Vlad_Empalador
Será en Octubre
Soledad Lucero: «Dejé a mi hijo de 7 meses en Quito para trabajar en Madrid y nunca lo tuve más»
BEA ABELAIRASFERROL
FERROL CIUDAD
Soledad Lucero, en una fotografía tomada ayer, lleva ya doce años en la ciudad KIKO DELGADO
Su primer empleo fue como interna con uniforme, a pesar de ser licenciada
13 mar 2022. Actualizado a las 05:00 h.
Comentar · 10
«He trabajado como empleada del hogar en casas en las que tenía más títulos universitarios que los señores que me contrataban, pero cuando las personas están sin papeles piensan que no son nada y cambiar eso es precisamente lo que me mueve», así resume Soledad Lucero Toapanta una situación que ella sufrió habitualmente y que marca la vida de miles de compañeras. Sentada en el Cuerda Floja de Ferrol Vello va contando que hace dos décadas llegó a Madrid desde Quito, donde trabajaba en la universidad.
«La crisis de una burbuja inmobiliaria me obligó, llegué con una deuda a la mafia que organiza el viaje de 4.000 euros y sin nadie aquí, primero trabajé en la casa de unos marqueses: tenía que pasear a su perro y yo había dejado a mi hijo de siete meses en Quito, nunca lo tuve más, se quedó con el padre que cuando me fui acordamos que se vendría, pero pasado el tiempo no quiso, después me dijo que hiciese mi vida e incluso hizo lo posible para que el niño nunca saliese del país», así describe Soledad el desgarro que sufren muchas mujeres a las que ella ayuda desde la asociación por la Movilidad Humana.
Sabe bien el precio tan alto que se paga: «Cuando pude recuperar a mi hijo y estar con él ya no era mío, pero hoy en día es un universitario con el que hablo mucho», cuenta con ojos brillantes. También dedica muchas horas a escuchar a mujeres de otros países, como una chica colombiana que hace pocas semanas tuvo problemas para ser atendida en el ambulatorio a pesar de estar en el inicio de un aborto o aquellas que trabajan como empleadas del hogar y las despiden o no les pagan porque no tienen papeles, ni forma alguna de protestar. «Yo conozco a mujeres ecuatorianas que han seguido de internas desde que yo lo era hace 20 años, que no tienen vida, porque una interna trabaja 24 horas, hace los tres turnos», dice sobre una situación de la que ella pudo salir gracias al activismo.
En Madrid contactó con tres chicas más, en el parque donde se encontraba con otras empleadas del hogar. Juntas alquilaron una habitación con tres literas que compartieron y ahí crearon Rumiñahui: «Nos formamos para crear esta asociación en la que amparar a personas que pasaban lo que nosotras y reconozco que me sirvió lo que me enseñó mi progenitora y mi abuela Felisa, que era una indígena activista, aunque no sabía leer ni escribir».
Cuando era un bebé se rompió la cadera porque su abuela cayó al suelo huyendo de la policía y la llevaba asida a la espalda, era la época en la que Felisa protestaba contra un sistema completamente feudal en el páramo andino. Soledad heredó ese inconformismo con las injusticias y no se rinde, ni siquiera cuando parece que el racismo está creciendo: «No puedo hablar de emigrantes, porque los problemas son comunes con los gallegos retornados o emigrantes... Cuando alguien lo cuestiona simplemente le pregunto a dónde tuvieron que ir sus antepasados para tener un trabajo», comenta en una ciudad en la que lleva doce años y donde tiene una familia de sangre y otra, muy extensa, a la que se vincula cada vez que le entra un mensaje pidiendo ayuda. Nunca duda: «No puedo hacer otra cosa, a veces sé que estoy restando tiempo para estar con mis hijas, pero no puedo mirar para otro lado mientras sé que hay alguien que se puede quedar en la calle o le dicen que no a una tarjeta sanitaria y no sabe cómo reclamar».
Archivado en: Ferrol ciudad
FERROL CIUDAD
Soledad Lucero, en una fotografía tomada ayer, lleva ya doce años en la ciudad KIKO DELGADO
Su primer empleo fue como interna con uniforme, a pesar de ser licenciada
13 mar 2022. Actualizado a las 05:00 h.
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«He trabajado como empleada del hogar en casas en las que tenía más títulos universitarios que los señores que me contrataban, pero cuando las personas están sin papeles piensan que no son nada y cambiar eso es precisamente lo que me mueve», así resume Soledad Lucero Toapanta una situación que ella sufrió habitualmente y que marca la vida de miles de compañeras. Sentada en el Cuerda Floja de Ferrol Vello va contando que hace dos décadas llegó a Madrid desde Quito, donde trabajaba en la universidad.
«La crisis de una burbuja inmobiliaria me obligó, llegué con una deuda a la mafia que organiza el viaje de 4.000 euros y sin nadie aquí, primero trabajé en la casa de unos marqueses: tenía que pasear a su perro y yo había dejado a mi hijo de siete meses en Quito, nunca lo tuve más, se quedó con el padre que cuando me fui acordamos que se vendría, pero pasado el tiempo no quiso, después me dijo que hiciese mi vida e incluso hizo lo posible para que el niño nunca saliese del país», así describe Soledad el desgarro que sufren muchas mujeres a las que ella ayuda desde la asociación por la Movilidad Humana.
Sabe bien el precio tan alto que se paga: «Cuando pude recuperar a mi hijo y estar con él ya no era mío, pero hoy en día es un universitario con el que hablo mucho», cuenta con ojos brillantes. También dedica muchas horas a escuchar a mujeres de otros países, como una chica colombiana que hace pocas semanas tuvo problemas para ser atendida en el ambulatorio a pesar de estar en el inicio de un aborto o aquellas que trabajan como empleadas del hogar y las despiden o no les pagan porque no tienen papeles, ni forma alguna de protestar. «Yo conozco a mujeres ecuatorianas que han seguido de internas desde que yo lo era hace 20 años, que no tienen vida, porque una interna trabaja 24 horas, hace los tres turnos», dice sobre una situación de la que ella pudo salir gracias al activismo.
En Madrid contactó con tres chicas más, en el parque donde se encontraba con otras empleadas del hogar. Juntas alquilaron una habitación con tres literas que compartieron y ahí crearon Rumiñahui: «Nos formamos para crear esta asociación en la que amparar a personas que pasaban lo que nosotras y reconozco que me sirvió lo que me enseñó mi progenitora y mi abuela Felisa, que era una indígena activista, aunque no sabía leer ni escribir».
Cuando era un bebé se rompió la cadera porque su abuela cayó al suelo huyendo de la policía y la llevaba asida a la espalda, era la época en la que Felisa protestaba contra un sistema completamente feudal en el páramo andino. Soledad heredó ese inconformismo con las injusticias y no se rinde, ni siquiera cuando parece que el racismo está creciendo: «No puedo hablar de emigrantes, porque los problemas son comunes con los gallegos retornados o emigrantes... Cuando alguien lo cuestiona simplemente le pregunto a dónde tuvieron que ir sus antepasados para tener un trabajo», comenta en una ciudad en la que lleva doce años y donde tiene una familia de sangre y otra, muy extensa, a la que se vincula cada vez que le entra un mensaje pidiendo ayuda. Nunca duda: «No puedo hacer otra cosa, a veces sé que estoy restando tiempo para estar con mis hijas, pero no puedo mirar para otro lado mientras sé que hay alguien que se puede quedar en la calle o le dicen que no a una tarjeta sanitaria y no sabe cómo reclamar».
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