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Infame episodio, y desgraciadamente no aislado.El 5 de agosto de 1936 fueron asesinados, por milicianos socialistas, cuatro miembros de una misma familia: Marcelino Valentín Gamazo y sus tres hijos, José Antonio de 21 años, Francisco Javier, de 20 y Luis Gonzaga de 17 años.
Los barcos que se convirtieron en checas en Cataluña
Marcelino Valentín Gamazo había nacido en Arechavaleta (Guipúzcoa) el 14 de agosto de 1879. Así pues, al ser asesinado, le faltaban nueve días para cumplir 57 años. Abogado de profesión, fue secretario de los colegios de abogados de Madrid en tres ocasiones. Decano de los Abogados del Estado, llegó a ser Fiscal General de la República, cargo para el que había sido nombrado por Niceto Alcalá Zamora el 16 de noviembre de 1935 a propuesta del Ministerio de Justicia, tanto por su prestigio como jurista, como por el hecho de merecer toda la confianza del Gobierno de la República. Pues no debemos olvidar que Don Niceto Alcalá Zamora había sido el primer presidente del Gobierno Provisional y finalmente llegó también a ser presidente de la Segunda República Española.
Marcelino Valentín Gamazo estaba casado con Narcisa Fernández Navarro de los Paños, con la que tuvo nueve hijos. Su esposa poseía fincas en Rubielos Altos, en la provincia de Cuenca, aunque la familia vivía en Madrid donde él ejercía su profesión. Su actuación profesional más notable, en el ejercicio del cometido que le correspondía como Fiscal General de la República, fue en la causa emprendida por el Tribunal Supremo contra el socialista Francisco Largo Caballero (el llamado Lenín Español) como principal responsable -instigador y organizador- del golpe de estado contra la “república burguesa” que la historiografía denomina “La Revolución de Octubre de 1934”.
En dicha causa, Valentín Gamazo había pedido para Largo Caballero -cumpliendo el cometido que le correspondía como Fiscal General de la República- una pena de 30 años de reclusión, que era la que le correspondía al ser acusado de rebelión militar. Pues la “Revolución de Octubre” había sido un alzamiento en armas contra la República que causó más de mil muertos, siendo necesario el empleo del Ejército para sofocarla. Absuelto Largo Caballero merced a las presiones ejercidas sobre el Tribunal Supremo, y muy especialmente ante el temor a la reacción de las milicias armadas del PSOE, si resultaba condenado. Por ello Valentín Gamazo presentó su dimisión, al haber quedado probado en el juicio la participación y responsabilidad de Largo Caballero como instigador y organizador de la Revolución de Octubre contra la República.
En el mes de julio, dando por hecho como toda persona bien informada que el enfrentamiento era inevitable, bien por una sublevación militar o por una insurrección revolucionaria, pensó que estaría más seguro en Rubielos Altos en la casa y finca de su esposa Narcisa Fernández Navarro de los Paños a donde se trasladó con toda su familia.
El 5 de agosto de 1936, cuando se encontraban en el interior de la vivienda los tres hijos mayores del matrimonio, José Antonio, Francisco Javier y Luís Gonzaga Valentín Fernández, jugando al frontón, se presentó un grupo de diez o doce milicianos en una camioneta requisada. Tras penetrar en el patio de la vivienda, manifestaron que habían venido para llevarlos a Albacete a declarar. En principio los hermanos se resistían a hacerlo, pero el padre, Marcelino Valentín Gamazo, como correspondía a un notable jurista que había sido nada menos que fiscal general de la República, les ordenó que obedecieran. Pues al no tener ningún cargo contra ellos, tras tomarles declaración quedarían en libertad.
Pero en cuanto se alejaron del pueblo los ataron, y tras vejarlos y torturarlos durante todo el día, los asesinaron al día siguiente en un olivar situado en el margen derecho de la carretera que va de Tébar al Picazo. Y fueron tan canallas que los asesinaron de menor a mayor. Primero al pequeño Luis Gonzaga, de 17 años. Luego a Francisco Javier de 20. Después al mayor, José Antonio de 21 años… y finalmente al padre, al que obligaron a presenciar la fin de sus tres hijos.
Dejaron los cuatro cadáveres pudriéndose al terrible sol de agosto. Y como podía esperarse de aquellas fieras, ni tan siquiera ejercieron la séptima de las obras corporales de la misericordia enterrando sus cuerpos en la cuneta. Luego pararon en el pueblo de El Picazo a tomar unos refrescos, mientras se jactaban de su “hazaña”. A alguno de los hijos debió costarle morir con los disparos de las escopetas, pues entre risotadas comentaron en el bar.... ¡estaban duros los perdigones! [1].
Cuando se supo en el pueblo de Rubielos Altos que habían aparecido los cuatro cuerpos tirados en un olivar, se fue a buscarlos. Trayéndolos atravesados sobre caballerías y envueltos en mantas. Pues ya había comenzado la descomposición de los cadáveres. Se deja a la imaginación del lector recrear la escena dantesca de la progenitora, y el resto de los hermanos y hermanas pequeñas, (cinco en total, pues uno de los hijos, Alfonso, ya había muerto en la infancia) ante la llegada de los cuerpos de su padre y de sus tres hermanos mayores.
Fueron descargados de las caballerías en el mismo lugar de donde habían partido. Y testigos presenciales de aquel momento dramático, relataron que la progenitora, Narcisa Fernández Navarro de los Paños, fue quitando las mantas que cubrían los cuatro cadáveres, de su marido y sus tres hijos. Al tiempo que los nombraba uno a uno. No derramó ni una lágrima…. pero por la palma de las manos le corría la sangre producida al clavarse las uñas.
Dos años después de finalizada la guerra, el conductor de la camioneta requisada se encontró por casualidad con uno de los milicianos que estaba trabajando en una obra en Madrid cuando este le pidió fuego. Al dárselo, su cara le resultó vagamente conocida aunque sin poder precisar dónde podía haberla visto antes. Pasados algunos días pudo recordar aquella fisonomía. Era uno de los milicianos que le habían requisado el camión obligándole a trasladarlos a Rubielos Altos de donde se habían llevado a aquel hombre y a sus tres hijos, a los que posteriormente habían apiolado. Denunciado el hecho a la policía, el sujeto fue detenido y se le formó causa por el múltiple asesinato. Tras el correspondiente juicio, fue condenado a fin y pagó su crimen ante el pelotón de fusilamiento. Hoy es una más de las “víctimas de la represión franquista” que ha sido elevado a los altares laicos como “mártir de la democracia” por la infame ley de la memoria histórica.
El resto de la partida de facinerosos logró eludir su responsabilidad criminal, tal vez escapando al extranjero. Y hoy también son acogidos con amorosos brazos en el artículo 2, Reconocimiento general, de la ley 52/2007 donde tras establecer en el punto uno el carácter radicalmente injusto de todas las condenas dice en el punto tres: así mismo se reconoce y declara la injusticia que supuso el exilio de muchos españoles durante la Guerra Civil y la Dictadura.
Según el relato del conductor del camión que estaba presente, y luego fue el principal testigo de cargo en el juicio habido contra el único que pagó con su vida el crimen, el padre pidió que le disparasen primero a él. Bien fuera para no presenciar la fin de sus hijos, o tal vez con la esperanza de que con su fin tuvieran suficiente y respetaran la vida de sus hijos. Esta petición, en lugar de moverlos a compasión, fue precisamente la que les dio la idea para la crueldad suprema. Procediendo a darles fin en orden inverso a sus edades. Empezando por el más pequeño y finalizando con el padre, al que obligaron así a presenciar la fin de sus tres hijos.
Una consideración final
Todo parece indicar que entre los milicianos socialistas pertenecientes al pueblo de La Jara que cometieron el cuádruple asesinato, figuraba alguno llegado expresamente desde Madrid. La larga mano del “Lenin Español” había tomado sus providencias para hacerle pagar, al que fuera Fiscal General de la República, la osadía de acusarlo en la causa que se había seguido contra él. Acusación ejercida en defensa de la República. Un caso más de la verdadera memoria histórica, que el PSOE y la izquierda pretenden ocultar.
[1] En esta zona de la provincia de Cuenca se llama “perdigones” a los pollos de la perdiz.
Lorenzo Fernández-Navarro de los Paños Álvarez de Miranda
Antes verás una estatua a Otegui por el Parque del Oeste, no muy lejos de otros libertadores como Bolívar.Porqué no se le pone una calle o una estatua a este hombre. Y yo pasando todos los días por la calle Dolores Ibarruri.
gente de izquierdas HDLGP todos.El 5 de agosto de 1936 fueron asesinados, por milicianos socialistas, cuatro miembros de una misma familia: Marcelino Valentín Gamazo y sus tres hijos, José Antonio de 21 años, Francisco Javier, de 20 y Luis Gonzaga de 17 años.
Los barcos que se convirtieron en checas en Cataluña
Marcelino Valentín Gamazo había nacido en Arechavaleta (Guipúzcoa) el 14 de agosto de 1879. Así pues, al ser asesinado, le faltaban nueve días para cumplir 57 años. Abogado de profesión, fue secretario de los colegios de abogados de Madrid en tres ocasiones. Decano de los Abogados del Estado, llegó a ser Fiscal General de la República, cargo para el que había sido nombrado por Niceto Alcalá Zamora el 16 de noviembre de 1935 a propuesta del Ministerio de Justicia, tanto por su prestigio como jurista, como por el hecho de merecer toda la confianza del Gobierno de la República. Pues no debemos olvidar que Don Niceto Alcalá Zamora había sido el primer presidente del Gobierno Provisional y finalmente llegó también a ser presidente de la Segunda República Española.
Marcelino Valentín Gamazo estaba casado con Narcisa Fernández Navarro de los Paños, con la que tuvo nueve hijos. Su esposa poseía fincas en Rubielos Altos, en la provincia de Cuenca, aunque la familia vivía en Madrid donde él ejercía su profesión. Su actuación profesional más notable, en el ejercicio del cometido que le correspondía como Fiscal General de la República, fue en la causa emprendida por el Tribunal Supremo contra el socialista Francisco Largo Caballero (el llamado Lenín Español) como principal responsable -instigador y organizador- del golpe de estado contra la “república burguesa” que la historiografía denomina “La Revolución de Octubre de 1934”.
En dicha causa, Valentín Gamazo había pedido para Largo Caballero -cumpliendo el cometido que le correspondía como Fiscal General de la República- una pena de 30 años de reclusión, que era la que le correspondía al ser acusado de rebelión militar. Pues la “Revolución de Octubre” había sido un alzamiento en armas contra la República que causó más de mil muertos, siendo necesario el empleo del Ejército para sofocarla. Absuelto Largo Caballero merced a las presiones ejercidas sobre el Tribunal Supremo, y muy especialmente ante el temor a la reacción de las milicias armadas del PSOE, si resultaba condenado. Por ello Valentín Gamazo presentó su dimisión, al haber quedado probado en el juicio la participación y responsabilidad de Largo Caballero como instigador y organizador de la Revolución de Octubre contra la República.
En el mes de julio, dando por hecho como toda persona bien informada que el enfrentamiento era inevitable, bien por una sublevación militar o por una insurrección revolucionaria, pensó que estaría más seguro en Rubielos Altos en la casa y finca de su esposa Narcisa Fernández Navarro de los Paños a donde se trasladó con toda su familia.
El 5 de agosto de 1936, cuando se encontraban en el interior de la vivienda los tres hijos mayores del matrimonio, José Antonio, Francisco Javier y Luís Gonzaga Valentín Fernández, jugando al frontón, se presentó un grupo de diez o doce milicianos en una camioneta requisada. Tras penetrar en el patio de la vivienda, manifestaron que habían venido para llevarlos a Albacete a declarar. En principio los hermanos se resistían a hacerlo, pero el padre, Marcelino Valentín Gamazo, como correspondía a un notable jurista que había sido nada menos que fiscal general de la República, les ordenó que obedecieran. Pues al no tener ningún cargo contra ellos, tras tomarles declaración quedarían en libertad.
Pero en cuanto se alejaron del pueblo los ataron, y tras vejarlos y torturarlos durante todo el día, los asesinaron al día siguiente en un olivar situado en el margen derecho de la carretera que va de Tébar al Picazo. Y fueron tan canallas que los asesinaron de menor a mayor. Primero al pequeño Luis Gonzaga, de 17 años. Luego a Francisco Javier de 20. Después al mayor, José Antonio de 21 años… y finalmente al padre, al que obligaron a presenciar la fin de sus tres hijos.
Dejaron los cuatro cadáveres pudriéndose al terrible sol de agosto. Y como podía esperarse de aquellas fieras, ni tan siquiera ejercieron la séptima de las obras corporales de la misericordia enterrando sus cuerpos en la cuneta. Luego pararon en el pueblo de El Picazo a tomar unos refrescos, mientras se jactaban de su “hazaña”. A alguno de los hijos debió costarle morir con los disparos de las escopetas, pues entre risotadas comentaron en el bar.... ¡estaban duros los perdigones! [1].
Cuando se supo en el pueblo de Rubielos Altos que habían aparecido los cuatro cuerpos tirados en un olivar, se fue a buscarlos. Trayéndolos atravesados sobre caballerías y envueltos en mantas. Pues ya había comenzado la descomposición de los cadáveres. Se deja a la imaginación del lector recrear la escena dantesca de la progenitora, y el resto de los hermanos y hermanas pequeñas, (cinco en total, pues uno de los hijos, Alfonso, ya había muerto en la infancia) ante la llegada de los cuerpos de su padre y de sus tres hermanos mayores.
Fueron descargados de las caballerías en el mismo lugar de donde habían partido. Y testigos presenciales de aquel momento dramático, relataron que la progenitora, Narcisa Fernández Navarro de los Paños, fue quitando las mantas que cubrían los cuatro cadáveres, de su marido y sus tres hijos. Al tiempo que los nombraba uno a uno. No derramó ni una lágrima…. pero por la palma de las manos le corría la sangre producida al clavarse las uñas.
Dos años después de finalizada la guerra, el conductor de la camioneta requisada se encontró por casualidad con uno de los milicianos que estaba trabajando en una obra en Madrid cuando este le pidió fuego. Al dárselo, su cara le resultó vagamente conocida aunque sin poder precisar dónde podía haberla visto antes. Pasados algunos días pudo recordar aquella fisonomía. Era uno de los milicianos que le habían requisado el camión obligándole a trasladarlos a Rubielos Altos de donde se habían llevado a aquel hombre y a sus tres hijos, a los que posteriormente habían apiolado. Denunciado el hecho a la policía, el sujeto fue detenido y se le formó causa por el múltiple asesinato. Tras el correspondiente juicio, fue condenado a fin y pagó su crimen ante el pelotón de fusilamiento. Hoy es una más de las “víctimas de la represión franquista” que ha sido elevado a los altares laicos como “mártir de la democracia” por la infame ley de la memoria histórica.
El resto de la partida de facinerosos logró eludir su responsabilidad criminal, tal vez escapando al extranjero. Y hoy también son acogidos con amorosos brazos en el artículo 2, Reconocimiento general, de la ley 52/2007 donde tras establecer en el punto uno el carácter radicalmente injusto de todas las condenas dice en el punto tres: así mismo se reconoce y declara la injusticia que supuso el exilio de muchos españoles durante la Guerra Civil y la Dictadura.
Según el relato del conductor del camión que estaba presente, y luego fue el principal testigo de cargo en el juicio habido contra el único que pagó con su vida el crimen, el padre pidió que le disparasen primero a él. Bien fuera para no presenciar la fin de sus hijos, o tal vez con la esperanza de que con su fin tuvieran suficiente y respetaran la vida de sus hijos. Esta petición, en lugar de moverlos a compasión, fue precisamente la que les dio la idea para la crueldad suprema. Procediendo a darles fin en orden inverso a sus edades. Empezando por el más pequeño y finalizando con el padre, al que obligaron así a presenciar la fin de sus tres hijos.
Una consideración final
Todo parece indicar que entre los milicianos socialistas pertenecientes al pueblo de La Jara que cometieron el cuádruple asesinato, figuraba alguno llegado expresamente desde Madrid. La larga mano del “Lenin Español” había tomado sus providencias para hacerle pagar, al que fuera Fiscal General de la República, la osadía de acusarlo en la causa que se había seguido contra él. Acusación ejercida en defensa de la República. Un caso más de la verdadera memoria histórica, que el PSOE y la izquierda pretenden ocultar.
[1] En esta zona de la provincia de Cuenca se llama “perdigones” a los pollos de la perdiz.
Lorenzo Fernández-Navarro de los Paños Álvarez de Miranda
Antes verás una estatua a Otegui por el Parque del Oeste, no muy lejos de otros libertadores como Bolívar.
La declaración que rescata Paco Vázquez parece apuntar a que la idea de matarlo estaba planificada desde dos meses antes, mucho antes del atentado al teniente Castillo.
Que fue por venganza por el teniente es la versión oficial, una calentura, no un asesinato premeditado.
¿O si el golpe lo da la izquierda son golpes "buenos"?
El 5 de agosto de 1936 fueron asesinados, por milicianos socialistas, cuatro miembros de una misma familia: Marcelino Valentín Gamazo y sus tres hijos, José Antonio de 21 años, Francisco Javier, de 20 y Luis Gonzaga de 17 años.
https://www.larazon.es/memoria-e-historia/20201118/soujxmmkjfdvvodal7b2qwmyry.html
Marcelino Valentín Gamazo había nacido en Arechavaleta (Guipúzcoa) el 14 de agosto de 1879. Así pues, al ser asesinado, le faltaban nueve días para cumplir 57 años. Abogado de profesión, fue secretario de los colegios de abogados de Madrid en tres ocasiones. Decano de los Abogados del Estado, llegó a ser Fiscal General de la República, cargo para el que había sido nombrado por Niceto Alcalá Zamora el 16 de noviembre de 1935 a propuesta del Ministerio de Justicia, tanto por su prestigio como jurista, como por el hecho de merecer toda la confianza del Gobierno de la República. Pues no debemos olvidar que Don Niceto Alcalá Zamora había sido el primer presidente del Gobierno Provisional y finalmente llegó también a ser presidente de la Segunda República Española.
Marcelino Valentín Gamazo estaba casado con Narcisa Fernández Navarro de los Paños, con la que tuvo nueve hijos. Su esposa poseía fincas en Rubielos Altos, en la provincia de Cuenca, aunque la familia vivía en Madrid donde él ejercía su profesión. Su actuación profesional más notable, en el ejercicio del cometido que le correspondía como Fiscal General de la República, fue en la causa emprendida por el Tribunal Supremo contra el socialista Francisco Largo Caballero (el llamado Lenín Español) como principal responsable -instigador y organizador- del golpe de estado contra la “república burguesa” que la historiografía denomina “La Revolución de Octubre de 1934”.
En dicha causa, Valentín Gamazo había pedido para Largo Caballero -cumpliendo el cometido que le correspondía como Fiscal General de la República- una pena de 30 años de reclusión, que era la que le correspondía al ser acusado de rebelión militar. Pues la “Revolución de Octubre” había sido un alzamiento en armas contra la República que causó más de mil muertos, siendo necesario el empleo del Ejército para sofocarla. Absuelto Largo Caballero merced a las presiones ejercidas sobre el Tribunal Supremo, y muy especialmente ante el temor a la reacción de las milicias armadas del PSOE, si resultaba condenado. Por ello Valentín Gamazo presentó su dimisión, al haber quedado probado en el juicio la participación y responsabilidad de Largo Caballero como instigador y organizador de la Revolución de Octubre contra la República.
En el mes de julio, dando por hecho como toda persona bien informada que el enfrentamiento era inevitable, bien por una sublevación militar o por una insurrección revolucionaria, pensó que estaría más seguro en Rubielos Altos en la casa y finca de su esposa Narcisa Fernández Navarro de los Paños a donde se trasladó con toda su familia.
El 5 de agosto de 1936, cuando se encontraban en el interior de la vivienda los tres hijos mayores del matrimonio, José Antonio, Francisco Javier y Luís Gonzaga Valentín Fernández, jugando al frontón, se presentó un grupo de diez o doce milicianos en una camioneta requisada. Tras penetrar en el patio de la vivienda, manifestaron que habían venido para llevarlos a Albacete a declarar. En principio los hermanos se resistían a hacerlo, pero el padre, Marcelino Valentín Gamazo, como correspondía a un notable jurista que había sido nada menos que fiscal general de la República, les ordenó que obedecieran. Pues al no tener ningún cargo contra ellos, tras tomarles declaración quedarían en libertad.
Pero en cuanto se alejaron del pueblo los ataron, y tras vejarlos y torturarlos durante todo el día, los asesinaron al día siguiente en un olivar situado en el margen derecho de la carretera que va de Tébar al Picazo. Y fueron tan canallas que los asesinaron de menor a mayor. Primero al pequeño Luis Gonzaga, de 17 años. Luego a Francisco Javier de 20. Después al mayor, José Antonio de 21 años… y finalmente al padre, al que obligaron a presenciar la fin de sus tres hijos.
Dejaron los cuatro cadáveres pudriéndose al terrible sol de agosto. Y como podía esperarse de aquellas fieras, ni tan siquiera ejercieron la séptima de las obras corporales de la misericordia enterrando sus cuerpos en la cuneta. Luego pararon en el pueblo de El Picazo a tomar unos refrescos, mientras se jactaban de su “hazaña”. A alguno de los hijos debió costarle morir con los disparos de las escopetas, pues entre risotadas comentaron en el bar.... ¡estaban duros los perdigones! [1].
Cuando se supo en el pueblo de Rubielos Altos que habían aparecido los cuatro cuerpos tirados en un olivar, se fue a buscarlos. Trayéndolos atravesados sobre caballerías y envueltos en mantas. Pues ya había comenzado la descomposición de los cadáveres. Se deja a la imaginación del lector recrear la escena dantesca de la progenitora, y el resto de los hermanos y hermanas pequeñas, (cinco en total, pues uno de los hijos, Alfonso, ya había muerto en la infancia) ante la llegada de los cuerpos de su padre y de sus tres hermanos mayores.
Fueron descargados de las caballerías en el mismo lugar de donde habían partido. Y testigos presenciales de aquel momento dramático, relataron que la progenitora, Narcisa Fernández Navarro de los Paños, fue quitando las mantas que cubrían los cuatro cadáveres, de su marido y sus tres hijos. Al tiempo que los nombraba uno a uno. No derramó ni una lágrima…. pero por la palma de las manos le corría la sangre producida al clavarse las uñas.
Dos años después de finalizada la guerra, el conductor de la camioneta requisada se encontró por casualidad con uno de los milicianos que estaba trabajando en una obra en Madrid cuando este le pidió fuego. Al dárselo, su cara le resultó vagamente conocida aunque sin poder precisar dónde podía haberla visto antes. Pasados algunos días pudo recordar aquella fisonomía. Era uno de los milicianos que le habían requisado el camión obligándole a trasladarlos a Rubielos Altos de donde se habían llevado a aquel hombre y a sus tres hijos, a los que posteriormente habían apiolado. Denunciado el hecho a la policía, el sujeto fue detenido y se le formó causa por el múltiple asesinato. Tras el correspondiente juicio, fue condenado a fin y pagó su crimen ante el pelotón de fusilamiento. Hoy es una más de las “víctimas de la represión franquista” que ha sido elevado a los altares laicos como “mártir de la democracia” por la infame ley de la memoria histórica.
El resto de la partida de facinerosos logró eludir su responsabilidad criminal, tal vez escapando al extranjero. Y hoy también son acogidos con amorosos brazos en el artículo 2, Reconocimiento general, de la ley 52/2007 donde tras establecer en el punto uno el carácter radicalmente injusto de todas las condenas dice en el punto tres: así mismo se reconoce y declara la injusticia que supuso el exilio de muchos españoles durante la Guerra Civil y la Dictadura.
Según el relato del conductor del camión que estaba presente, y luego fue el principal testigo de cargo en el juicio habido contra el único que pagó con su vida el crimen, el padre pidió que le disparasen primero a él. Bien fuera para no presenciar la fin de sus hijos, o tal vez con la esperanza de que con su fin tuvieran suficiente y respetaran la vida de sus hijos. Esta petición, en lugar de moverlos a compasión, fue precisamente la que les dio la idea para la crueldad suprema. Procediendo a darles fin en orden inverso a sus edades. Empezando por el más pequeño y finalizando con el padre, al que obligaron así a presenciar la fin de sus tres hijos.
Una consideración final
Todo parece indicar que entre los milicianos socialistas pertenecientes al pueblo de La Jara que cometieron el cuádruple asesinato, figuraba alguno llegado expresamente desde Madrid. La larga mano del “Lenin Español” había tomado sus providencias para hacerle pagar, al que fuera Fiscal General de la República, la osadía de acusarlo en la causa que se había seguido contra él. Acusación ejercida en defensa de la República. Un caso más de la verdadera memoria histórica, que el PSOE y la izquierda pretenden ocultar.
[1] En esta zona de la provincia de Cuenca se llama “perdigones” a los pollos de la perdiz.
Lorenzo Fernández-Navarro de los Paños Álvarez de Miranda