Documentos desclasificados implican al PSOE en las peores matanzas de la Guerra Civil española

MANUEL DE LA PINTA LEAL, alcalde REPUBLICANO de Cádiz, ASESINADO por los franquistas en 1936
Manuel de la Pinta Leal word press
Manuel de la Pinta Leal nació en Málaga en el año 1905, hijo de Manuel y María de las Virtudes. Su padre era carabinero y fue destinado a la ciudad de Cádiz. Se licenció en Medicina y Cirugía en Cádiz en 1927 con un brillante expediente. A los pocos meses de trabajar en la clínica de Argüelles, consiguió, en 1929 mediante oposición, plaza de Inspector Municipal de sanidad. Fue nombrado médico de guardia en el hospital de jovenlandesa. Obtuvo plaza como profesor Ayudante de clases prácticas de Patología Quirúrgica. Además tenía consulta médica privada en la calle San Pedro nº 1. En 1935 obtuvo el puesto n.º 1 en oposiciones en Madrid a la cátedra de Médico Forense.
En marzo de 1931 Manuel participó en la creación de las Juventudes Republicanas de Cádiz. Su actividad, denunciando practicas electorales ilegales por la oligarquía de la ciudad fue incesante, los caciques en Cádiz sumaron gran cantidad de votos a la candidatura dinástica mediante corruptelas. En la definitiva corporación municipal Republicana elegida por fín democráticamente ante las urnas, Manuel consiguió plaza de concejal. Se destacó en denunciar los continuos casos de injusticia o corrupción que se habían dado en el Consistorio, o el intento de renovar la Farmacia Municipal. En junio de 1932 fue elegido alcalde por mayoría absoluta. Sus principales preocupaciones eran el paro obrero o la vivienda, la reconstrucción de las murallas o la disposición de la Zona Franca. Pero la gran crisis financiera que se venía arrastrando desde años anteriores presagiaban duros momentos para el nuevo alcalde y sus concejales.
Tras la huelga de octubre de 1934 en Asturias, el gobernador civil Luis de Armiñán cesó a la corporación municipal elegida democráticamente, siendo sustituida por otra derechista. Se clausuraron sedes de partidos y sindicatos de izquierdas, y se encarceló a los dirigentes más importantes. Las elecciones legislativas del 16 de febrero de 1936 dieron en Cádiz la victoria al Frente Popular, el día 20 del mismo mes Manuel de la Pinta fue restituido en su puesto de alcalde, junto con el resto de concejales previamente suspendidos. La educación fue uno de los pilares de la política de la corporación a todos lo niveles, con la construcción de una Escuela Normal y Residencia de Estudiantes. Se planificó una nueva Escuela Náutica en las inmediaciones de La Caleta. El clero recelaba de esta política, sobre todo desde que el Ayuntamiento pidió al gobierno los locales del Seminario para instalar 20 escuelas laicas.
Las intimidaciones a los concejales del Frente Popular continuaron hasta el mismo día del golpe de Estado. Manuel de la Pinta no los vivió en Cádiz. Se encontraba en Madrid realizando unas oposiciones. El destino quiso que de la Pinta no cayera en la primera tanda de asesinados por los fascistas en la ciudad. Cogió el tren hacia Cádiz el mismo 18 de julio. A la altura de Alcolea el tren fue detenido y asaltado por falangistas. El alcalde pasó desapercibido y consiguió llegar a Córdoba donde permaneció 2 meses. Asistió a los heridos del refugio de la torre de la ermita de La Alegría. Su estancia en Córdoba se hacía angustiosa
Fue reconocido por unos requetés, y trasladado a Cádiz por el capitán de la Guardia Civil Antonio Escuín Lois que había escrito al general Varela: “Con alegría leo en la prensa que ha sido detenido el canalla, bandido y zascandil del último alcalde Socialista de Cádiz Manuel de la Pinta Leal, interés grande que tengo en fusilarlo, así pues te suplico, me concedas de acuerdo con mi General Queipo de Llano sea yo precisamente el que lo conduzca…”.
Los franquistas sabían de la popularidad del joven alcalde y decidieron liquidarlo lo antes posible. A su llegada a Cádiz fue llevado preso al Castillo de Santa Catalina. Se le aplicó directamente el bando de guerra, sin formación de causa previa alguna. Al amanecer del 30 de septiembre fue fusilado por un piquete de la Guardia de Asalto en los fosos de Extramuros, convertidos en patíbulos de cientos de gaditanos en aquellos días. Tenía 31 años. El Capitán Escuín no pudo mandarlo como era su despiadado deseo, pero pudo presenciarlo.
Tras la etapa oscura del Franquismo, en 1979 el primer gobierno democrático de la ciudad, formado por PSOE, PC y PSA, decidieron dedicarle una Avenida. En 2006 fue nombrado Hijo Predilecto de la ciudad por el Ayuntamiento de Cádiz.
 
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El tren de la fin’, un viaje al primer fusilamiento masivo de la Guerra Civil, según el historiador Santiago Mata – Mikel Iturralde


Más episodios de la Guerra Civil. Y el tren como involuntario protagonista. Lejos de lo que algunos piensan, conviene recordar la Historia para no repetir los mismos errores. El periodista e historiador Santiago Mata (Valladolid, 1965) ha investigado en su último libro, ‘El tren de la fin’ (La Esfera de los Libros) lo que él mismo califica como “el mayor fusilamiento público de la Guerra Civil”, una masacre que tuvo lugar el 12 de agosto de 1936 cuando un tren procedente de Jaénera inmovilizado por grupos de milicianos en un apeadero cercano a Vallecas. De las 240 personas que viajaban en él, 191 fueron fusiladas.

‘El tren de la fin’ pone en evidencia cómo las dos partes implicadas en la Guerra Civil estuvieron interesadas, aunque por causas distintas, en ocultar las dimensiones reales de la estructura de poder y del cambio social que se produjo en la retaguardia republicana.

Los pasajeros de este tren fueron detenidos en la provincia andaluza por su filiación política de derechas o su catolicismo; en el convoy viajaba el obispo de Jaén junto a su hermana. Todos ellos eran conducidos a lacárcel de Alcalá de Henares pero ante la presión de los milicianos, el Gobierno accedió a que los presos fueran fusilados. Sólo lograron escapar unos pocos, entre ellos Leocadio Moreno, un joven de 19 años que Santiago Mata ha conseguido localizar y que a sus 94 años recuerda vívidamente lo que ocurrió, aunque confiesa no haberlo contado más que “tres o cuatro veces” en su vida y nunca a sus padres, señala Mata.

El autor ha dedicado dos años a reconstruir estos hechos y para ello ha ahondado en los documentos que dan cuenta de lo ocurrido, si bien apenas existen datos poco más allá de los nombres de las víctimas y la identificación de los verdugos sobre los que hubo una escueta investigación policial.

Curiosamente, y por diferentes motivos que expone en el libro, ni el bando republicano ni, sobre todo, el franquista quisieron profundizar en lo sucedido.
Para Santiago Mata esta investigación empezó inicialmente “por curiosidad” pues le “chocaba” que apenas se explicara lo ocurrido. En el libro, el historiador descubre el lugar exacto donde fueron fusilados los 191 presos que llegaban a Madrid procedentes de Jaén.

‘El tren de la fin’ está dividido en tres partes. En la primera se reconstruyen, a la luz de los documentos, los sucesos de los días 11 y 12 de agosto de 1936: las matanzas de cientos de presos que llegaban a Madrid procedentes de las provincias de Jaén y Córdoba (ese día 11 el intento no tuvo el éxito esperado pues viajaban más de 300 personas de las que fusilaron a 11, pero en la jornada siguiente sí se logró el objetivo).

La principal evidencia obtenida al respecto es que estas matanzas, según sostiene Mata, fueron autorizadas por el Gobierno de la República con el consentimiento muy probablemente del presidente del Gobierno (José Giral), casi con certeza del ministro de Gobernación (Sebastián Pozas) y sin ningún género de dudas del director general de Seguridad (Manuel Muñoz).

Según explica, el anuncio del envío de los presos en trenes, hecho desde Jaén por diputados socialistas, llevó al asalto en Atocha del primero de los trenes, y tras el fracaso parcial de este asalto, a la preparación concienzuda de la segunda y más mortífera matanza. En esta preparación intervinieron fuerzas militares comunistas, socialistas y anarquistas.

En la segunda parte, Mata narra las “consecuencias internacionales” de esta acción. La documentación diplomática ha revelado que, al día siguiente de producirse la masacre, los embajadores extranjeros comunicaron al Gobierno republicano que admitirían en sus sedes diplomáticas a ciudadanos españoles. “Todos los Gobiernos, excepto México, Turquía y Argentina, autorizaron a sus embajadores a marcharse de España, si bien finalmente no lo hicieron pensando en la protección que debían a sus súbditos”, explica.

Así, en su opinión, los otros países dejaban claro que consideraban que La República había dejado de ser un Estado de Derecho que pudiera reclamar la solidaridad de las democracias occidentales.

Por último, en la tercera parte, Santiago Mata analiza los motivos por los que especialmente el régimen franquista no dio a la masacre la relevancia que tenía. Su teoría es que estos sucesos podían “poner en entredicho” algunos mitos del franquismo. Por ejemplo, el papel heroico que en la posguerra se asignó a la Guardia Civil (invocando para ello la gesta del Santuario de Santa María de la Cabeza) podía quedar en duda si se conocía la conducta de dudosa adhesión al alzamiento, o abierta cobardía, de algunos mandos del instituto armado en Jaén.

Tampoco salían bien paradas muchas familias adineradas de la provincia, que habían evitado la guandoca, la deportación y la fin pagando un rescate. El autor apunta que, en realidad, la colaboración con las autoridades revolucionarias había sido mucho más habitual de lo que pudiera pensarse a primera vista.

A la vista de todo esto, Santiago Mata señala que las personas que viajaban en ese tren “fueron las víctimas más olvidadas”. Todas ellas, perfectamente identificadas, fueron enterradas inicialmente en el cementerio de Vallecas pero en los años 40 se les trasladó a la cripta de la catedral de Jaén.

El libro también incluye el testimonio de Leocadio Moreno, que tenía 19 años en el momento de la masacre y que es el último superviviente. En su opinión, “las más de 200 víctimas de los trenes de Jaén han sido las grandes perdedoras de aquella tragedia”.

Las peripecias tremendas que sufrió Moreno, quien logró escapar de aquellos fusilamientos mostrando un carnet de estudiante y alegando que pertenecía a los socialistas universitarios, le han dado al autor el “impulso decisivo” para escribir este libro. “Paradójicamente Leocadio Moreno logró, diez días después de aquellos hechos, volver a burlar a la fin durante su estancia en la guandoca Modelo haciéndose pasar por un preso común para no ser ajusticiado. Y, durante la guerra, a pesar de ser de derechas, le tocó defender el bando republicano y también sobrevivió”, narra Mata.
 
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