EL CURIOSO IMPERTINENTE
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El último muerto de Napoleón . El Correo
Otra revelación acerca de esos francess asesinos y saqueadores que vinieron a España a traernos las luces de la Ilustración y a encaminar España por la senda del progreso, la libertad, la igualdad y la fraternidad, según la narrative progrehezista-masónica-perezrevertiana.
Otra revelación acerca de esos francess asesinos y saqueadores que vinieron a España a traernos las luces de la Ilustración y a encaminar España por la senda del progreso, la libertad, la igualdad y la fraternidad, según la narrative progrehezista-masónica-perezrevertiana.
RAMÓN JIMÉNEZ FRAILE
5 julio 2015
01:32
Pese a todo lo escrito sobre Napoleón Bonaparte desde que hace 200 años saliera de escena en Waterloo, al corso aún le quedan muertos del armario. Uno de ellos fue un prisionero español de las guerras napoleónicas que un museo de Montbrison (Francia) conserva disecado. El museo solo retiró el "trofeo" de sus vitrinas, donde llevaba siglo y medio expuesto, en 2002. Ese mismo año, el presidente Mitterrand accedía a la petición de su homólogo Nelson Mandela y entregaba a Sudáfrica el cuerpo disecado de una mujer de color, conocida como "Venus Hotentote", que fue exhibida antes y después de muerta en la Francia del siglo XIX debido a su enorme trastero.
También España entregó a Botswana "El neցro de Banyoles", piedra de escándalo durante los Juegos de Barcelona de 1992. Sin embargo, al "español de Montbrison", como le conocen en el país vecino, nadie le ha reclamado y lo poco que se sabe de él es que Jean-Baptiste d"Allard, un rico de la localidad, lo puso a trabajar de albañil hasta que se murió en 1825 al caer de un andamio y decidió momificarlo. Los historiadores locales apuntan a que fue uno de los 1.600 miembros de un regimiento catalán apresado en España por las tropas napoleónicas y llevado en masa a esa ciudad del Ródano, en cuyos alrededores abundan tumbas de españoles de aquella época.
Más allá de la anécdota individual, lo que nuestro albañil disecado ha sacado a relucir es la dimensión de unos hechos apenas investigados: la deportación en masa de prisioneros españoles durante la Guerra de la Independencia (1808 y 1814). Con objeto de alejarles lo más posible de los Pirineos, la mayoría de los prisioneros españoles de Napoleón no fueron enviados a Francia, sino a la actual Bélgica, por aquel entonces parte del Imperio francés. El propio Napoleón escribió el 6 de marzo de 1809 a su ministro de guerra, el general Clarke: "12.000 prisioneros están de camino desde Zaragoza. Entre 300 y 400 mueren cada día. Podemos calcular que no entrarán en suelo francés más de 6.000. Mi intención es que los oficiales sean separados y llevados al Norte".
Trabajó de albañil para un rico galo que a su fin en 1825 embalsamó el cuerpo
Napoleón exigía que se aplicara a dichos prisioneros "un régimen severo y que se tomen medidas para poner a trabajar a esos individuos, por las buenas o por las malas, ya que se trata de fanáticos con los que no hay que tener ninguna consideración".
Se trataba de infligirles el máximo castigo en represalia al trato recibido por los soldados galos tras el estallido de la revuelta española contra el ocupante francés.
El 24 de septiembre de 1808 un decreto imperial había impuesto el arresto de todo español que no llevara un pasaporte en nombre del rey José Bonaparte, lo que provocó que las cárceles españolas se llenaran de civiles, incluidos clérigos, así como de soldados.
Los que intentaban escapar o rebelarse eran fusilados. A los oficiales detenidos se les proponía incorporarse al Ejército de Napoleón, ofrecimiento que en su gran mayoría rechazaron para no combatir contra sus compatriotas mientras José Bonaparte no fuera plenamente reconocido como Rey de España. Sin embargo, 300 oficiales españoles sí que juraron lealtad a José, el llamado Pepe Botella, hermano de Napoleón.
Atravesar Francia a pie
Civiles y militares españoles arrestados por los galos fueron obligados a caminar en columnas hasta la frontera y de ahí recorrer toda Francia hasta Bélgica, alimentándose de mala manera, casi siempre de la caridad.
Se sabe que una vez llegados a Bélgica, oficiales de los regimientos de Infantería de Asturias y Guadalajara fueron internados en el Castillo de Bouillon y en otros fortines militares de Gante e Ypres. Entre los deportados había miembros de la Guardia Valona, un cuerpo de élite de infantería en el Ejército del Rey de España cuya creación se remonta a la época en la que los Países Bajos formaban parte de los Habsburgo.
En 1812, tras la caída de Valencia, aumentó de manera considerable el número de prisioneros españoles confinados en Bélgica. Los archivos militares hablan, por ejemplo, de la llegada del teniente general Miranda, al que le fue conmutada la pena de fin por pena de guandoca que cumplió en la localidad belga de Saumur, hasta donde se desplazó su mujer.
El contingente de prisioneros españoles que llegó a la localidad costera de Ostende, en junio de 1810, fue tratado con deferencia por la población local, al igual que la de Brujas. Serían esos prisioneros los que, obligados a realizar trabajos forzados, levantaron en el litoral el Fuerte Napoleón, uno de los actuales reclamos turísticos de la costa de Bélgica.
El historiador belga Albert de Burbure ha podido identificar en archivos y registros la existencia de 40.971 hombres y 831 mujeres de origen español desplazados a la fuerza a la actual Bélgica.
"No nos extrañemos si numerosos flamencos, de aspecto hispánico, no descienden como se ha dicho de los Tercios del Duque de Alba, sino que son descendientes de los españoles dirigidos a la fuerza a nuestras provincias en la Francia de Napoleón".
Con la caída del pequeño corso, los deportados quedaron en libertad y pudieron regresar a España, pero algunos permanecieron tanto en Bélgica como en Francia. El tiempo fue borrando las huellas de estos auténticos parias españoles de la Europa napoleónica hasta el punto de no dejar casi rastro, salvo el "último prisionero de Napoleón" al que, gracias al embalsamamiento, podemos poner cara.