La lucha de un pueblo por enseñorearse de su tierra y convertirla en un vergel. Nada menos. Y lo presentas como si fuese una minucia. Como si la película tratase de un gordaco futbolero que va a por tabaco al bar de la esquina.
La especia Melange es el petróleo. La civilización expuesta en la saga se basa en tal recurso así como nosotros basamos la nuestra en tal otro. Eso debería hacernos reflexionar. No sólo por la importancia geopolítica del petróleo sino también porque debemos ser conscientes de su valor, de lo complicado que va a ser sustituirlo, y de que hay que valorar y ahorrar energía. Tener conciencia de que nosotros también estamos cabalgando gusanos de arena.
Los Atreides no son Europa. Los Atreides son una talasocracia. De hecho la primera imagen de su planeta es una costa con olas embravecidas. La saga expone que la pugna entre talasocracias y telurocracias es recurrente en nuestra especie. El malvado se llama Vladimir (ruso) Harkonnen (germánico). Telurocracias. Heartland. Los Atreides son el Rimland. Su apellido es helénico, en referencia a la talasocracia ateniense.
Los cementerios están llenos de valientes y de cobardes. No conozco a ningún fistro inmortal. Pero aparte de eso, el miedo es completamente innecesario. La precaución, la alarma, el susto, son protectores en su justa medida. El miedo no. El miedo es contraproducente, destructivo y castrador. La mejor prueba de ello es que las dictaduras establecen políticas de miedo de manera deliberada y artificial. Porque gracias al miedo se puede esclavizar al hombre sin llegar siquiera a rozar su piel. El miedo esclaviza la mente, la mente esclaviza al cuerpo, y el cuerpo esclaviza los recursos. Y todo en beneficio de los instauradores del miedo.
La prueba del dolor inducido es un rito de paso, típico de muchas sociedades humanas, para que el varón derrote al miedo, para que vea que lo que temía no era para tanto, o era puramente inexistente, y librarse así de esa carga usurera y asquerosa del miedo. Todos los filósofos importantes han querido liberarnos del miedo. Empezando por los estoicos.
A lo mejor esa idea del miedo en abstracto tiene algo que ver con los albores de nuestra especie. Miedo al león, miedo a la serpiente, miedo a los alacranes, miedo a los espíritus, miedo a otras tribus, miedo a la oscuridad, etc. Tal vez estemos adaptados a tener miedo a demasiadas cosas. Es decir, estamos adaptados a una realidad que en 2018 ya no existe. Y menos aún en 10191. De ahí la necesidad de los ritos de paso para vencer el miedo.
La función clave del cine, la que justifica su existencia como arte, es la de inspirar. La de hacer soñar despierto y despertar arquetipos que duermen en nosotros. "Hay que despertar al durmiente", dice Leto a Paul, una idea que concuerda con la noción de dios personal de estoicos como Marco Aurelio. Tenemos que despertar a nuestro dios personal, y personajes edificantes, sanos, valientes, dignos y comprometidos sirven a esa función. Como Paul Atreides.
Si la función del cine es mostrarnos a betas que esperan a que su amada cumpla los 35 mientras ella va de malote en malote para que al final ella se dé cuenta de que el beta es el que merece la pena, se casen felices (ella de blanco) y hagan barbacoas en un dúplex, o a omegas las 24 horas del día entre cuatro paredes jugando a la play o matándose a caricias, por mí que echen cerrojo a la historia del cine y tiren la llave al mar.
Hércules era un Mary Sue porque siendo un bebé estranguló a dos serpientes.
Jesús de Nazaret era un Mary Sue porque con doce años dejaba pasmados a los sabios en el Templo con sus respuestas.
Arturo Pendragón era un Mary Sue porque sacó a Excalibur de la piedra como si tal cosa.
Paul es una figura mesiánica, y como tal en su construcción como personaje va recibiendo espaldarazos a su condición, señales de validación, de cumplimiento de profecías. Todo varón excepcional ha de demostrar excepcionalidad.
