivo era la falta de vino debido a la guerra contra Dinamarca. Esto desencadenó la "controversia de los licoristas" (latín liquor = líquido), que también trató la cuestión de si el vino podía mezclarse al menos con agua. La mitología del norte de Europa en la época, como se puede ver en los cuadros de los Brueghel exaltaba la cerveza frente al cálido vino, que comenzó su decadencia.

c) Con la revolución industrial: al igual que las fuentes del vino estaban situadas lejos del frío norte, las fuentes de carbón de buena calidad estaban ausentes de los países Mediterráneos (es decir, vinícolas). Como el vino alemán, el carbón vinícola tenía una producción insignificante y muy cara. Y el carbón era esencial para la revolución industrial. Una vez desarrollada ésta, se alzaban barreras de entrada de los protestantes-cerveceros contra las industrias sus potenciales competidores meridionales. La industrialización se escapó a los países católico-vinícolas que, desde entonces, se convirtieron en subordinados a los intereses de los países cervecero-protestantes. Además, el vino no es tan susceptible de producción industrial como la cerveza. Requiere de los tiempos largos del catolicismo romano. La cerveza se impuso como bebida.

Algunos visionarios, viendo lo que venía, decidieron combatir al enemigo en su propio terreno. Se crearon la Mahou, la San Miguel, la Cruz Campo, la Peroni, la Moretti, la Sagres, La Super Bock... fue como derribar las propias trincheras para impedir que las derribara el enemigo. La gente se aficionó cada vez más a la basta bebida de las hordas germanas y fue dejando de lado el vino.

Y después, la entrada en la C.E.E. (hoy U.E.), el euro y Maastrich, que no fueron una guerra, sino tratados y capitulaciones solicitando el armisticio bajo durísimas condiciones. Heineken compró la Cruzcampo, por poner un ejemplo de un fenómeno que se repetiría una y otra vez poniendo las industrias cerveceras (en realidad toda la industria) en manos del enemigo.


Un inicio de rebelión sería la vuelta al vino: los hay frescos para el verano, como los vinos de Rueda, los Albariños, los blancos y rosados de aguja en general; los hay sutiles y picantes, como los tintos que todos conocemos. Con cuerpo, llenos de matices y generosos como la extraordinaria variedad de los vinos del marco de Jerez, tan incomprendidos por su confusión con esos mejunjes infectos que se sirven en las ferias del sur. Espumosos alegres. Dulces como el Pedro Ximénez o el Málaga que sustituyen a un calórico postre de inspiración anglosajona con un pequeño dedal que se sorbe lentamente...


Deberíamos iniciar la cruzada, la guerrilla del vino. Y que se queden ellos con sus tripas cerveceras y sus excesos de azúcares al sintetizar esas enormes cadenas de maltosa que ingieren.


¡Vae Victis!
 
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Fuimos vencidos en tres ocasiones en las guerras del vino:

a) Con las invasiones bárbaras de los pueblos germánicos, especialmente virulentas a partir del siglo III. Los militares romanos de quejaban de que tenían que celebrar las victorias con su soldadesca mercenaria gótica con apestosa cerveza en vez de un buen vino de Falerno.

b) Con la reforma protestante, que en realidad es una rebelión del norte contra el Mediterráneo hegemónico desde dos milenios antes al menos. El vino, simbólico en las religiones clásicas paganas e incluso en la misa católica, se producía en las riveras del Mediterráneo y era una fuente de ingresos para eséte. El vino alemán es bueno, pero la producción insignificante y muy cara. La reforma protestante, como rebelión contra el Mediterráneo, llevaba con ella la guerra económica.

En 1562, el rey sueco Erik XIV (1533-1577) planteó en la Dieta la cuestión de si se podía utilizar otra bebida (por ejemplo, cerveza, zumo de uva, leche, agua) en lugar del vino en la Cena del Señor. El motivo era la falta de vino debido a la guerra contra Dinamarca. Esto desencadenó la "controversia de los licoristas" (latín liquor = líquido), que también trató la cuestión de si el vino podía mezclarse al menos con agua. La mitología del norte de Europa en la época, como se puede ver en los cuadros de los Brueghel exaltaba la cerveza frente al cálido vino, que comenzó su decadencia.

c) Con la revolución industrial: al igual que las fuentes del vino estaban situadas lejos del frío norte, las fuentes de carbón de buena calidad estaban ausentes de los países Mediterráneos (es decir, vinícolas). Como el vino alemán, el carbón vinícola tenía una producción insignificante y muy cara. Y el carbón era esencial para la revolución industrial. Una vez desarrollada ésta, se alzaban barreras de entrada de los protestantes-cerveceros contra las industrias sus potenciales competidores meridionales. La industrialización se escapó a los países católico-vinícolas que, desde entonces, se convirtieron en subordinados a los intereses de los países cervecero-protestantes. Además, el vino no es tan susceptible de producción industrial como la cerveza. Requiere de los tiempos largos del catolicismo romano. La cerveza se impuso como bebida.

Algunos visionarios, viendo lo que venía, decidieron combatir al enemigo en su propio terreno. Se crearon la Mahou, la San Miguel, la Cruz Campo, la Peroni, la Moretti, la Sagres, La Super Bock... fue como derribar las propias trincheras para impedir que las derribara el enemigo. La gente se aficionó cada vez más a la basta bebida de las hordas germanas y fue dejando de lado el vino.

Y después, la entrada en la C.E.E. (hoy U.E.), el euro y Maastrich, que no fueron una guerra, sino tratados y capitulaciones solicitando el armisticio bajo durísimas condiciones. Heineken compró la Cruzcampo, por poner un ejemplo de un fenómeno que se repetiría una y otra vez poniendo las industrias cerveceras (en realidad toda la industria) en manos del enemigo.


Un inicio de rebelión sería la vuelta al vino: los hay frescos para el verano, como los vinos de Rueda, los Albariños, los blancos y rosados de aguja en general; los hay sutiles y picantes, como los tintos que todos conocemos. Con cuerpo, llenos de matices y generosos como la extraordinaria variedad de los vinos del marco de Jerez, tan incomprendidos por su confusión con esos mejunjes infectos que se sirven en las ferias del sur. Espumosos alegres. Dulces como el Pedro Ximénez o el Málaga que sustituyen a un calórico postre de inspiración anglosajona con un pequeño dedal que se sorbe lentamente...


Deberíamos iniciar la cruzada, la guerrilla del vino. Y que se queden ellos con sus tripas cerveceras y sus excesos de azúcares al sintetizar esas enormes cadenas de maltosa que ingieren.


¡Vae Victis!

Gracias, muy buena explicación. La subo a mi mensaje.
 
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