El largometraje documental 'Desenterrando Sad Hill' cuenta la historia de cómo el cementerio abandonado donde se libró la mítica escena del duelo final de la película 'El bueno, el feo y el malo' (1966) es devuelto a la vida.
Su director, el debutante Guillermo de Oliveira: "Supe de la existencia de una asociación de fans de la película que querían desenterrarlo y dejarlo como estaba en 1966. Me pareció que había una historia muy hermosa en eso".
El sueño de cualquier cinéfilo: perderse por la majestuosa y laberíntica Xanadú, la mansión de Ciudadano Kane; oír a Sam tocarla otra vez en el Café de Rick de Casablanca; abrirse paso entre la niebla para entrar en la Manderley que Hitchcock creó para Rebeca. Son lugares que desde la ficción han construido nuestra identidad, localizaciones perdidas para siempre en el mundo real, fantasmagorías de celuloide en blanco y neցro.
Un momento. No todo está perdido. No mientras haya quien se rebele contra el olvido, quien reclame y restaure estos espacios como templos de la memoria colectiva. Aficionados al cine como los integrantes de la Asociación Cultural Sad Hill, un reducido grupo de burgaleses que han logrado un hito entre lo entrañable y lo heróico: devolver a la vida lo que quedó fijado para la posteridad por Sergio Leone en la secuencia final de El bueno, el feo y el malo. El cementerio de Sad Hill, que es donde Clint Eastwood, Lee van Cleef y Eli Wallach se batían el cobre mientras sonaba la gloriosa Ecstasy of Gold compuesta por Ennio Morricone, está vivo de nuevo en el valle de Mirandilla gracias al empeño de estos tipos y el de cientos de personas que les han ayudado a recuperarlo 50 años después del rodaje de la película. Su utópica gesta llega ahora a los cines en forma de documental, Desenterrando Sad Hill, dirigido por el debutante Guillermo de Oliveira, que ya cuenta con dos muescas en su recién estrenado revólver: el Premio Noves Visions en Sitges y el Premio a la Mejor Contribución Técnico-Artística al género western en el Almería Western Film Festival.
Todo empezó en 2014 con la intención de hacer justicia a una película que se ha ganado un lugar de honor en la Historia del Cine, en gran parte por esa secuencia en la que Leone juega a su antojo con el tiempo, los encuadres y la tensión. "Por la radio me enteré de que el cementerio de la mítica escena del duelo final de El bueno, el feo y el malo todavía existía, pero estaba cubierto por 20 centímetros de manto vegetal", cuenta Oliveira por teléfono. "Por otro lado, también supe de la existencia de una asociación de fans de la película que querían desenterrarlo y dejarlo como estaba en 1966. Me pareció que había una historia muy hermosa en eso". Así que cogió su cámara y se plantó allí para "acompañarles durante dos o tres fines de semana y grabar un pequeño documental sobre esta idea tan poética. Lo que no me podía esperar entonces es que a estos cuatro gatos de Burgos se les empezaría a unir gente de otras provincias, luego aparecieron personas que venían de Francia, de Italia... El fenómeno fue creciendo y al final estuvimos un año y medio rodando".
Oliveira capturó imágenes del lugar (espectaculares tomas aéreas con dron incluidas), antiguas fotos del rodaje, entrevistó a los miembros de la asociación y algunos lugareños que participaron en la película, pero le faltaba el más difícil todavía: la participación en el documental de gigantes como el propio Morricone, Eastwood o James Hetfield, el cantante de Metallica, que lleva casi 30 años abriendo sus conciertos con la escena final de la película. "Fue lo más complicado, un proceso extenuante en el que tienes que ser muy constante pero no demasiado pesado, porque si fuerzas insistiendo te acaban enviando a freír puñetas. Lo difícil en estos casos no es convencer a la persona que te dé una entrevista, sino llegar a ella. Cuando supieron lo que estaba pasando en Burgos se volcaron completamente". Entre los mejores recuerdos que tiene del rodaje está "poder visitar a Morricone en su casa en Roma, que nos mostrara su despacho, el lugar donde ha compuesto todas esas joyas que perdurarán en la Historia del cine. Estuve al borde de las lágrimas durante toda la entrevista y muy frustrado además, porque no hablo italiano y no tenía la capacidad de comunicarme con él fácilmente".
Para completar el metraje, Oliveira habló también con dos grandes admiradores de Leone, Joe Dante y Álex de la Iglesia, además de Christopher Frayling, biógrafo del cineasta italiano, y algunos de los que participaron en el rodaje como el montador o el ayudante de cámara. Todos ofrecen un coro de testimonios y anécdotas que se intercalan con material de archivo para trasladarnos a ese año en el que el spaghetti western logró la mayoría de edad. Hay momentos impagables, como ese breve vídeo en el que se ve a Leone devorando un plato de pasta mientras cuenta el argumento de la película y hace referencia a su "western épico picaresco".
Lo que trasciende la pantalla, la reflexión que perdura, es el valor cuasi religioso de lugares como el cementerio de Sad Hill. "Fue lo que me llevó a hacer el documental", revela Oliveira. "Cuando vi el fenómeno que estaba sucediendo, que gente de Italia o Francia iba allí a pasar el fin de semana cavando a cambio de nada, me planteaba la pregunta de por qué alguien es capaz de semejante sacrificio. Existen verdaderos peregrinajes a las localizaciones de cine, todo un componente espiritual y emocional que lleva a alguien a emprender un trabajo tan utópico y quijotesco". Joe Dante, siempre incisivo, da en el clavo: "es la necesidad de sentirnos parte de algo eterno".
"Lo importante es crear un mundo diferente, que no es el de ahora. Un mundo real, genuino, que permite vivir al mito. El mito lo es todo", dijo una vez Leone. Y, en este caso, el mito y lo real, lo filmado y lo palpable, han quedado unidos para siempre.El bueno, el feo y el malo viven para siempre en Burgos | Cine
Su director, el debutante Guillermo de Oliveira: "Supe de la existencia de una asociación de fans de la película que querían desenterrarlo y dejarlo como estaba en 1966. Me pareció que había una historia muy hermosa en eso".
El sueño de cualquier cinéfilo: perderse por la majestuosa y laberíntica Xanadú, la mansión de Ciudadano Kane; oír a Sam tocarla otra vez en el Café de Rick de Casablanca; abrirse paso entre la niebla para entrar en la Manderley que Hitchcock creó para Rebeca. Son lugares que desde la ficción han construido nuestra identidad, localizaciones perdidas para siempre en el mundo real, fantasmagorías de celuloide en blanco y neցro.
Un momento. No todo está perdido. No mientras haya quien se rebele contra el olvido, quien reclame y restaure estos espacios como templos de la memoria colectiva. Aficionados al cine como los integrantes de la Asociación Cultural Sad Hill, un reducido grupo de burgaleses que han logrado un hito entre lo entrañable y lo heróico: devolver a la vida lo que quedó fijado para la posteridad por Sergio Leone en la secuencia final de El bueno, el feo y el malo. El cementerio de Sad Hill, que es donde Clint Eastwood, Lee van Cleef y Eli Wallach se batían el cobre mientras sonaba la gloriosa Ecstasy of Gold compuesta por Ennio Morricone, está vivo de nuevo en el valle de Mirandilla gracias al empeño de estos tipos y el de cientos de personas que les han ayudado a recuperarlo 50 años después del rodaje de la película. Su utópica gesta llega ahora a los cines en forma de documental, Desenterrando Sad Hill, dirigido por el debutante Guillermo de Oliveira, que ya cuenta con dos muescas en su recién estrenado revólver: el Premio Noves Visions en Sitges y el Premio a la Mejor Contribución Técnico-Artística al género western en el Almería Western Film Festival.
Todo empezó en 2014 con la intención de hacer justicia a una película que se ha ganado un lugar de honor en la Historia del Cine, en gran parte por esa secuencia en la que Leone juega a su antojo con el tiempo, los encuadres y la tensión. "Por la radio me enteré de que el cementerio de la mítica escena del duelo final de El bueno, el feo y el malo todavía existía, pero estaba cubierto por 20 centímetros de manto vegetal", cuenta Oliveira por teléfono. "Por otro lado, también supe de la existencia de una asociación de fans de la película que querían desenterrarlo y dejarlo como estaba en 1966. Me pareció que había una historia muy hermosa en eso". Así que cogió su cámara y se plantó allí para "acompañarles durante dos o tres fines de semana y grabar un pequeño documental sobre esta idea tan poética. Lo que no me podía esperar entonces es que a estos cuatro gatos de Burgos se les empezaría a unir gente de otras provincias, luego aparecieron personas que venían de Francia, de Italia... El fenómeno fue creciendo y al final estuvimos un año y medio rodando".
Oliveira capturó imágenes del lugar (espectaculares tomas aéreas con dron incluidas), antiguas fotos del rodaje, entrevistó a los miembros de la asociación y algunos lugareños que participaron en la película, pero le faltaba el más difícil todavía: la participación en el documental de gigantes como el propio Morricone, Eastwood o James Hetfield, el cantante de Metallica, que lleva casi 30 años abriendo sus conciertos con la escena final de la película. "Fue lo más complicado, un proceso extenuante en el que tienes que ser muy constante pero no demasiado pesado, porque si fuerzas insistiendo te acaban enviando a freír puñetas. Lo difícil en estos casos no es convencer a la persona que te dé una entrevista, sino llegar a ella. Cuando supieron lo que estaba pasando en Burgos se volcaron completamente". Entre los mejores recuerdos que tiene del rodaje está "poder visitar a Morricone en su casa en Roma, que nos mostrara su despacho, el lugar donde ha compuesto todas esas joyas que perdurarán en la Historia del cine. Estuve al borde de las lágrimas durante toda la entrevista y muy frustrado además, porque no hablo italiano y no tenía la capacidad de comunicarme con él fácilmente".
Para completar el metraje, Oliveira habló también con dos grandes admiradores de Leone, Joe Dante y Álex de la Iglesia, además de Christopher Frayling, biógrafo del cineasta italiano, y algunos de los que participaron en el rodaje como el montador o el ayudante de cámara. Todos ofrecen un coro de testimonios y anécdotas que se intercalan con material de archivo para trasladarnos a ese año en el que el spaghetti western logró la mayoría de edad. Hay momentos impagables, como ese breve vídeo en el que se ve a Leone devorando un plato de pasta mientras cuenta el argumento de la película y hace referencia a su "western épico picaresco".
Lo que trasciende la pantalla, la reflexión que perdura, es el valor cuasi religioso de lugares como el cementerio de Sad Hill. "Fue lo que me llevó a hacer el documental", revela Oliveira. "Cuando vi el fenómeno que estaba sucediendo, que gente de Italia o Francia iba allí a pasar el fin de semana cavando a cambio de nada, me planteaba la pregunta de por qué alguien es capaz de semejante sacrificio. Existen verdaderos peregrinajes a las localizaciones de cine, todo un componente espiritual y emocional que lleva a alguien a emprender un trabajo tan utópico y quijotesco". Joe Dante, siempre incisivo, da en el clavo: "es la necesidad de sentirnos parte de algo eterno".
"Lo importante es crear un mundo diferente, que no es el de ahora. Un mundo real, genuino, que permite vivir al mito. El mito lo es todo", dijo una vez Leone. Y, en este caso, el mito y lo real, lo filmado y lo palpable, han quedado unidos para siempre.El bueno, el feo y el malo viven para siempre en Burgos | Cine