El megahilo de las denuncias falsas que feministas y betas intentan ocultar

Hoy he mantenido una discusión con un grupo de cuatro o cinco compañeras de trabajo sobre el tema de la violencia de género, las denuncias falsas y el derecho humano de salir borracha a las cuatro de la mañana, medio desnuda y sola por las calles oscuras.

Yo argumentaba que no existen los derechos más allá de la acción coactiva del Estado y que nadie puede exigir un supuesto derecho a no ser asaltada porque el delincuente no te lo va a reconocer y que esa actitud le está costando muy cara a muchas mujeres.

Las mujeres de mediana edad me daban la razón, una manifestó que temía por su hijo veinteañero ante los comportamientos desatados de las jóvenes y ya le había avisado al respecto.

Pero a dos mujeres jóvenes les empezaron a hervir las meninges, expulsar humo por las orejas, enrojecer indignadas y replicar con el argumentario aprendido en los discursos mañaneros de la Grisso. Ya sabes, que si un hombre no tiene miedo cuando oye unos pasos y ellas si... En fin, todo dentro del guión.

En un momento dado me di cuenta que estaban perdiendo el control ante un machista tan contumaz como yo y que estaba a punto de saltar la válvula de seguridad que llevan en la nuca y entonces yo reculé con una broma y dejé el campo de batalla.

Y es que, a pesar de haber argumentado educademente y no hacer ninguna alusión personal, advertí que una feminista malintencionada podría poner en marcha la maquinaria inquisitorial y meterme en un lío que yo no voy a buscar al trabajo.

Y entonces supe que estamos verdaderamente en una dictadura feroz. Peor que la de Franco, porque esta no era tan obsesiva como para temer a tus propios compañeros de trabajo o a tu familia o a una hija manipulada por su progenitora. En ese aspecto íntimo se confiaba en los demás y vivías relajado, podías decir cualquier cosa siempre y cuando no lo escribieses o lo difundieses públicamente, mientras que ahora estás siempre pendiente de que tu interlocutor no sea un miembro de la Stasi de género, que dispone de medios infinitamente superiores a la Stasi original, que tenía que desplegar un dispositivo inmenso para instalar micrófonos que te grabasen.

Ahora, cualquier chiflada dispone de tecnología aeroespacial planetaria, que en un momento te puede señalar como el nuevo apestado sin remisión alguna, sin libertad de expresión, ni presunción de inocencia, ni carga de la prueba, ni ninguno de los derechos que te reconocía incluso el aparato franquista.

Es decir, vivimos en la peor de las dictaduras, aquella en la que cualquiera puede ser el enemigo.

Hay que actualizar este importante hilo o hacer uno nuevo, señores...