'El documental' nos ofrece este viernes 'La doctrina del shock', en La 2.

El libro The Shock Doctrine (La doctrina del shock)*, de Naomi Klein, pretende ser una denuncia de la naturaleza despiadada del capitalismo de libre mercado y de su reciente exponente principal, Milton Friedman. Klein sostiene que el capitalismo va de la mano de la dictadura y la brutalidad, y que los dictadores y otras figuras políticas inescrupulosas se aprovechan de los “shocks” —catástrofes reales o fabricadas— para consolidar su poder e instaurar reformas de mercado impopulares. Klein cita como ejemplos de este proceso los casos de Chile durante el gobierno del general Augusto Pinochet, Gran Bretaña con Margaret Thatcher, China durante la crisis de la Plaza de Tiananmen y la actual guerra en Irak.

El análisis de Klein tiene defectos insalvables en casi todos los niveles. Las propias palabras de Friedman revelan que es un defensor de la paz, la democracia y los derechos individuales. Él sostenía que las reformas económicas graduales son, en general, preferibles a las drásticas, y que el público debe contar con toda la información pertinente a fin de prepararse mejor para recibirlas. Además, Friedman condenó las violaciones de derechos humanos que se dieron durante el régimen de Pinochet y se opuso a la guerra en Irak.

Los ejemplos históricos que da Klein también se desmoronan si se los analiza en detalle. Por ejemplo, Klein alega que el objetivo de la represión a la sociedad civil en la Plaza de Tiananmen era suprimir la oposición a las reformas pro-mercado, cuando, en realidad, paralizó la liberalización por años. También afirma que Thatcher usó la Guerra del Atlántico Sur como distracción para aplicar sus impopulares políticas económicas, cuando, en la práctica, esas políticas y sus resultados gozaban de un fuerte apoyo del público.

Sucede lo mismo con las afirmaciones empíricas de carácter más general de Klein. Las encuestas sobre libertad política y económica revelan que los regímenes políticamente menos libres tienden a resistirse a la liberalización del mercado, mientras que los estados con mayor libertad política suelen buscar también la libertad económica.
Introducción

Desde que se publicó, en septiembre pasado, el libro de la canadiense Naomi Klein The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism, ya se ha convertido en la Biblia de los jóvenes activistas anticapitalistas. La obra también fue elogiada por críticos consolidados. Como explica el filósofo John Gray en The Guardian: “Hay muy pocos libros que realmente nos ayudan a entender el presente. La doctrina del shock es uno de ellos”.1 En el New York Times, Joseph Stiglitz, ganador del premio Nobel, escribe que es “una descripción detallada de las intrigas políticas necesarias para imponer políticas económicas desagradables en países que no las aceptan fácilmente”.2 Según los editores de Amazon.com, es uno de los diez mejores libros de no-ficción de 2007.

La tesis de Klein es que la liberalización económica es impopular y, por lo tanto, solo puede triunfar mediante el engaño o la coerción de los votantes. En particular, las ideas de libre mercado se sirven de las crisis. En épocas de desastre natural, guerra o golpe militar, la gente está desorientada y confundida, y lucha por su propia supervivencia o bienestar inmediatos, lo que allana el terreno para que las corporaciones, los políticos y los economistas liberalicen el comercio, lleven a cabo privatizaciones y recorten el gasto público sin enfrentar ninguna oposición. Según Klein, los economistas “neoliberales” recibieron con agrado el huracán Katrina, el tsunami de 2004 en Indonesia, la guerra en Irak y los golpes militares en América del Sur de la década de los setenta ya que fueron oportunidades para borrar las políticas del pasado e introducir modelos radicales de libre mercado. Si las guerras y los desastres no son suficientes para que los ciudadanos entren en estado de shock, los neoliberales, supuestamente, ven con buenos ojos que quienes se oponen a la reforma sean atacados y torturados hasta la sumisión. El principal villano en la historia de Klein es Milton Friedman, el economista de Chicago que hizo más que nadie en el siglo XX por popularizar la economía de libre mercado.

Para demostrar su argumento, Klein exagera las reformas de libre mercado que se instauran en tiempos de crisis, muchas veces, no prestando la debida atención a acontecimientos cruciales y reescribiendo las cronologías. Usa metáforas vagas y distorsiones desbocadas para sostener que los mercados libres son una forma de violencia. Confunde el libertarismo con el corporativismo y el neoconservadurismo y acusa a Milton Friedman de alentar la reforma furtivamente. Para eso, se aboca a una de las distorsiones más malignas de un pensador que se haya registrado en los últimos años. Klein intenta retratar al Dr. Friedman, quien es un hombre afable y amante de la libertad, como un Mr. Hyde insensible y belicista.
Dr. Friedman y Mr. Hyde

Según Klein, Milton Friedman veía las crisis con agrado porque las consideraba una manera de desorientar y confundir a la población. Ese estado del público permitía liberalizar drásticamente la economía sin reparar en los costos humanos. La prueba número uno de Klein contra Friedman es una cita de “una de sus obra más influyentes”:

Solo las crisis —reales o percibidas— producen un cambio verdadero. Cuando hay una crisis, las medidas que se toman dependen de las ideas que están en el ambiente. Esa es, creo, nuestra función básica: formular alternativas a las políticas vigentes, mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable.3

Esta es “la doctrina del shock”; según Klein, la fuente misma de inspiración de todos esos reformistas que, aparentemente, recibieron con agrado el conflicto, el desastre y la guerra. En el no muy sutil cortometraje que acompaña el libro, Klein proyecta esta cita sobre imágenes de prisioneros torturados y sometidos a shocks eléctricos, para dar la impresión de que ese es el tipo de crisis que Friedman recibiría con agrado.4

Pero la cita no proviene de una de las obras más influyentes de Friedman. Está tomada de la muy breve introducción a la edición de 1982 de Capitalism and Freedom (Capitalismo y libertad, publicado originalmente en 1962).5 Y no se trata de ver con agrado los desastres, sino de señalar el hecho relativamente poco controvertido de que la gente cambia de manera de actuar cuando parece que las viejas maneras dejan de funcionar, algo que Klein no contradice. De hecho, el ejemplo que da Friedman (que el interés en el libre mercado creció en momentos en que el comunismo fracasaba en China y la Unión Soviética, y Estados Unidos y el Reino Unido padecían de “estanflación”), refleja claramente que Friedman no defendía los shocks y las crisis para obligar a nadie a abandonar los viejos sistemas a los que se aferran, sino que simplemente observaba que la población misma exigía el cambio cuando los viejos sistemas fracasaban. Pero, en el resto del libro, Klein pretende haber demostrado que Friedman estaba a favor de provocar crisis deliberadamente.

Klein también presenta otras citas para consolidar esta interpretación y también estas están sacadas de contexto. Pretende que el concepto de Friedman de la “tiranía del statu quo” significa la tiranía de los votantes, y que se precisaba una crisis para que los políticos evitaran el proceso democrático.6 Para Friedman, la tiranía del statu quo era algo completamente diferente: un “triángulo de hierro” conformado por políticos, burócratas y grupos de intereses particulares (las empresas, por ejemplo) que persiguen su propio bienestar a costa de los votantes.7

Cuando Klein habla de las recomendaciones de Friedman para reducir la inflación, escribe: “Friedman pronosticaba que la velocidad, el alcance y el carácter súbito de los cambios económicos provocarían reacciones psicológicas en el público que ‘facilitarían el ajuste’”.8

La autora da la impresión de que Friedman era cruel y deseaba infligir dolor para desorientar a la gente e imponer sus reformas. También es importante el uso de la frase “reacciones psicológicas”, porque Klein trata de asociar las reformas liberales con la tortura psicológica y los shocks eléctricos. Pero la cita completa demuestra que Friedman pensaba algo muy distinto. En realidad, él escribió que, si un gobierno decide atacar la inflación de esa manera, “Creo que debería anunciarlo pública y detalladamente (...) Cuanto más informado esté el público, más facilitarán el ajuste sus reacciones”.9

Dicho de otro modo, si la gente no ignora lo que ocurre y no está desorientada, sino que cuenta con toda la información sobre las etapas de la reforma, facilita el ajuste modificando su comportamiento en lo que respecta a las negociaciones, el ahorro, el consumo y demás. La opinión de Friedman era exactamente la opuesta de lo que Klein pretende.10

Del mismo modo, Klein describe a la “Escuela de Chicago” de economía como un centro de dogmáticos y fundamentalistas que les lavaban el cerebro a sus alumnos y tramaban la toma del poder mundial. La realidad es que esta Escuela se hizo prestigiosa no solo por su calidad sino también por su apertura. Toda idea era bienvenida si uno podía defenderla con buenos argumentos. Friedman mismo consideraba la “tolerancia de la diversidad” como una de las razones del éxito de la Escuela de Chicago.11 Después de hablar con los ex colegas y alumnos de Friedman, Lanny Ebenstein, su biógrafo, cuenta que el economista alentaba a los alumnos a aprender de otros enfoques distintos del suyo y que no intentaba convertirlos a sus ideas. Su método era la verificación rigurosa de las hipótesis utilizando datos empíricos y no demoraba en admitir sus errores si alguien los encontraba en su trabajo.12
Seis días en Chile

Klein cita la influencia de las ideas económicas de Milton Friedman sobre la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile, durante los años setenta, como prueba de que el libre mercado se apoya en la tiranía y la tortura. La autora escribe que Friedman trabajó como “asesor del dictador chileno”.13 Eso no es cierto. Friedman nunca trabajó como asesor y jamás aceptó un centavo del régimen chileno. Incluso, declinó dos títulos honoríficos de universidades de Chile que recibían subsidios del gobierno porque pensaba que podría interpretarse como apoyo al régimen.

No obstante, en marzo de 1975 pasó seis días en Chile y dio conferencias públicas, como invitado de una fundación privada. Durante su estadía, también se reunió una vez con Pinochet por cerca de 45 minutos y, más tarde, le escribió una carta en la que exponía sus razones a favor de un plan para terminar con la hiperinflación y liberalizar la economía. Se trataba del mismo tipo de recomendaciones que Friedman les dio a dictaduras comunistas como la Unión Soviética, China y Yugoslavia; sin embargo, nadie diría que simpatizaba con el comunismo.

Según Klein, a Friedman no le importaba el costo social de terminar con la hiperinflación; tampoco es verdad esto. Klein nunca menciona que el economista aconsejaba adoptar reformas que reducirían el desempleo tras*itorio, ni que una de sus recomendaciones era crear un programa de asistencia para los chilenos que lo padecían y sufrían por ello.14

La autora escribe que el golpe de Chile de 1973 fue un golpe neoliberal, ejecutado para que los economistas liberales de ese país (los “Chicago Boys”) pudieran reformar la economía. Ella tiene que decir esto para tras*mitir la impresión de que los neoliberales tienen las manos manchadas de sangre, porque el período más violento fue inmediatamente después del golpe. Para eso, necesita inventar una nueva cronología y asegurar que la liberalización empezó el mismo día en que la junta tomó el poder.15 Esto le crea a Klein un problema serio. Si la liberalización empezó ese primer día, es imposible sostener que la visita de Friedman fue tan enormemente importante y dio inicio a una verdadera tras*formación, porque esa visita no ocurrió hasta fines de marzo de 1975. Sin embargo, la autora se rehúsa a renunciar a ambos argumentos.

La realidad es que, al principio, eran funcionarios militares los que estaban al mando de la economía. Estos militares solían ser corporativistas y paternalistas, y se oponían a las ideas de reforma radical de los Chicago Boys. Por ejemplo, la Fuerza Aérea bloqueó reformas pro-mercado en las políticas sociales hasta 1979.16 No fue hasta que esta manera de gobernar la economía generó una inflación galopante, en la época de la visita de Friedman, que Pinochet empezó a apoyar la liberalización y nombró a civiles en cargos ministeriales. El éxito de estos nuevos funcionarios en la lucha contra la inflación impresionó a Pinochet, quien luego amplió sus funciones.17 Klein podría haber usado la cronología real para acusar a Friedman de apoyar una dictadura que torturaba a sus oponentes —la crítica tradicional— pero eso no le bastaba. A fin de reunir pruebas para su tesis de que el liberalismo económico precisa de la violencia, debe hacer que parezca que la tortura y la violencia eran parte del plan de Friedman.

Varios capítulos después de haberle sugerido al lector que Friedman apoyaba a Pinochet y era su asesor, Klein admite, mediante una cita breve, que Friedman no apoyaba las políticas autoritarias de Pinochet.18 Es una manera bastante laxa de describir el desacuerdo del economista con un régimen al que este calificó de “terrible” e “infame”.19

Klein sostiene que la definición de libertad de Friedman implicaba que “las libertades políticas eran secundarias, hasta innecesarias, en comparación con la libertad del comercio sin restricciones”.20 No es eso lo que Friedman creía. Su opinión era que ambos tipos de libertad estaban en verdad relacionados y que sería más fácil para los dictadores gobernar a ciudadanos empobrecidos que lucharan por la supervivencia, mientras que la población más rica, en una economía en crecimiento, empezaría a exigir derechos políticos. Inclusive en su última entrevista, Milton Friedman advertía que veía con mayor pesimismo la situación de China que la de India, debido al sistema político autoritario de la primera. Según él, China “va rumbo a una colisión, porque la libertad económica y el colectivismo político no son compatibles”.21 Desde su perspectiva, uno de los motivos principales para intentar que los regímenes comunistas y militares aceptaran políticas económicas liberales era que eso aumentaría la probabilidad de que esos regímenes se volvieran democráticos. Como escribió en 1975:

No apruebo ninguno de estos regímenes autoritarios: ni a los regímenes comunistas de Rusia y Yugoslavia ni a las juntas militares de Chile y Brasil (...) No considero que la visita a ninguno de ellos constituya una señal de apoyo (...) Ni considero que el asesoramiento en política económica sea inmoral en los casos en que me parezca que las condiciones son tales que, una mejora económica contribuiría tanto al bienestar de la gente común como a la probabilidad de una evolución hacia una sociedad políticamente libre.22

Las esperanzas de Friedman de que la liberalización económica derivaría en una liberalización política pueden no haberse cumplido siempre (aunque sí se cumplieron en el caso de Chile) pero no es honesto pretender que no tuviera esas esperanzas, que no le importara la democracia. Cuando Friedman fue a Chile, la inflación era de 340%. Si él hubiera pensado realmente que las crisis eran buenas, habría dejado que la economía de Chile (y las de Rusia y Yugoslavia) colapsara bajo el peso de las viejas políticas. No lo hizo porque pensaba que era mejor para el bienestar de la gente y la libertad de sus países, a largo plazo, que sus economías funcionaran bien. Las verdaderas ideas de Friedman, por lo tanto, corresponden a una doctrina antishock. El ejemplo de Chile pone de manifiesto lo opuesto de lo que Klein cree que demuestra.
Cortar y pegar

Como vimos, uno de los métodos preferidos de Klein para convertir a Friedman en un villano es sacar citas de contexto. Pero, algunas veces, las palabras de Friedman difieren demasiado de las acusaciones de Klein, así que, en esos casos, la autora no dice nada de las verdaderas opiniones del economista. El ejemplo más obvio es que responsabiliza a Milton Friedman de la guerra en Irak, a lo que le dedica la parte más larga del trabajo.

Sostiene que Friedman era “neoconservador”23—y, por lo tanto, estaba a favor de que Estados Unidos tuviera una política exterior agresiva— y afirma que la oleada turística de Irak tenía como fin que las políticas esgrimidas por la Escuela de Chicago pudieran ponerse en práctica allí. Klein incluso llega a sugerir que los funcionarios de la administración Bush son neoliberales a quienes no les gusta el sector público y por ello disolvieron el ejército iraquí y expulsaron al partido Baaz del gobierno,24 pero no menciona en ningún lado las verdaderas opiniones del economista sobre la guerra. Friedman mismo dijo: “Me opuse a la oleada turística de Irak desde el principio. Creo que fue un error, por la sencilla razón de que no creo que Estados Unidos deba participar en agresiones”.25 Y esta no fue la única guerra a la que se opuso. En 1995, definió su postura respecto de la política exterior como “antiintervencionista”. De la Guerra del Golfo, dijo que “se acercaba más a justificarse que ninguna otra intervención internacional reciente”, pero concluyó que los argumentos en su favor eran “falaces”.26

Dicho de otro modo, la persona a la que Klein acusa de ver con buenos ojos las guerras y los golpes de estado no concebía ni siquiera apoyar una guerra para detener la agresión directa de Irak contra Kuwait, mucho menos otras intervenciones de Estados Unidos. Klein tampoco menciona en algún momento que Friedman consideraba que haber puesto fin al reclutamiento fue su mayor logro político.27

Esta tergiversación dista de ser única. Klein también hace responsables a Friedman y a la economía de la Escuela de Chicago de la actuación del Fondo Monetario Internacional (FMI) durante la crisis financiera asiática y de la confiscación de tierras de familias de pescadores por parte del gobierno de Sri Lanka para construir hoteles de lujo después del tsunami. Sin embargo, Friedman pensaba que el FMI no debía involucrarse en Asia y sostenía que debía prohibirse que los gobiernos expropiaran terrenos para dárselos a desarrolladores privados de bienes raíces. Por supuesto, Klein podría argumentar que Friedman fue, de alguna manera, fuente de inspiración para estas políticas, a pesar de que las reprobaba. Pero no lo hace. En cambio, da a entender que él las apoyaba, y que eran exactamente lo que querían él y los demás economistas de la Escuela de Chicago.

Uno se pregunta si Klein no sabe lo que Friedman pensaba sobre estos temas. Pero no parece probable, porque, de hecho, la autora toma citas de entrevistas en las que él se manifiesta en contra de la guerra en Irak y de la actuación del FMI en Asia, pero después hace de cuenta que esas frases concretas no existen. De modo que, tal vez, Klein intenta engañar al lector. ¿O será que alguien la engaña a ella?

La hipótesis es la siguiente: en realidad, este libro nunca se trató de Friedman. Empezó como un libro sobre la guerra en Irak, pero Klein pronto se dio cuenta de que podía ampliarlo y convertirlo en un libro sobre las crisis y el capitalismo en general. En el primer artículo sobre “el capitalismo del desastre”, en The Nation de mayo de 2005, no se menciona a Friedman,28 y el trabajo de Klein no revela nunca ningún tipo de familiaridad con él ni con sus ideas: da la impresión de que la autora piensa que la neoclásica Escuela de Chicago y la Escuela Austríaca de economía son más o menos lo mismo,29 y, como se señaló antes, cree que Milton Friedman es neoconservador. Pero en algún momento, mientras investigaba, tal vez cuando Friedman murió y todos los diarios y revistas escribían sobre él, se dio cuenta de que podía incorporar al gurú del libre mercado mundial a sus argumentos.

Según los reconocimientos de Klein, y además de todos los investigadores de campo a los que empleó, 12 investigadores trabajaron con ella en el libro. ¿Es posible que algunos de ellos hayan recibido la orden de realizar una lectura rápida de los libros, artículos y entrevistas de Friedman en busca de palabras y frases relacionadas con los shocks y las crisis? Los entusiastas investigadores recogieron citas y se las dieron a Klein, que hizo con ellas un collage que encajara con lo que ella quería decir. Eso explicaría por qué atribuye a los dichos de Friedman el significado opuesto del que revelan sus contextos y por qué no dice nada cuando las citas contradicen su interpretación, ni siquiera cuando las contradicciones figuran en las mismas entrevistas y artículos de los que provienen esas citas.

Esto no es más que una hipótesis. Pero es una explicación más atractiva que la alternativa, es decir, que Klein engaña adrede a los lectores, aunque la simple verificación de sus fuentes revela las distorsiones.
Shock y terror

Aun si Klein se equivoca en cuanto a Friedman, podría estar en lo cierto en su tesis más general de que es más fácil liberalizar en épocas de crisis y de que existe una conexión estrecha entre la liberalización económica, y la violencia y las dictaduras. La autora da ejemplos de dictaduras que liberalizaron la economía, como Chile y China, pero también traza una relación metafórica entre la “terapia de shock” en la economía y los shocks eléctricos como forma de tortura. La conexión es que ambos se usan para borrar el pasado y crear algo nuevo: la tortura es “una metáfora de la lógica subyacente de la doctrina del shock”.30 Y Klein utiliza el argumento de que los shocks eléctricos se usaron, en ocasiones en países que intentaban instaurar la reforma económica, como en el Chile de Pinochet y en Irak, por parte de las tropas de Estados Unidos.

No hay sutilezas. Klein comienza con Ewen Cameron, el psiquiatra que usaba shocks eléctricos y otras técnicas de alteración de la mente en pacientes desprevenidos como parte de un proyecto de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por su sigla en inglés). El capítulo siguiente, sobre Milton Friedman y sus intentos de promover el libre comercio y el libre mercado, se titula “El otro Doctor Shock”. Y, por supuesto, más adelante, los shocks eléctricos y la terapia de shock se conectan con la estrategia militar de Estados Unidos de “shock y terror” en la oleada turística de Irak. Shock-shock-shock. ¿Se entiende?

Hay un argumento real escondido en los juegos de palabras de Klein: el hecho de que muchas dictaduras liberalizaron su economía en los últimos años y de que algunas, además, torturaron a sus opositores. Pero ¿cuán fuerte es esta conexión? Si observamos las estadísticas del estudio Economic Freedom of the World (libertad económica en el mundo o EFW, por su sigla en inglés) del Fraser Institute, vemos que solo cuatro economías de las que tenemos datos no se liberalizaron en absoluto desde 1980.31 Todas las demás lo hicieron. Sin duda, esto significa que la liberalización económica surge incluso en las dictaduras brutales, al igual que en las democracias pacíficas.

Ella se basa en su interpretación personal de anécdotas y ejemplos, y en ningún momento intenta proporcionar pruebas estadísticas de carácter general para respaldar sus afirmaciones. Es una omisión comprensible, porque los datos no avalan sus razonamientos. Existe una correlación muy fuerte entre la libertad económica, y los derechos políticos y las libertades civiles. El 25% de los países con mayor libertad económica tienen una calificación de 1,8, en promedio, en el índice de derechos políticos de Freedom House (1 = mayor libertad, 7 = menor libertad); el segundo 25% tiene una calificación de 2,0; el tercero, una de 3,4, y el último 25% con menor libertad económica 4,4. En promedio, los países en el 25% con mayor libertad económica son más democráticos que Taiwán, y aquellos con menor libertad económica son menos democráticos que Nigeria.32
Presentar al liberalismo como violento

Una encuesta realizada en 2007 por el Pew Research Center revela que existe una pluralidad, en 41 de los 46 países encuestados, que cree que la mayor parte de la gente vive mejor en una economía de libre mercado. En casi todos los países, esto es lo que cree la enorme mayoría. Klein jamás expone encuestas que contrarresten esas ideas para probar su afirmación de que el libre mercado es impopular.33 Tampoco habla de las democracias que llevaron a cabo veloces liberalizaciones de la economía, como Islandia, Irlanda, Estonia, Australia o Estados Unidos en la década de los ochenta, en donde las reformas recibieron el continuo respaldo de varias elecciones. Sencillamente, esos países no son lo suficientemente antidemocráticos y brutales.

Sin embargo, Klein habla de la Gran Bretaña de Margaret Thatcher y sostiene que esta también apeló a los shocks y a la violencia para llevar a cabo las reformas. Thatcher ganó las elecciones de 1983 gracias al impulso que obtuvo con la Guerra del Atlántico Sur, lo cual no constituye prueba alguna de que la mandataria usara el “capitalismo del desastre” como estrategia intencionada, porque ella no inició esa guerra. Klein jamás menciona que otro motivo de la creciente popularidad de Thatcher fue que en el mismo momento la economía británica mejoró rápidamente; eso no se ajusta al razonamiento de que la liberalización perjudica a la gente. (Un estudio incluso analizó en detalle la cronología de los acontecimientos y la percepción que de ellos tenían los votantes, y llegó a la conclusión que el partido conservador solo obtuvo tres puntos porcentuales gracias a la guerra y el resto se debió a la mejora en las perspectivas económicas).34

Klein insiste en tratar de vincular a Thatcher con la violencia señalando que cerró las minas de carbón estatales a pesar de las huelgas de 1984–85, una medida que sí derivó en violencia policial. “Thatcher desató toda la fuerza del Estado sobre los huelguistas”, según Klein,35 y la autora menciona específicamente el ataque a los huelguistas por parte de 8.000 policías antidisturbios en Orgreave, en junio de 1984.36 Klein no da detalles y trata de que parezca que Thatcher mandó a la policía a atacar a los huelguistas simplemente porque estaban en huelga. Pero la violencia empezó porque intentaron bloquear otras minas e impedir trabajar a quienes querían hacerlo, y lo realizaron tratando de quebrar las filas de la policía y arrojando piedras hasta que esta contraatacó. Es innegable que la violencia policial existió, pero empezó como una manera de proteger a minas, mineros y policías pacíficos, y no como una forma de imponer una ideología por la fuerza.

Lo que es más perjudicial para los argumentos de Klein es que Thatcher no estaba instaurando reformas impopulares. Por el contrario, las encuestas realizadas durante la huelga demuestran que el público se oponía sistemáticamente a los huelguistas y que esa oposición aumentó durante la huelga. En diciembre de 1984, 26% simpatizaba más con los mineros y 51%, con los empleadores. Apenas 7% aprobaba los métodos de los huelguistas y 88% los reprobaba.37 Klein entendió todo al revés. No fue Thatcher la primera en recurrir a la violencia para poner en prácticas ideas impopulares; fueron los huelguistas los que apelaron a la violencia para bloquear las ideas populares de Thatcher.
Presentar la violencia como liberal

La esencia del argumento de Klein es que las reformas de libre mercado coexisten cómodamente con las dictaduras más brutales... y no solo coexisten. En el mundo de Klein, la brutalidad y la tortura de algunos regímenes autoritarios son una manera de que la clase dominante instaure reformas económicas liberales por la fuerza. Es importante para ella que Chile no sea una excepción porque, si lo fuera, Friedman podría haber tenido razón cuando dijo que lo sorprendente no era que el mercado funcionara sino que los generales lo dejaran funcionar. De hecho, resulta tentador ver a Chile como un ejemplo que podría usarse en favor del argumento de Friedman de que una economía próspera podría moderar un régimen brutal y, finalmente, restaurar la democracia. Por lo tanto, Klein debe probar que muchas otras dictaduras brutales eran también reformistas liberales. Para evitar circunscribirse a Chile, incluye también la dictadura militar argentina de 1976–83. Con esos dos ejemplos, puede aseverar que el sur de América Latina es el lugar donde “nació el capitalismo contemporáneo”.38 Incluso, llama a los gobiernos de ambos países las “Juntas de la Escuela de Chicago”.39

Es cierto que hubo asesores de la Universidad de Chicago en Argentina. Hay una gran demanda de economistas de esa escuela en todas partes, así que los hubo en muchos lugares, y eso proporciona material de sobra a Klein para su teoría conspirativa. Pero las reformas de libre mercado fueron casi imperceptibles en Argentina. En el índice de libertad económica, de 1 (menos libre) a 10 (más libre), Argentina pasó de 3,25 en 1975 a 3,86 en 1985. Es interesante comparar estas calificaciones con la libertad económica de países que Klein menciona como buenas alternativas a los brutales modelos “neoliberales”. Esa comparación demuestra que Argentina estaba rezagada con respecto al avance de la libertad en la pacífica Suecia, que pasó de 5,62 a 6,63 entre 1975 y 1985. Suecia es un país que Klein alaba por practicar el “socialismo democrático”.40 O bien tomemos el caso de Malasia, que en ese período pasó de 6,43 a 7,13 y es otra de las “economías administradas en forma mixta” que prefiere Klein.41 Pero en Argentina se llevaron a cabo torturas, de modo que, en el mundo de Klein, tenía que estar avanzando vertiginosamente hacia el liberalismo.

Según Klein, el Cono Sur de América Latina fue “el primer lugar donde la religión contemporánea del libre mercado sin restricciones se escapó de los talleres subterráneos de la Universidad de Chicago y se aplicó en el mundo real”.42 De hecho, después de que la dictadura militar supuestamente aplicara esas ideas con fervor religioso, la economía argentina era menos libre que todas las economías comunistas de Europa oriental evaluadas por el índice EFW, entre ellas Polonia, Hungría y Rumania.43

¿Cómo se las arregla Klein para convertir una economía que era menos liberal que las economías planificadas de Europa oriental en 1985 en un laboratorio de la escuela de Chicago? También en este caso, se basa en metáforas imaginativas. Por ejemplo, a algunos prisioneros argentinos se los deshumanizaba obligándolos a elegir entre más torturas para ellos y más torturas para otro prisionero. Como Klein cree que el libre mercado es un juego de suma cero, interpreta este abuso como una manera de obligar a los prisioneros a convertirse en individualistas. Según Klein, “habían sucumbido al espíritu salvaje que radica en el corazón del capitalismo del laissez-faire”.44

Y, en la página siguiente, la autora presenta una conexión gráfica: en Buenos Aires, se construyó un elegante centro comercial donde una vez hubo un centro de tortura. La conclusión de Klein es la siguiente: “el proyecto de la escuela de Chicago en América Latina se construyó, literalmente, sobre la base de los campos clandestinos de tortura”.45 Entonces, si en lugar de un centro comercial hubieran construido una oficina de la seguridad social, ¿constituiría eso una prueba gráfica de la estrecha conexión entre el estado de bienestar y la tortura?

El libro no suele ser tan extremista, pero Klein suele exagerar los elementos de libre mercado en todo lo que ella pueda asociar con una crisis. Por ejemplo, escribe que los políticos estadounidenses usaron el huracán Katrina para introducir “una versión fundamentalista del capitalismo” en Nueva Orleáns.46 Esa es su descripción de la creación de más escuelas charter, que son escuelas subsidiadas y controladas por el gobierno que, en la mayoría de los casos, son dirigidas por organizaciones sin fines de lucro, lo que confunde con la propuesta de Friedman de introducir un sistema de vales escolares. La autora exagera no solo la naturaleza del cambio sino también su medida. Escribe que la junta escolar dirigía 123 escuelas públicas de las que, después del huracán, solo quedaron 4, mientras que la cantidad de escuelas charter creció de 7 a 31. Klein no menciona que eso fue justo después del huracán y que fue el resultado de que la junta escolar tardara mucho más en reabrir sus escuelas. En septiembre de 2007, la junta dirigía 47 escuelas y había 44 escuelas charter.47

En otro caso, Klein distorsiona las ideas del economista John Williamson, que acuñó la frase “Consenso de Washington” insertando un “todas” antes de su recomendación de que “las empresas estatales deben privatizarse”. Sin embargo, la realidad es que Williamson se opone a la privatización general. Por el contrario, el economista recomendó que los gobiernos no se desprendieran de las empresas cuando es difícil crear competencia (y pone como ejemplo el tras*porte público) o cuando existen externalidades (por ejemplo, el suministro de agua).48

Pero Klein tiene dos importantes motivos para describir a Williamson como un radical. El primero es que eso la ayuda a hacer que las instituciones del Consenso de Washington (el Gobierno de Estados Unidos, el FMI, el Banco Mundial) parezcan organizaciones radicales seguidoras de Friedman y parte de una cruzada mundial de la escuela de Chicago. El segundo es que Williamson es el único economista del que en verdad encontró una cita en la cual él se pregunta si sería bueno provocar una crisis menor (inflación) para conseguir que se acepten las reformas. Es cierto, no fue más que una pregunta formulada en una conferencia en 1993 para provocar un debate, pero bastó para que Klein escribiera en la siguiente página que, ahora, esto es “parte de una estrategia global” y que, a lo largo del resto del libro, diera por hecho que eso es lo que creen hoy todos los economistas liberales.49
Reescribir la historia de la Plaza de Tiananmen

Klein ve a China como otro ejemplo de un país en el que los líderes adoptaron las ideas de Friedman e impusieron la reforma de mercado con violencia. Para sostener su punto de vista, reescribe la historia de la masacre de la Plaza de Tiananmen de 1989 y afirma que los manifestantes se oponían principalmente a la liberalización económica. Según Klein, el partido comunista, liderado por Deng Xiaoping, atacó a los estudiantes para salvar su programa de libre mercado y avanzar con las reformas más radicales aún por venir, mientras la gente permanecía en shock.

Como hace en muchos casos, Klein empieza por citar con cautela a un intelectual chino de izquierda que se encontraba entre los manifestantes y decir que esa es solo una interpretación. Pero, en seguida, sin ofrecer ninguna otra prueba para respaldar esta postura, pasa a tratarla como si fuera su propia interpretación y a afirmar, convencida, que quienes protestaban se oponían a “la naturaleza ‘a la Friedman’ específica de las reformas” y que el “shock de la masacre (...) hizo posible la terapia de shock”.50 En el resto del libro, incluye esto como otro ejemplo de la relación estrecha entre los mercados y la violencia.

Pero, si los estudiantes estaban protestando contra la reforma económica, rara vez expresaron esa queja. En cambio, se manifestaron en favor de la democracia, la tras*parencia gubernamental y la igualdad ante la ley, y contra la burocracia y la violencia.51 Por ello, la historia real es muy distinta de la que cuenta Klein. Primero, los manifestantes se reunieron para llorar la fin del ex secretario general Hu Yaobang, uno de los más prominentes reformistas del país. Esos estudiantes e intelectuales querían reformas democráticas; específicamente, libertad de expresión. Las protestas se multiplicaron e incluyeron a todos los que querían una reforma democrática, tanto a quienes querían más reformas económicas como a los que querían menos (el elemento que Klein equipara a toda la protesta).

Nada indica que la mayor parte de los dirigentes del partido decidiera terminar con las manifestaciones por la fuerza porque querían salvar el proyecto de libre mercado, como sostiene Klein. Querían salvar el poder del partido, y la mayoría estaba compuesta por conservadores económicos escépticos en materia de liberalización. Algunos hasta se negaban, por principios, a visitar zonas de libre comercio.52 Además, las reformas no se aceleraron después de la masacre, como dice Klein, sino que por primera vez desde sus inicios, se estancaron.

Consideremos el caso del líder más sistemáticamente partidario del libre mercado, el secretario general Zhao Ziyang. Zhao fue separado de su cargo por apoyar a los manifestantes y pasó el resto de su vida bajo arresto domiciliario. Friedman lo había conocido en Beijing, en 1988, y le escribió una carta en la que le daba algunos consejos: otra reunión con un tirano de la que Klein lo acusa. Los rivales de Zhao, entre ellos el primer ministro Li Peng, que promovía una represión violenta de los manifestantes, intentaron entonces dar marcha atrás con las reformas de mercado y restaurar los controles de la economía. Los conservadores culpaban a la apertura del malestar, y la posición de Deng dentro del partido se vio debilitada. Lejos de ser el comienzo de una terapia de shock, la Plaza de Tiananmen fue casi el fin de la liberalización económica en China. Klein escribe que “Tiananmen allanó el terreno para llevar a cabo una tras*formación radical sin temores de rebelión”.53 Pero en realidad, según el índice de libertad económica, la economía de China era menos abierta en 1990 que en 1985: había pasado de 5,11 a 4,91 en una escala del 1 al 10.

Klein falsea la cronología y lo sabe, porque escribe que Deng abrió la economía china “en los tres años que vinieron inmediatamente después del baño de sangre”.54 Necesita cambiar el sentido de “inmediatamente” por el de “tres años”, porque el movimiento reformista tambaleó durante ese lapso después de la Plaza de Tiananmen. Deng se vio obligado a tratar de impulsar la liberalización públicamente en la primavera de 1992, a pesar de que ya tenía 87 años y estaba oficialmente retirado. Su “gira sureña” fue un viaje lleno de discursos y relaciones públicas para salvar el programa de reformas. Al principio, los medios de comunicación nacionales no cubrieron el viaje porque estaban bajo el control de los rivales de Deng. Incluso, Deng tuvo que escribir artículos que apoyaban sus intereses con un seudónimo para lograr su publicación. Pero consiguió el apoyo local y pudo tejer alianzas con gobernadores provinciales que estaban a favor de la liberalización. Solo entonces, el reacio presidente Jiang Zemin decidió apoyar a Deng. Una vez terminada la gira, los medios de comunicación empezaron a publicar artículos sobre el viaje y las reformas volvieron a comenzar.

Para demostrar que las reformas económicas radicales solo pueden ocurrir en dictaduras, Klein resume todo esto con una comparación entre China y la Polonia democrática de fines de la década de los ochenta y principios de la de los noventa:

En China, donde el Estado empleó el método descarnado del terror, la tortura y el asesinato, el resultado fue un éxito rotundo, desde una perspectiva de mercado. En Polonia, donde solo se utilizó el shock de la crisis económica y el cambio rápido —y no hubo violencia explícita—, los efectos del shock terminaron por pasar, y los resultados fueron mucho más ambiguos.55

Una vez más, Klein simplemente enuncia conclusiones sin ninguna estadística que las respalde. Si miramos los datos del índice de libertad económica, vemos que aquí también Klein distorsiona los hechos en su esfuerzo por trazar una conexión entre la violencia y el liberalismo económico. China ni siquiera se acerca a Polonia en cuanto a libertad económica y avanza con mucha más lentitud. En 1985, la economía polaca era mucho menos abierta y tenía una calificación de 3,93, mientas que la de China era de 5,11. En 1995, Polonia había alcanzado a China con una calificación de 5,3. En 2005, la Polonia democrática se había adelantado y exhibía una calificación de 6,83, frente a 5,9 de China.56
El conservadurismo de gobierno grande

La tesis de Klein de que las crisis benefician a los mercados libres y a los gobiernos limitados es, por lo menos, discutible. De hecho, los políticos y los funcionarios públicos suelen aprovechar las crisis como oportunidades para aumentar su presupuesto y su poder. La Primera Guerra Mundial llevó a la instauración del comunismo en Rusia, mientras que la hiperinflación y la depresión originaron el nacimiento del nacional socialismo en Alemania. La guerra y los desastres no suelen llevarse bien con la libertad. El historiador económico Robert Higgs, en su ahora clásica obra Crisis y Leviatán, demostró que el aumento de tamaño del gobierno de Estados Unidos se dio durante crisis como la Depresión y las guerras mundiales.57 Cuando la crisis termina, el gobierno no vuelve al estado anterior, sino que conserva el poder y el dinero que reunió para combatir la crisis. Es el Estado, no el mercado, el que crece con las crisis.

“La guerra es beneficiosa para el Estado (...) En épocas de guerra, el gobierno reúne poderes y hace cosas que no haría normalmente”, dijo un famoso economista para explicar su oposición a la guerra en Irak. Ese economista era Milton Friedman: la misma persona que, según Klein, ansiaba que se declarara una guerra y ocurrieran desastres para imponer el laissez-faire.58 Friedman estaba en lo cierto en relación con la guerra en Irak. La administración de Bush utilizó la guerra para ampliar abruptamente los poderes del gobierno federal, y el presidente Bush aumentó el gasto federal más que cualquier otro presidente desde Lyndon Johnson (otro presidente en tiempos de guerra), incluso si excluimos el gasto militar y en seguridad nacional.59 Y esto no es solo la opinión de algunos libertarios decepcionados. Una encuesta realizada en 15 distritos clave en 2006, poco tiempo antes de las elecciones a mitad de mandato, arrojó que más de 55% de los votantes de Estados Unidos pensaba que el partido republicano era un partido creyente en un gobierno grande.60

Uno pensaría que Klein tendría dificultades para explicar esta fundamental excepción a su tesis. Sin embargo, no es así. Por el contrario, la autora utiliza la situación de Estados Unidos tras el 11 de septiembre como un argumento importante a favor de su tesis. Sostiene que los ataques terroristas le proporcionaron a la administración Bush la oportunidad de poner en práctica las ideas de Friedman y de beneficiar a sus amigos en los sectores de defensa y seguridad con nuevos contratos y sumas de dinero sin precedentes. Nunca explica por qué considera que esto es afín a las ideas de Friedman. Según su biógrafo, Lanny Ebenstein, en realidad el economista “siempre enfatizó el derroche del gasto en defensa y el peligro que el militarismo representa para la libertad política”.61 Klein tiene un solo motivo para hacer esta conexión: jamás define claramente cuáles son y cuáles no son las ideas de Friedman, y nunca demuestra entenderlas. Confunde el liberalismo de gobierno limitado de Friedman con el neoconservadurismo y con el corporativismo liso y llano, que otorga a las corporaciones privilegios especiales superiores a los que podrían obtener sin ayuda del gobierno.

Según Klein, la situación de Estados Unidos con la administración Bush “es de corporativismo: empresas grandes y un gobierno grande que combinan su enorme poder para regular y controlar a la ciudadanía”.62 Por muy improbable que parezca, esto suena como una saludable crítica libertaria de esta administración. El único problema es que Klein piensa que este es “el punto máximo de la contrarrevolución lanzada por Friedman”63 y que el equipo de Bush que la puso en práctica está totalmente "impregnado por la ideas de Friedman”.64

Aún cuando el gobierno federal rompe todas las reglas de Milton Friedman, Klein culpa al economista por el accionar del gobierno. En determinado momento, Klein se refiere a la falta de apertura de la economía de Irak:

Todas las (...) corporaciones estadounidenses que estaban en Irak para aprovechar la reconstrucción eran parte de un enorme ardid proteccionista con el que el gobierno de Estados Unidos creó mercados mediante la guerra e impidió el ingreso de la competencia. Luego, les pagó a esas corporaciones para que hicieran el trabajo, garantizándoles, aparte de todo esto, la apropiación de ganancias. Todo, con dinero de los contribuyentes.65

También en este caso, sería una excelente crítica en el espíritu de Friedman de cómo los gobiernos enriquecen a sus amigos en perjuicio de la competencia abierta y de los contribuyentes, si no fuera porque Klein termina el párrafo diciendo: “La cruzada de la escuela de Chicago (...) finalmente ha llegado a su cénit con este New Deal corporativo”.66

Una y otra vez, Klein equipara el libertarismo (o “neoliberalismo”) con el neoconservadurismo. Todo indica que cree que son lo mismo, e incluso se refiere al Cato Institute como un grupo neoconservador de expertos, en dos oportunidades.67 Escribe acerca del “movimiento neoconservador, consustanciado con las ideas de Friedman hasta la médula”.68 Así, cada vez que Bush hace crecer al gobierno para promover objetivos conservadores y cada vez que Estados Unidos hace algo en Irak a raíz de la ocupación, Klein responsabiliza a Milton Friedman y a otros libertarios como el Cato Institute, a pesar de que estos se opusieron tanto a la expansión del gobierno como a la guerra en Irak.

Es evidente que Klein no sabe qué es el neoconservadurismo y que no se tomó el trabajo de averiguarlo. Escribe como al pasar que Friedman era neoconservador y da a entender que los neoconservadores buscan “la eliminación de la esfera pública, la libertad total para las corporaciones y un nivel mínimo de gasto social”.69 Irving Kristol, fundador del neoconservadurismo estadounidense, tiene una definición bastante diferente de las ideas del movimiento. En 1979, explicó: “Los neoconservadores no son libertarios de ningún modo. Un estado de bienestar conservador es perfectamente compatible con la perspectiva neoconservadora”. Reiteró esa idea en un manifiesto reciente: “Los neoconservadores no sienten ese nivel de alarma o preocupación por el crecimiento del Estado en el siglo pasado, sino que lo ven como algo natural y, de hecho, inevitable”.70 Y si los neoconservadores y los libertarios tienen diferencias importantes en términos de política interna, sus diferencias en política exterior son todavía más marcadas. Ese núcleo consustanciado con el pensamiento de Friedman ha de ser ¡realmente grande! para contener opiniones tan diversas.
Un impulso suicida

Klein también confunde el libertarismo con el corporativismo, cuando argumenta que el bienestar corporativo financiado con impuestos es el cénit de la revolución del libre mercado de la escuela de Chicago. Klein reconoce que el bienestar corporativo no es lo que los liberales de Chicago promovían originalmente, sin embargo, agrega: “Pero el cambio no es accidental; se llegó a esto a través de la cruzada de la escuela de Chicago, con su obsesión triple: privatización, desregulación y disolución de los sindicatos”.71 Sin embargo, Klein no explica por qué esta separación del gobierno y la economía generaría más “favoritismo” y bienestar corporativo. Su único argumento es circular: ocurrió en países dirigidos por personas que ella considera seguidores de Friedman, y sabemos lo que son porque enriquecen a las empresas en cada oportunidad que se les presenta.

La idea parece ser que a Friedman y a otros libertarios les gustan las corporaciones, por lo que, si los gobiernos dan subsidios, contratos, protección y privilegios a las corporaciones, lógicamente son seguidores de Friedman hasta la médula. Por momentos, Klein parece creer que cualquier política es neoliberal si las empresas privadas están involucradas: por ejemplo, si fue una empresa privada la que produjo los dispositivos de espionaje. Si no entiende qué es el neoconservadurismo por ignorancia, esta confusión se debe a la atracción que siente por la retórica clásica de izquierda. Los libertarios siempre fueron acusados por sus opositores de querer enriquecer a las corporaciones, de modo que, cualquier cosa que aumente la riqueza de estas, es claramente libertario.

Esta es la interpretación que hace Klein del punto de vista de Friedman:

Lo que Friedman entendió es que, en circunstancias normales, las decisiones económicas se toman en función de las pujas de intereses opuestos: los trabajadores quieren empleos y aumentos de salarios, los dueños quieren impuestos bajos y reglamentación laxa, y los políticos deben encontrar un equilibrio entre estas fuerzas opuestas.72

Es por esto que Klein interpreta que quienes siguen a Friedman necesitan crisis: porque las crisis anulan las “circunstancias normales” y les permiten beneficiar a los dueños y poner en práctica sus planes mientras la gente está ocupada pensando en otras cosas. Las palabras de Klein suenan como un resumen de algo que dijo Friedman, pero nunca explica dónde el economista “entendía” eso. No hay nota al pie. Esto se debe a que Friedman no pensaba así. Por el contrario, él sostenía que los “empleos y aumentos de salario” eran los resultados a largo plazo de tener “impuestos bajos y regulación laxa”. También pensaba que el lobby a favor de los intereses de las corporaciones a menudo intentaba destruir esos efectos positivos.

Es difícil encontrar un economista más persistente que Friedman cuando se trata de advertir acerca de cómo conspiran las corporaciones y los capitalistas contra el público general para obtener privilegios especiales, subsidios y protección. En sus palabras:

En general, las corporaciones de negocios no defienden la libre empresa. Por el contrario, son una de las principales fuentes de peligro. (...) Todo empresario está a favor de la libertad para los demás, pero las cosas cambian cuando se refieren a sí mismo: necesitamos aranceles para protegernos de la competencia extranjera; necesitamos esa disposición especial en el código impositivo; necesitamos ese subsidio.73

Friedman se refirió a esta búsqueda de favores como “el impulso suicida de la comunidad empresarial”, que es el título de una charla que dio varias veces. También era un tema recurrente en sus trabajos. En el primer episodio de su clásica serie de TV Free to Choose (Libertad de Elegir), Friedman prácticamente apunta contra la idea que Klein tiene de él:

No creo que sea correcto pensar la situación en términos de los industriales contra el gobierno. Por el contrario, una de las razones por las que estoy a favor de un gobierno más limitado es que, cuando se tiene un gobierno grande, los industriales toman el control del gobierno, y los dos forman una coalición contra el trabajador común y el consumidor común. Creo que la empresa es una institución maravillosa dado que debe enfrentar una competencia en el mercado y no pueda obtener algo si no es produciendo un producto mejor a un costo más bajo; y es por eso que no quiero que el gobierno se entrometa ni ayude a la comunidad empresarial.74

La descripción del funcionamiento del sistema que hace Friedman se acerca mucho a la de Klein: “Un gobierno grande aúna esfuerzos con las empresas grandes para redistribuir los fondos con un sesgo hacia las clases más altas”.75 La diferencia, claro, es que Klein acusa a Friedman de estar a favor de esta situación. Pero Friedman, lejos de ser un defensor del bienestar corporativo, fue uno de sus opositores más consistentes: “La empresa privada tiene derecho a recibir las recompensas del éxito solo si también se hace cargo de las consecuencias del fracaso. (...) La regla debería ser que no haya obstáculos ni subsidios”.76

En lugar de acusar a Friedman de decir lo opuesto de lo que realmente dijo, Klein podría haber argumentado que el bienestar corporativo es la consecuencia no buscada de una economía abierta y un gobierno limitado. Sin embargo, no proporciona argumentos que comprueben esa correlación, y sus ejemplos respaldan la idea opuesta. Escribe sobre los oligarcas rusos, sobre Estados Unidos después del 11 de septiembre y sobre la privatización en América Latina. Pero los oligarcas y muchos de los contratos en América Latina fueron el resultado de que se excluyera del proceso a terceros y a extranjeros, cosa que Klein admite pero cuyas consecuencias no ve.77 Por su parte, el bienestar de las corporaciones de Estados Unidos e Irak es el resultado de un aumento enorme en el gasto público y —según la misma Klein— de excluir a la competencia de participar en los contratos. Completamente contrarios a las ideas de Friedman.
Posturas respecto de la democracia

Si los despojamos los argumentos de Klein de los malentendidos y distorsiones más obvios, no queda mucho contra el libertarismo y Milton Friedman en La doctrina del shock. ¿Puede Klein pretender denunciar un movimiento porque su economista gurú usaba las crisis para que la gente aceptara sus ideas y adulaba a dictadores fascistas y comunistas para obtener su apoyo? ¿O porque uno de los seguidores famosos del economista solo tiene palabras bellas para los dictadores, asesinos políticos y terroristas si estos piensan lo correcto en lo que respecta al mercado? ¿O porque esas ideas coexisten cómodamente con la opresión política?

Si este es el caso, Klein tiene un problema. Porque el gurú económico es el preferido por ella, el economista británico John Maynard Keynes, que se hizo conocido por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, quien decía que la Unión Soviética era “notable” y que explicaba que sus ideas se adaptaban bien a un sistema totalitario en la introducción de la traducción al alemán de su Teoría general, en 1936.78 Y el seguidor que tiene palabras bellas para los dictadores es la misma Naomi Klein, que habla bien de Cuba,79 el Che Guevara80 y Hezbollah81 cada vez que los menciona en el libro, y que defendía al líder radical iraquí Muqtada al-Sadr porque, según ella, representaba el pensamiento predominante en Irak y luchaba solo en defensa propia.82 Y los líderes que ponen en práctica el “nacionalismo económico” que defiende Klein son gente como Vladimir pilinguin, Hugo Chávez y Mahmoud Ahmedinejad, que lo hacen mientras que desmantelan las instituciones independientes y democráticas. Dicho de otro modo, a Klein no parecen molestarle los dictadores, los fascistas ni los asesinos siempre y cuando no bajen los impuestos ni las barreras comerciales.83

La interpretación que hace Klein de Rusia en la década de los noventa revela su postura respecto de la democracia. La autora acusa al presidente ruso Boris Yeltsin de haber destruido la democracia cuando, en 1993, hizo caso omiso a la mayoría opositora en el Parlamento. Cuando los legisladores ocuparon el edificio y pidieron su renuncia, Yeltsin disolvió la legislatura a la fuerza y llamó a nuevas elecciones. Klein admite que había grupos “protofascistas” en el bando parlamentario, pero eso no parece molestarle: aparentemente, cuando uno lucha por la democracia, no se puede poner tan puntilloso al elegir a sus amigos. Sin embargo, Fred Kaplan, uno de los periodistas que estuvieron con los comunistas y ultranacionalistas que ocuparon el edificio, dice que esta descripción es “absurda”:

Fui uno de los muchos periodistas que pasaron una tarde desagradable en el edificio del Parlamento hablando con sus ocupadores armados, calzados con botas negras y borrachos. Créanme —y Klein debería creerme, ya que cita uno de mis artículos para el Globe al describir a los soldados que bombardearon el edificio a la mañana siguiente—, no había demócratas entre ellos.84

Una vez más, Klein necesita modificar la cronología para adaptarla a sus argumentos. Sostiene que Yeltsin disolvió el Parlamento violentamente para implementar la terapia de shock. Pero la única terapia de shock que hubo en Rusia —la eliminación de los controles de precios y cambiarios— había ocurrido más de un año y medio antes de este acontecimiento. Desde entonces, Yeltsin había sustituido al primer ministro liberal Yegor Gaidar por el tecnócrata Viktor Chernomyrdin y había usado casi US$7.000 millones para rescatar las fábricas estatales. Pero eso no es lo importante aquí. Hay algo más interesante.

Una mayoría parlamentaria acusa al presidente de tomar medidas inconstitucionales y antidemocráticas, y quiere apartarlo de su cargo. El presidente no le presta atención a la oposición y el Parlamento acepta la ayuda de grupos autoritarios para luchar por lo que sostienen que es la democracia. ¿No se parece a otro episodio de la historia política moderna? Eso es lo que pasó en Chile en agosto de 1973, cuando una mayoría en el Congreso convocó la ayuda de los militares para derrocar a Salvador Allende, a quien acusaban de haber hecho del país una dictadura.85 Sin embargo, Klein considera a Allende “un demócrata implacable”,86 mientras que a Yeltsin lo llama, sin intentar ser irónica, “el Pinochet ruso”.87

No estoy defendiendo nada de lo que pasó en ninguno de los dos episodios. Solo quiero destacar el hecho de que Klein califica la pelea contra el Parlamento de un presidente de ataque a la democracia, y la pelea similar de otro presidente, de lucha por la democracia. Pero la diferencia no está en que uno de ellos era más democrático que el otro. O, en todo caso, esa diferencia no favorece a Klein, ya que, a pesar de todos sus defectos, la administración Yeltsin posiblemente haya sido la más democrática en la historia de su país, mientras que difícilmente pueda decirse lo mismo del turbulento gobierno de Allende. No, la diferencia crucial entre Allende en Chile y Yeltsin en Rusia es que uno de estos presidentes estaba, en líneas generales, a favor del libre mercado, y el otro, en contra. Ostensiblemente, en el mundo de Klein, cualquiera que luche contra el libre mercado, aunque intente derrocar a un presidente elegido democráticamente, está luchando por la “democracia”. De modo que este libro no trata de la democracia.

Tampoco trata de los shocks y las crisis. Nada en La doctrina del shock permite suponer que Klein piensa que está mal aprovechar las crisis para promover las propias ideas. Parecería que esta táctica está mal solo si promueve ideas incorrectas. La misma Klein nunca dudó de sugerir sus propias soluciones a los problemas generados por Katrina o por la guerra en Irak, y jamás se le ocurriría considerarlo una manera cínica de aprovechar el sufrimiento de la gente; diría que es una manera de ayudar a los demás. Su único motivo para considerarlo cínico y perverso cuando los libertarios hacen exactamente lo mismo es que cree que esas ideas son perversas y generan consecuencias terribles. Pero, para esa denuncia, no da ninguna explicación. Y hay que considerar válida a esta denuncia para creer que la crítica de Klein del “capitalismo del desastre” tiene algún valor.
La vida bajo el capitalismo salvaje

Increíblemente, en un libro de más de 500 páginas, Klein casi no brinda argumentos para quien no esté ya convencido de que el libre mercado es malo. Sí da algunos ejemplos de aumento de la pobreza y el desempleo poco después del colapso de una economía planificada o de la reducción de la hiperinflación. Pero esto no es extraño; con frecuencia, es justamente lo que proyectarían los economistas. Sin embargo, ellos dirían también que esta es la única manera de reducir la pobreza y el desempleo a largo plazo. Y es precisamente por eso que Klein nunca proporciona al lector datos que abarcan un período más prolongado. Dice que las reformas convirtieron a la clase trabajadora chilena en “los pobres desechables” pero ni una sola vez admite que Chile es el éxito social y económico de América Latina y que casi ha acabado con la pobreza extrema. Escribe que las reformas aumentaron la brecha en el ingreso entre las ciudades y las zonas rurales de China pero jamás menciona que también generaron la mayor reducción de pobreza en la historia.

En dos casos, Klein sí menciona someramente la visión global y el largo plazo. Se trata de variaciones sobre el mismo argumento: que entre 25% y 60% de la población se desecha y se convierte en marginal en forma permanente en países que liberalizan su economía.88 No explica a qué se refiere con estas cifras ni dice de dónde las sacó. No hay nota al pie ni fuente.

Una rápida lectura a los datos del índice de libertad económica demuestra que Klein entendió todo al revés: la pobreza y el desempleo son menores en los países que gozan de mayor libertad económica. En el 20% de los países con mayor libertad, la pobreza, según las Naciones Unidas, es de 15,7%, y, en el resto del mundo, de 29,8%. El desempleo en el quintil con mayor libertad es de 5,2%, menos de la mitad que en el resto del mundo. En el quintil con menor libertad económica, plagado de las restricciones a la propiedad privada, a las empresas y al comercio —que Klein considera modos de defender al pueblo de los poderosos—, la pobreza es de 37,4% y el desempleo, de 13%.89

Klein escribe que el capitalismo mundial cayó en “su forma más salvaje” desde 1990.90 Si está en lo cierto en cuanto a la conexión entre el libre mercado y las privaciones, la pobreza tendría que haber aumentado vertiginosamente. Pero ocurrió todo lo contrario. Entre 1990 y 2004, la pobreza extrema en los países en desarrollo se disminuyó de 29% a 18%, según el Banco Mundial. Esto significa que la pobreza extrema cayó a un ritmo de 54.000 personas por día con el capitalismo “salvaje”.91 Y la proporción de personas que viven en áreas marginales —otro resultado de la liberalización, según Klein— se redujo de 47% a 37% en el mismo período.92 Los promedios no muestran toda la realidad, por lo que es importante señalar que las mayores mejoras ocurrieron en las partes del mundo que más se liberalizaron, mientras que los indicadores empeoraron en países menos liberalizados.

Si Klein está en lo cierto en cuanto a la conexión entre el libre mercado y la violencia política, también tendríamos que haber visto más guerras y dictaduras en la era del capitalismo “salvaje”. Klein insiste en que “el mundo se está volviendo menos pacífico” sin documentarlo . Se equivoca. Según el Human Security Centre de la Universidad de British Columbia, la cantidad de conflictos militares que involucraron por lo menos un estado cayeron de casi 50 en 1990 a 31 en 2005. La cantidad de muertes por guerra en 2005 fue la más baja en medio siglo. En 1990, había nueve genocidios en marcha en todo el mundo. En 2005, solamente uno, en Darfur. A pesar de unas pocas y notables excepciones, el mundo se está tornando más pacífico en la era del capitalismo “salvaje”.93

El mundo también se está volviendo más democrático a pesar de que la tesis de Klein indique lo contrario. De hecho, mientras se abrían los mercados, el mundo experimentaba simultáneamente una revolución democrática. Entre 1990 y 2007, la cantidad de democracias electorales pasó de 76 a 121. En 1990, había más países definidos como “no libres” por Freedom House que los que se calificaban de “libres”. En 2007, había el doble de países “libres” que de países “no libres” .

De modo que, a falta de argumentos serios contra las consecuencias del libre mercado, nos queda la crítica razonable que hace Klein de la tortura, las dictaduras, la corrupción gubernamental y el bienestar corporativo. En el análisis final, La doctrina del shock se reduce a la curiosa afirmación de que Milton Friedman y el libre mercado son malos porque los gobiernos son incompetentes, corruptos y crueles. Probablemente no es una coincidencia que en la contratapa del libro se presenten comentarios de escritores de ficción.
 
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Sí, aplastante :bla: Sobre todo cuando explica cómo combatir los monopolios y oligopolios, o qué hacer cuando se ha acumulado tanto capital en unas pocas manos que éstas ostentan todo el poder al ser capaces de corromper a jueces, policías o miembros del Congreso :XX: O cuando habla sobre la importancia de las crisis y la necesidad de éstas para generar avances sin hacer mención a todo lo que conllevan: dolor, sufrimiento, hambre, fin. Para el que no tiene dinero, claro, lo que pasa es que él no hacía economía para los que no tenían.

Una cosa que siempre ignoran deliberadamente los liberales cuando dicen "pues el mercado llegará a un acuerdo equitativo" es que si dos partes no ostentan el mismo poder, la negociación está viciada, y ¿qué tenemos cuando el poder de una de las partes viene únicamente de su unidad y ésta se ve continuamente mermada (sindicatos comprados, dumping laboral masivo, colectivos enfrentados unos contra otros mediante mantras como "sí, sí, ¿y dónde estaban cuando XXXX? Abrid los ojos, ellos no os representan, son unos castuzos")? El poder absoluto en manos de una de las partes, "curiosamente" la que más dinero, y, por tanto, poder, ya ostentaba de serie.

Y esta "analfabeta" es doctora honoris causa, o sea que a ver si nos lavamos la boca con jabón. Analfabetos son, por ejemplo, los que ven a un alemán llamado Antonio Brettschneider y dicen que llamándose Antonio y hablando español cómo va a ser alemán :rolleye: A mí por ejemplo no me leerás decir que Friedman era analfabeto. Era un HDLGP malnacido y gracias a Dios ya muerto y podrido, y malvado como pocos ha habido en la faz de la Tierra al pasar por alto información como la que he dado en estos párrafos y que él perfectamente conocía y era capaz de prever, pero elegía callar, sabedor de la impopularidad (por injusticia) de la otra cara de su receta. Era de lo peor que ha nacido este mundo. Pero no analfabeto.

Implanta la socialdemocracia.
Los políticos se cargan el mercado y crean una red clientelar. Derrochan el dinero que ganamos.
La culpa es del capitalismo y del libre mercado.

Ajám.
 
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