¡Jajaja! Claro, son vivencias maravillosas.
Lo mismo, ahora los de la cuadrilla de verano del pueblo somos "pilares de la sociedad", pero siempre nos acordamos de aquella vez que, estando en un pequeño bote en la ría, uno dijo a otro "lanza el risón" (el ancla, como se dice por esa zona, para entendernos) y el otro amigo, efectivamente, lo lanzó... sin comprobar si estaba atado al cabo. Era un risón nuevo, el padre dueño del bote todavía no lo había preparado, y se fue al fondo, jajajajaja!
Como era una zona intermareal, al día siguiente, para evitar la bronca del padre del amigo del bote (años con un ancla cotrosa y oxidada, y cuando por fin se decidió a cambiarla...), organizamos una expedición al cenagal aquel. Arañazos de una selva de zarzas para llegar a la orilla remota aquella, y luego nos atamos con un cabo como los alpinistas porque no nos fiábamos que el fango aquel (y fango movedizo de verdad, no "del de la ultraderecha" de ahora) se tragase al pobre voluntario -el que lo lanzó - que se adentró en la zona más movediza donde estaba medio enterrado el risón. Perdió una chancla -no se atrevió a ir descalzo ahí, pero el fango la succionó- y aún así como un héroe recuperó el risón.
Regresamos magullados, embarrados, sin una chancla, sucios y sudados, pero con el trofeo recobrado, el risón nuevo como si no hubiera pasado nada. Años después contamos la historia a los padres, jajaja! Uno de los mejores recuerdos de juventud, menuda aventura, me pongo nostálgico de recordarla.